Iván se había empezado a arrepentir de aceptar el trabajo apenas una semana después de llegar, cuando se fue dando cuenta de dónde se había metido, pero ya era tarde para echarse atrás.
–Buenas tardes, don Ramiro, ¿cómo está? Verá, ya tengo la instalación acabada y funcionando, así que si le parece me paga y me vuelvo a España, que tengo ganas de ver a la familia y a los amigos; ya llevo casi dos meses aquí.
–Pues qué pena, Ivancito, pero se va a tener que esperar un tantito más. Ahora no más necesito que les enseñe a mis muchachos cómo deben sembrar y cuidar las matitas. Es que son muy brutos, puros asnos, así la mayoría ni siquiera pasó la secundaria y dejó de ir a la escuela para meterse en la mala vida y las tabernas. Apenas sabrían sembrar maíz en el campo, y eso que casi todos vienen de familias de agricultores, ya ni le digo cultivar mota dentro de un cuarto. Si lo dejo en sus manos, de una me matan las matas, y eso sí que no, con la de plata que he invertido a este negocio, no se va a ir a la chingada.
Iván no se esperaba esa respuesta, sus condiciones habían sido claras: él se ocupaba de todo el montaje pero no del cultivo. Una cosa era montar el invernadero y otra muy distinta ocuparse de la plantación. Ya estaba harto de trabajar rodeado de hombres armados con “cuernos de chivo”, como llamaban a los subfusiles AK-47. Un arma escogida por revolucionarios y narcotraficantes de todo el mundo por ser fiable, segura y barata, pero que no dejaba de ser muy peligrosa en manos de gentes de gatillo fácil como los “manes” de don Ramiro, siempre metidos en guerras con otros cárteles. Si el rancho estaba así de protegido ahora que ni siquiera había plantas, por algo sería... Iván se había empezado a arrepentir de aceptar el trabajo apenas una semana después de llegar, cuando se fue dando cuenta de dónde se había metido. Pero ya era tarde para echarse atrás, estaba claro que a don Ramiro no le podía decir que se iba antes de acabar el montaje, por lo que se concentró en hacerlo bien y rápido. Pero que ahora le viniese con estas, cuando ya había terminado, eso sí no estaba dispuesto a aceptarlo.
–Pero es que yo me tengo que ir. Si quiere le puedo recomendar algunos libros y manuales de cultivo para que aprendan sus hombres, ya verá que es muy fácil; la marihuana es una planta muy fuerte que lo aguanta casi todo. Y les doy mi número y me llaman si tienen alguna duda y yo se la resuelvo. Pero no puedo quedarme.
Iván empezaba a preocuparse.
–Eso estaría bueno si tuvieran estudios como usted, pero el problema es que son tan burros que ni leer un libro casi saben, y cuando saben leer, la mitad de las veces comprenden mal. No puedo fiarme de que aprendan con libros, mucho mejor que les enseñe directamente un profesional como usted, así aprenderán más rápido.
–Don Ramiro, quedamos en que yo hacía el montaje y luego me iba, que no iba a tener que cultivar las plantas. Ya le dije que no quería estar mucho tiempo en México. Yo no quiero quedarme.
“Usted se va a quedar hasta cortar y secar las primeras plantas, para enseñarles bien a los muchachos”
–Mire, Iván, he gastado un chingo de plata en este negocio y tengo que estar seguro de que le tengo aquí por si aparece algún problema, ¿o a qué pinche pendejo piensa que puedo dejar al mando? Usted los conoció estas semanas: ninguno tiene idea de cómo hacerlo. Usted se va a quedar hasta cortar y secar las primeras plantas, para enseñarles bien a los muchachos cómo es que se hace. Pero no se preocupe que yo lo voy a cuidar, acá no le va a faltar de nada. Mañana mismo le voy a enviar dos hembras bien verracas pa’ que la pase al pedo con ellas y se le olviden las dudas, y una bolsita de la fina, que con tanta mota me anda usted un poco apendejado y ahorita necesito que esté bien pilas para que me siembre una mota bien chingona. Y no me discuta más, yo le doy una buena plata cuando acabe, le prometí veinte mil dólares por el montaje, pues le doy otro tanto por el cultivo. Y todos contentos, ¿verdad? No me diga que no, que le tendré que pedir a Heriberto que le convenza, y él no es tan diplomático como yo.
Con estas palabras don Ramiro dio por concluida la conversación, se subió a su camioneta, una enorme Chevrolet negra con cristales tintados, y se fue sin darle opción a decir nada más.
