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La desvanecida y necesaria ritualidad psicodélica

Abordar el tema de la ritualización de las experiencias de expansión de la consciencia es una tarea compleja que se puede enfocar desde diversas disciplinas. En este caso, he escogido la mirada de la etnopsicología.

Abordar el tema de la ritualización de las experiencias de expansión de la consciencia es una tarea compleja que se puede enfocar desde diversas disciplinas. En este caso, he escogido la mirada de la etnopsicología.

Hace más de tres décadas que recurro a los estados expandidos de consciencia (EEC), experimentados dentro de significativos marcos ritualizados y propulsados por la respiración holorénica o por psicodislépticos. Los EEC son la base de procesos curativos y de cultivo del mundo interno, que ayudan a las personas a ubicarse plenamente en el mundo. Lo que expondré hoy es una síntesis de mi experiencia y, como se suele decir, probablemente más sabe el diablo por viejo que por diablo.

Comencemos fijando los términos de referencia. El concepto ritual, a pesar de ser uno de los puntales de la antropología, no acaba de estar bien definido. De ahí que los antropólogos usemos apellidos para referirnos a los ritos: iniciático, de paso, fúnebre y otros. Hace años acuñé el neologismo exaces, acrónimo de experiencia activadora de estructuras, ya que todo rito es una experiencia culturalmente consensuada para activar estructuras internas en el sujeto: psicológicas, sexuales, cognitivas, espirituales o físicas. En este sentido, debe diferenciarse un rito de cualquier ceremonia o celebración: una ceremonia es un evento dirigido hacia afuera, el foco está en los demás, en celebrar un orden social. Un rito, en cambio, está dirigido a activar y actualizar evolutivamente el mundo interno de los humanos.

La grave situación de desatino en la que estamos navegando –técnicamente, anomia– a nivel individual y colectivo se debe a la desaparición de los ritos. Por ello, y como voy a exponer, es urgente volver a ritualizar el consumo de enteógenos sea con fines terapéuticos o para arraigar a la persona en el cosmos, impulsando un desarrollo armonioso de sus capacidades y frenando el nefasto modelo mercantilista que se está extendiendo, controlado por las élites corporativas, que solo están interesadas en los beneficios económicos derivados de tales tratamientos y en el control social.

En este sentido, la ineludible necesidad de un resurgir ritual nace de cuatro circunstancias que caracterizan el mundo de hoy y que me animan a justipreciar la ritualidad en la búsqueda de EEC.

I.

"La verdadera pandemia que invade Occidente hoy es el trastorno depresivo, para cuya curación sería especialmente adecuado el uso honesto de enteógenos. Y el origen de la depresión hay que buscarlo en la oleada de individualismo que envuelve y ahoga al occidental medio, en especial en las sociedades técnicamente más desarrolladas"

El primer factor que urge la ritualización de la psicodelia –y, en general, de todo EEC– se refiere a la necesidad que tiene todo individuo de ajustar su cosmovisión tras, en palabras de Aldous Huxley, “abrir las puertas de la percepción”. Habitualmente, tras un EEC, y en especial si es de las primeras experiencias del sujeto, la persona descubre realidades endógenas o exógenas insospechables en su experiencia anterior del mundo. Tal vez emergen a la consciencia hechos biográficos enterrados en la mente, tal vez siente los indescriptibles lazos que la relacionan con una realidad externa amplia y misteriosa, inconcebible desde su percepción racional, y esta expansión cognitiva que suele acompañar el abrir las puertas de la percepción es algo que, con frecuencia, el paciente o el neófito no sabe dónde ni cómo encajar en el modelo que tiene del mundo.

Recuerdo el caso de una mujer joven que acudió al psicoterapeuta empujada por una angustia y depresión difíciles de sostener. Al someterse por primera vez al efecto del enteógeno en un contexto adecuado, vislumbró que tal vez un hombre de su familia había abusado de ella en su infancia, siendo la causa de su deplorable estado anímico y de su tendencia a la soledad. Tras tres sesiones, fue tomando forma la sospecha inicial, a pesar de que el terapeuta intervenía discretamente para evitar que tal convencimiento fuera una fantasía de la paciente. A pesar de ello, la mujer seguía hundida en la depresión y empezó a desconfiar del tratamiento, pero el contexto, los mensajes y las explicaciones razonables que acompañaban las sesiones le despertaban una lejana sensación de certeza y de seguridad. Tras la cuarta sesión con psicodilépticos, la paciente empezó a sentir que en su interior surgía un arrebato de ira. Animada por el terapeuta, gritó, lloró, golpeó árboles con fuerza y se sorprendió del cambio: de depresión y abulia a explotar de furia. El terapeuta le fue explicando con metáforas que la depresión es una forma de contener la tremenda ira causada por algunos hechos de su vida y que, a medida que un estado depresivo va sanando, suele surgir la rabia, indicador del proceso curativo. Poder comprender simbólicamente, en forma de narración, lo que estaba viviendo fue un gran paso hacia su mejoría.

