Alejandro, nombre ficticio, se dedicaba por diferentes localidades de Castilla al menudeo de diversas sustancias, no solo marihuana. Se las suministraba un grupo de personas que manejaban cantidades nada despreciables. Todos ellos se libraron de prisión por los pelos, y nos alegramos por ellos, pero contamos el caso porque se trata de otro más en que se utilizan las asociaciones cannábicas como tapaderas para los traficantes de toda la vida. Y aunque uno pueda pensar que comercializar con drogas debería ser legal, bajo ciertas condiciones, ello no quita que dé un poco de rabia que algunos se hayan cargado el modelo de club social por instrumentalizarlo como tapadera.
En este caso que nos ocupa, Alejandro no sabía el alcance de lo que hacían sus proveedores ni que utilizaban una asociación cannábica para almacenar, procesar, empaquetar y en algunos casos vender diferentes sustancias, como cocaína, anfetamina, MDMA y cannabis. La historia, como anunciamos al principio, tuvo un buen final, pero pudo acabar mal, muy mal. La policía, supuestamente a partir de una denuncia anónima –que en muchas ocasiones es en realidad un confidente o una prueba obtenida ilegalmente por parte de los agentes policiales–, empezó a investigar a un grupo de personas que vendían sustancias en Castilla, La Rioja y Zaragoza.
Durante el procedimiento policial, realizaron vigilancias durante largos meses, identificando a cada una de las personas que participaba en la trama. Hasta que un buen día explotaron la investigación, practicando en pocas horas muchos registros en diferentes lugares, lo que afectó a diversas personas. Tenían los datos de la asociación cannábica que frecuentaban, los domicilios de los implicados y los vehículos que utilizaban de forma habitual cada uno de ellos. A Alejandro le incluyeron en la investigación por aparecer en diversas vigilancias en intercambio de drogas y su posterior venta.
Además, en los registros domiciliarios y en los vehículos encontraron una gran cantidad y variedad de sustancias. A uno de ellos le interceptaron al cruzar la frontera desde Francia portando en el maletero 45 kg de anfetamina, con una pureza del 93% y un valor de más de 700.000 €. Y esto es solo un botón de muestra. Hallaron sustancias en todos los registros, y calcular las cantidades totales requeriría estar mucho rato sumando.
La suerte que tuvo Alejandro es que el representante del Ministerio Fiscal que se ocupó del asunto no tenía ganas de trabajar mucho, así que acusó a cada partícipe únicamente por la sustancia que se decomisó a cada uno. Por lo tanto, no les persiguió ni por organización ni por grupo criminal, y tampoco por asociación ilícita. Y hubo otro aspecto nada frecuente: no procesaron a los directivos de la asociación cannábica cuyas instalaciones, según la sentencia, se utilizaron para el manejo y la preparación de las diversas sustancias que se vendían.
Además, hay que tener en cuenta que todos los acusados eran reincidentes, por lo que se les tenía que aplicar la agravante de la responsabilidad criminal de reincidencia. En el juicio, el fiscal, en su línea tan benevolente, aceptó una conformidad que permitía a los acusados no entrar en prisión, a pesar de todas las circunstancias que rodeaban el caso. Las defensas y el fiscal pactaron, en el caso de Alejandro, una pena de prisión de dos años, y para el resto, de cinco años, además de una multa de más de medio millón de euros a tres de ellos; a otros dos, sobre los 20.000 €, y a Alejandro, de 225 €.
Las penas, tanto la de Alejandro como las del resto, de cinco años, fueron suspendidas por la vía del artículo 80.5 del Código penal, supuesto previsto para penados que cometen el delito por causa de su grave dependencia a las drogas, y que permite la suspensión de la ejecución de penas de cinco años de prisión. Los acusados, sin duda bien guiados por su abogado, presentaron en juicio acreditación de su historial de drogodependencia e, indudablemente, ello les salvó de entrar en prisión varios años. Lo que de verdad no se entiende es por qué el fiscal no los acusó de pertenencia a grupo o organización criminal. Ojalá siempre fueran tan benevolentes, y no solo en confusas y contadas ocasiones...