La noche parisina en que fui concebido, mi padre y mi madre compartieron un cigarrillo. A ella, que no fumaba, a veces le gustaba encenderle sus L&M. Serían Gauloises entonces. O Gitanes. Nunca lo había pensado. Ahora comprendo que mi madre, cada vez que le encendía un cigarrillo, no estaría sino reviviendo inconscientemente esa sensación de complicidad, satisfacción y placer compartido que llamamos amor. Pienso en este cigarrillo que estoy liando en honor de mis padres celebrando una noche o una siesta de agosto de hace cincuenta y cuatro años mientras tecleo esta historia.
Pienso –porque el humo que exhalo y la nicotina que se apodera de mi encéfalo aumentando la producción de dopamina me ayudan a concentrarme, aunque yo no lo sepa– en que más allá de mi concepción no estoy sino celebrando una efeméride de la que ahora se cumplen más de quinientos años. La historia del tabaco en Europa y su éxito están ligados a historias imaginadas y al nacimiento de la imprenta. A las historias escritas e impresas. No, no se tecleaban entonces. Pero el tabaco, aquel invento que dicen que asombró a Colón y a los primeros españoles que pisaron la isla de Cuba, llegó por escrito a la mayoría de los ojos europeos antes que a sus pulmones o paladar. Así que viajo hacia atrás en el tiempo, entre estas volutas donde también navegan mis padres mirándose a los ojos, a unos ojos de hace medio milenio. Los de un español que lee los las cartas de Cristóbal Colón o sus diarios. Y leo la primera mención a eso que ahora llamamos tabaco.
De aquellos tizones que Colón describió
“Iban siempre los hombres con un tizón en las manos (cuba) y ciertas hierbas para tomar sus sahumerios, que son unas hierbas secas (cojiba) metidas en una cierta hoja seca también a manera de mosquete..., y encendido por una parte y por la otra chupan o sorben, y reciben con el resuello para adentro aquel humo, con el cual se adormecen las carnes y cuasi emborracha, y así dizque no sienten el cansancio. Estos mosquetes... llaman ellos tabacos”. Era más o menos lo que relataba el Diario de a bordo de Cristóbal Colón en la entrada del 6 de noviembre de 1492, ampliado luego en su Historia de las Indias por Fray Bartolomé. Los dos cristianos estaban en lo que hoy conocemos como Cuba, y se llamaban Luis de Torres, médico e intérprete, y Rodrigo de Jerez, marino, al que se le atribuye ser el primer europeo en probar el tabaco. Y en ser el primero que, tras traerse la costumbre a su Ayamonte natal, fue encarcelado por fumar “cosa del demonio”. Se pasó el pobre siete años en la cárcel. Para cuando salió ya fumaba todo (monte) Cristo en su pueblo onubense.
Pocos años después del descubrimiento y sus relatos, las semillas de la planta que producía aquellas hojas desecadas que los indígenas consumían en tizones habían llegado a España y comenzaron a plantarse por orden real. En 1516, concretamente. Con la velocidad con la que se extiende un fuego, la fama del tabaco se fue extendiendo por Europa. Un diplomático galo, Jean Nicot, lo llevó desde Portugal hasta la corte francesa en 1560. Por él, Linneo le dio el nombre genérico de Nicotiana a esas solanáceas cuyas hojas se usan como tabaco. Y Francis Drake lo introdujo en Inglaterra en 1585 y sir Walter Raleigh años después puso de moda la costumbre de fumar en pipa. Ya a finales del siglo xvii el tabaco había llegado a Rusia, China, Japón y, prácticamente, a todas las colonias y países.
Como había países donde su cultivo no era tan sencillo como en España, el comercio de tabaco con las Indias, o sea, las Américas, empezó a crecer y crecer. Al igual que los indios hacían, se aspiraba por la nariz o se mascaba, pero también se fumaba en pipas o cachimbas. Pero no era un placer o un vicio de todos, solo de monarcas o ricos comerciantes. Lentamente, como habría que fumar siempre un buen tabaco, su uso pasó de la corte al pueblo. La manufactura popular de cigarritos hechos a mano no llegó a España hasta 1825, aunque el primer estanco se estableció en 1625 para la corte de Castilla y León. Las luchas económicas y políticas derivadas de su producción y comercialización crearon no pocos enfrentamientos entre las colonias de ultramar, sobre todo Cuba y los imperios que las regían. En las colonias sajonas de Norteamérica pasó rápidamente a finales del siglo xvi a convertirse en el cultivo principal. Y empezó la transformación progresiva de aquellas hojas de Nicotiana tabacum en ese compendio de sustancias químicas –unas seiscientas diferentes y cuatro mil aditivos que le dan aspecto de tabaco– que guardaban esos cilindros con filtro.
