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Libertad para mentir

El último trócolo

Estoy harto de los prohibicionistas, pero también de los antiprohibicionistas, ojo. Estoy hasta los cojones de esta absurda y gigantesca hipocresía.

Hola. Les confieso que estoy harto. Harto del rollo macabeo denominado “Prohibición de las drogas”. Hartito. Ahíto. Llevamos casi un cuarto de siglo 21, prácticamente vivimos en el Futuro, y seguimos, más o menos, en las mismas que hace ciento y pico años. Estoy harto de los prohibicionistas, pero también de los antiprohibicionistas, ojo. Estoy hasta los cojones de esta absurda y gigantesca hipocresía.

Decía el difunto Escohotado que la prohibición de las drogas “morirá entre susurros”. Se murió el Maestro sin ver tal cosa y, por desgracia, parece que los demás también tardaremos en ser testigos de esa quimera, si la vemos. Porque a estas alturas, yo ya incluso lo dudo. Sí tenía toda la razón el difunto Escohotado cuando hablaba de derogar la Prohibición frente a la tontería de legalizar sustancias prohibidas. Las drogas eran legales hasta que se prohibieron, por tanto lo que sigue urgiendo es derogar la Prohibición. Si lo piensan, no se trata tanto de una cuestión semántica como de un asunto de sentido común. Actualmente sólo un fanático descerebrado podría sostener que la Prohibición ha servido para algo o ha tenido algún efecto positivo. Se instituyó, teóricamente, para evitar el consumo y tráfico de drogas y hoy es palmario que ha aumentado exponencialmente tanto una cosa como otra, así como las problemáticas asociadas. Ha impedido durante décadas que se informara con rigor y objetividad sobre los efectos, la dosificación y los riesgos de las diversas sustancias fiscalizadas. Lejos de resolver un problema, ha causado mucho dolor, ha llenado las cárceles y, finalmente, ha provocado muchas muertes. Sin olvidar, como novedad en nuestro siglo, que ha acabado dando tal poder a las mafias criminales del narcotráfico que han llegado a someter a estados antaño soberanos, con Méjico como ejemplo más sangrientamente palpable.

Siendo todo esto evidente, hay que cambiar el enfoque contra la Prohibición. Porque en nuestra actual cultura occidental, las drogas son un producto de consumo más. Sin más. Todos sabemos dónde están, dónde conseguirlas, cuánto valen y, más o menos, qué hacen. Es un mercado en el que se cubre la totalidad de la demanda. De hecho, hay importantes sectores productivos que, no seamos ingenuos, viven directa o indirectamente de la droga. Todo ello es algo que puede comprobarse fácilmente y que invalida por completo la existencia de la Prohibición. Es sencillamente una mentira. Una mentira gigantesca, sonrojante y hasta cierto punto absurda. Un engaño. Basta ya de tanta trola.

Sabemos que el camino es despenalizar y apostar por políticas de información veraz y reducción de riesgos. Un camino que, inevitablemente, tiene que acabar con la derogación de la Prohibición. Pero no todo es tan lógico, ni tan sencillo. También es posible que estemos entrando en tiempos oscuros en los que derechos y libertades conquistadas, que tal vez creíamos consolidadas, estén amenazadas. Esta amenaza la veíamos hace poco, encarnada en la muy popular Presidenta de la Comunidad de Madrid.

Presentaba Ayuso públicamente una más de sus geniales iniciativas, una campaña contra las drogas, llamada, con todo el morro, directamente así: No a las Drogas. Como decía Nancy Reagan. La mentira siempre necesita propaganda, esta es especialmente burda, pero Ayuso va con ella. Por la libertad. Lo relevante, en mi opinión, no es el nuevo despilfarro propagandístico que no sirve absolutamente para nada. Lo relevante fue el discursito. Ayuso -o sus asesores- se marcó un plagio actualizado del discurso contra las drogas de Richard Nixon en 1971. Resumido y breve, eso sí. Búsquenlo que es descarado. “El de las drogas es un problema que no tiene solución si no se erradica” decía Ayuso, con un mohín, siempre tan pichi. “Frivolizar con las drogas no nos va a llevar más que a un fracaso social sin precedentes” sentenciaba Ayuso, poniendo ojitos, con la mano en la cintura. Condenaba sin pestañear nuestra castiza muñequita de porcelana los nuevos enfoques sobre la cuestión asegurando que “cada vez más gobiernos en occidente han decidido autolesionarse desde dentro”. Lo dijo así, textualmente, y se quedó tan ancha. Será que he fumado mucho, pero les confieso que estas cosas empiezan a darme miedito. Adiós. 

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #300

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