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Milagros psiquedélicos y arqueología psicológica

Hemos vuelto a creer en los milagros. Tras siglos de racionalismo e ilustración, de avances científicos y modernas metodologías de investigación, los milagros vuelven a formar parte de nuestra forma de entender la vida. Alejados de toda creencia religiosa, hemos visto un resurgimiento de lo espiritual, y si bien en los años sesenta esto ocurrió a través de las tradiciones orientales como el budismo, el zen y el hinduismo, en nuestros tiempos esto ocurre a través de las prácticas chamánicas y la experiencia psiquedélica. Pero no son este tipo de milagros a los que me refiero. ¡Ojalá!

Arqueología psicológica

Hay distintas maneras con las que los seres humanos nos complicamos la vida y nos creamos problemas. Una de ellas es tratando de simplificar algo que es complejo. Otra es complicando algo que es sencillo. Desde antaño ha existido la necesidad de encontrar soluciones simples a problemas complejos. No hay nada erróneo en este tipo de razonamiento, y en muchas ocasiones puede resultar muy útil pensar de esta manera. Por ejemplo, las razones por las que un motor de explosión deja de funcionar cuando falta carburante son complejas desde el punto de vista mecánico y de las reacciones químicas implicadas, pero su solución es simple: poner más carburante. Ni siquiera hace falta saber nada de mecánica del automóvil para poder solucionar el problema. De hecho, ponerse a estudiar mecánica, abrir el motor, desmontarlo y tratar de comprender más profundamente las causas de por qué no funciona, no solo no solucionaría el problema, sino que lo agravaría y lo alargaría en el tiempo.

En otras situaciones, dar respuestas simples a problemas complejos puede ser directamente demagógico y perverso. La economía de los países es algo que depende de muchos factores, y ante lo cual resulta absurdo pretender que la solución es simple, pero, sin embargo, a veces se nos ocurren cosas como “tu abuela, cuatrocientos euros al mes; un mena, dos mil cuatrocientos euros”, y nos quedamos tan anchos.

En el mundo de la psicoterapia, y en la terapia psiquedélica también, ocurren fenómenos parecidos. En ocasiones, la búsqueda hacia nuestro interior nos lleva a espacios anteriormente desconocidos, en los que encontramos multitud de emociones, recuerdos, introvisiones sorprendentes y experiencias trascendentes que nos abren puertas a nuevas maneras de pensar y comprender nuestra realidad. En ocasiones, estas experiencias pueden arrojar luz acerca de alguna situación o problema que estemos experimentando, pero en otras pueden abrir capítulos de nuestra historia totalmente inesperados y dirigirnos hacia laberintos insondables.

En mi consulta he visto multitud de personas que se acercan a las prácticas chamánicas y a la terapia psiquedélica tratando de atajar un sufrimiento específico, sea ansiedad, fobia social, depresión, un trastorno obsesivo-compulsivo o cualquier otra dolencia psicológica. En ocasiones, su búsqueda les lleva a recodos oscuros del camino interior en los que descubren traumas, emociones enquistadas y toda una colección de cuestiones que previamente no habían tenido en cuenta porque no formaban parte de su realidad. Algunas de estas personas entran en una espiral de búsqueda sin freno, de una arqueología psicológica hacia los orígenes remotos de su sufrimiento que puede implicar la biografía, las experiencias perinatales (concepto acuñado por Stanislav Grof que se refiere a aquellas experiencias relativas a nuestra vida intrauterina y al parto) e incluso transpersonales y de vidas pasadas. Más allá de las creencias personales del autor y del lector acerca de la realidad objetiva de estas experiencias, lo cierto es que esto es lo que cuentan muchas personas tras una búsqueda sistemática, intensiva y prolongada en estados no ordinarios de consciencia.

Si bien este proceso es natural y puede tener potencial sanador, en ocasiones puede convertirse en parte del problema, puesto que la dolencia inicial (ansiedad, depresión…) se transforma en algo mucho más complejo, un trauma perinatal, influencias kármicas o ataques por parte de entidades espirituales. Estamos haciendo el problema aún más complejo. Y con ello, nos alejamos de una resolución y el alivio del sufrimiento.

