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Un tranquilo interludio

Corrían los años cincuenta y nuevas alternativas a los barbitúricos estaban siendo buscadas en múltiples laboratorios de todo el globo. Pero el destino es caprichoso, y sería un grupo de investigadores indios, en su intento de encontrar antipalúdicos innovadores, el que se toparía con una molécula que sorprendería al mundo entero: la metacualona. Pronto fue bautizada con el nombre comercial Quaalude®, y su fama como euforizante y afrodisíaco se extendió rápidamente. Sin embargo, las tornas se acabaron girando para esta sustancia y su prohibición a nivel internacional llevó a su erradicación, excepto en algunos puntos del planeta. Analicemos este mítico compuesto a través de los ojos de diversos personajes.

Una consumidora recreativa

Una agradable noche de primavera, nuestra primera protagonista se encuentra a punto de entrar en un local de música disco. Hace poco que esta joven universitaria ha descubierto este estilo, y está aprendiendo a disfrutar de los ritmos que acompañan a la melodía. Pero esta vez es diferente, pues su novio trae una sorpresa para todo el grupo de amigos: metacualona o, como les gusta llamarla a los jóvenes de la época, “ludes”. La abuela de su pareja sufre de insomnio, y su psiquiatra ha intentado aplacar este cruel malestar con todo el arsenal presente en la farmacopea: benzodiacepinas, barbitúricos, etclorvinol, glutetimida, entre otros hipnosedantes. Pero nada funciona, por lo que ha probado con la metacualona, que parece que está logrando darle el tranquilo interludio que se merece. 

Mas la intención de su nieto y allegados no es poder dormir una plácida noche, sino disfrutar de las vibraciones de la música disco una noche de desenfreno. Y es que la metacualona se ha convertido en la sustancia favorita de muchos amantes de la noche, gracias a sus efectos reminiscentes a los del alcohol. El novio de nuestra protagonista ha podido sustraer seis comprimidos del enorme tarro de quinientos comprimidos de su dulce abuela, cosa que nadie podría detectar. Los reparte, y se quedan atónitos al ver las dimensiones de la pastilla. Del tamaño de un botón, los blancos comprimidos están marcados con el nombre de la farmacéutica que los produce, Lemmon, y el número 714. Cada integrante del grupo ingiere sendas pastillas con un poco de zumo de manzana. 

Media hora más tarde, nuestra protagonista se encuentra en la pista de baile, dando ligeros sorbos a su zumo mientras comienza a sentir los efectos del hipnótico. Como si de un arrollador tren de mercancías se tratase, la euforia y la desinhibición rápidamente se hacen patentes. Su cuerpo se vuelve pesado, y una placentera intoxicación se apodera de su cuerpo, generando agradables olas de cosquilleos que ascienden y descienden por sus extremidades. La comunicación se torna muy sencilla, y cualquier forma de ansiedad es totalmente borrada de la faz de la Tierra. Paulatinamente, la sedación hace que los integrantes del grupo opten por consumir un poco del fármaco que han prescrito para el TDAH a una amiga. La noche acaba con una magnífica salida del sol, después de horas y horas de danzar bajo los efectos de la metacualona. 

Nuestra protagonista disfrutará muchas noches más de este compuesto, y descubrirá con su pareja los efectos afrodisíacos que puede entrañar. Todo esto hasta que a mediados de los años ochenta la DEA y muchas otras organizaciones análogas pongan el grito en el cielo y destierren esta sustancia del vademécum. De vez en cuando podrán obtener algún comprimido de contrabando, pero cada vez más y más se darán cuenta de que muchas de las pastillas que compran en la calle no contienen la ansiada metacualona, sino altas dosis de alguna benzodiacepina. Con el paso de las décadas, y la maduración de nuestro personaje principal, esas noches esperando al sueño con Quaaludes y la luz de la luna (como cantaba Frank Zappa en su canción Pygmy Twylyte) se convertirán en batallitas de sobremesa, a veces exageradas por las gafas de la nostalgia por la juventud pasada. 

Una botella de 500 comprimidos de 300 mg de metacualona, de la farmacéutica William H. Rorer.

Una botella de 500 comprimidos de 300 mg de metacualona, de la farmacéutica William H. Rorer. 