La necesidad de ritualizar la experiencia psicodélica no suele presentarse si el sujeto la busca con fines lúdicos, pero cuando el objetivo es reformular el sentido del mundo o rehacer la imagen dolorosa que el paciente ha tejido de sí mismo, entonces es imprescindible un marco ritual y una red de símbolos significativos que, como detallo más adelante, le den soporte y sentido.

Uno puede entender que la imaginería mental generada por un EEC tiene una raíz animista –en los pueblos chamánicos– o un origen divino explicado por las palabras de los inspirados fundadores de la doctrina –las formas devocionales de uso–, o bien que surge del propio inconsciente –la concepción psicoanalítica–, pero en cada caso el sujeto dispone de una red de símbolos con significado que ofrecen un sentido para la experiencia que ha tenido tras abrir las puertas de la percepción, y la red de símbolos que pueden ayudar a dar sentido a la experiencia perenne se transmite arropada por un ritual.

II.

"Los encuentros para consumir psicodislépticos con frecuencia son ofertas mercantilistas carentes de toda fuerza simbólica vinculante. Forman parte del tipo de experiencias intensas pero insubstanciales y fugaces que, ofrecidas a través de las redes digitales, constituyen parte del mundo Google"

En segundo lugar, la experiencia con enteógenos ha de prever que el paciente o el neófito acceda a lo que en antropología denominamos “conocimiento corporeizado”, conocimiento derivado de la experiencia personal total.

El conocimiento corporeizado es un concepto formulado por el biólogo y filósofo chileno Francisco Varela, y se refiere al hecho de “conocer como práctica corporal”, no solo intelectual. Proviene del cuerpo interactuando con otros cuerpos, hasta formar una totalidad, constituyendo una verdadera comunidad sin necesidad de comunicación. Varela reivindicaba la experiencia humana como base para el conocimiento y que la experiencia humana es corporal, es el cuerpo el que experimenta. En este sentido, podemos afirmar que lo que uno no experimenta no es verdadero conocimiento, solo es información.

El conocimiento corporeizado tan solo se puede revelar como experiencia de realidades y verdades trascendentes, en un marco y en un tiempo ritual. Un cúmulo de datos fríos y descontextualizados de un paciente, creedme, no permite conocer su trastorno ni cómo lo vive ni diseñar una terapia ad hoc.

Los ritos son repetitivos y estrictos en su desarrollo con un sentido final indicado por la red simbólica que los envuelve, garantizando el acceso al conocimiento corporeizado, al conocimiento completo que nos relaciona y nos implica con y en el mundo. El sujeto alcanza el conocimiento corporeizado –o es alcanzado por él– a través de una experiencia especial en la que, a menudo, no hay ni enseñante, sino solo un rector que orienta la experiencia a través de símbolos, a menudo musicales, que ayudan a la persona a orientarse en el mundo preverbal de las imágenes y sensaciones, facilitándole experimentar lo numinoso, de donde surgen las comunidades, y en las verdaderas comunidades no es necesaria la comunicación. Citando a Byung-Chul Han, hoy en día hay mucha comunicación y poca comunidad.

En cierta ocasión se presentó en mi centro un hombre de mediana edad. Me habló de sí mismo como si fuera un psicólogo, usando terminología clínica –de la que inferí con qué terapeutas había estado–. Le habían vendido microdosis de psilocibina que tomaba según las indicaciones recibidas, pero su agitación seguía igual. Tenía la lección bien aprendida a nivel mental, pero ignoraba todo en referencia al conocimiento corporeizado y a la empatía. Repito, toda terapia apoyada en EEC –sea usando enteógenos u otras técnicas extatogénicas– o toda búsqueda del sentido último de la existencia debe contemplar el conocimiento holístico que proviene del cuerpo interactuando con otros cuerpos hasta formar una totalidad con ellos, una verdadera comunidad.

III.

El tercer factor que llama a la ritualización de los EEC viene dado por la deshumanización de lo que denomino “mundo Google”. Es un patrón cultural radicalmente opuesto a los ritos, a la creatividad, a la libertad y a la profundidad existencial.

