Cualquier persona habituada a dejarse caer por las páginas de esta revista sabrá ya que lo de las drogas psicodélicas está dejando de ser un asunto asociado a drogatas, hippies y personas al margen de la sociedad. Desde hace unos años estas sustancias han vuelto a ocupar grandes titulares en los periódicos, pero ya no como un complemento morboso en noticias de sucesos que inciden sobre los peligros de las drogas. Ahora la MDMA, la LSD, las setas alucinógenas con psilocibina o la ketamina se tratan como promesas médicas de la salud mental. Se habla de ellas como la próxima revolución de fármacos psiquiátricos, y por ello están generando un enorme entusiasmo científico y empresarial. Estos entusiasmos en torno al potencial de los psicodélicos están hinchando un globo de expectativas que puede llevar a pasar por alto algunos aspectos menos publicitados que también forman parte de este proceso fármaco-político conocido como renacimiento psicodélico.
Bienvenidos y bienvenidas a la trastienda de este renacimiento, un lugar poco iluminado en el que se acumulan en desorden algunos asuntos turbios que también son parte de este fenómeno, aunque no estén expuestos a la vista. Algunas de estas cuestiones peliagudas llevan casi toda la vida por aquí y necesitan que alguien les sacuda el polvo, otras acaban de guardarse porque en el escaparate deslucen. No pasen de largo y atiendan a este breve recorrido que muestra las sombras de tan celebrado renacimiento.
Empecemos por lo viejo
A finales del año pasado un equipo de comunicadores e investigadores del mundo psicodélico estrenaron el podcast Power Trip, una producción sonora hecha a partir de un trabajo de investigación periodística en el que se recogen algunas historias de abusos sexuales y de poder dentro del mundo de las terapias psicodélicas. La historia empieza con el caso de una mujer que fue abusada sexualmente en unos retiros psicodélicos y más tarde desincentivada a contar su historia por personas que formaban parte de la comunidad psicodélica underground. No es el único caso de abuso que se relata en la serie Power Trip, y supone uno de los principales problemas que arrastra el mundo de las sesiones de terapia clandestinas.
"A menudo, las personas que acuden a retiros y sesiones psicodélicas se encuentran en estados de especial vulnerabilidad"
La falta de titulación, protocolos y sistemas de control –recuerden que es una actividad esencialmente ilegal– provocan que las personas que facilitan las sesiones no tengan que responder ante nadie más que ante sus propios clientes. Así, si la persona que organiza las sesiones con psicodélicos no tiene suficiente formación, puede descuidar algunos aspectos de la seguridad y hacer que las personas que acuden a las sesiones sufran daños que de otro modo serían evitables. Por otro lado, el carácter clandestino permite que los facilitadores puedan aprovecharse de su posición y del estado alterado de sus clientes, y abusar de ellos con mayor facilidad, sabiendo que difícilmente los denunciarán.
Es importante señalar que, a menudo, las personas que acuden a retiros y sesiones underground se encuentran en estados de especial vulnerabilidad porque atraviesan crisis personales o sufren algún padecimiento mental. Además, es habitual que ese sea su primer contacto con la experiencia psicodélica, por lo que muchas veces no disponen de referentes externos a los que atenerse. No saben cómo se desarrollará la experiencia, ni qué comportamientos entran dentro de la práctica normal de la terapia –y son necesarios– y cuáles están fuera de lugar, como cuando un facilitador se extralimita y se aprovecha de la situación.
