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La historia de Matt Bowden

¿Te has preguntado alguna vez cómo se establecen y cambian las leyes parlamentarias que regulan el uso de drogas? Quizá no le hayas dado demasiadas vueltas porque el panorama te parece desolador. Encontrar un discurso sobre las drogas en algún partido y que este no sea en la línea punitiva parece imposible. Pero ¿y si existen otros agentes?, ¿podríamos serlo la gente de a pie?, ¿o un tío que toca steam-punk rock ópera y que se hace llamar starboy? Hoy vamos a contar la historia de Matt Bowden, la persona que, durante quince años, puso sobre la mesa en la política de Nueva Zelanda una manera distinta de regular las drogas.

¿Quién es Matt Bowden?

Matt Bowden nació en Auckland, Nueva Zelanda, en 1971. Fruto de un matrimonio entre un pionero de los ordenadores y una profesora de piano, Matt creció como una persona con varios intereses, pero acabó siguiendo el camino de su madre y estudió música para después también convertirse en profesor de guitarra.

El músico se vio enganchado a las anfetaminas ilegales en la década de 1990 durante una epidemia de adicción a la metanfetamina (crystal meth) que se extendió por todo el país. Ya había perdido a un miembro de la familia por una sobredosis de éxtasis cuando, unos años más tarde, presenció a un amigo que consumía metanfetamina cometer un suicidio horrible, destripándose con una espada samurái en medio de una fiesta.

Esto marcó un antes y un después en su vida. Sus esfuerzos por dejar de consumir lo llevaron a experimentar con alternativas legales y buscó a un profesor de neurofarmacología para que lo asesorara y trabajara junto a él. Así pues, no solamente decidió dejar el hábito, sino que se comprometió a trabajar para intentar cambiar las condiciones que tanto daño habían hecho a su entorno: “Dije, busquemos algo que sea como la metanfetamina pero no sea adictivo y tenga un riesgo extremadamente bajo de sobredosis o muerte”. Encontraron una piperazina que ocasionalmente surgía como una alternativa al éxtasis llamada A2. “Observamos un estudio estadounidense y descubrimos que una parte de la molécula causaba daño hepático en ratas, pero la otra parte parecía perfectamente segura. Esa parte era benzilpiperazina (BZP)”, contó Bowden años después.

La BZP se convirtió en el ingrediente principal de las party pills; una droga recreativa de tipo estimulante y eufórica muy popular durante finales de los noventa y la primera década del año 2000, sobre todo en Nueva Zelanda. A menudo se combinaba con otra piperazina, trifluorofenilmetilpiperazina (TFMPP), que daba a las píldoras un efecto relajante y eufórico que se ha comparado con el éxtasis. Bowden se dio a conocer por ser uno de sus creadores y distribuidores originales. Su producto, un estimulante que te permitía estar despierto toda la noche, encontró público enseguida. Se reportó que las píldoras eran un éxito, con más de veinte millones consumidas en Nueva Zelanda y sin fatalidades reportadas.

Los resultados del éxito: mala prensa y el gobierno entre las cuerdas

En el 2002, las empresas habían comenzado a fabricar y vender BZP, por lo que Bowden estableció su propia empresa, Stargate International, para comercializar alternativas seguras y legales a las drogas ilegales. Pero la reacción contraria no tardó en aparecer: en el Sunday StarTimes se publicó un artículo de desprestigio que causó escándalo en el momento, por lo que el Ministerio de Sanidad de Nueva Zelanda inició una investigación.

Pero Bowden, que no era la primera vez que se enfrentaba a la mala prensa, defendió que el objetivo de la Stargate International era social, basado en la reducción de daños, con una lógica muy simple: “si se reduce el suministro (con políticas punitivas), la calidad baja y el precio también. La demanda de ese tipo de sustancias va a seguir igual; eventualmente llegará al punto en el que el distribuidor necesitará producir más gramos para que salga a cuenta... Cuando existen estas presiones, la calidad de los medicamentos se reduce y, por lo tanto, emergen más riesgos para la salud de la gente. Eso pasa en todos los lugares del mundo, se trata de leyes básicas de la economía […], y aun así los políticos siguen prohibiendo sustancias y empiezan una guerra contra las drogas cuando ha sido probado que no es una política pública efectiva”.

Su argumentario también consistía en la identificación del sujeto consumidor: en vez de hablar de un perfil marginal con politoxicomanías, habló de la dance community, un grupo que prefería tomar estimulantes para socializar en vez de las tan aceptadas (¡pero profundamente problemáticas!) bebidas alcohólicas. Argumentó que ese grupo no cambiaría sus hábitos de vida, pero sí se podía cambiar su tipo de consumo, por lo que se tenía que conseguir un tipo de estrategia distinta a la “reducción de suministros”.

