Hola. A veces me gusta fumármelo y ver telediarios sin sonido. Una manía como cualquier otra. Sale en la vieja caja tonta el Silvio Berlusconi actual, indistinguible a sus envarados ochenta y seis años de un muñeco de museo de cera que hubiese cobrado vida: el pelo falso, también la tez, el rostro reconstruido y petrificado, dientes inmaculados y brillantes, ojitos de cristal… Berlusconi sonríe melifluo a la Meloni. Se suceden imágenes de archivo de un Silvio no tan anciano tomando vodka con Putin y rodeado de prostitutas que ejercen de candidatas de Forza Italia. Cuando veo al Cavaliere me acuerdo inmediatamente de Massimo Tartaglia. Es algo automático, una suerte de inevitable reflejo condicionado.
Hace ya trece años de la hazaña de Massimo Tartaglia. Eroe del popolo para muchos, un perturbado con enorme puntería según otros expertos, hay incluso quien califica a Tartaglia de dadaísta del futuro. Mientras se lo llevaban tras ser detenido en Milán el 15 de diciembre de 2009, Massimo Tartaglia gritaba: “¡Odio a Berlusconi!”. Tartaglia, con un perfecto lanzamiento, le había dado al Cavaliere con una réplica del Duomo milanés en toda la boca. El impacto provocó que el por entonces jefe del gobierno de Italia perdiera dos dientes, sufriera una fractura en el tabique nasal, cortes internos y externos en el labio y una leve conmoción. La estampa de Berlusconi ensangrentado y descompuesto, rodeado por sus guardaespaldas, dio la vuelta al mundo. Una alucinante visión simbólica.
Algunos meses después del inolvidable ataque, Massimo Tartaglia, milanés de cuarenta y dos años, fue absuelto por ser inimputable debido a su estado mental. Estuvo hasta 2016 bajo arresto domiciliario en una comunidad terapéutica, de la que salió cuando los jueces finalmente lo declararon “no peligroso”. Massimo, ingeniero técnico electrónico e inventor, volvió a casa de sus padres, con los que ha vivido siempre, en una habitación abarrotada de discos, pues, además del lanzamiento de souvenires, la música es su gran pasión. Que sepamos, a día de hoy, arrepentido públicamente de aquel impacto de Duomo de alta precisión, sigue trabajando en sus ingenios electrónicos. No sabemos tampoco qué pensará la loca cabecita de Massimo del nuevo ascenso al poder de este Berlusconi crepuscular, perfecto híbrido entre momia y cíborg.
Massimo Tartaglia, como el resto de italianos, asistió durante décadas a la increíble evolución de Silvio Berlusconi. De empresario audiovisual de éxito, eterno sospechoso por sus vínculos con la Mafia, hasta presidente del Consejo de Ministros de Italia en tres ocasiones: 1994-95, 2001-2006 y 2008-2011. De los pocos mandatarios conocidos de un país cuyas empresas tributaran en otro, más benigno fiscalmente. Berlusconi dominó todas las televisiones de Italia a la vez a mayor gloria suya y de sus empresas. Fue condenado por “abuso de autoridad y constricción a la prostitución de menores”, por delito fiscal, también al pago de una escalofriante indemnización a un grupo rival al que birló Mondadori gracias a un juez sobornado. No hubo condena penal por haber prescrito el delito. Italia era suya y lo sigue siendo.
En la cabeza de Massimo Tartaglia los delitos no prescriben y las fiestas con putas Premium y rayas de alita de mosca sin cortar son los extravagantes delirios de una mente alternativa. La medicación, que ha nublado aquellas pupilas refulgentes, mantiene a Massimo en un limbo cerebral extraño, en el que los sicarios de la Camorra bailan arrimando cebolleta con ministras de il Popolo della Libertà que se han hecho virales en Pornhub por introducirse una ristra de dildos con glandes en forma de Duomo por unos anos blanqueados con cocaína de enorme pureza. ¡Ay, mi pobre Massimo!
Y yo que sé, como usted, que desde cierta óptica la vida no es más que una parodia de Los Simpson, fantaseo entre volutas de humo espeso con una Italia del futuro gobernada por la cabeza criogenizada de Berlusconi metida en una esfera de cristal sobre un exoesqueleto de titanio y tierras raras hecho con las proporciones anatómicas de Mussolini. Al busto del Cavaliere le faltan dos dientes, tiene la nariz desviada, sangre seca en la jeta y una réplica del Duomo de Milán clavada en el entrecejo. Pero exhibe una sonrisa metálica e inhumana de anuncio de televisión. Adiós.