Si bien hace unos años lo que estaba más de moda era ser terapeuta psiquedélico, y más comúnmente facilitador de experiencias chamánicas, ahora ha aparecido este nuevo rol, que también está muy de moda y añade un toque sexi a la profesión, a menudo rutinaria y poco espectacular, del psicólogo y terapeuta.
Un poco de historia
El término integración aparecía ya en los artículos científicos de la investigación psiquedélica. Quizás fuera Ronald Sandison, un psiquiatra británico que investigó con LSD, quien apuntara al término integración tras una experiencia psiquedélica. Él lo denominaba “rehabilitación”, y hacía referencia a la recuperación tras la experiencia y a un periodo de tiempo en el que quizás la persona necesitara apoyo para no precipitarse en tomar decisiones trascendentes que fueran luego equivocadas (como iniciar una relación, separarse, vender un negocio…, cosas que vemos que ocurren a veces a personas que regresan de algún intenso retiro chamánico).
Betty Eisner, otra investigadora, se dio cuenta de la necesidad de hacer algo después de la experiencia con LSD, en este caso, tras sufrir en sus propias carnes un viaje difícil. En aquel entonces todavía no se tenía mucha consciencia del potencial de las sustancias psiquedélicas y se consideraba que sus efectos se debían simplemente a la farmacología, y que, por tanto, tras unas horas, las aguas volverían a su cauce.
Otro autor, también de formación psicoanalítica como los anteriores, utilizó la expresión función integrativa de la psique, en 1955, para referirse a que la propia psique del paciente, bajo el influjo de las sustancias psiquedélicas, es quien dirige y regula la experiencia. Los autores psiquedélicos de los cincuenta también hablaron de que, bajo los efectos de los psiquedélicos, podemos tener “experiencias integrativas” en las que partes poco conocidas o rechazadas de nosotros mismos eran aceptadas –integradas– en nuestra identidad.
Otros investigadores, en los años setenta, empezaron a preguntarse si los cambios dramáticos que a veces se observaban tras experiencias psiquedélicas, en particular, en pacientes alcohólicos cuando recibían experiencias de dosis alta de LSD, podían ser mantenidos en el tiempo o simplemente se desvanecían poco a poco. Aquí empezó a aparecer otra dimensión de la integración que tiene que ver con tratar de mantener los cambios positivos.
Quizás fuera en el equipo del Spring Groove, en el Maryland Psychiatric Research Center, donde se empezó a utilizar el término integración con más asiduidad como elemento en su protocolo de tratamiento. Entre los miembros del equipo de Spring Grove, encontramos algunos de los grandes nombres de pioneros de la terapia psiquedélica, como Bill Richards, Stanislav Grof y Walter Pahnke. Así pues, en los orígenes de la terapia psiquedélica, empezaron a darse cuenta de que había que hacer algo después de la experiencia.
A todo ese conjunto de prácticas se le denomina integración. ¿Y por qué y para qué hay que hacer integración? A mí me gusta, como ingeniero que soy, dividirlo en categorías sencillas y entendibles. Pues bien, la integración sirve principalmente para dos cosas: una, para maximizar los potenciales beneficios de una experiencia negativa, y dos, para lidiar con los potenciales problemas que hayan podido aparecer tras una experiencia difícil. Maximizar beneficios y reducir efectos adversos.
Mi recorrido como terapeuta de integración
"La integración también es necesaria porque los psiquedélicos no son la panacea. Hace falta desarrollar una práctica terapéutica que incluya las experiencias psiquedélicas pero que no se limite a ella. Una terapia que utilice todo el potencial de estas experiencias y que, además, proporcione un contexto adecuado para un tratamiento efectivo y humano"
La verdad sea dicha, nunca tuve la intención de convertirme en terapeuta de integración ni en hacer carrera en este ámbito. Pero a veces en la vida uno no escoge a dónde le lleva el camino, y la verdad es que en la última década he dedicado un porcentaje muy significativo de mi tiempo a este menester. Así es como me convertí en un terapeuta de integración.
Todo empezó en el año 2012. En aquel entonces había terminado mi formación como facilitador de respiración holotrópica, y estaba terminando mis estudios de psicología. En el contexto de la respiración holotrópica, como es una técnica creada por uno de los pioneros psiquedélicos de Spring Groove, Stanislav Grof, se pone mucho énfasis tanto en la preparación de la experiencia, como en su correcto acompañamiento y también en su integración. Todos los talleres están diseñados para que haya tiempo y atención a estos tres pilares. También tenía un recorrido considerable en el mundo de las emergencias psiquedélicas, gracias al trabajo en Kosmicare, que conté en una anterior entrega de esta sección.
Quería dedicarme a facilitar talleres de respiración holotrópica, y eventualmente ser terapeuta psiquedélico, o sea, acompañar a personas en sus viajes psiquedélicos en un contexto terapéutico. Pero eso no era tan fácil, y de hecho me ha costado bastantes años, hasta que por fin pude ser parte de un estudio clínico y administrar psilocibina a personas con depresión resistente. Pero esto es harina de otro costal.
Fue en el Boom Festival que conocí a mi querido amigo, a quien no veo lo suficiente, Benjamin De Loenen, fundador del International Center for Ethnobotanical Education, Research, and Service, ICEERS para los amigos. Ben y yo conectamos bien, y me ofreció colaborar con su incipiente fundación. El rol que tuve en aquel momento, y que definiría mi práctica terapéutica y desarrollo profesional futuros, fue contestar los correos de las personas que escribían a ICEERS.
