Hay personas a las que se les da muy bien casi todo lo que hacen. Ramón es una de esas personas: es un tipo simpático, buen amigo, muy currante, padre enrollado y un gran cultivador de cannabis, uno de los mejores que conozco. Le apasiona todo lo relacionado con la planta: “El cultivo es increíble, la posibilidad de crear tanto placer y felicidad a partir de algo tan pequeño como una semilla me fascina. Me gusta meter las manos en la tierra, no me canso de verlas crecer, de oler sus cogollos, de fumarlas...”.
Vive en un piso pequeño con su mujer, dos hijas adolescentes y una gata atigrada a la que le encanta el cannabis, para desesperación de su dueño. Ramón es un gran conocedor de los matices cannábicos, con una nariz portentosa y una hermosa colección de semillas recopiladas a lo largo de los veinte años que lleva cultivando. No guarda madres porque no puede, no tiene sitio para una sala de madres y no quiere renunciar a ir probando nuevas genéticas en cada cosecha. Le encanta la emoción de sembrar una nueva variedad, ver su desarrollo, descubrir su aroma, anticipar su efecto, decidir cuándo cortarla, secarla del modo perfecto, curarla y disfrutarla.
Cultiva en interior durante el año y en verano también pone dos o tres plantas en el pequeño balcón de su piso; le gustaría sembrar más en exterior pero no tiene espacio. Su jardín de interior es un armario de un metro cuadrado iluminado con una lámpara de sodio de cuatrocientos vatios: no es mucho pero le saca un partido fantástico. Suele hacer tres cosechas al año en el armario y una en el balcón. Entre las cuatro recoge cannabis suficiente para su consumo y el de su mujer, ya que solo fuman después del trabajo y los fines de semana. Planta seis plantas en cada cosecha de interior y las cuida como si fueran sus hijas: “Mejor que a nosotras”, suelen decir ellas bromeando. Normalmente, siembra seis variedades distintas cada vez, aunque las que más le gustan las suele repetir de vez en cuando.
A Ramón le gusta cultivar sin prisas, tomándose el tiempo necesario en cada fase para que las plantas se desarrollen bien. Por eso solo hace tres cosechas al año. Empieza sembrando las semillas en servilletas y las trasplanta a pequeñas macetas de un litro en cuanto se abren. Lleva un diario detallado de cada cultivo que le permite recordar todos los detalles de todas las variedades que ha sembrado en las últimas dos décadas.
A Ramón le gusta cultivar sin prisas, tomándose el tiempo necesario en cada fase para que las plantas se desarrollen bien
Prepara su propia mezcla de tierra a partir de un sustrato de saco al que añade un montón de abonos orgánicos, básicamente humus de lombriz, guano de murciélago, harina de alfalfa y harina de algas en una proporción determinada, que ha ido perfeccionando cosecha tras cosecha y a la que añade microorganismos como Trichoderma, Lactobacillus y micorrizas. Elabora la mezcla un mes antes de sembrar las plantas, la humedece ligeramente y la vuelve a meter en dos sacos para que repose, se active y los microorganismos beneficiosos se reproduzcan y empiecen a digerir los nutrientes. Gracias a este sistema consigue una tierra auténticamente viva, aunque cultiva en macetas de apenas veinte litros.
Durante el cultivo, riega casi siempre solo con agua y deja que las plantas se alimenten principalmente de los nutrientes que hay en el sustrato y que van liberando los microorganismos. Durante la floración también aplica ocasionalmente un poco de abono líquido, siempre orgánico y en pequeñas dosis para no dañar los microorganismos que tanto cuida y que son los principales responsables de su éxito.
Ramón tiene una gran sensibilidad con las plantas, de algún modo intuye lo que necesitan en cada momento y logra sacar lo mejor de cada una. Es verdad que no planta cualquier cosa, está muy al día de las nuevas variedades que van saliendo y de las opiniones que otros cultivadores ponen en las redes. Planifica con cuidado cada cosecha para escoger seis plantas distintas pero que puedan coexistir juntas sin problemas. Por ejemplo, intenta no mezclar variedades muy vigorosas con otras de pequeño tamaño para que las primeras no se coman el espacio de las segundas. También evita juntar plantas con tiempos de floración muy distintos.
Por lo general, riega a mano cada maceta cuando piensa que lo necesita, independientemente del resto de las plantas. Algunas consumen mucha más agua que otras, y si las regamos todas por igual su desarrollo no es óptimo: “Un cultivador comercial siembra cientos de plantas a la vez y no tiene más remedio que cuidarlas a todas por igual, no tiene tiempo de dar cuidados particulares a cada una. Yo, sin embargo, tengo solo seis plantas, son mis amigas: cada tarde cuando vengo de trabajar paso un rato con ellas, me preocupo por cómo están, cómo han pasado el día o el aspecto que tienen. Veo sus necesidades y las cubro, le doy a cada una lo que necesita: pongo un tutor, riego un poco, retiro alguna hoja seca, reviso en busca de bichos... Las plantas son mi hobby, mi pasión, mi forma de relajarme. Si te tomas el cultivo como un trabajo o como una obligación, nunca trasmitirás a las plantas el mismo buen rollo que si lo ves como un rato de diversión. A mí me gusta cuidarlas, me lo paso bien. Regarlas a mano es una de las mejores formas de prestar atención a cada una de ellas, de fijarse en lo que necesitan”.
