Se encontraron a las seis de la mañana en el garaje donde tenían guardadas las cosas. El Flecha, así lo llamaban, vino con su flamante coche nuevo. Bueno, era de segunda mano, y ya estaba un poco viejo, pero en el grupo era un lujo que uno de ellos tuviera carné y coche con dieciocho años. Lo cargaron todo entre la vaca y el amplio maletero, con cuidado de no rallar el tapizado, y se montaron como pudieron. Antes de aparcar frente a la casa dieron un par de vueltas para asegurarse de que no había nadie en los alrededores.
Durante la noche, dos de ellos habían ido en patinete para petar la cerradura y dejar la vivienda lista para okupar. Así ahora todo era más rápido. Descargaron los utensilios de cocina, alguna maleta y la caja de herramientas para empezar con las reparaciones, pero cuando volvieron a por los colchones se encontraron de bruces con una patrulla de la Policía Local. Todo al garete, ¡qué mala suerte!
Los agentes llamaron a otra patrulla, que llegaron en seguida y les obligaron a sacar todas las cosas que estaban amontonadas en el recibidor de la vivienda. Los identificaron y cachearon uno por uno, contra la pared, y al Flecha le encontraron seis bolsas de plástico de autocierre bien colmadas de marihuana y ciento setenta euros en billetes. A los demás, nada.
Los agentes hablaron entre sí durante un rato que a los chicos se les hizo eterno. Al regresar donde ellos estaban, les dijeron que les dejaban libres del cargo de tentativa de usurpación de vivienda, pero que se llevaban detenido al Flecha por un delito contra la salud pública. Todos protestaron diciendo que el Flecha no vendía nada, que era un fumeta empedernido y que lo había comprado él aquella noche después de comerse un bocata en el centro. Fue en vano: los agentes se lo llevaron detenido y uno de los amigos dejó el coche en su casa.
Al Flecha lo tuvieron un día entero en el calabazo antes de llevarlo ante el juez, quien le tomó declaración, aunque el investigado se acogió a su derecho a no declarar. Lo dejaron en libertad, y días después vinieron a vernos para que asumiéramos su defensa. A priori, no era un caso complicado, no podía haber mucha cantidad en seis bolsas de autocierre. Pero al estar en bolsas separadas, y con intervención de ciento setenta euros, tampoco estaba el caso muy claro. Al cabo de un par de meses llegó el informe del Instituto Nacional de Toxicología y Ciencias Forenses, en el que se fijaba una cantidad total de marihuana de 29,5 g netos.
Una vez recibido el informe, presentamos escrito solicitando el sobreseimiento de la causa, aun sabiendo que no lo iban a dar. Alegamos que la marihuana era para consumo propio, que el dinero provenía de su trabajo en la empresa familiar y que disponía de medios de vida, por lo que no tenía necesidad alguna de vender nada para cubrir sus necesidades. El Ministerio Fiscal se opuso, el juez desestimó la petición y dictó auto de continuación del procedimiento. Así que hicimos recursos de apelación para retrasar al máximo el procedimiento, que fueron desestimados al cabo de unos meses.
Posteriormente, el Ministerio Fiscal presentó su escrito de acusación, nosotros el escrito de defensa y se remitieron las actuaciones al Juzgado de lo Penal para enjuiciamiento. El fiscal pidió dos años y un mes de cárcel, multa de cuatrocientos euros y responsabilidad personal subsidiaria de tres meses en caso de impago de la multa.
Desde el primer momento descartamos la conformidad con los hechos a cambio de una rebaja de la pena. Al principio, la familia del Flecha, y el propio acusado, tuvieron miedo de que pudiera ser condenado a una pena superior a los dos años, que impide la suspensión de la entrada en prisión. Pero les convencí de que eso era imposible, que ningún juez le condenaría a más de dos años, y que en el caso de que lo hiciera, la Audiencia de Girona seguro que rebajaría la pena a menos de dos años.
Así las cosas, fuimos a juicio, al que compareció el padre del Flecha como testigo de la defensa. Fue la clave del juicio. Más allá de la declaración del acusado, que poco se tiene en cuenta, su padre declaró que, efectivamente, esos ciento setenta euros se los había ganado trabajando arreglando jardines, que se los había dado él aquella misma tarde, que sabía que su hijo fumaba, que le decía que fumara lo menos posible, pero que tampoco se lo podía prohibir, y que en casa no le faltaba de nada.
Entonces le preguntaron por qué iba a okupar una vivienda, a lo que contestó que su hijo solo les estaba ayudando, al tener coche, confirmando lo que había dicho el acusado. Ninguno de los amigos me pareció muy fiable para ir a juicio como testigos, entre otras cosas porque no tenían muchas ganas, les daba miedo y teníamos reparos en lo que podían decir y qué imagen dar sobre el acusado. Optamos por presentar el asunto como el de un consumidor de clase media acomodada, que se ganaba su dinero, que estaba en buena relación con sus padres y que no tenía necesidad alguna de dedicarse a vender marihuana.
Y al final la estrategia dio resultado. La juez dictó sentencia absolutoria, ordenando además la devolución del dinero incautado. Un final feliz que no debe hacernos olvidar la lección: si vas a okupar, o a una manifestación delicada, o a alguna actividad no perfectamente normalizada socialmente, mejor no te lleves demasiada marihuana ni tampoco dinero!