Esta es la historia de la metacualona en Estados Unidos y buena parte del mundo. Después de su fortuito descubrimiento por un grupo de investigadores en la India en 1951, rápidamente sería adoptada como fármaco en diversos países. Los primeros fueron el Reino Unido (Melsedin®, 1959), Alemania Occidental (Revonal®, 1960) y Japón (Hyminal®, 1960). Más tarde, también en Reino Unido, aparecería la combinación de metacualona con el antihistamínico difenhidramina bajo el nombre Mandrax®, lo cual daría lugar a uno de los nombres populares de la metacualona: mandies. Ya con estos inicios, la gente detectó algo especial en esta sustancia, pues su uso recreativo aumentó rápidamente, así como casos de dependencia y adicción. Asimismo, era más fácil acceder a esta sustancia que a otros hipnosedantes, como los barbitúricos, pues se consideraba que los riesgos asociados eran menores. 

Entonces, en 1965, la farmacéutica William H. Rorer sacaría al mercado posiblemente la presentación más famosa de metacualona, llamada Quaalude®. A partir de esta fecha, su notoriedad subió como la espuma. Para principios de los años setenta, había informes de fiestas en las que boles llenos de comprimidos de metacualona sustituían a los cacahuetes. ¿Sería esto sensacionalismo periodístico o realidad? No se sabe, pero su uso recreativo provocó que poco a poco se comenzaran a imponer restricciones para acceder a este fármaco. Por ejemplo, en 1973, la metacualona pasó de la Lista IV a la Lista II en Estados Unidos, la más restrictiva para sustancias con uso terapéutico. Pero su uso recreativo no cesó. En 1978, la farmacéutica William H. Rorer vendió los derechos de Quaalude® a la farmacéutica Lemmon, alegando que representaba el 2% de sus ingresos, pero el 98% de sus dolores de cabeza. 

A principios de los años ochenta, la metacualona era la segunda sustancia ilegal más consumida en el país norteamericano, solo superada por el cannabis. Finalmente, en el año 1984, pasó de la Lista II a la Lista I estadounidense, y se desvaneció del mercado lícito, y poco después del ilícito. A día de hoy, es la única sustancia que ha subido desde la Lista IV hasta la Lista I, y este es un recorrido que no únicamente ha sucedido en Estados Unidos. Por ejemplo, a nivel internacional, es uno de los pocos depresores del sistema nervioso central que se en encuentra en la Lista II del Convenio de Sustancias Sicotrópicas de 1971, junto con la meclocualona (un análogo), el secobarbital y el GHB. Es más, a mediados de los años ochenta, se planteó la opción de ascender este compuesto a la Lista I, algo que nunca antes se había considerado para este tratado internacional, pero finalmente no se sucedió. Para acabar esta retahíla de hitos, es el único depresor no opioide por el que hay precursores regulados a nivel internacional (sustancias necesarias para su síntesis). 

Su consumo ilícito fue poco a poco disminuyendo, en parte debido a que su síntesis no era lucrativa. Hay que tener en cuenta que la dosis recreativa de metacualona es aproximadamente un tercio de gramo, lo cual es extremadamente alto. Es por este motivo también por el que la mescalina es una sustancia rara de encontrar. Con el paso del tiempo, todo el mundo se olvidó de la metacualona, aunque ocasionalmente haría alguna reaparición en la gran pantalla, como en la película del año 2013 El lobo de Wall Street. Volvería a resurgir en el 2015 en televisión, cuando el humorista Bill Cosby admitió haber drogado a varias mujeres para posteriormente abusar de ellas, un hecho claramente repulsivo. 

Mas la metacualona no ha desaparecido para siempre jamás, pues hay una zona en el continente africano donde aún se sigue consumiendo, aunque de una manera muy diferente a como se hacía en los años setenta. Nuestro siguiente personaje se encuentra en un suburbio pobre de Ciudad del Cabo.

Un químico clandestino dependiente

Un tranquilo interludio - Metacualona

Nuestro segundo protagonista se despierta una plomiza mañana de invierno en su cuchitril a las afueras de la capital. Hace décadas que el apartheid se terminó, pero sus secuelas aún son visibles en la sociedad sudafricana. Después de un frugal desayuno y despedirse de su querida familia, se dirige a su puesto de trabajo. Se encuentra con su supuestamente fiel compañero en el patio de una chabola, donde van a preparar un kilo de metacualona, o mandrax, como le llaman por allí. Sus caciques les proporcionan los precursores necesarios: un polvo marrón oscuro y un líquido reminiscente a la orina y con un olor nauseabundo. Juntan las dos sustancias en la proporción adecuada y las calientan hasta 190º grados durante tres horas en una olla. La mezcla empieza a burbujear y adquiere un color oscuro como la pez. Un olor a plástico quemado inunda el recinto. ¿Será por eso por lo que últimamente orinan sangre? 