Extraer gusanos, restablecer energías: usos medicinales indígenas
Pero vamos a volver atrás. Antes de Fray Bartolomé y de Colón. Antes de la escena de las cojibas metidas en el tubo de tabaco que impresionó al marino y al intérprete. Vamos a volver a esa América antes de ser las Indias. Vamos a volver a un continente donde las hojas de la Nicotiana tabacum o la rustica se usan casi para todo y de decenas de maneras desde unos dos o tres mil años antes de la era cristiana. Y probablemente más, ya que desde los años ochenta del siglo pasado se descubrieron trazas de tabaco en la preparación de momias del antiguo Egipto. De si los adoradores de Isis fumaban, mascaban o bebían para entrar en contacto con los dioses, no se sabe nada. Así que nos quedamos en América.
Mayas, huicholes, incas, aztecas, en todas las tribus nativas de Norteamérica, en las tribus de la selva amazónica, en las islas caribeñas, en Mesoamérica toda y en el altiplano andino, lugar que se disputa con el Amazonas el inicio de su cultivo y uso, han dejado constancia arqueológica y cultural de su uso. Usos que combinaban lo ritual, medicinal, lúdico, social, comercial y sagrado. Su posología también era variada: se desbrozaba y se lanzaba a los campos antes de las cosechas, se esparcía sobre los cuerpos de las mujeres antes de unirse en cópula, se mascaba, se hacía pasta y se comía, se cocinaba solo o en compañía de otras plantas para ser bebido, se aspiraba por la nariz en forma de rapé –tabaco en polvo mezclado o no con otras yerbas– o líquido –singar– y, finalmente, se fumaba en cigarros o en cachimbas.
En sus usos medicinales se usaba como tonificante, como desintoxicante, como estimulante, para calmar diarreas, para curar bronquitis, para extraer gusanos y parásitos, para centrar la atención. Y, sobre todo, para protegerse de los malos espíritus y permitir la comunicación con el otro, fuera vivo cercano o extranjero, espectro o dios. Lo cierto es que antes de transformarse su uso en lo que hoy conocemos, el tabaco estuvo y sigue estando presente en las formas de medicina y curanderismo de numerosas culturas. Más que presente: según los maestros curanderos que hoy usan el tabaco y los estudiosos del tema, es la planta principal de la medicina sagrada o chamánica. Esto es, de esa medicina que entiende que el cuerpo, las energías invisibles y lo espiritual están siempre en un equilibrio de fuerzas inestables que solo se manifiesta en dolencia corporal cuando este se rompe de manera dramática.
El maestro tabaquero que sabía artes marciales
Vamos a acercarnos a estos usos mediante otro relato contemporáneo. Habla un hombre que se dedica a curar con tabaco. Es un indio apenas mestizado que vive en Iquitos (Perú). Es muy fuerte y alto para su raza. Me llamó la atención que, tanto él como su esposa e hijos, tenían una piel perfecta, algo excepcional en un entorno tan húmedo y lleno de insectos como Iquitos. Fue campeón y maestro de karate y taekwondo y otras artes marciales durante su juventud en varias categorías. En su casa, en cuya trasera ha ido construyendo un centro donde celebrar ceremonias y organizar largas estancias para dietas, cuelga nada más entrar un enorme saco de boxeo. Ernesto García Torres tiene unos cuarenta y siete años, admira a Bruce Lee, arrastra los pies al andar, sonríe casi siempre, habla seguro y pausado y muchas veces parece medio dormido.