Como es de esperar, la atención y el debate sobre estas cuestiones están trasladándose al futuro de las terapias legales. El ejemplo clave sobre los límites en las sesiones es el contacto físico. ¿Es necesario para la terapia tocar al paciente? Hay quienes argumentan que el contacto físico puede ser una vía terapéutica, y quienes afirman que la terapia puede desarrollarse perfectamente sin que este se produzca o que, en todo caso, basta con dar la mano al paciente para transmitir una señal de apoyo en momentos en los que este atraviesa una experiencia difícil. En cualquier caso, parece elemental pensar que, si se pretende incluir el contacto físico como parte de la terapia, esta opción debe ser planteada de antemano y contar con el consentimiento del cliente cuando está sobrio, y no realizarse sin previo aviso en el transcurso de la sesión con el psicodélico. Pues bajo los efectos de la sustancia, la toma de decisiones se dificulta y los límites personales tienden a desdibujarse. También parece elemental pensar que la persona que facilita la experiencia terapéutica no debe aprovechar para proponer, insinuar o provocar una relación sexual con el paciente –ni durante la experiencia ni después de que esta acabe–, pues se trata de un comportamiento sancionable en cualquier terapia.
De la clandestinidad a los estudios
Esto último le ocurrió a Meaghan Buisson, una de las participantes en los ensayos clínicos para legalizar la terapia con MDMA. Buisson tenía muchos problemas para establecer contacto físico con otras personas debido al trastorno de estrés postraumático que sufría como consecuencia de abusos sexuales en la adolescencia, y por eso formó parte del estudio. En un vídeo grabado como parte del protocolo de los ensayos puede verse cómo Donna Dryer y Richard Yensen, los terapeutas y facilitadores de la sesión (una pareja), realizan un contacto físico repetido con la paciente, a veces con su complicidad y otras de forma insistente cuando esta lo rechaza. En algunos de los fragmentos publicados se ve a Yensen echado encima de Buisson cuando ella está acostada, a Dryer y Yensen abrazándola –pegando sus cuerpos al de la paciente– o sujetándola de las muñecas mientras ella solloza. Se supone que parte del contacto físico practicado en las sesiones tenía como objetivo rememorar sus experiencias de abuso sexual y ayudarla a desbloquear el miedo al contacto provocado por el trauma. Cuando acabaron las sesiones del estudio, Buisson se sintió confusa con el resultado y buscó a la pareja para seguir con la terapia. Se trasladó a la casa de ambos y acabó manteniendo relaciones sexuales con Yensen. Él defendió que habían sido consentidas, pero más tarde ella lo denunció por abuso sexual y terapéutico.
"La agencia de Salud de Canadá anunció que revisaría los ensayos clínicos debido a las acusaciones de abuso y mala praxis."
Como ya hemos dicho, este último caso no forma parte de sesiones clandestinas, sino que se produjo en el marco del estudio más avanzado de MDMA, con el que sus impulsores –la Asociación Multidisciplinar de Estudios Psicodélicos (MAPS)– esperan conseguir la aprobación de la sustancia para su uso como parte del tratamiento contra el trastorno de estrés postraumático. Power Trip también recogió el testimonio de tres participantes del mismo estudio que experimentaron un empeoramiento de sus síntomas tras las sesiones con MDMA, y denuncian que sus casos no quedaron reflejados en los resultados de dicho estudio. Este junio, la agencia de Salud de Canadá anunció que revisaría los ensayos clínicos realizados en su territorio debido a las acusaciones de abuso y mala praxis por parte de los investigadores.
En el otro ensayo clínico con psicodélicos más avanzado, el que está realizando la compañía Compass Pathways con psilocibina para tratar la depresión, también se han recogido efectos adversos en once pacientes a los que se les administró psilocibina en dosis altas o medias, y que sufrieron al menos un episodio grave relacionado con tentativas de suicidio o ideación suicida. No obstante, los participantes ya habían tenido en su mayoría episodios de este tipo antes de participar en el estudio.
Este tipo de efectos negativos secundarios de la terapia con psicodélicos son difícilmente evitables y van a seguir ocurriendo, pero algunas voces críticas apuntan que quizás no se están tomando las medidas adecuadas para mitigar las consecuencias de su aparición. Una crítica repetida para el caso de los estudios es que, tras completar el seguimiento de los pacientes, estos quedan abandonados en un momento en el que quizás pueden seguir necesitando apoyo especializado. También se insiste en la necesidad de invertir más en la integración de las experiencias psicodélicas, en hacer buenos seguimientos y en prevenir que los pacientes abandonen los estudios y dejen de acudir al seguimiento. Con todo, también existe el riesgo de que el entusiasmo generalizado por los psicodélicos esté poniendo las expectativas tan altas que los pacientes no puedan sino decepcionarse al ver que sus males no desaparecen mágicamente.