La lucha parlamentaria

Bowden jugó bien sus cartas, pues defendió que el ideario de Stargate estaba alineado con los pilares básicos de la New Zeland National Drug Policy, al contrario que las medidas de salud pública que se estaban aplicando: “En realidad, no estoy promoviendo el uso de drogas, estoy promoviendo una política más segura”. Por el otro lado, no tardaron en removerse las industrias rivales, aquellas que distribuían licores y que empezaron a notar sus ventas afectadas. Pero perdieron el primer round tras tener que reconocer que la industria de Bowden había vendido veintiséis millones de píldoras durante ocho años a cuatro cientos mil consumidores sin ningún tipo de injuria registrada.

En el 2007, el gobierno solicitó a la comisión de leyes que revisara exhaustivamente la ley de drogas de Nueva Zelanda. Se argumentaron al menos cinco razones fundamentales por las que se requería la reforma del estatuto de la ley de drogas de Nueva Zelanda:

1. El consumo ha cambiado. A pesar de que algunas de las drogas que se contemplaban hace veinticinco años siguen siendo tendencia (como el cannabis), la verdad es que el paradigma ha cambiado radicalmente, como ejemplifica el caso de la BZP.

2. El estatuto de 1975 es inconsistente con la política oficial de drogas adoptada en Nueva Zelanda, pues está basada en el principio de la reducción de daños, limitación del problema y reducción de demanda, mientras que el estatuto pone el énfasis en el problema del suministro.

3. El enfoque centrado en el control de suministro existente consume recursos muy considerables a través de demandas de detección, ejecución, justicia y correcciones.

4. Un gran número de jóvenes neozelandeses reciben condenas penales, que pueden subsistir de por vida, como resultado de delitos menores relacionados con las drogas. Las consecuencias sociales adversas de ese enfoque claramente punitivo a los delitos de menor nivel es una respuesta desproporcionada al daño que causan. Se puede hacer más a través del sistema de justicia penal para lograr mejores resultados para esas personas y para la sociedad en general.

5. La ausencia de controles reglamentarios efectivos sobre las nuevas sustancias psicoactivas es completamente anómala y representa una seria amenaza para la salud pública.

Pero, como ya sabemos, el ritmo parlamentario es muy lento. A pesar de que las investigaciones independientes confirmaron que las píldoras suponían riesgos bajos, un par de escándalos desafortunados resultado de jóvenes que mezclaban alcohol con BZP facilitaron un clima de desconfianza hacia la empresa de Bowden. El golpe final lo dio una investigación de un instituto comercial con fuertes vínculos con el gobierno que, a pesar de que fue rechazada científicamente por incoherencias, sus clamores hacia la peligrosidad de las píldoras se usaron como arma política y mediática para aplicar una legislación que las prohibiría en el 2008.

Aun así, dos años más tarde, los frutos del trabajo empezaron a florecer. En el 2010, la comisión jurídica recomendó una presentación de Stargate como parte de su investigación sobre el control y la reglamentación de las drogas, y tras emitirse el informe, el gobierno anunció que aplicaría un nuevo régimen reglamentario.

El resultado fue la introducción de una nueva clase de fármaco llamado “sustancias de diseño no tradicionales”, también conocido como clase D. Esta clase es un depósito de fármacos nuevos y poco investigados, como BZP, en espera de más información. Las drogas de clase D son legales, aunque existen algunas restricciones, como la venta a menores o la publicitación comercial.

¿Y después qué?

En julio del 2016, Matt Bowden se trasladó a Tailandia y luego a Europa para continuar trabajando en el desarrollo regulatorio. Como él mismo cuenta, tras declarar su intención de desarrollar alternativas más seguras al licor, una rápida reacción negativa de los lobbies y del espectro político provocaron una reversión en la legislación, lo que acabó con su negocio.

Aun así, su experiencia en lobbying y su conocimiento sobre los problemas relativos a las drogas alternativas legales han tenido una gran demanda, y otros países que enfrentan problemas similares, como Canadá y el Reino Unido, le han pedido asesoramiento.

De esta historia podemos aprender que con una buena organización, tiempo y paciencia, no solamente se puede tener algún impacto en las leyes y las regulaciones para mejorar las condiciones del país donde vivimos, sino que podemos influir positivamente en el discurso social, marcando una diferencia sobre cuáles son los problemas a resolver y las maneras de abordarlos. El derecho es lento y las leyes pesan, pero el cambio social es difícil de frenar una vez ha empezado a pedir justicia.

Referencias

wikipedia.org/wiki/Matt_Bowden
Vídeo What are new psychoactive substances?
Vídeo Hamilton's Pharmacopeia: The Synthetic Marijuana Steampunk Rock Opera
Mind-altering drugs: does legal mean safe?
https://en.wikipedia.org/wiki/Matt_Bowden#cite_note-biography1-1
https://en.wikipedia.org/wiki/Psychoactive_Substances_Act_2013
https://web.archive.org/web/20100605000750/http://www.shore.ac.nz/projects/Legal%20party%20pills%20in%20New%20Zealand%20report3.pdf#
https://web.archive.org/web/20110804212929/http://www.lawcom.govt.nz/sites/default/files/publications/2011/05/part_1_report_-_controlling_and_regulating_drugs.pdf

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #276

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