El mundo Google está en la raíz de la mayor parte de trastornos psicológicos actuales. Está generado por la digitalización y la descontextualización de la vida dominada por avalanchas de datos, de mera información desordenada, que suscita la fantasía de “conocer”. El mundo Google es la infoesfera en la que habitamos y donde manejamos las cosas con las que interactuamos como infómatas, reducidos al mundo que nos ofrece el propio cosmos de información insubstancial que nos envuelve. Desde finales del siglo xx, los simples datos se sobreponen al verdadero conocimiento y suplantan la realidad, y, como es sabido desde antiguo, la información fuera de contexto pierde su sentido. La digitalización desmaterializa y descorporeiza el mundo, convertido en un bazar de datos inconexos, dejándonos a merced de un alud constante de información descontextualizada que desinforma de la vida, convirtiendo el mundo en fuente de angustia, por tratarse de un mundo sin implicación, sin narrativa. El mundo Google suprime los recuerdos personales ahogándolos en oleadas de datos sensacionalistas y constantemente cambiantes.

De estudiante y al principio de mi carrera como investigador, cuando quería una información debía ir a bibliotecas, revisar numerosos libros y revistas, pedir orientación, a veces incluso ir a conocer a la persona que sabía de aquello que yo buscaba. Esta forma de buscar información me sumergía en un contexto que iba dando sentido a la información. Actualmente, uno escribe una palabra en un buscador digital y al instante aparecen miles o millones de enlaces donde hay datos relacionados con ello, pero son datos descontextualizados, deslavazados, pobres, como puntas de iceberg del que no se sabe nada y fuente de falsas informaciones sin contrastar.

Una amiga me comentó que, de pronto, se había dado cuenta de que no tenía cariñosas fotos en papel de los últimos quince o veinte años, justo desde que llegaron las digitales y que nunca mira. La memoria digital es barata, pero no nos sirve para tejer una identidad personal o grupal ni para generar la necesaria comunidad frente al individualismo que nos invade. Y, dicho sea de paso, la locura en todas sus expresiones tiene como factor básico el olvido de uno mismo, el abandono y la falta de implicación con el presente. En el mundo Google, la mayoría de terapeutas y de profesionales tienen poca o ninguna implicación emocional, identitaria ni espiritual con los pacientes; es un mero trato comercial.

La desvanecida y necesaria ritualidad psicodélica

"Los ritos con su repetición permanente permiten volver al espacio-tiempo perenne, el que siempre estuvo, está y estará, y donde encontramos el sentido y la energía para vivir. Son un tiempo dentro del tiempo"

Las enormes inversiones para construir centros donde ofrecer terapia con psicodislépticos están movidas por el más crudo interés económico. Un paciente, en general, no es un individuo al que escuchar y con el que empatizar, no. Es una simple fuente de ingresos. El juramento hipocrático dice así: “El juramento mediante el cual se os admite como miembros de la profesión médica constituye una invocación a Dios o a aquello que cada cual considere como más alto y sagrado en su fuero moral, como testimonio del compromiso que contraéis para siempre”. No hay que filosofar mucho para descubrir que el dios aceptado en el mundo Google ya no tiene relación con el “fuero moral”, sino que ha sido suplantado por el “dios euro” o “dios dólar”. El juramento hipocrático continúa: “Los médicos os comprometéis a hacer de la salud y de la vida de vuestros enfermos la primera de vuestras preocupaciones”. ¿Dónde ha quedado este juramento? No voy a poner ejemplos porque es de sobra conocida la indecente mercantilización de las aseguradoras y clínicas privadas, y el carácter mercenario de la mayor parte del personal sanitario que trabaja para ellas.

La verdadera pandemia que invade Occidente hoy es el trastorno depresivo, para cuya curación sería especialmente adecuado el uso honesto de enteógenos. Y el origen de la depresión hay que buscarlo en la oleada de individualismo que envuelve y ahoga al occidental medio, en especial en las sociedades técnicamente más desarrolladas.

Según datos de la OMS, organismo conocido por su conservadurismo, el promedio mundial de adultos que sufren depresión es del 5%. Este índice asciende al 14,6% en los países industrializados, marcando los máximos en Francia, donde el 21% de los adultos sufre trastorno depresivo, y en Estados Unidos, donde lo padece el 19%.