Horas más tarde, cuando la reacción ha terminado, vierten los contenidos en un barreño y los neutralizan con sosa cáustica, lo que provoca que el denso líquido solidifique en una pasta asquerosa. Finalmente, llenan un almohadón con el producto para poder lavarlo con agua. Más tarde, con esta metacualona se harán pastillas con diversos logos, que serán distribuidas por los barrios más pobres del país y naciones adyacentes. 

Después de un penoso día de trabajo, nuestro personaje se junta con su compañero de trabajo y algunos amigos más. Han traído pastillas de mandrax, que fumarán hasta el olvido. No se fían de los polvos, solo quieren comprimidos, que desmenuzan y fuman en una pipa de cristal. El subidón es mucho más rápido e intenso que el que se obtendría por vía oral. Los efectos duran mucho menos, son más potentes, y el deseo para volver a fumar es insaciable. Están así durante horas. Uno de sus amigos, fumando de pie, pierde el equilibrio y cae redondo en el suelo, hasta que recupera la consciencia y puede incorporarse. 

Nuestro personaje fuma para olvidar los abusos que ha sufrido durante su vida, para paliar el dolor emocional que se concentra en su corazón, para intentar hacer un poco más placentera su trágica existencia. Más tarde, la luna ya resplandece en el firmamento, y opta por volver a su hogar. Se encuentra en la puerta de su hogar a su mujer, fumando un cigarro y mirándolo con amor y a la vez con tristeza. Los dos se sientan en el porche, y maldicen el devastador efecto que ha tenido la mano del hombre blanco en ese país, pues fue el gobierno del apartheid el que distribuyó sustancias como la metacualona entre la población africana para dejarla narcotizada, en un tranquilo interludio que impediría su levantamiento. La democracia ha vuelto, pero los estragos aún son patentes.

Una química curiosa y un analista de Energy Control 

En algún lugar remoto, una química curiosa introduce en un matraz de fondo redondo ácido N-acetilantranílico, orto-toluidina y tolueno. Agita la mezcla y añade, poco a poco, una disolución de cloruro de fosforilo en tolueno. La calienta hasta la temperatura de reflujo durante dos horas, formándose una masa aceitosa en el fondo del matraz, que al enfriarse se solidifica. La disuelve en agua ácida, y a esta añade una solución de hidróxido de sodio en agua, lo que rápidamente provoca la formación de un líquido aceitoso, que finalmente se torna sólida durante el paso de la noche. 

Al día siguiente, filtra y lava el producto con agua. Lo disuelve en acetona y, al añadir la cantidad necesaria de ácido clorhídrico concentrado, se forman unos preciosos cristales blancos que hacen que nuestra tercera protagonista exclame asombrada. Finalmente, recristaliza el compuesto en agua muy ligeramente ácida, generando así unos pocos gramos de la infame metacualona, en forma de clorhidrato. 

Ha estado leyendo mucho últimamente sobre esta sustancia, así como sus análogos. Ha llegado a la conclusión de que casi ninguno es de interés. Estos son sus apuntes:

  • Aflocualona: comercializado en Japón bajo el nombre comercial Arofuto®, se emplea como relajante muscular. Puede provocar dermatitis.
  • Clorocualona: mayoritariamente se vendió en Francia y otros países europeos como antitusivo, con efectos sedantes mínimos.
  • Diprocualona: se empleó como antiinflamatorio para patologías como la artrosis o la artritis reumatoide.
  • Etacualona: comercializado en varios países europeos con diversos nombres, como Ethinazone®. Son necesarias dosis más altas, de hasta 500 mg por la vía oral, y los efectos son más suaves y cortos.
  • Mebrocualona: apareció en los años noventa en el mercado ilícito alemán. Sus efectos por vía oral son mínimos, y es necesario fumar la sustancia para obtener su efecto.
  • Meclocualona: conocida bajo el nombre Nubarène®, y comercializada por los laboratorios Diamant en Francia, posiblemente es de los pocos análogos de la metacualona que se asemeja a ella. La dosis activa por vía oral es similar, y los efectos parecidos, aunque más cortos, por lo que normalmente solo se empleaba como hipnótico.
  • Metilmetacualona: análogo mucho más potente que provoca convulsiones a dosis muy ligeramente superiores a la dosis recreativa, por lo que esta sustancia ha sido totalmente abandonada.
  • Metoxicualona: apareció hace poco por primera vez en el mercado ilícito. Se sabe poco de esta sustancia, pero parece que presenta efectos similares a la metacualona.
  • Nitrometacualona: más potente que la metacualona, hay estudios que apuntan a que uno de sus metabolitos es cancerígeno. Además, es posible que presente el mismo riesgo de convulsiones que la metilmetacualona.
  • SL-164: también conocida como diclocualona, también genera convulsiones, y a veces se ha encontrado tiznada con precursores cancerígenos. 

