Se sabe que el uso del cannabis por la humanidad se remonta al menos a doce mil años atrás. La primera instancia escrita de su uso medicinal aparece en un libro llamado El herbal, escrito por Shen Nung en el año 2727 aC. La gran mayoría del mundo conoce al menos sus efectos básicos, y más los lectores de esta revista. No obstante, este artículo se centra en una rama de sustancias con una historia mucho más reciente: los cannabinoides sintéticos. Hace unos setenta años, desde que se produjo el primero, y en las dos últimas décadas, su uso se ha extendido a nivel mundial. ¿Tienen ventajas en relación con el cannabis?, ¿o sus riesgos superan los beneficios que puedan aportar?
Para saber qué son y cómo se usan los cannabinoides sintéticos (también llamados cannabimiméticos) no hace falta indagar demasiado en la estructura química de esta clase de sustancias. Sin embargo, es importante destacar la desmesurada cantidad de análogos y derivados que se han detectado hasta ahora. Hay nueve clases principales, con nombres químicos largos y confusos, y cada una tiene decenas de sustancias. Actualmente se sabe de la distribución de aproximadamente ciento veinte sustancias diferentes que pertenecen a esta familia, y que se pueden repartir en tres “generaciones” en función de su fecha de aparición. Se puede hablar de una sustancia de cada generación, aunque el formato y manera de consumo es el mismo para las tres: la vía fumada.
Como estos compuestos son muy potentes por peso (según el cannabinoide, la dosis típica oscila entre menos de cien microgramos o unos cuantos miligramos), de un gramo pueden salir hasta diez mil dosis. Por eso, suelen disolverse en un líquido que luego se rocía por encima de materia de planta inerte como menta o damiana. Este formato es más fácil de fumar, pero tiene la gran desventaja de no ser homogénea. Cuando se trata con compuestos tan potentes, un fallo en la dosificación puede ser mortal. Este preparado con plantas e ingrediente activo se envasa en bolsitas de alrededor de un gramo y se vende como incienso con el mensaje “No apto para consumo humano”. El nombre de estas mezclas no revela mucho sobre sus contenidos, y es más una marca con una composición que varía según el lote (Spice, K2, Black Mamba, etc.).
Primera generación
El JWH-018 es el cannabimimético más conocido. Fue sintetizado por John W. Huffman para estudiar cómo el cuerpo interactúa con cannabinoides. Fue uno de los primeros en venderse, a principios del 2000. Tiene una duración más corta que la de la marihuana (solo dura un par de horas) y se toma en las dosis que se pueden apreciar en la tabla. Sus efectos recuerdan a los de la marihuana pero más intensos, confusos y menos eufóricos. Suele subir muy rápido y bajar muy rápido, y causa efectos más psicodélicos que los del cannabis. La diferencia más importante no está en la duración o intensidad, sino en que el JWH-018 (y prácticamente todos los cannabinoides sintéticos) puede causar graves efectos secundarios. En casos que han llevado a hospitalización se han observado ataques epilépticos, convulsiones, síndrome de abstinencia, infartos y, en un caso concreto, la muerte. La marihuana destaca en el mundo de las drogas recreativas como una de las más seguras a nivel físico; los cannabinoides sintéticos no comparten este gran atributo.
No obstante, considerando el uso extendido que llegó a obtener el JWH-018, parece ser de los más seguros de la familia, ya que otros han sido responsables de varias muertes. Es lógico preguntarse por qué, aun así, alguien querría consumir esta sustancia, pero cabe destacar que no da positivo en la mayoría de drogotests, es muy barata, y hasta mayo del 2016 era legal en España. Se puede ver como un ciudadano de un país con leyes muy estrictas sobre drogas y/o con difícil acceso a la hierba, se vería atraído por esta sustancia.
Segunda generación
Después de que se fiscalizaran varios cannabinoides en un intento de reducir su disponibilidad, los comerciantes del mercado gris se pusieron manos a la obra. En vez de Spice, apareció Genie, y en vez de JWH-018, contenía THJ-2201. Con efectos similares y un poco más potente por peso, es un substituto apto. El único problema (que no es pequeño) es el hecho de que el THJ-2201 es aún más desconocido y hasta que apareció en mezclas herbales nunca se había oído hablar de él. El problema con los cannabinoides es que hay un número prácticamente infinito de modificaciones para hacer nuevos compuestos; prohibir uno sirve de poco, y prohibir una familia solo sirve para forzar la aparición de otra aún más misteriosa. Eso sí, los efectos secundarios de la primera generación siguen presentes, y los usuarios de estas mezclas herbales ahora los experimentan con más frecuencia. El THJ-2201 está fiscalizado en algunos países (en España sigue siendo legal), y su duración es la misma que la del JWH-018. La dosis se puede ver en la tabla correspondiente.
Tercera generación
La primera estrategia de fiscalizar compuestos no fue muy bien, y repetir estrategia para combatir los cannabinoides de segunda generación fue aún peor. Porque si algo le faltaba a este grupo de sustancias para ser más peligrosas es que fueran aún más potentes. El 5F-ADB se lleva el premio. Se detectó por primera vez en el análisis post mortem en Japón de unas diez personas. Es decir, antes de que hubiera tiempo de identificarlo o darse cuenta de que circulaba, ya se había cargado a casi una docena de individuos. También conocido como 5F-MDMB-PINACA, es un compuesto tan potente que se cree que la dosis ronda los cien microgramos, cantidad prácticamente invisible al ojo humano. Más allá de eso no se sabe mucho más. Este compuesto está actualmente explícitamente fiscalizado en Estados Unidos y Japón. En España no es ilegal.
En España, el uso de cannabinoides sintéticos se ha mantenido bajo y muy focalizado a ambientes concretos como centros de menores. Es posible que esto se deba a la facilidad de conseguir marihuana, que es una alternativa mucho más segura, y a la relajada penalización del consumo o tenencia de esta sustancia. Para otros países menos afortunados quizás sería apropiado probar un enfoque diferente para tratar este problema. Los primeros cannabinoides sintéticos presentaban riesgos importantes, pero teníamos un mínimo de información sobre ellos y era factible su dosificación precisa. Los más nuevos se parecen más a un arma química que a una droga recreativa, siendo la única diferencia la dosis consumida. El día que salga en las noticias que algún joven imprudente se ha liado un porro demasiado grande con el que se han intoxicado varias decenas de personas se podrá replantear la cosa, pero por ahora los escasos beneficios que pueden ofrecer los cannabinoides sintéticos son infinitamente menores que sus extensos y numerosos riesgos.