Hoy en día, la receta de medicamentos psiquiátricos ha alcanzado cotas totalmente disparatas y va en aumento. Actualmente, se define la vuelta a la salud como vuelta al trabajo. Se nos dice que el sufrimiento es fruto de cerebros y mentes estropeadas, en lugar de por las presiones de una sociedad absurda, sus ridículas políticas y los entornos laborales.
Situaciones que formaban parte del ser humano normal son diagnosticadas y medicalizadas por el DSM, la biblia de los diagnósticos psiquiátricos, que las ha renombrado como síntomas de enfermedad psiquiátrica. De hecho, no se han descubierto anormalidades biológicas en ningún tipo de prueba médica. Se trata de constructos sociales adscritos a colecciones de sentimientos y comportamientos que los psiquiatras creadores del DSM consideran patológicos. La mayoría de estos psiquiatras están vinculados con la industria farmacéutica. Como llegó a decir uno de los psiquiatras arquitectos del DSM, Robert Spitzer: “Las compañías farmacéuticas estaban entusiasmadas por la medicalización a la que apuntó el DSM, al crear un mercado muy provechoso para sus productos”.
La clave está en hacer que el sufrimiento esté enraizado en el individuo más que en las causas sociales, llevando a las personas a creer que son ellos los culpables únicos de sus males en lugar del sistema económico y social en el que estamos inmersos, y que es lo que precisa reformarse, no los cerebros de los pobres mortales. Se promocionan los “valores humanos” que más convienen a las metas de la economía: la ambición, la competitividad y el trabajo a destajo, que sirven para incrementar la productividad, independientemente de que sea algo bueno para la persona o la comunidad. Los comportamientos que trastocan el orden social deben ser medicalizados y tratados como distorsiones patológicas. El sufrimiento es muy lucrativo para los grandes negocios, que promueven el consumo desaforado.
Está totalmente comprobado que cuanto más tiempo una persona está bajo el efecto de estos fármacos, peores son los resultados que obtiene. Los fármacos son la intervención principal en el campo de la salud mental no por su eficacia, sino debido a décadas de no invertir en servicios sociales, a causa del dominio de las poderosas compañías farmacéuticas y los intereses de los psiquiatras, que sirven al capitalismo más dañino.
La gente trabaja cada vez más horas. Alejamos las duras experiencias de trabajo del dominio del debate público y las llevamos al ámbito privado de la consulta; de este modo, los efectos negativos del mundo laboral actual pueden medicalizarse, individualizarse y despolitizarse.
Por ejemplo, las terapias cognitivo-conductuales, tan de moda en la actualidad, intentan cambiar las actitudes y creencias de las personas más que sus situaciones. Lo que hacen es adaptar mejor a las personas a vidas de trabajo ridículas, agotadoras y nocivas.
De hecho, las compañías farmacéuticas engañan hablando de nuevas drogas que superan a las anteriores, cuando es algo totalmente falso. Por otro lado, se normaliza la corrupción de las entidades financieras y políticas, que son la verdadera patología de nuestras sociedades.
No manejamos nuestros problemas mediante la acción, sino mediante el consumo. Normalmente, el sufrimiento es una señal de que debemos cambiar o una protesta lícita del organismo frente a las condiciones traumáticas fruto del entorno social. En este sentido, el estado emocional preferido por el capitalismo actual es un estado de perpetua insatisfacción funcional, en el sentido que seguimos trabajando y gastando aunque seamos alcohólicos o estemos deprimidos. El consumismo explota nuestros sueños, esperanzas y vulnerabilidades. Diversos estudios han demostrado que desear más convierte a las personas en egoístas, que cambian el ser por el tener. Se ha comprobado que el materialismo está ligado a mayor insatisfacción personal. Los materialistas sufren de más enfermedades: dolores de cabeza y de espalda, dolores musculares, etc. Lo que significa que, en sus vidas físicas y mentales, la mala salud y el materialismo van de la mano. Otro hecho consistente con dicha idea es que los materialistas tienen la tendencia a creer que lo más real en el mundo son las cosas físicas, por lo que prefieren tratar su sufrimiento con cosas que consideran tangibles, como los fármacos, que con algo intangible como la psicoterapia.
Nuestro éxito social se considera una señal de aptitud personal en lugar de privilegio social o ventajas inconfesables, y nuestros fracasos se achacan a la persona, en lugar de a la pobreza, a la discriminación y a la desigualdad.
En realidad, nuestra crisis actual en el campo de la salud mental no cambiará hasta que rechacemos las prácticas capitalistas crueles que imperan en la actualidad.