Ernesto es maestro tabaquero. Un curandero. “De entre todas las plantas maestras de nuestra medicina tradicional, el tabaco es la principal. Es la medicina rey. Sí, la ayahuasca tiene más fama y es muy buena, cómo no, pero la buscan más los extranjeros porque provoca visiones y su dieta no es tan dura como la del tabaco. Pero hay que decir que tanto la ayahuasca, como el toé, el chiric sanango, el ajo sacha..., o cualquier planta de las que llaman ‘maestras’, cualquier ritual de curación que se haga, tiene que partir del tabaco; sin él no hay nada que hacer. Por eso yo le llamo la medicina rey”, afirma con esa presencia tan cercana como imponente.
Y no le falta razón. En cualquier ceremonia de sanación, curandería, brujería, santería, chamanismo, de dieta, sincrética o no, blanca, negra, roja o arcoíris, tenga lugar en América, Asia, Europa u Oceanía, el uso del tabaco es indispensable. En las preparaciones de la planta chamánica más famosa de la actualidad, la ayahuasca, no solo se puede usar muchas veces tabaco para preparar la pócima y ayudar a clarificar las visiones, sino que el chamán, médico, taita, meraya, curandero, facilitador..., como quieran ustedes llamar al oficiante de la ceremonia, usa el humo de su tabaco mapacho, liado en cigarrillo o prendido en su cachimba, para soplar al paciente y el propio brebaje tras icarearlo –cantarle o silbarle– para proteger a unos y otros de malos espíritus y equilibrar su energía. Soplar el humo, acompañado de sonidos característicos en la coronilla y en diferentes partes del cuerpo, es prioritario en el proceso de sanación.
Es asimismo necesario para que el chamán centre sus mareaciones y pueda ver con claridad durante el proceso de visiones, las propias y las de sus pacientes. Y cuando el paciente está asustado o en exceso mareado, la consigna es siempre la misma: encienda su mapachito, pídale al abuelo tabaco que le proteja, rodéese con su humo como si fuese un manto protector. Evidentemente, la concentración de nicotina que posee esta variedad de tabaco que es el mapacho (que es como se llama al tabaco proveniente de la variedad Nicotiana rustica) es infinitamente superior a la que contienen las hojas de la Nicotiana tabacum.
“Hay que recordar que la función del tabaco es restablecer la energía masculina del paciente. Y esa se representa a través del humo y del espíritu”, recuerda el médico francés Jacques Mabit, uno de los pioneros en el proceso de comunicación e integración de medicinas, profesionales y terapeutas occidentales con medicinas chamánicas y expertos nativos a través de su centro Takiwasi. Situado en la localidad de Tarapoto, en la Alta Amazonía peruana, abrió al público en 1992 tras varios años de ensayo previo. “En el tratamiento medicinal con el tabaco, fumar, el uso del humo, es precisamente lo último. Primero se come o se bebe, luego se aspira por la nariz, líquido o en rapé y, por último, se fuma. Porque para llegar al humo hay que pasar por los estados anteriores”, puntualiza.
Aquella dieta en Iquitos: botar y botar pero no morir
En mis propias experiencias con el tabaco dentro de una dieta fue así. Primero se te da a beber de forma líquida en una decocción de tabaco mapacho mezclada con ajo sacha. El ajo sacha es como se conoce a la Mansoa alliacea, un arbusto trepador de hermosísimas flores que crece en la zona amazónica de Perú, cuyas hojas tienen un fortísimo olor a ajo. Sacha es un sufijo de origen shipibo que quiere decir ‘falso’. Pero lo que no es falso es su olor y sabor. Tengo que confesar que el sabor del mejunje es... inenarrable. El trabajo más complicado del paciente consiste precisamente en no botar (‘vomitar’) inmediatamente el líquido y dejar que haga su trabajo. Cuando llega al estómago es como si te metieran una piedra ardiendo. Durante ese período, que pueden parecer siglos, tu cuerpo sube de temperatura y comienzas a sudar, temblar, exudar, soltar mocos, lágrimas y todo tipo de flemas adheridas a tus órganos. Al final de la purga, porque se trata de una purga, acabas botando y exhausto. Durante el proceso, el chamán te icarea en varias ocasiones, igual que con la ayahuasca, te sopla humo, te perfuma, te reza, te protege. Solo al final enciendes tu mapacho y te sientes aliviado.
