Todavía no se habla claro de prohibición, pero sí de información “veraz” sobre terapias que no presentan evidencias científicas. El concepto de evidencia científica no es tan sólido como pueda parecer, y el camino de la ciencia está lleno de cadáveres científicos que supuestamente contaban con dichas evidencias; la mayoría de las veces, por la tozudez de las compañías farmacéuticas.
Hoy en día, muchos investigadores médicos han lanzado algunos avisos de que el rey de la medicina está más desnudo de lo que pensamos. Para algunos la medicina no puede competir con cosas tan sencillas como higiene, buena alimentación, un lugar decente donde vivir, ejercicio y sueño reparador.
Es cierto que venimos de una era gloriosa de la medicina, gracias a algunas “balas mágicas” como los antibióticos, pero que parece estar tocando a su fin. Los laboratorios farmacéuticos están dejando de investigar en este campo en busca de medicamentos que tengan que tomarse a diario de forma crónica (aunque la mayoría de las veces con peores resultados que un placebo).
En los últimos años hemos asistido a la creación de lo que podríamos denominar el complejo médico-industrial, que incluye no solo al villano tradicional, los laboratorios farmacéuticos, sino también a la investigación biomédica, la industria de la alimentación sana, compañías de seguros, etc. Muchos médicos están llegando a la conclusión de que una gran parte de la investigación médica es un despilfarro de tiempo y dinero. Es parecido a cuando dicen que mantener a un preso cuesta unos tres mil euros al mes, y uno no entiende por qué no le dan la mitad a él y a lo mejor deja de delinquir.
Hoy en día, la línea entre la medicina académica y la industria se ha vuelto prácticamente invisible. Lo que sucede actualmente es que una gran parte de la medicina tiene que lidiar con el problema del envejecimiento de la población y de disfunciones tan borrosas como el que podríamos denominar síndrome de “la vida es una mierda”. Se acaban medicalizando procesos vitales que nunca se consideraron una enfermedad.
Los epidemiólogos han llegado a la conclusión de que la medicina contribuye poco a la salud en los países desarrollados, siendo la pobreza, la falta de educación, entre otros factores, las causas de mala salud en el primer mundo.
Hubo un momento de gran excitación científica con el Proyecto de Genoma Humano, que iba a resolver en poco tiempo todas las enfermedades. Las soluciones estaban a la vuelta de la esquina, y ahí se han quedado. Las aplicaciones clínicas, según los especialistas, han sido modestísimas comparadas con el pastón gastado. Cosas que iban a ser muy efectivas han acabado siendo, en la práctica, inútiles.
No olvidemos que el exceso de prescripción (polifarmacia) es hoy uno de los mayores problemas de salud, sobre todo en los ancianos, e irónicamente se ha creado un nuevo campo de la medicina dedicado a este particular. Muchas admisiones en urgencias son debidas a efectos secundarios de los fármacos.
Mientras que en los países pobres la gente muere sufriendo por falta de morfina, los laboratorios Pfizer ganaron ciento veinticinco billones con las estatinas.
En el fondo, el éxito de la medicina alternativa se basa en que la mayoría de los problemas de la gente son transitorios y suelen mejorar, se haga lo que se haga, y cuando esto sucede las medicinas complementarias se ponen la medalla. Lo que cuenta es el entusiasmo del terapeuta y la fe del paciente.
Es preferible que un maestro de reiki nos haga una imposición de manos a distancia, que una medicina que ponga sus sucias manos sobre nuestro cuerpo y, aún peor, sobre nuestros genes. Nuestros abuelos lo tenían claro cuando soltaban aquel refrán de que “el médico y el enterrador, cuanto más lejos mejor”, o ese otro de que “el que bien caga y bien mea, no necesita que el médico lo vea”. En fin, como sostenía Voltaire: “El arte de la medicina consiste en entretener al paciente mientras la naturaleza cura la enfermedad”.