Algunos psicólogos evolutivos se plantean la cuestión inquietante de si el autoengaño puede conducir a buenos resultados. Se ha llegado a la conclusión de que la gente se apega a falsas creencias porque, en ocasiones, el autoengaño puede ser funcional y ayudarnos a conseguir metas sociales, psicológicas o biológicas útiles. El mantener falsas creencias no siempre es un signo de ser un idiota o sufrir de cierta patología mental.
Hay que insistir en algo: si el autoengaño es útil será duradero, a pesar de todo los que lo critican. La vida, al igual que la evolución y la selección natural, en última instancia, no se preocupa sobre lo que es verdad. Le atañe lo que sirve a nuestros intereses de supervivencia.
Consideremos un ejemplo sencillo de cómo funcionamos: el ojo con el que leemos esta revista cada segundo recoge más de mil millones de bits de información. Este flujo de datos se comprime mil veces y solo un millón de bits viajan al cerebro a través del nervio óptico. El cerebro conserva solo cuarenta bits de estos datos y rechaza el resto. Tanto nuestros ojos como nuestro cerebro no están en el negocio de la verdad, sino en el de la funcionalidad, y resulta que descartar tantos millones de bits es útil para caminar por este valle de lágrimas con cierto éxito.
Lo que sucede con la información visual también sucede con todos los sentidos de nuestra mente. Creemos que vemos, oímos y procesamos la verdad, pero no es así. Tal y como en el caso de los ojos, resulta que existen excelentes razones para priorizar la utilidad sobre la realidad en cada dominio. Ciertamente, ello quiere decir que nos perdemos la verdad, pero alcanzamos la auténtica meta: nuestro cerebro ha sido diseñado para ayudarnos a sobrevivir, para criar a nuestros hijos hasta la edad adulta, hacer amistades y no deprimirnos desesperados ante el vacío existencial. Desde la perspectiva de la evolución, la verdad objetiva no solo no es la meta, ni siquiera es el camino que conduce a ella.
Para crear un mundo que produzca aquello que es mejor para el ser humano, ciertamente debemos seguir los caminos de la razón y de la ciencia, pero también debemos desarrollar las intuiciones, utilizando aspectos de nuestra mente que nos llevan a las historias, los símbolos, los mitos y el autoengaño. Nuestras mentes, insisto, no están diseñadas para ver la verdad, sino para enseñarnos capas de la realidad y llevarnos hacia determinados objetivos. Es más, están diseñadas para hacer todo esto mientras nos producen la ilusión de que estamos percibiendo la realidad. En la mayoría de las situaciones, el mentir es más común que decir la verdad. Hemos evolucionado para ser especies sociales, por lo que no debe sorprendernos que estemos forzados a modular nuestros puntos de vista para casar con quienes tenemos alrededor, para no vernos rechazados por los demás. No debe extrañarnos que mintamos con mayor regularidad a la gente más próxima, a la gente que más queremos.
Siempre funciona el mismo mecanismo: es más fácil decir la verdad cuando las cosas van bien y es fácil ser brutalmente honestos con la gente que no nos gusta. Pero cuando la gente que amamos pasa por un mal momento, está aterrorizada o fracasa, buscamos la comodidad del engaño y el autoengaño.
Esto explicaría parte del efecto placebo, porque aunque es más fuerte en condiciones crónicas que implican dolor y sufrimiento mental –la depresión o la artritis, por ejemplo–, existen pocos tratamientos que no deban su éxito, de algún modo, al efecto placebo. Gran parte del sufrimiento que produce una enfermedad se debe a nuestra reacción a esta. Se ha llamado al efecto placebo la mentira que cura. De hecho, el efecto placebo nos acompaña en todas nuestras actividades de consumo, porque acabamos comprando básicamente historias que nos reconfortan.
En el caso de los fármacos, la gente responde mejor a un nuevo medicamento que ante uno ya conocido, aunque ambos fármacos sean idénticos. En realidad, la seducción funciona mejor cuando ninguna de las partes reconoce que se está produciendo, y cuando ambas creen que sus engaños y autoengaños no son tales. La evolución nos ha proporcionado mentes que están pendientes de historias, de la sugestión, de la imaginación y del autoengaño, porque a lo largo de muchos cientos de miles de años de selección natural, las mentes que se fijan en las historias han tenido más éxito a la hora de transmitir sus genes.
Muchas investigaciones muestran que las personas que son optimistas, a través del engaño y el autoengaño, tienden a vivir más que los realistas. Los estafadores no engañan realmente a sus víctimas, sino que crean las condiciones para que la víctima se engañe a sí misma.
La mayoría de nosotros nunca verá a la Virgen María o a Elvis en una tostada. Pero todos compartimos algo en común con aquellos que lo hacen: nuestras esperanzas, necesidades o deseos conforman lo que vemos en el mundo.