¿Dónde está la magia?
Que las drogas psicodélicas sean una poderosa herramienta terapéutica y que su prohibición suponga un atentado contra la salud mental y comunitaria de la humanidad no quiere decir que sean capaces de curar con una sola dosis de gracia. Dos compañeros colaboradores de Cáñamo, el científico José Carlos Bouso y el psicoterapeuta Marc Aixalá, han tratado estas cuestiones en estas páginas y en las de la revista Ulises de forma extensa en más de una ocasión. Los psicodélicos tienen la capacidad de revelar material psicológico reprimido en la mente, pero eso no implica la curación automática del paciente. Aun así, los científicos están entusiasmados. Tanto que algunos podrían estar sobreestimando los resultados de los estudios antes de tiempo. Esta primavera, dos pesos pesados de la investigación con psicodélicos, Robin Carhart-Harris y David Nutt, fueron acusados por otros investigadores de alto perfil de haber exagerado los resultados obtenidos en un estudio en el que comparaban el efecto antidepresivo de la psilocibina con el de un antidepresivo clásico. La crítica se centró en señalar que el estudio había utilizado métodos estadísticos débiles, había ofrecido unas conclusiones por encima de los resultados reales y además había sido comunicado públicamente (en la nota de prensa y en los tuits de los autores) con afirmaciones que no podían considerarse probadas desde un punto de vista científico.
Aun con la investigación en pleno desarrollo, todo apunta a que estas sustancias no curan por sí solas, sino que necesitan de una intervención terapéutica y de la implicación activa y el trabajo personal del paciente. Aunque la acción farmacológica puede tener efectos positivos sobre los pacientes –pudiendo espantar, por ejemplo, los síntomas depresivos–, estos efectos se desvanecen a medio plazo si no se realiza un trabajo terapéutico sobre el paciente y/o su entorno que pueda sostener el cambio a largo plazo. No hay milagros, por mucho que les pueda pesar a las empresas y fondos de inversión que están invirtiendo millones en esta industria.
El rincón de las inversiones
Sí, en los últimos años han nacido decenas de empresas dedicadas a la investigación, la innovación y la inversión en futuros fármacos basados en las drogas psicodélicas. Por un lado, hay empresas realizando estudios con psicodélicos clásicos, como Compass Pathaway, que también están tratando de patentarlos. A pesar de que los psiquedélicos clásicos se conocen desde hace décadas, el sistema de patentes tiene sus trucos y permite a las farmacéuticas patentar el uso de compuestos conocidos mediante el registro de pequeñas variaciones en aspectos tan diversos como la vía de síntesis o la forma de administración. Las patentes están apareciendo a un ritmo frenético y es imposible saber con exactitud cuántas son y qué alcance tienen, porque (al menos en EE UU) no se hacen públicas hasta que pasan 18 meses desde el registro. Las compañías están patentando todo lo que pueden, y las oficinas de patentes no se han esforzado mucho en investigar qué cosas eran conocidas con anterioridad. Hay empresas que han intentado registrar el modelo más extendido de terapia psicodélica, con aspectos tan extendidos como la luz tenue en la habitación, poner un sistema de sonido o el dar la mano al paciente. Y otras que han registrado cosas como la administración combinada de LSD y MDMA, lo que en el mundo psiconáutico se conoce desde hace décadas como Candy-Flip. Pero además, hay empresas que están patentando aplicaciones que no saben si funcionarán, como el uso de psilocibina en el tratamiento de las alergias alimentarias, una indicación para la que no existen estudios. Esta dinámica, que permite a las empresas enriquecerse a costa de obstaculizar los beneficios sociales y sanitarios de la población, es la norma en la industria farmacéutica, y los psicodélicos no están escapando a ella.
