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Es prácticamente un automatismo cultural que se te venga a la cabeza Colombia al hablar de la farla, la zarpa, la mota, la coca o el perico. Sin embargo, Colombia no empezó a tener peso mundial en la fabricación y procesamiento de cocaína hasta ya bien entrada la década de los setenta del siglo xx. ¡Sorpresa! 

Hola. Es prácticamente un automatismo cultural que se te venga a la cabeza Colombia al hablar de la farla, la zarpa, la mota, la coca o el perico. El elixir colombiano. Pues sí, pero no. Según datos oficiales del 2021, todo lo oficial que puede ser esto, el tráfico mundial de clorhidrato de cocaína lo lideraba ampliamente Colombia, seguida por Perú y Bolivia, con una producción conjunta anual superior a las dos mil toneladas de cocaína ya procesada. Sin embargo, Colombia no empezó a tener peso mundial en la fabricación y procesamiento de cocaína hasta ya bien entrada la década de los setenta del siglo xx. ¡Sorpresa! 

Hasta las últimas décadas del siglo xix fue Bolivia el país de origen principal de la hoja de coca y de la cocaína, que se extrajo por primera vez de la planta en 1855. Nueve años después, la compañía farmacéutica alemana Merck (que acabaría dando nombre, “la merca”, a su producto estrella) comenzó a fabricar industrialmente clorhidrato de cocaína, una senda a la que se unió algo más tarde su gran rival, la estadounidense Parke, Davis & Co. Perú, que era un modesto productor, entró en escena en 1884, cuando el boticario franco-peruano Alfredo Bignon desarrolló un método económico para producir cocaína bruta o semiprocesada (lo que hoy llamamos pasta base), que permitía que cien kilos de hoja se convirtieran en un kilo de lo que entonces se denominaba “torta de cocaína”. Hasta principios del siglo pasado, Merck fabricó cocaína a partir de las tortas peruanas. 

En ese contexto histórico del cambio de siglo, el auge del consumo de cocaína –un producto perfectamente legal, recordemos, vendido ampliamente en Europa y Estados Unidos como enriquecedor de vinos “digestivos”, grageas, pastillas, inyectables o fino polvillo– propició una carrera entre las principales potencias mundiales para establecer nuevos cultivos del arbusto Erythroxylum coca. Los ingleses, que llevaban décadas estudiando la planta en los Kew Gardens, cultivaron coca en Nigeria, Sierra Leona, Guyana, Jamaica, India y Ceilán, pero no consiguieron cosechas rentables salvo en la zona india de Madrás y, sobre todo, en la actual Sri Lanka, donde sigue cultivándose hoy en día. Franceses y alemanes probaron en Togo, Tanzania y Camerún, así como en Martinica, Guadalupe, Trinidad y la República Dominicana, con resultados discretos. Mucha más pericia demostraron los militares japoneses, que sembraron de arbustos de coca la isla de Taiwán y, más modestamente, Okinawa, para acabar quedándose con el mercado asiático. 

Pero el gigante de la coca y la cocaína fue Holanda. Sí, han leído bien: Holanda lideró el mercado mundial de la cocaína, hasta ser absoluto dominador, durante las tres primeras décadas del siglo xx. En 1883, los neerlandeses empezaron a plantar coca en su colonia de Java (actual Indonesia). Allí consiguieron una variedad de la planta más resistente a plagas y con el doble de contenido en cocaína, más de un dos por ciento de la hoja, que las plantas andinas. Esta delicia holandesa fue creciendo de tal modo (en Java llegó a haber más de ciento veinte plantaciones extensivas del arbusto de coca) que en 1906 Merck dejó de utilizar coca peruana como materia prima y empleó únicamente coca javanesa. 

Los holandeses, que mejoraron notablemente el proceso de empacado, exportaban directamente la hoja de coca y, antes de la primera guerra mundial, la coca javanesa constituía más del ochenta por ciento de la materia prima mundial para fabricar cocaína. Merck se llevaba un buen pellizco, pero Holanda empezó a fabricar su propia cocaína en 1900, con la puesta en marcha de la Fábrica Holandesa de Cocaína, originalmente en la esquina de las calles Schinkelstraat y Schinkelkade, sobre el canal, cerca del Vondel Park de Ámsterdam. Durante la primera gran guerra, el tráfico mundial de hoja de coca se detuvo, pero con las existencias acumuladas la Fábrica Holandesa fue capaz de mantener el flujo de cocaína y de abastecer sin sonrojo y con pragmatismo comercial a ambos bandos, proveyendo abundantemente ese punto de vigor níveo a las trincheras. Tras la Convención Internacional del Opio en 1925, el negocio de la cocaína legal fue languideciendo poco a poco, pero Holanda todavía mantuvo su liderazgo hasta comienzos de la década de los años treinta. 

Según las estimaciones más fiables, durante los años de producción industrial holandesa, de la coca javanesa se obtuvieron más de doscientas toneladas de cocaína pura, que equivalen, en román paladino, a doscientos millones de pollos de enorme pureza. Las rayas, ya si eso, que las cuenten Los Planetas. Adiós. 

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #310

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