La investigación examinó si el vínculo clásico entre educación y tabaco -a mayor educación, menor prevalencia de consumo- también se observa en el caso del cannabis. Para ello se utilizaron datos del California Health Interview Survey (CHIS) 2023, una encuesta representativa del estado que se emplea habitualmente para monitorear tendencias de salud pública. El análisis concluye que en el caso de la marihuana la situación se invierte y, a medida que aumenta la educación formal, también lo hace la probabilidad de informar sobre el uso de cannabis.
Este patrón contrasta con décadas de evidencia en tabaco, donde la educación suele actuar como un factor protector frente al consumo de cigarrillos. En el caso del cannabis, los autores señalan que el cambio cultural y normativo en California desde 2016 -cuando se aprobó el uso adulto- puede haber contribuido a normalizar su uso entre cohortes con mayor escolarización. La disponibilidad de productos regulados y la percepción de menor riesgo relativo podrían ayudar a explicar, en parte, la diferencia con el tabaco.
Si se mira el panorama nacional, el hallazgo californiano dialoga con análisis recientes que muestran un aumento del uso de cannabis en grupos con mayores ingresos y títulos universitarios en Estados Unidos. Esa tendencia ha sido documentada en estudios poblacionales de la última década y sugiere que el uso de cannabis se ha expandido hacia perfiles socioeconómicos históricamente menos asociados al consumo.
En términos de políticas públicas, los resultados obligan a Estados Unidos a actualizar las estrategias de prevención y de reducción de daños. No basta con focalizar en grupos de menor nivel educativo o ingresos, ahora se vuelve necesario diseñar mensajes claros y basados en evidencia para usuarios de todos los estratos, incluidos estudiantes universitarios y profesionales.