"Se insiste en la necesidad de invertir más en la integración de las experiencias psicodélicas y en hacer buenos seguimientos."
Por otro lado, las empresas y los inversores están enfocados en la síntesis de nuevos compuestos de estructura química similar a las sustancias ya conocidas. Con esta estrategia se pretende crear fármacos completamente patentables, así como modular sus efectos, buscando por lo general una duración más corta y sin efectos alucinógenos. Todo con la intención de encontrar sustancias que no necesiten de tanto apoyo terapéutico y así abaratar el coste de los tratamientos. Los millones también se están destinados a montar centros de investigación, a desarrollar nuevas formas de obtener las sustancias, de administrarlas o a crear grandes centros de tratamiento. Y todas esas personas esperan una demostración lo más rápida posible de que estas sustancias son efectivas para obtener una elevada rentabilidad de sus inversiones.
Las regulaciones excluyentes
Dejemos ya el rincón de las inversiones y vengamos a remover el de los asuntos políticos, empezando por los que conciernen a las políticas públicas de las instituciones del Estado. Ya saben que en más de una docena de municipios estadounidenses y en Washington DC se ha despenalizado el uso de psicodélicos naturales como las setas psilocibias, los cactus de mescalina o la ayahuasca. Y que los ciudadanos del estado de Oregón votaron en 2020 para aprobar el desarrollo de una regulación del acceso supervisado a la psilocibina. Desde entonces, una junta asesora de 15 personas ha estado trabajando para realizar las recomendaciones de la que será la primera regulación internacional del acceso terapéutico a la psilocibina, y por esta razón hay que prestarle mucha atención.
Inicialmente la medida se planteó como una regulación de la fabricación, la entrega y la compraventa de productos de psilocibina, y de la prestación de servicios con el psicodélico en un sentido amplio. Pero las recomendaciones finales de la junta han adoptado un marcado carácter médico. No es de extrañar: entre sus 15 miembros hay cinco médicos, dos enfermeras, un epidemiólogo, un especialista en medicina de adicciones y un psicólogo licenciado. La junta ha sido duramente criticada por excluir de sus recomendaciones a las llamadas “comunidades enteogénicas” y dejar de lado el derecho a usar psilocibina por motivos religiosos y espirituales, un reconocimiento clave para las comunidades indígenas del estado que tradicionalmente han usado los hongos y para otras comunidades no indígenas que también los usan. Esta decisión de la junta elimina la posibilidad de usar la psilocibina en un contexto comunitario, y si acaba asumiéndose en la regulación final, hará que la única vía de acceso sea un sistema terapéutico de clínicas especializadas con un elevado coste, imponiendo un modelo de producción y de acceso a los hongos basado en la medicalización occidental, que nada tiene que ver con los usos rituales de estas comunidades. Además, se obligaría a estas comunidades a conseguir costosas licencias de producción y capacitación para poder trabajar con psilocibina, cuando para muchos de los indígenas estas sustancias forman parte de sus prácticas culturales. Las tradiciones indígenas acumulan siglos de conocimiento sobre cómo usar bien los psicodélicos, mientras que el sistema occidental está empezando a adoptarlas ahora, y aún no sabemos muy bien cómo hacerlo.
"Que los psicodélicos sean poderosas herramientas terapéuticas no quiere decir que sean capaces de curar con una sola dosis de gracia"
Pero esta no es la única crítica que ha recibido el trabajo de la junta asesora de Oregón. Tres meses antes de que la junta entregara sus conclusiones, el presidente de la misma, Tom Eckert, dimitió después de que se generase un debate sobre sus posibles conflictos de interés: en paralelo a su trabajo en la junta, el presidente había creado una empresa para capacitar a facilitadores de la futura terapia con psilocibina que estaba ayudando a regular, y tenía una relación personal con el director de una empresa que está invirtiendo en la futura industria psicodélica del estado. Aún hay más: una de las personas invitadas a la junta como asesora externa para la capacitación de los facilitadores es Francoise Bourzat, una mujer dedicada a formar terapeutas psicodélicos que es la responsable de haber formado al terapeuta del estudio de MAPS mencionado antes que fue denunciado por abuso y a otros terapeutas que también han sido acusados. El marido de Bourzat, Aharon Grossbard, también es terapeuta psicodélico y también está acusado de abusar terapéutica y sexualmente de un cliente. A pesar de que en el último año varios medios especializados han publicado las historias de los presuntos abusos, algunos de ellos denunciados, por ahora estas personas siguen trabajando en la formación de terapeutas psicodélicos y cuentan con el respaldo de otros nombres importantes dentro de la comunidad psicodélica.