    Metacualona - SL164

También han llamado la atención de esta química diversos estudios realizados por grupos de investigación en Dinamarca. Después de casi una década de exploración, este grupo ha podido entender cómo la metacualona interacciona con su diana en el cuerpo, el receptor GABAA. Al unirse a este, el sistema nervioso central se ralentiza, lo cual provoca los efectos de esta sustancia. Parece ser que comparte el sitio de unión con anestésicos como el propofol o el etomidato; antiinflamatorios como el ácido mefenámico, y productos naturales como el ácido valerénico, presente en la valeriana. 

Este grupo danés también ha sintetizado una gran variedad de análogos, algunos de ellos mucho más potentes que la metacualona. Según un usuario de Reddit, que ha sido capaz de preparar algunos y probarlos, los efectos son similares, pero las dosis mucho más bajas. ¿Será cierto o un bulo? No hay manera de saberlo, al igual que es imposible ahora mismo conocer cuáles podrían ser los efectos adversos de estas novedosas sustancias, así como su utilidad. 

No obstante, nuestra tercera protagonista no tiene mucho interés en estos hilos de Reddit ni en tranquilos interludios, pues a ella lo que le apasiona es la síntesis. Por desgracia, no tiene acceso a instrumentos analíticos, por lo que opta por enviar a analizar la muestra sintetizada de metacualona a Energy Control. Quiere saber si quedan restos en esta de orto-toluidina, un agente que se conoce que puede causar cáncer de vejiga. 

En el abarrotado laboratorio de Energy Control, un joven químico analítico se encuentra ordenando las nuevas muestras que acaban de llegar. Premonitoriamente, de fondo se puede oír a David Bowie cantando: “Time, in quaaludes and red wine”. Cuando nuestro cuarto y último protagonista ve la muestra que acaba de llegar de metacualona, sonríe, pues sabe que seguramente será alguna benzodiacepina o similar. Pero tanto el infrarrojo como el instrumento de gases-masas devuelven unos resultados que dejan al joven atónito: clorhidrato de metacualona pura, sin restos de ningún precursor cancerígeno. 

Opta por revisar los historiales, pues quiere saber cuántas veces ha llegado esta sustancia. Desde que hay registros en el 2009, únicamente han llegado seis muestras de metacualona. Cuatro contenían metacualona pura y dos consistían en la peligrosa SL-164 en vez del compuesto deseado. También llegaron en su momento dos muestras de etacualona, que resultaron ser lo prometido. 

El joven químico reflexiona sobre la colorida historia de esta sustancia, y sobre cómo a veces la línea entre fármaco y droga recreativa se puede desdibujar muy fácilmente. Y, entonces, se pregunta: ¿de dónde proviene el nombre Quaalude? Internet le da la respuesta: es una fusión de las palabras inglesas quiet e interlude. Un tranquilo interludio.

Referencias 

  • Inger, J.A.; Mihan, E.R.; Kolli, J.U.; Lidnsley, C.W.; Bender, A.M. “DARK Classics in Chemical Neuroscience: Methaqualone”. En: ACS Chemical Neuroscience, 2023, vol. 14, n.º 3, pp. 340-350. DOI: 10.1021/acschemneuro.2c00697
  • Chojnacka, W.; Teng, J.; Kim, J.J.; Jensen, A.A.; Hibbs, R.E. “Structural insights into GABAA receptor potentiation by Quaalude”. En: Nature Communication, 2024, vol. 15, n.º 1, pp. 5.244 (12 pp.). DOI: 10.1038/s41467-024-49471-y
  • Methaqualone – The Drug Classroom. En: https://thedrugclassroom.com/video/methaqualone/ (consultada el 26-03-2025).
  • Viceland. Hamilton’s Pharmacopeia. The Story of the South African Quaalude26 de octubre del 2016. En: https://www.vicetv.com/en_us/video/the-story-of-the-south-african-quaalude/58069a24384d80472bbbca53 (consultada el 26-03-2025).

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #329

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