Todo en el mundo digital apunta hacia la pérdida de libertad y hacia el individualismo. Incluso los servicios y marcas que se publicitan como solidarias, ofreciendo autocuidados para el cuerpo y la mente, favorecen el narcisismo. Incluso la espiritualidad, tradicional ámbito del sentir comunitario, despojada de la calidad de lo divino, de la búsqueda grupal de lo trascendente, se ha convertido en otra fuente de individualismo. Los encuentros para consumir psicodislépticos con frecuencia son ofertas mercantilistas carentes de toda fuerza simbólica vinculante. Forman parte del tipo de experiencias intensas pero insubstanciales y fugaces que, ofrecidas a través de las redes digitales, constituyen parte del mundo Google que nos aleja de los demás seres humanos, dejando al individuo desprotegido frente a la presión continua del mundo digital por producir y ser alguien.

Este es el núcleo de la cuestión. La presión social y la soledad son las verdaderas raíces de la depresión que invade la vida del occidental medio y que no se pueden resolver con fármacos antidepresivos, meros psicomaquillajes. De ahí la importancia de regenerar las formas rituales como contextos adecuados para expandir la consciencia y tejer comunidades con implicación y sentido. Durante la pandemia, años 2020-21, supe de una persona que ofrecía dirigir sesiones de ayahuasca vía Zoom. Puede que esta vía sea útil para intercambiar información y para formar una “comunidad digital”, expresión en sí misma falaz.

En este sentido, las informaciones son adictivas, no son narrativas. Los datos pueden contarse y sumarse, pero no pueden narrarse. Como unidades discontinuas de breve actualidad, los datos no se combinan para constituir una historia. Así es como observamos que la adición y la acumulación de información ha conseguido suplantar las narraciones, pero solo las narraciones crean significado y dan un contexto con sentido por el que desplegarse una vida humana armoniosa. El orden digital y numérico carece de historia y de memoria, fragmentando y desestabilizando la vida. Y una verdadera experiencia con enteógenos solo puede ser narrada a través de símbolos compartidos por una comunidad que le permitan compartir la experiencia de lo Inefable.

IV.

"El orden digital y numérico carece de historia y de memoria, fragmentando y desestabilizando la vida. Y una verdadera experiencia con enteógenos solo puede ser narrada a través de símbolos compartidos por una comunidad que le permitan compartir la experiencia de lo Inefable"

Por último, abramos la puerta a la pregunta central: ¿qué función tienen los ritos en la psicodelia? Los ritos son la expresión de un contenido simbólico o narrativo que generalmente tiene el origen en los mitos de origen de la sociedad, y su acción es repetitiva. Reiterativos no significa rutinarios, sino que justamente la especial repetición minuciosa de los rituales da a los humanos sensación de controlar el tiempo y de hacerlo desaparecer.

Los ritos con su repetición permanente permiten volver al espacio-tiempo perenne, el que siempre estuvo, está y estará, y donde encontramos el sentido y la energía para vivir. Son un tiempo dentro del tiempo.

Un rito es el proceso por el que un individuo aislado se convierte en un ser integrado en un conjunto, en miembro de una comunidad y, a lo largo de la historia de la humanidad, los ritos han tenido un papel central para dar orden a la experiencia individual y colectiva. Han servido, y siguen sirviendo, para organizar el espacio, mantener el equilibrio social y, muy especialmente, para organizar el tiempo. De esta manera, los ritos nos han permitido construir modelos y estilos cognitivos y culturales para relacionarnos entre nosotros y con el mundo.

Dentro de los ritos, el uso de psicodislépticos y de estrategias extatogénicas ha ejercido un papel central en el proceso evolutivo del ser humano, cumpliendo una función adaptógena ante las contingencias ambientales, sociales y psicológicas. De ahí la propuesta que defiendo para cambiar el concepto de rito por el de exaces.

Al nacer, el ser humano es un animal inacabado. Para nuestra realización como seres humanos necesitamos una red de relaciones significativas compartida con otros miembros de nuestra especie que, a través de los símbolos, nos permita dar orden y sentido al mundo. Es decir, todo ser humano requiere de una cultura para ser humano. Ya desde inicios del siglo xx, Ernst Cassirer afirmaba que el ser humano es un animal simbólico que posee una capacidad extra somática que complementa el orden natural, permitiéndonos crear un mundo exclusivo del cual, después, no podemos salir. Esta capacidad sitúa al ser humano en un universo simbólico.

