El estudio evaluó un preparado sublingual de cáñamo administrado dos veces al día hasta alcanzar una dosis objetivo de 30 mg de CBD diarios. El objetivo fue observar cambios en síntomas de ansiedad y en dominios relacionados con el bienestar (estado de ánimo, sueño y calidad de vida), además de medir el desempeño cognitivo en funciones ejecutivas y memoria.
Los resultados fueron consistentes y las calificaciones de ansiedad descendieron de forma significativa ya en la primera semana y, según los datos reportados, el 91,67% de las personas participantes alcanzó una respuesta clínica tras siete días, porcentaje que llegó al 100% a las dos semanas. Más allá de la ansiedad, se observaron mejoras en escalas de depresión y afecto, así como una mejor calidad de sueño y avances en subescalas relacionadas con el bienestar emocional, energía/fatiga y funcionamiento social.
En términos de seguridad, no se registraron eventos adversos graves. Se notificaron efectos moderados relacionados con la disminución de la libido, náuseas y aumento de peso y la tolerabilidad general fue calificada como buena. Aun así, por tratarse de un estudio abierto, sin grupo placebo y con muestra reducida, no es posible establecer causalidad ni descartar por completo sesgos de expectativa. Por ello, las y los autores insisten en la necesidad de ensayos aleatorizados, doble ciego y con mayor tamaño muestral que permitan estimar mejor la magnitud del efecto y su generalización.
Finalmente, es importante destacar que el estudio no cierra el debate, pero sí entrega elementos para seguir considerando al cannabis medicinal como una forma de ofrecer respuestas concretas a necesidades reales de salud mental. La evidencia clínica, aún incipiente, comienza a inclinar la balanza, aunque ahora toca que la regulación y la investigación vayan al mismo ritmo.