Se me rompe el corazón cuando atiendo a una persona que lleva años dedicándose a tratar de solucionar algún problema psicológico, que ha hecho infinidad de retiros, experiencias, terapias, dietas chamánicas…, lo que sea, en un proceso que le ha aportado mucho crecimiento y conocimiento, y sin embargo me cuenta que el problema inicial sigue igual o peor. A veces proponer soluciones más sencillas puede parecer incluso insultante para alguien que ha hecho todo este camino, sin embargo, en ocasiones hay que dejar de indagar y, simplemente, “llenar el depósito de gasolina”.

Alejandro Jodorowsky dice en su libro Psicomagia que se pregunta si en ocasiones la terapia no hace sino añadir curvas en una línea recta. Como psicólogo y terapeuta me considero conservador, mis métodos no son sofisticados ni espectaculares, pero siempre tengo la frase de Jodorowsky en mente: trato de no añadir ninguna curva adicional en el proceso de la persona hacia su curación.

Uno de los milagros en los que volvemos a creer, como en tiempos de Freud, es que indagar acerca de las causas de un problema y conocerlas implica que el problema queda resuelto.

Ilustración: Martin Elfman

En busca de la panacea

Una situación distinta ocurre también, y cada vez con más frecuencia. La forma en la que se está haciendo la investigación psiquedélica actual, por muy emocionante y deseable que sea, tiene su lado oscuro también. Las investigaciones se basan en una hipótesis y tratan de demostrarla y, en nuestro mundo actual, demostrar estas hipótesis puede reportar unas ganancias económicas enormes. Por ejemplo, demostrar que “una única dosis de X sirve para curar Y”. Eso permite crear un fármaco y comercializarlo a gran escala. F*cking money man.

Por supuesto, la mayoría de los científicos comprometidos con el conocimiento no tienen inconveniente en publicar sus hallazgos aunque no se ajusten a la hipótesis que creían inicialmente. Sin embargo, cuando hay inversiones millonarias tras los estudios, se hace más difícil ser independiente a la hora de publicar las conclusiones. Como en política y en estadística, los resultados siempre pueden ser leídos en favor de cada cual. Por ello, la mayoría de las publicaciones que leemos, y la tendencia actual en la prensa es esa, muestran los resultados milagrosos de las sustancias psiquedélicas. Esto son buenas noticias, desde luego, mucho mejores que la hipocresía y el dramatismo que habitualmente ha acompañado a cualquier tema que tuviera que ver con sustancias psicoactivas, pero, sin embargo, no es toda la verdad.

De nuevo, en mi consulta me encuentro con muchas personas que esperan encontrar una solución rápida, efectiva y definitiva a sus problemas. Personas que han sufrido durante mucho tiempo una depresión, por ejemplo, y que han probado multitud de fármacos sin éxito, esperan encontrar la respuesta definitiva en una experiencia psiquedélica.

En muchas ocasiones, tanto en contextos de investigación, retiros chamánicos y terapia psiquedélica underground, las personas reportan sentir una mejoría rápida y notable tras la experiencia. Sin embargo, pasados unos meses, muchas personas reportan también estar de nuevo en el mismo lugar en el que estaban inicialmente. La experiencia fue algo positivo, pero los resultados no se han mantenido tal y como esperaban.

Eso puede resultar más dramático y peligroso de lo que inicialmente podríamos pensar. Quienes se acercan a este tipo de terapias suelen haber probado muchos tratamientos anteriormente, y de alguna manera vienen con unas expectativas muy altas acerca de este nuevo y revolucionario tratamiento psiquedélico. No suelen verbalizarlo así, quizás porque se contienen, pero muchas veces ven la experiencia psiquedélica como el último recurso para su problema. Y si este recurso falla, ¿qué alternativas quedan?