A lo largo de los años ha ido personalizando su método de cultivo, adoptando algunas técnicas que no son muy frecuentes. Por ejemplo, durante las dos últimas semanas antes de la cosecha va eliminando progresivamente las hojas más grandes de las plantas. Es como si hiciera la manicura poco a poco: “Al final de la floración las plantas están tan concentradas en los cogollos que me da la sensación de que las hojas más grandes apenas sirven para nada. A menudo ya están muy amarillas y creo que lo único que hacen es estorbar el paso de la luz. No corto todas de golpe porque no quiero provocar un shock en la planta, pero cada día elimino tres o cuatro. Poco a poco, las plantas quedan más aireadas y abiertas, lo que facilita que la luz llegue mejor a los cogollos inmaduros de la zona inferior, potenciando su desarrollo. Cuando por fin llega el día de cosechar, el proceso de manicura es mucho más rápido, ya que solo hay que recortar las hojas pequeñas que sobresalen de los cogollos. Siembro seis variedades distintas cada vez, así que no cosecho todas las plantas el mismo día, sino que me fijo en el grado de maduración de cada una individualmente. Pero es que tampoco cosecho toda la planta el mismo día. Si prestamos atención podemos ver claramente que no todos los cogollos de la planta maduran a la vez. Las colas principales, las más altas y las que reciben mayor cantidad de luz, son las primeras en estar listas, mientras que los cogollos del interior de la planta, aquellos que viven sombreados en las zonas bajas, suelen ir algo retrasados y se benefician de unos días más de floración, especialmente después de cortar las partes altas, cuando reciben luz directa y la planta se puede concentrar en ellos”.
“Yo tengo solo seis plantas, son mis amigas: cada tarde cuando vengo de trabajar paso un rato con ellas, me preocupo por cómo están, cómo han pasado el día o el aspecto que tienen”
Ramón siempre ha sido muy cuidadoso con la conservación de los cogollos, tiene una nevera especial donde guarda sus tesoros cannábicos y a la que llama “La Despensa”. Por supuesto, guarda cada variedad en su propio bote de cristal para que no se mezclen los olores, y les pone unas etiquetas completísimas donde apunta la variedad, la fecha, el tipo de cultivo y hasta unas notas de cata sobre el aroma y el tipo de psicoactividad.
Como consume menos de lo que produce, cada año ha ido acumulando en su nevera una colección impresionante de variedades, algunas de hace cuatro o cinco años. Las variedades más antiguas tienen un color amarillento porque casi toda la clorofila se ha ido descomponiendo, pero, gracias a la buena conservación, mantienen un aroma delicioso, el sabor resulta increíblemente suave y delicado, pero todavía son bastante potentes. En ocasiones especiales, cuando quiere celebrar algo o simplemente impresionar a los amigos, saca una de estas variedades gran reserva.
Ramón tiene una nariz privilegiada; tengo que reconocer que no soy capaz de captar ni la mitad de los matices y las notas olorosas que él detecta en cada variedad, pero es que, además, su memoria olfativa es prodigiosa. Recuerda con increíble precisión el olor de cada variedad de cannabis que ha cultivado y puede compararlo con el aroma de una planta viva como si ambas plantas estuvieran una junto a otra. Dice cosas como: “Esta planta huele parecida a aquella Shark Shock que plantábamos en el 2001 y el 2002, aunque aquella era un poco más skunkosa; esta es más cítrica y más estimulante”.
La mayoría de los cultivadores que plantan para su propio consumo van atravesando por distintas fases conforme pasan las cosechas y ganan experiencia. Al principio, su máxima preocupación es llegar a la cosecha y conseguir como sea algo de marihuana, en las siguientes plantaciones empiezan a buscar una mayor producción y una mejor calidad. La mayoría se conforma en cuanto logra marihuana de una potencia media y en cantidad suficiente como para no tener que comprar, unos cuantos siguen intentando mejorar en buscar de cogollos más potentes y más grandes, pero muy pocos llegan al nivel de Ramón. Su afán no es producir mayor cantidad, pues ya hace más de la que consume. Su interés es mejorar la calidad todo lo posible, permitir que la planta llegue a su máximo potencial, y sabe que la mejor forma de lograrlo es afinar en el cultivo, ofrecer un entorno ideal para el desarrollo y ajustar los cuidados a las necesidades de cada planta. Y disfrutar del cultivo, amarlo.