Muchas de estas personas preguntaban dónde ir a tomar ayahuasca, qué tenían que tener en cuenta, pedían consejo y solicitaban orientación. Otras personas contaban sus experiencias con la planta, y a menudo eran experiencias difíciles. Se ponían en contacto con nosotros porque, tras una experiencia complicada, estaban sufriendo efectos no deseados. Yo era psicólogo, con experiencia en acompañar emergencias psiquedélicas y tiempo para leer y contestar esos correos. En los casos más dramáticos ofrecía sesiones por videoconferencia para tratar de apoyar a estas personas.
Ben y yo nos dimos cuenta de la necesidad de ofrecer este servicio, y así es como nació el Help Center de ICEERS, un servicio gratuito en el que las personas nos contactaban para recibir apoyo tras sus experiencias difíciles. Y así es como me convertí en terapeuta de integración, antes incluso de que la integración fuera algo habitual y antes incluso de tener consciencia de que estaba empezando a dedicarme a esta profesión que ahora mola tanto.
Sobra decir que al inicio no tenía mucha idea de qué era lo que tenía que hacer. No había un mapa definido sobre cómo había que ayudar a las personas que nos contactaban. Así que empezó un periodo muy fructífero de observación y aprendizaje. Mi obsesión fue siempre entender lo mejor que pudiera lo que estaba ocurriendo: por qué la persona se encontraba en dificultades. Pero, sobre todo, cómo ayudar a esa persona. Descubrir qué hacer para que las personas recuperaran las riendas de su vida tras la experiencia y dejaran de necesitar la ayuda de un terapeuta, se convirtió en mi pasión.
Por ello, a lo largo de los años, cuando me daba cuenta de mis limitaciones y las dificultades que me encontraba con los distintos casos, seguía formándome. Formación psiquedélica y transpersonal, sí. Pero también formación tradicional, cognitiva, conductual. Y humanista. Bebí y bebo de tantas fuentes como me es posible. Soy un gran bebedor.
Con los años, la gente me fue reconociendo como experto sobre integración. A pesar del honor que siento al ver que a muchas personas les inspira mi trabajo, no me considero un experto en la materia. Mi trabajo ha sido y es el de terapeuta. Y, como tal, busco la mejor forma para ayudar a quien llama a mi puerta. También me gusta escribir, enseñar y divulgar: poner nombres a las cosas que no lo tienen, explicar la mecánica y la dinámica de los procesos que ocurren. Y por eso no solamente me dedico a hacer terapia e integración, sino que también hablo de ello y trato de compartir conocimiento.
Todo ello cristalizó en un libro acerca de integración, que titulé Integración psiquedélica: lógicas no ordinarias y los retos de la psicoterapia en estados expandidos de consciencia, y que va a ser publicado el año que viene en la Editorial Eleftheria. Pero hoy no he venido a hablar de mi libro (otro día lo haré).
La integración, una disciplina (todavía) necesaria
Desarrollar la teoría y la práctica de la integración psiquedélica es todavía necesario. Más y más personas están teniendo acceso a experiencias en estados no ordinarios, y con ello, muchas personas sienten que necesitan apoyo después: sea para mantener los beneficios que han obtenido, sea para paliar malestares derivados de una mala experiencia.
La mayoría de los psicólogos, psiquiatras y terapeutas tienen un conocimiento muy limitado, y a menudo sesgado, de lo que son las sustancias psiquedélicas y sus usos. Eso hace que a menudo sus pacientes sepan más que ellos del tema y se sientan inseguros a la hora de tratar abiertamente este asunto. En muchos casos, los terapeutas tienen miedo, prejuicios y opiniones morales sobre el uso de psiquedélicos. Por tanto, todavía hay que hacer una labor educativa para que más profesionales de la salud puedan abordar el asunto de la terapia psiquedélica con apertura de miras.
Entre los facilitadores, terapeutas, chamanes y demás personas que forman parte de la comunidad psiquedélica existe la noción de la importancia de la integración, pero muchos de ellos no saben cómo hacerlo. Muchos pacientes me cuentan que sienten que algunos terapeutas de integración solamente saben proporcionarles una escucha activa, comprensión y acompañamiento (que no es poco), pero ellos sienten que necesitan herramientas para enfrentarse a la situación que les ocupa. Por tanto, existe también la necesidad de proporcionar un conocimiento y una formación técnica a estos profesionales para que puedan ayudar mejor a sus pacientes.
La integración también es necesaria porque los psiquedélicos no son la panacea, desgraciadamente. Hace falta desarrollar una práctica terapéutica que incluya las experiencias psiquedélicas pero que no se limite a ella. Una terapia que utilice todo el potencial de estas experiencias y que, además, proporcione un contexto adecuado para un tratamiento efectivo y humano. En ese sentido, hay mucho trabajo por hacer.
Pero, como escribí en otro lugar y en otro tiempo, anhelo el día en que la integración no sea necesaria: que no haya que ir a un terapeuta de integración para hablar de tu experiencia. Anhelo el día en que las sustancias psiquedélicas estén integradas en nuestra sociedad y hayamos aprendido a utilizarlas de forma responsable, autogestionada y compasiva; que los integradores sean nuestros amigos, nuestros seres queridos. Y que tomemos responsabilidad de nuestras acciones y nuestro propio proceso personal, sin otorgar el poder a otro, sea chamán, terapeuta, gurú o influencer.