Captagon, la droga del mal y la escalada mediática
Estaba un viernes por la noche apaciblemente sentado en una taberna de Bérgamo, tomándome unas cervezas, comiendo pasta, sin prisas, dejando pasar el tiempo simplemente no haciendo nada, cautivado por el ambiente fantasmagóricamente medieval que la niebla imprimía a la ciudad, cuando hojeando la prensa local me asalta la vista el titular: “Droga, non basta Allah".
Estaba un viernes por la noche apaciblemente sentado en una taberna de Bérgamo, tomándome unas cervezas, comiendo pasta, sin prisas, dejando pasar el tiempo simplemente no haciendo nada, cautivado por el ambiente fantasmagóricamente medieval que la niebla imprimía a la ciudad, cuando hojeando la prensa local me asalta la vista el titular: “Droga, non basta Allah".
Me detengo en la noticia y, para mi sorpresa, leo: “En las jeringas encontradas en París, en la habitación de Abdeslam Salah, uno de los terroristas del comando que sembró la muerte en la capital francesa, se encontraron rastros de Captagon, una anfetamina que quita el miedo”.
Cuando el lunes siguiente me dispongo a escribir este artículo, tecleo en Google “Captagon” y, ¡oh, sorpresa!: ¡en tres días de aislamiento informativo la noticia se ha hecho presente en el espacio mediático de medio mundo! Ya hay numerosos titulares, algunos de título novelesco como “Captagon, la droga del yihadista impasible”, otros de tipo profético como “Advierten que ya podría estar en el país la droga Captagon” (¡en un medio argentino!), o el que ya da por hecha la instauración del problema e informa con un “Todo lo que necesitas saber sobre el Captagón, la ‘droga de los yihadistas”. La verdad es que nunca antes había escuchado hablar de esta droga, a pesar de que al menos hay una entrada en Google previa a los atentados de París (de hecho, de febrero del 2015), con el titular “Captagon, la anfetamina mágica del yihadismo”, y con una narrativa tan pretenciosamente poética como: “La adicción a los psicotrópicos provoca en ellos [los yihadistas], cada vez más, la insaciable sed de derramar sangre, de asesinar sádicamente al prójimo, de violar a las mujeres, de ajusticiar públicamente a herejes, homosexuales, blasfemos o cualquiera que contradiga las creencias sobre su moralidad”. Incluso hay medios que hacen la previsible relectura del origen de la secta de los asesinos como provocada por los paraísos artificiales que induce el hachís en su versión contemporánea del Captagon.
Abrumado con tanta información cuando menos inquietante, intento saber qué sustancia concreta es el Captagon que provoca tales conductas horripilantes, y las fuentes parecen coincidir en que se trata de un fármaco llamado fenetilina (un fármaco, según la Wikipedia, compuesto por la unión química de anfetamina y teofilina, el principio psicoactivo del té), y Captagon es uno de sus nombres comerciales. Los diferentes medios se refieren a sus efectos como una droga que inhibe el miedo, la sensación de dolor y la empatía. De ahí, explican los medios, la frialdad y la brutalidad de los yihadistas, “lo que concordaría con la descripción de los supervivientes de la matanza, que aseguran que los terroristas mataban ‘sin pestañear”.
La historia en su conjunto recuerda a la profusión de noticias que hace un tiempo aparecieron sobre la “droga caníbal” (metilendioxipirovalerona, MDPV), a pesar de no haberse descrito un solo caso en el que esa droga estuviera directamente relacionada con actos de ataque para conseguir carne humana. Parece ser que el Captagon se consume por toneladas en algunos países árabes. Según el diario El Mundo: “En el 2010, Arabia Saudí había recibido siete toneladas de Captagon” y “la policía de Dubái también informó de que se habían incautado 4,6 millones de pastillas el pasado diciembre”. La pregunta lógica entonces es: si esta droga induce instintos asesinos, ¿por qué no se matan entre ellos los miles de jóvenes que cada fin de semana la toman en las discotecas? Dadas las cifras de producción y venta de las que nos informan los medios, en el oriente islámico debería estar produciéndose un auténtico genocidio entre las clases sociales acomodadas. La realidad es que las drogas son instrumentos, y se pueden utilizar para los fines que cada uno tenga en su interior. Pero esto ya lo saben ustedes y qué más les voy a contar… Por si acaso, vigílense si les da por tomar speed vasco.