Al cabo de varios días, con alguno de descanso, vas sintiendo como tu cuerpo se siente más y más liberado y ligero. No suele provocar visiones directas pero sí abre sueños durante el descanso que no tienen nada que envidiar a los de la película Inception (Origen), de Christopher Nolan. La dieta, que dura un mínimo de diez días, lleva implícito un régimen alimentario muy estricto. En general, toda dieta de la medicina amazónica incorpora los mismos elementos: la ingesta nocturna de la planta en ceremonias, aislamiento y restricción del sexo y la restricción alimentaria a ciertos cereales, frutas, verduras, agua e infusiones, sin sal alguna, ni azúcares, excitantes, grasas, alimentos procesados, carnes, lácteos o alcoholes. Nada que, con plantas o sin ellas, no haya sido incorporado durante la historia de la humanidad a cientos de tradiciones místicas o religiosas. Uno de los elementos fundamentales de las dietas es la disciplina y el fortalecimiento de la voluntad y la resistencia. Hablamos de un proceso de entrenamiento, de concentración, de desconexión y de desintoxicación. En ese sentido, tengo que admitir que la primera vez que probé el tabaco medicinal no pude fumar un cigarrillo en días. Nunca antes había sentido, por más que mi intelecto lo supiera, que lo que yo y la mayoría fumábamos no era sino un veneno disfrazado.
Como fumador que soy, había perdido gran parte del olfato antes de la dieta. Debo decir que lo recuperé de manera casi inmediata y a gran distancia. También debo admitir que lo hice en un contexto de olores ácidos y agrios que no eran precisamente del jardín de las Hespérides. En ese sentido, los usos del perfume chamánico por excelencia, el Agua de Florida, y la preparación de baños de flores que Ernesto ponía a nuestra disposición tras las ceremonias suponían un oasis en aquel contexto. Ernesto nos había advertido: “Tengo que darles una mala noticia: este trabajo es muy duro, les va a llevar al límite. Y también una buena noticia: no van a morir. Y al final de la dieta y después de un tiempo de integración se irán sintiendo cada vez más centrados, energéticos y ligeros, e irán quitando de su vida y su cuerpo todo lo que les sobra”.
Confieso que fue cierto prácticamente todo lo que dijo. No morí, como es evidente, aunque sí de alguna manera difícil de explicar: muere un viejo tú y renaces. Fue duro, durísimo. No he sentido tanta indefensión en mi vida. En parte, ayudado porque fui sin tener demasiada conciencia de ello en unas condiciones físicas nada recomendables para un tratamiento así: hacía apenas un mes que me habían operado de dos hernias ventrales. Así que someter a la musculatura abdominal a semejante estrés no fue una de las mejores ideas de mi vida. Yo ya había tomado ayahuasca en varias ocasiones y siempre me había tratado dulcemente. Pero la ayahuasca, que a muchos le resulta dura, siempre la he sentido como muy cómplice, muy familiar, muy femenina y protectora. El tabaco es firme, macho, va hacia donde tenga que ir. Eso sí: me ayudó a recuperar una actividad onírica fundamental perdida por el estrés laboral, y me hizo sentir orgulloso de enfrentarme a semejante prueba, ayudó a eliminar toxinas de mi cuerpo, me obligó a centrarme y me despojó de casi todo lo que me sobraba. Aunque ni yo supiera qué me sobraba.
Al poco de regresar de la dieta mi pareja de entonces, que había venido conmigo, me dijo que ya no me amaba más y que debíamos separarnos. Estaba claro que para ella, que también había hecho la dieta, el que sobraba era yo. Entonces me costó entenderlo. Ahora tengo mucha más perspectiva. Tampoco han muerto ninguna de las dieciocho personas que me acompañaron. Allí conocí a un músico barcelonés que se trató con éxito de una larga biografía de adicción a varias drogas y de las consecuencias vitales, laborales, emocionales y familiares que ello le traía. Aquella dieta, por ejemplo, me enseñó una forma diferente de fumar marihuana. Ernesto decía: “La marihuana es una planta sagrada. Una planta con enorme poder. Pero al igual que pasa con el tabaco en Occidente se ha empezado a tomar sin respeto, sin orden, sin darse cuenta de su poder. Son plantas que tienen que dar conciencia no quitar consciencia. Hay que saber usarlas”. Creo que tiene toda la razón. Mis experiencias con los años con plantas y ciertas sustancias han ido derivando del ejercicio meramente lúdico y experimental –a ver qué pasa– a usarlas para lo que verdaderamente sirven: para aumentar los niveles de conciencia.
