Durante años, Jorge Cervantes —seudónimo del horticultor estadounidense George Van Patten— ha sido una de las voces más influyentes en la pedagogía del cultivo de cannabis, con libros, videos y conferencias que formaron a generaciones de personas usuarias. Su anuncio reciente en LinkedIn e Instagram condensa un malestar extendido en la comunidad cannábica, ya que las reglas cambiantes de las grandes plataformas dificultan la circulación de contenidos educativos, incluso cuando se ajustan a marcos legales locales y buscan la reducción de daños.
El conflicto no es nuevo. En 2018, YouTube eliminó y restringió numerosos canales vinculados al cannabis. Entonces, distintos medios y actores del sector documentaron la ola de cierres, incluida la afectación al propio Cervantes. Aunque varios espacios fueron luego reactivados, aquella experiencia dejó la señal que la educación cannábica en línea depende de decisiones privadas opacas y, muchas veces, inconsistentes con las realidades regulatorias de cada país.
Más allá de la anécdota, el punto de fondo es la gobernanza de la información. Cuando algoritmos y normas publicitarias operan como filtro de lo que puede o no visibilizarse, el conocimiento sobre cómo cultivar de forma segura, cómo evitar riesgos, cómo identificar malas prácticas, queda expuesto a interrupciones arbitrarias. La respuesta de Cervantes frente a la censura busca construir una infraestructura propia, y proteger el acervo pedagógico que ha sido borrado o limitado en distintos momentos.
Las comunidades digitales cannábicas conscientes de la censura, migran hacia soluciones autónomas para conservar contenidos y sostener proyectos editoriales. En el ecosistema cannábico, donde conviven normativas dispares y discursos estigmatizantes, contar con alojamientos estables y políticas editoriales transparentes no es solo un asunto técnico: es una garantía para el derecho a la información y para la profesionalización del sector.
Lo expuesto por este destacado cultivador no radica en el enojo contra la arbitrariedad de las actuales plataformas digitales, sino en la decisión estratégica de emanciparse. Si las redes sociales ejercen una prohibición sobre la educación cannábica, la salida pasa por construir espacios propios.