Las desigualdades en la regulación y legalización del cannabis
La larga historia de la prohibición es dura y retorcida. El hombre ha desarrollado un vínculo aparentemente indisoluble con la planta de cannabis que se ha prolongado durante miles de años y que sin duda ha beneficiado a ambas especies.
La larga historia de la prohibición es dura y retorcida. El hombre ha desarrollado un vínculo aparentemente indisoluble con la planta de cannabis que se ha prolongado durante miles de años y que sin duda ha beneficiado a ambas especies.
El cannabis adquirió un lugar muy especial en la por Franco Loja sociedad humana cuando los cazadores y recolectores se convirtieron en agricultores en los albores de la civilización. Proporcionó medicamentos, alimentos, herramientas, inspiración y, en última instancia, felicidad. Sin embargo, en muchas ocasiones a lo largo de la historia, el hombre escogió controlar, limitar o prohibir el uso de esta planta; esfuerzos inútiles, dado que el cannabis siempre ha sido y probablemente siempre será la planta psicoactiva medicinal más utilizada en la Tierra. En algunos casos, la prohibición de cannabis vino por razones religiosas; en otras ocasiones fue la economía o la política, y la mayoría de veces, cuando mediante la represión se trató de limitar su consumo, solo se consiguió lo contrario: generalizar su uso y crear un floreciente mercado negro. Y lo cierto es que casi siempre fueron los intereses económicos la única razón real para tratar de controlar la poderosa relación entre el hombre y el cannabis.
Ejemplos de lo anterior son abundantes a lo largo de la historia. En la antigua Persia, el hachís se utilizaba para compensar a las tropas de mercenarios y su consumo era ilegal para cualquier otra persona. En el África colonial, así como en el Caribe, el cannabis fue prohibido porque reducía la productividad de los esclavos y generaba el caldo de cultivo para la autoconciencia y la rebelión. Entre 1940 y 1950, en la época en que Estados Unidos utilizaba la famosa película propagandística Reefer Madness para provocar miedo a la marihuana, la verdadera razón de la prohibición era proteger a potentes grupos de presión: productos farmacéuticos, papel, aceite, plástico, nylon, alcohol, algodón...
El cannabis representa una mejor alternativa a todos estos productos, con el valor añadido de que es fácil de cultivar y lo suficientemente versátil como para permitir una amplia gama de aplicaciones, lo que fue suficiente para empujar a los legisladores de la América capitalista a prohibir el cannabis tratando de proteger sus intereses económicos. Curiosamente, hoy es la misma América la que cosecha los beneficios de la nueva ola reguladora, después de décadas de prohibición y de una guerra contra las drogas de cincuenta años, proclamada por el presidente Nixon y declarada fallida por el presidente Obama. Ahora el sistema legal estadounidense está dando un giro de 180 grados en algunos estados como Colorado y Oregón, abrazando el cannabis como un nuevo motor de gran alcance económico que puede beneficiar a la sociedad mediante la creación de puestos de trabajo y también de riqueza a través de los ingresos fiscales. El capitalismo tiene maneras increíblemente eficaces de protegerse a sí mismo.
En Colombia, entre 1970 y 1980, fueron las empresas multinacionales de café las que empujaron a todos los productores de café del país a usar una sola variedad, creando una pobreza que fue compensada primero por la producción de cannabis y después por la de coca, fomentando una economía paralela basada en las drogas que sigue intacta hasta nuestros días, y que durante los últimos cuarenta años ha financiado tanto a las guerrillas rebeldes como a las tropas fieles al régimen. Y en muchos otros países, como la India y Sudáfrica, la prohibición del cannabis se ha usado como un arma contra la población local, con programas de erradicación que perjudican a las personas física y económicamente.
Cuando la gente me pregunta si apoyo la legalización, mi corazón siempre dice que sí. Pero si me paro a pensar en las condiciones de vida de cientos de millones de personas que viven en las zonas más pobres del ecuador del planeta, empiezo a tener dudas. ¿Resultaría positivo para esas personas que el cannabis fuera legal de un día para otro? ¿Realmente se beneficiarían de ello? ¿Serían capaces de reclamar sus derechos como guardianes de raras variedades autóctonas de marihuana? ¿Se valorarían como tesoros dichas variedades locales, igual que sucede con el marisco gallego, los vinos Vega Sicilia y los de Rioja o como el queso parmesano de veinticuatro meses?
La dura realidad es que casi doscientos millones de personas sobreviven hoy en día gracias al cultivo de cannabis, que comercian con países donde este cultivo es ilegal y tiene un valor en el mercado negro. Si el cannabis fuera legalizado en todo el mundo, me temo que los grandes conglomerados multinacionales tomarían rápidamente el control de la producción al aire libre en la mayor parte de las zonas más pobres del planeta, expulsando de la cadena de beneficios a los agricultores locales. Exactamente igual que ocurrió cuando se pasó de una economía local a una economía a escala mundial con otros cultivos, como el café, el cacao, el plátano, la piña, el aceite de palma, la soja, el algodón y muchos más. Esto también podría suceder en el llamado Primer Mundo, donde los pequeños productores podrían ser superados por las grandes empresas. Pero dudo que ahí las consecuencias fueran una cuestión de vida o muerte para los afectados, mientras que en la mayoría de las regiones alrededor del ecuador, el cannabis es el único cultivo capaz de marcar la diferencia entre poder escolarizar a los hijos o no, entre tener comida o no. Es una cuestión de supervivencia.
Y mi respuesta continúa siendo un sí: apoyo la regulación y legalización, pero solo allí donde la sociedad está preparada para ello. Europa, América del Norte y otros lugares están listos para incorporar el cannabis sin generar demasiados daños o fricción social. Sin embargo, en otros casos, antes de aplicar estas regulaciones me gustaría comprobar cómo se protegen los derechos de las personas más pobres y vulnerables. La legalización debe realizarse por el bien de la gente, no para crear aún mayores desigualdades sociales y financieras.