La mariri, el poder macho y un médico francés
Pero centrar toda la narración en los efectos físicos y en las consecuencias prácticas de tu vida, es no enterarse de lo principal de estas medicinas. De nuevo Jacques Mabit lo aclara: “Hay que entender cómo opera en un nivel que podíamos llamar energético y espiritual la medicina con estas plantas. A mí, como occidental, me costó asimilarlo. Pero es así. En tanto sus practicantes están convencidos de que el espíritu de la planta es el que actúa, cuando el maestro toma tabaco se convierte en el tabaco mismo. Y son las propiedades y la fuerza del tabaco las que guían sus actos durante la curación. La curación es un reequilibro espiritual y energético ayudado por su pericia y que le permite eliminar cosas que están mal e introducir la fuerza. El tabaquero no inhala cuando fuma. Lo traga. Yo he trabajado quince años con un tabaquero y es una enseñanza larguísima para aprender a tragar correctamente: para saber llevarlo al estómago, extraer su fuerza y luego evacuar las malas energías que este limpia. He hecho cursos durante diez años para aprender a eructarlo. Resulta un poco sorprendente después de ir a la facultad de medicina...”, dice divertido. Recuerdo que escuchar eructar a Ernesto tras beberse un trago de una botella de dos litros de ese mismo brebaje que a los demás nos aterraba, era todo un espectáculo. Ernesto, como cualquier curandero que se precie, centra en una flema sólida que descansa en el estómago su poder, su aprendizaje a través de la dieta de plantas, esa energía que llaman mariri. “La mariri es real”, recuerda Mabit. “Y algunos curanderos, cuando están por morir, sacan del fondo del estómago esa flema viscosa y se la dan a sus aprendices para que esa energía acumulada permanezca. Sí, sé que parece asqueroso e increíble, yo tampoco me creía nada de esto hace años, pero van a tener que creerme porque lo he visto muchas veces”, asegura con mirada de hierro.
Según la tradición chamánica, los animales y las plantas poseen un espíritu y una energía que les son propios pero que todos poseen a la vez. Todas las plantas de la misma especie tienen el mismo espíritu. Al contrario, los seres humanos, aunque participamos de un espíritu colectivo, poseemos un espíritu diferente cada uno de nosotros. Por eso la energía y el espíritu colectivo de las plantas puede ayudar a fortalecer y restablecer el nuestro. El tabaco es un mediador entre mundos. Una de las pocas plantas que Mabit llama universales porque, según él: “No solo es capaz de combinarse con el resto de las plantas, sino que posee la energía de todos los elemento”. Y recalca: “El tabaco es cien por cien masculino, del mismo modo que el cannabis es cien por cien femenino. No es una casualidad que la publicidad asociada a él siempre haya tenido la intuición de destacar esas características en los modelos que lo fuman. Y su uso refuerza precisamente las cualidades masculinas: sostén, verticalidad, decisión, atreverse, decidir. Así, cuando lo tomas en dieta acabas botando el exceso de feminidad blanda que tengas. Da claridad mental, fuerza, concentración y protección”. Por eso, añade, en el proceso de la cura, la purga del tabaco, al principio cuando estás expulsando, “sientes una extrema debilidad, una vulnerabilidad terrible, te sientes un insecto. Pero cuando evacúas todo te sientes fuerte, protegido, con una enorme capacidad de decisión”. Y es que el tabaco alimenta nuestro espíritu y también alimenta los espíritus. De ahí que curanderos, santeros, chamanes, hombres medicina de todo el mundo y a lo largo de todas las épocas hayan hecho continuamente ofrendas de tabaco a las plantas, a las estatuas, a los santos, a sus cosechas, a las plantas, a las mujeres que van a amar.
Y así, mientras escribo esta historia, vuelvo a recordar a mi padre y a mi madre, los imagino amándose y luego celebrándolo entre las volutas de un cigarrillo negro con la imagen de una gitana en su cajetilla. Y siento que fui concebido de la mejor manera posible.