El caso de este mes es un tanto curioso. Un marroquí residente en Barcelona decidió probar fortuna con el hachís. Padre de tres hijos menores y antiguo peón de la construcción, se había quedado sin trabajo y le urgía obtener unos ingresos extra con los que saldar acuciantes deudas y disponer de un pequeño sobrante para los gastos familiares inmediatos.
Él solo se tenía que ocupar de conducir con su propio vehículo hasta Algeciras, subirse al ferri de Tánger y pernoctar un par de noches en la ciudad. Alguien le vendría a recoger el coche y se lo entregaría la misma mañana del viaje de vuelta.
El punto crítico del plan era, por supuesto, el momento de desembarcar del ferri en Algeciras. Para el viaje, los mayoristas le dieron dinero para todos los gastos, incluso para un par de noches en un pequeño riad bien confortable. Si todo iba bien, en Barcelona tenía que entregar el coche y esperar un par de días a que se lo devolvieran con un sobre lleno de dinero. No tenía por qué salir mal. Cada día viajan muchos vehículos en el ferri, la mayoría de ellos conducidos por marroquíes que van a visitar a sus familias. Se trataba de estar tranquilo, y si la Benemérita venía a saludarlo, sonreír a su vez con confianza y amabilidad.
El primer día de su periplo fue bien. Viajó temprano, llegando a Algeciras para coger uno de los últimos ferris. En Tánger encontró el hotel con facilidad y concilió el sueño nada más estirarse sobre la cama. Al día siguiente le vinieron a recoger el vehículo y aprovechó para ir a hacer unas compras y darse un paseo por la ciudad. Al caer la noche decidió irse pronto a dormir, con la idea de estar bien fresco al día siguiente. Pero esa velada no fue apacible. Dio vueltas y vueltas sobre la cama, y aunque era otoño y ya refrescaba, sudó durante toda la noche. ¿Y si salía mal? Pensó en echarse atrás, levantarse pronto, abandonar el coche y volver sin la mercancía. Pero no, tenía que hacerlo, no había vuelta atrás.
Por la mañana del día de autos se levantó pronto, desayunó, y a la hora convenida salió del riad, encontrándose con dos hombres que lo esperaban junto a su vehículo recién lavado. Nuestro protagonista, resignado, se subió al vehículo y condujo hasta el puerto, y luego al interior del ferri. Al desembarcar en Algeciras ya sabéis lo que pasó. Si hubiera logrado traspasar el control, no habría caso. Le hicieron apartarse de la fila de vehículos, abrieron el maletero, acercaron el perro y ¡zas!, ladrando y moviendo la cola alegremente, señaló la rueda de repuesto. Con una herramienta cortaron la goma y afloraron unos cuantos paquetes bien prensados y envasados. En total, 14 kilos brutos de hachís. Lo detuvieron y se lo llevaron a comisaría. El vehículo, a depósito judicial.
Durante los días siguientes pensó que era muy extraño que en el coche tan solo hubieran 14 kg, ¿para qué tanta inversión? Pero no compartió sus dudas con la policía. En el juicio aceptó una pena de tres años, que cumplió inicialmente en Botafuegos, Algeciras, y posteriormente en Can Brians, más cerca de su familia. Sin embargo, lo que no se imaginaba es que casi un año después, tras el decomiso judicial del coche y su adjudicación a la Guardia Civil, al llevarlo al taller, los mecánicos encontrarían algo extraño debajo del salpicadero. Así fue. El responsable del taller lo comunicó a la policía, quienes llevaron el vehículo a un escáner. La imagen del aparato debió de dejar lívidos a los agentes que intervinieron el vehículo: en el interior de la parte delantera se escondían 180 kg de hachís. El Fiscal Provincial de Drogas montó en cólera y quiso reabrir el caso, pero el juez le quitó la idea de la cabeza. La sentencia ya era firme, y el hecho nuevo no implicaba necesariamente la modificación de la pena, ya que se le había aplicado igualmente la agravante de notoria importancia, por superar la cantidad de hachís los 2,5 kg. Sí es cierto que si se le hubiera juzgado por los 194 kg, le habría caído probablemente una pena de al menos cuatro años.
Dentro de la mala suerte de que le descubrieran, tuvo suerte de que no lo hicieran del todo. La pregunta que me hago es por qué los mayoristas escondieron de forma tan exitosa una parte del hachís pero dejaron un resto tan fácil de descubrir. ¿Fue cosa de los que adaptaron el coche, por no caber el total de la mercancía? ¿O fueron los jefes, pensando en que el juez devolvería el vehículo a su propietario y entonces podrían recoger tranquilamente el hachís? Nunca lo sabremos.