El gran entusiasmo
Más allá de las políticas públicas, existen otras cuestiones políticas, en su sentido más amplio, que podemos encontrar en esta trastienda. En los años 60, cuando los psicodélicos alcanzaron a una masa de occidentales, se fundó la creencia de que el uso extendido de estas sustancias permitiría un cambio de consciencia global que nos haría recapacitar sobre la destrucción del planeta y el modo en que vivimos cotidianamente, y conduciría a sociedades más democráticas y horizontales, con mayor empatía y respeto por nuestros semejantes y otras especies vivas, y que generaría más oportunidades para la paz. Pero esas ideas, que hoy siguen circulando, entran en confrontación con la aparición de grupos de ideología autoritaria y fascista que también usan los psicodélicos. Hoy hay líderes de extrema derecha que se definen como gurús psicodélicos, como Jake Angeli, más conocido como QAnon Shaman, al que habréis visto en fotos por asaltar el Capitolio de EE UU vestido con una piel de bisonte y unos cuernos. La presencia de estos grupos echa por tierra la idea de que las drogas psicodélicas por sí solas son suficientes para producir un cambio en nuestras sociedades.
Abramos y que corra el aire
"Las leyes de patentes permiten a las empresas enriquecerse a costa de obstaculizar beneficios sociales y sanitarios, y los psicodélicos no están escapando a ellas"
Que todos estos temas hayan salido a la luz es una buena noticia: significa que la personas que están implicadas en el devenir del renacimiento psicodélico están tomando consciencia de los errores propios y ajenos, y de algunas tendencias perniciosas, y están señalándolas públicamente para evitar que sigan propagándose. La tentación de sumarse al entusiasmo por el futuro psicodélico es grande, más aún cuando se han vivido en carne propia experiencias psicodélicas positivas. En dos de los artículos que he leído para completar este que están leyendo, la periodista Shayla Love y la doctora Rosalind Watts hacían autocrítica y se mostraban en cierta manera arrepentidas por haber difundido en el pasado una versión demasiado entusiasta sobre los psicodélicos, considerando que habían ayudado a la creación de un discurso con unas expectativas exageradas sobre el potencial de estas sustancias. Estas y otras personas apuntan a la necesidad de no caer en la ingenuidad y establecer lazos con organizaciones y comunidades ajenas a las psicodélicas, que ayuden a implementar el uso de estas sustancias de forma amplia y segura bajo supuestos de equidad y justicia social.
Los temas que se acumulan en esta trastienda pueden hacer parecer que el renacimiento psicodélico únicamente logrará confirmar las peores tendencias de nuestro tiempo, pero no se dejen engañar: todo está por hacer. Este es un terreno fértil por cultivar en que –como también ha señalado el compañero Raimundo Viejo en estas páginas– se dan las condiciones de posibilidad para pensar nuevas formas de emprender cambios que afecten a nuestra vida cotidiana y a nuestras sociedades. Hay numerosos motivos para la esperanza en forma de tendencias que forman parte de este mismo proceso y que no he mencionado porque –me perdonarán– solo venía a remover el fondo. Pero en el espacio intermedio entre esta oscura trastienda que hemos visitado y el luminoso escaparate que sólo anuncia curaciones milagrosas y ganancias millonarias, hay un buen puñado de personas, comunidades, colectivos y organizaciones trabajando para que las herramientas psicodélicas nos sirvan para un futuro mejor.