El símbolo desencadena el pensamiento, y la percepción simbólica del mundo sirve para desarrollar procesos de reconocimiento de uno mismo y de los otros, permitiéndonos superar la incertidumbre y la contingencia de la experiencia del mundo. En este proceso de humanización, los ritos generan sentido, son acciones simbólicas que permiten establecer comunidad, dar estabilidad a la vida, dar sentido al tiempo y, gracias a su repetición, hacen de la experiencia en el mundo algo significativo, duradero, que genera intensidad existencial. Citando de nuevo al filósofo Byung-Chul Han, el rito es al tiempo lo que el hogar es al espacio, porque el rito genera comunidad.

Los símbolos y los ritos nos permiten expresar contenidos inconscientes que no tienen otra vía, ni a través de billones de datos correlacionados en el big data. Sin ritos que marquen el tiempo, nos hemos acostumbrado a percibir la realidad como una fuente ininterrumpida de estímulos y, adictos a la información, estamos ciegos para las cosas silenciosas y discretas, incluyendo los actos cotidianos que no nos estimulan pero que nos anclan en ser. Los ritos nos anclan en el ser siendo lo opuesto al mundo Google. Sin ellos el mundo se torna cada vez más intangible y sombrío, nada es sólido. Los ritos, repito, son acciones simbólicas y la percepción simbólica percibe lo duradero.

Por otro lado, el símbolo significa reconocimiento, de manera que un ritual se convierte en un acto de reconocimiento comunitario y perenne, poniendo a los miembros de una comunidad en contacto con los ciclos de regeneración y con la muerte, evitando la actual sensación del tiempo escapándose y dejando una amarga estela de vacío. Los rituales y los símbolos aportan sustancia a la vida conectándonos con lo perenne, con ese espíritu de la profundidad del que habla actualmente Kae Tempest y en el siglo pasado, C.G. Jung.

Los ritos tejen la identidad individual y social, orientan las transformaciones en el individuo y en el grupo, dando continuidad y contenido a la experiencia de muerte y regeneración, de la que nace la capacidad de renovación. Los rituales configuran las transiciones esenciales de la vida, siendo formas de delimitar y de abrir tales periodos vitales. Sin ellos, nos deslizamos de un periodo vital a otro sin solución de continuidad.

En numerosas sociedades tradicionales, el propósito de los rituales es crear armonía entre el mundo humano y el mundo de los dioses y de los antepasados, y con la naturaleza. Es decir, permiten vivir en armonía entre la dimensión consciente e inconsciente, desconexión que está en la base de la mayoría de trastornos psicológicos.

En los estudios de antropología, ocupan un capítulo importante las diversas tradiciones locales que indican cómo preparar a los individuos para que se puedan entregar a la experiencia ritual iniciática y salir de ella vivos y transformados, que es lo que pretende la actual terapia con EEC. Es un proceso en el cual el lenguaje hablado y escrito –los datos y la información– encuentran su límite. De ahí que, como dice Malidoma P. Somé, del pueblo dagara de Burkina Faso, las culturas permanecen vivas proporcionalmente al silencio que las envuelve –la nuestra es una cultura especialmente ruidosa...

V.

Así pues, ritualizar el uso terapéutico de enteógenos o de EEC es la respuesta a nuestra pregunta, y se resume en que:

  1. la terapia, con alguna excepción, debe brindarse en forma grupal, favoreciendo la experiencia comunitaria;
  2. el guía o terapeuta debe conocer, concienzudamente y por experiencia propia, los probables e imprevisibles efectos del psicodisléptico o de la respiración catártica en cada paciente;
  3. la terapia debe transcurrir en un contexto rico en simbología profunda que apunte a la experiencia numinosa y sea comprensible, realista y asumible por los participantes;
  4. se debe facilitar a los pacientes exponerse a las revelaciones que conlleva el conocimiento corporeizado;
  5. el guía debe implicarse completamente en el proceso. No es posible orientar un rito sin que la persona que abre las puertas de la percepción esté completamente implicada. No se puede cristalizar una experiencia que genera comunidad sin formar parte de la congregación, ya que, en caso contrario, es reducir la saludable, creativa y necesaria profundidad existencial que forma parte de nuestra naturaleza a un mundo Google consumista, sin implicación, descontextualizado y controlado por las élites corporativas.

Acabaré con un verso de la poetisa sufí del siglo viii Rabia al Adawiyya: “El que habla miente, el que saborea conoce”.

Conferencia impartida por el autor, el 30 de abril de 2022, en la jornada Actualidad psicodélica: investigación, cultura y aplicaciones, realizada en el Museu d’Art Contemporani de Barcelona.

 

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #295

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