El capo cumplió y al día siguiente llegaron mujeres, tequila y cocaína
El capo cumplió su promesa: al día siguiente llegaron dos guapas mujeres acompañadas de varias cajas de botellas de tequila y un paquete con al menos doscientos gramos de cocaína. Iván siempre fue hombre de marihuana, pero tampoco era idiota como para rechazar algo así. Total, si se tenía que quedar al menos iba a disfrutarlo. Y vaya si lo disfrutó, mientras duró. Las dos primeras noches, después de cenar agarraba el tequila, la coca y a las tres marías: marihuana, María Angélica y María Guadalupe, pues así se llamaban las chavalas. Toda la noche dale que te pego metiendo toques, que así les decían a las dosis de coca que cogían con una pequeña cucharita y acercaban directamente a la nariz. Esnifar, beber y follar. “Como mola la vida de narco”, pensaba Iván. Por la mañana, otro toque y a cultivar. Al final no iba a estar tan mal lo de tener que ocuparse de la plantación. El tercer día las muchachas dijeron que don Ramiro les pagó solo dos días y se marcharon. “Qué cabrón, el patrón”, pensó Iván, pero por supuesto no lo dijo. Al menos había tequila y perico en cantidad.
Los siguientes tres meses fueron extraños, como si estuviera en una película o en un sueño. El día pasaba en un frenesí de trabajo y toques: siembra, toque, trasplante, toque, riego, toque, y así desde el lunes hasta el domingo. Afortunadamente, no hubo problemas; la germinación fue bien y las plantas crecieron sin interrupciones ni imprevistos. Iván no había sido del todo sincero con don Ramiro cuando le habló de su experiencia montando cuartos de cultivo. Le había dejado creer que sabía más de lo que sabía, y le había ocultado que nunca antes se había enfrentado a un montaje tan grande y complicado. Iván temía haber hecho mal los cálculos y que el cuarto de cultivo diera algún problema imprevisto y se cargara la cosecha. Aquella gente era peligrosa y no quería imaginarse cómo reaccionarían frente a una cosecha fallida. En parte, esta era la razón por la que se había resistido a llevar la plantación. Y, sin embargo, lo estaba haciendo. Don Ramiro no le había dejado opción.
El sistema de cultivo era bastante sencillo; Iván lo había diseñado así para que fuera fácil de operar. Las plantas estaban en macetas de diez litros llenas con un sustrato con base de turba. Las macetas se regaban a mano con manguera desde un depósito donde se preparaba la mezcla de abono. Para el riego se empleaba agua de ósmosis con el pH ajustado y un fertilizante de crecimiento en dos partes. Tras cuatro semanas de crecimiento, Iván cambió el fotoperiodo y empezó la floración. Cambió al abono de floración y vigiló de cerca las plantas para detectarlas en cuanto aparecieran, además, como medida de prevención fumigó las plantas todas las semanas con jabón potásico y aceite de nim. Don Ramiro le había puesto a cuatro empleados para que le ayudaran. Escogió a los dos más espabilados y todos los días les daba un rato de clase sobre cultivo. Luego se ocupaban de las plantas e Iván les iba enseñando todas las labores. Pese a ser hombres de campo y pocos estudios, no tuvieron excesivos problemas en aprender; la posibilidad de convertirse en empleados esenciales para don Ramiro y dejar atrás la pobreza actuaba como gran motivación. Don Ramiro se acercó a ver las plantas a mitad de la floración y quedó muy contento, tanto que les dejó otro paquetón de coca y envió a María Angélica y María Guadalupe dos días más, aunque tuvo que compartirlas con los ayudantes, para que no se enojasen.
Para la cosecha trajeron a no menos de treinta mujeres, que la manicuraron en dos días
Si no se hubiera acostado cada noche fumado, enfarlopado y borracho, probablemente la inquietud frente a un ataque de un cártel rival o el miedo a que don Ramiro no le dejase irse al acabar la cosecha o a que apareciera la policía y le cayeran quince años por narcotráfico le hubieran impedido dormir, pero la triple combinación de sustancias ejercía su magia noche tras noche, e Iván caía inconsciente en la cama. Por fin llegó el momento de la cosecha y trajeron a no menos de treinta mujeres, que se ocuparon de manicurarla entera en apenas dos días. Diez días después, cuando se acabó de secar y con la segunda cosecha en marcha, don Ramiro apareció y cumplió su promesa. Le dio un paquete con el dinero, un apretón de manos y las gracias: “Si alguna vez necesita trabajar, venga a verme, Iván, y le pongo otro cultivo. Ezequiel le llevará al aeropuerto”.
No solo al aeropuerto, le dejó en la escalerilla del avión y sin pasar por el control de seguridad. En España tampoco le revisaron, así que no tuvo que explicar por qué llevaba tanto dinero. Tras tres meses metiéndose toques sin medida y dándole al trago en compañía de los guardias de la finca, cuando Iván volvió a España tenía una afición desmedida a la coca y cuarenta mil dólares en efectivo, una peligrosa combinación... Pero eso es otra historia y ya la contaré otro día.