He trabajado con varias personas que tras una experiencia que eliminó sus síntomas de forma transitoria, con psilocibina, ketamina, MDMA, ayahuasca…, sienten que no solo vuelven a estar en el lugar en el que estaban, sino que se encuentran en una posición todavía peor, pues han perdido la esperanza. Esto no quita que, desde luego, para algunas personas este tipo de experiencias crean un antes y un después y tienen efectos cuasi milagrosos. Pero desgraciadamente las cosas no siempre ocurren así.

El manejo de las expectativas se está convirtiendo en un factor crucial a la hora de planificar los tratamientos psiquedélicos, puesto que vemos que unas expectativas poco realistas pueden ser un factor que dificulte el proceso o incremente la posibilidad de complicaciones posteriores. Eso, y la necesidad de protocolos y prácticas terapéuticas que promuevan una buena integración de las experiencias.

Sin embargo, seguimos creyendo en la panacea, y nuestra cultura nos sigue vendiendo que la panacea existe.

La experiencia psiquedélica como catalizador de procesos

Ante estas formas de abordar la salud psicológica, creo que debemos, como de costumbre, mirar atrás y ver qué han hecho nuestros mayores, aquellos que vinieron antes que nosotros. ¿Cómo se han utilizado las sustancias psiquedélicas y las plantas maestras?, ¿cuáles son unas expectativas razonables acerca de estas sustancias utilizadas en el tratamiento psicológico? Me parece importante reivindicar el concepto de proceso, en vez de poner énfasis solamente en la experiencia.

Las sustancias psiquedélicas han sido siempre catalizadores de cambios, puntos de inflexión, jamás han sido el punto final de un proceso. En los años sesenta, muchos jóvenes se iniciaron con la LSD y tuvieron experiencias trascendentes. Sin embargo, estas experiencias se desvanecían con el tiempo. Esto llevó a algunos a interesarse por filosofías orientales, empezar a practicar yoga o meditación, para tratar de mantener esos estados de forma más consistente y duradera. Sin embargo, ni siquiera con la meditación y el yoga conseguían estar permanentemente iluminados. Así que algunos empezaron a modificar ciertos hábitos de su vida, su trabajo, sus relaciones, su alimentación…, tratando de acercarse progresivamente a una vida con más sentido, más plena, siendo conscientes y abrazando los altibajos que conlleva el estar vivo.

Las experiencias en estados no ordinarios son el inicio de un viaje en el cual vamos descubriendo recodos desconocidos de nosotros mismos. En ocasiones encontramos paz, liberación, calma y bienestar; en otras, miedo, vergüenza, sufrimiento y desesperación. Todo ello forma parte del proceso de autodescubrimiento, y debemos aceptarlo como tal.

No deberíamos esperar que las sustancias psiquedélicas eliminen nuestras emociones negativas y erradiquen nuestro sufrimiento, puesto que, ya lo dijo Buda, la vida contiene sufrimiento. Los psiquedélicos pueden ayudarnos a navegar el camino con mayor responsabilidad, abriéndonos a la totalidad de la experiencia humana, a las luces y a las sombras y, sobre todo, aprendiendo a relacionarnos mejor con todo ello. “El camino del tao es sencillo, siempre y cuando uno no tenga preferencias”, dicen. Las sustancias psiquedélicas pueden enseñarnos a lidiar mejor con nuestro propio proceso interno y las vicisitudes del estar vivo. Stan Grof dijo en una ocasión: “Con un enfoque abierto, el proceso que inicialmente empieza como terapia se convierte de forma automática en una búsqueda filosófica y espiritual”.

Decían hace un tiempo que los psiquedélicos era como utilizar un helicóptero para subir a una montaña (y bajar de nuevo), mientras que la meditación era como ir subiendo a pie. Creo que es momento de que nos replanteemos esta metáfora. Los psiquedélicos son catalizadores de cambio y herramientas en nuestro camino psicológico y espiritual, como lo son la meditación y tantas otras prácticas. El milagro de estas sustancias es que nos hacen redescubrir que somos responsables de nuestra vida, de nuestra actitud y de qué hacer con quienes somos, con nuestras virtudes, defectos y limitaciones.

Hay que creer en los milagros.

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #287

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