Paco y Manolo son los astronautas Francisco García y Manuel Sánchez, de la Agencia Espacial Europea (ESA, siglas por su nombre en inglés: European Space Agency). Tras cuatro años de intenso entrenamiento en el Centro Europeo de Astronautas de Colonia (Alemania) por fin van a ir al espacio.
– Pero, Paco, que nos vamos a meter en un lío, que como nos pillen nos la cargamos.
– Que no nos van a pillar, ya te he dicho que lo tengo todo controlado.
– No sé, tío, que es la Estación Espacial Internacional...
– Vamos a ver, Manolo, mira la pantalla y dime cuántas tomateras puedes ver.
– Veo ocho.
– Lo que te dije, la cámara tiene un punto ciego y no se ve la tercera tomatera de la tercera fila.
– Ya, ya, pero...
– Aquí lo que pasa es que no hay huevos...
– ¿Que no hay huevos? Anda, dame esa semilla y verás si hay o no hay.
Hasta hace dos semanas no tenían misión confirmada, eran los astronautas de reserva, pero una grave intoxicación alimentaria ha afectado a los dos astronautas principales (François y Pierre, franceses), y ha puesto a los españoles los primeros en la lista.
Viajarán el próximo mes de mayo a la Estación Espacial Internacional (ISS, siglas por su nombre en inglés: International Space Station) y permanecerán a bordo de ella durante seis meses, en los que realizarán una larga serie de experimentos encaminados a estudiar la posibilidad de cultivar alimentos en el espacio. Si tienen éxito, se podría crear un huerto en la Estación Espacial para que los astronautas pudieran producir sus propias verduras. No solo eso, con el tiempo, cuando se establezcan colonias en otros planetas y los viajes interestelares se conviertan en realidad, no será posible transportar toda la comida desde la Tierra y habrá que producirla.
Para uno de los experimentos, la ESA, en colaboración con la NASA, ha fabricado un nuevo módulo de investigación botánica que será enviado junto con los astronautas para ser ensamblado a la ISS. En este módulo hay varios espacios, en los que se probarán distintas técnicas de cultivo y sistemas de iluminación con una amplia variedad de plantas. La mayoría de estos módulos emplean bombillas, que se alimentan eléctricamente gracias a paneles solares, para iluminar las plantas, pero hay uno que tiene techo transparente para intentar cultivar directamente con luz solar, le llaman “el invernadero”. Claro que el techo incorpora filtros que reducen la intensidad lumínica a valores óptimos y frenan las radiaciones perjudiciales para las plantas como la luz ultravioleta, que, sin la protección de la atmósfera terrestre, freiría las plantas en cuestión de segundos. Además, una cubierta opaca se despliega a las horas programadas para simular los días y las noches; no olvidemos que en el espacio el Sol brilla continuamente y los únicos momentos de oscuridad ocurren cuando la Tierra se interpone entre la Estación Espacial y el Sol, lo que solo dura unos minutos cada vez, ya que la ISS completa su órbita alrededor del planeta en poco más de hora y media.
El lanzamiento
Las fuerzas que se experimentan durante el despegue de un cohete espacial son brutales. Si no fuera por los asientos especiales que usan los astronautas, probablemente no sobrevivirían al despegue. Paco García no estaba preocupado por él, había vivido esta situación muchas veces antes en el simulador y sabía que esa sensación que sentía en el estómago, como si se le fuese a salir por el culo, era muy molesta pero pasajera. Se sentía inquieto por el destino de Juanita, como Manolo y él llamaban en clave a aquella pequeña semilla que habían escondido en el dobladillo del pantalón del traje de astronauta. No es fácil colarle nada a la Agencia Espacial Europea, todo se revisa una y otra vez, se limpia, se aspira y se irradia repetidamente con el objetivo de impedir que hongos, bacterias y virus viajen al espacio, donde quién sabe qué tipo de catástrofes podrían provocar. ¿Se imaginan qué pasaría si un virus mutase en el espacio y lo trajésemos luego de vuelta convertido en una especie de superhéroe vírico? Podría acabar con la humanidad en un periquete. El caso es que Paco había logrado introducir a Juanita dentro del cohete. Justo antes de encender los motores se llevo la mano al pantalón y comprobó por última vez que siguiera allí. Ojalá no le pasase nada durante el viaje.
La siembra
Llevaban una semana en la ISS cuando llegó el momento de poner en marcha el experimento de cultivo de tomates en el invernadero espacial con iluminación solar, llamado popularmente SoLiTo (Solar Light Tomato). El proceso era delicado, pues la falta de gravedad no facilitaba el proceso, ni mucho menos. Manolo era el encargado de abrir el bote con las semillas de tomate y, ayudándose con una pinza especial, coger una y cerrar la tapa antes de que el resto se pusiese a flotar por el interior del módulo. A continuación debía perforar un pequeño agujero en el sustrato, sembrar la semilla, taparla con tierra y cubrir el sustrato con una malla fina especial que lo mantiene en su lugar pese a la ausencia de gravedad. Tras sembrar las ocho primeras semillas y al llegar al tercer espacio de la tercera fila, Paco sacó a Juanita del bolsillo y se la pasó a Manolo, que dio el cambiazo y la sembró en lugar de la novena tomatera. Flotaba casi sin moverse en el interior de una estación espacial orbitando a cuatrocientos kilómetros de altura sobre el planeta, pero el corazón le golpeaba el pecho con fuerza como si estuviera corriendo. Estaba muy orgulloso, había sembrado la primera semilla de cannabis en el espacio, y aquel sí que era un pequeño paso para un hombre pero un gran salto para la humanidad. Los humanos del futuro, los que conquisten las estrellas y viajen a nuevos mundos, serán más felices gracias a ellos, Paco y Manolo, los cultivadores de las estrellas.
El crecimiento
El Sol en el espacio, eso sí que es una fuente de luz potente y un buen chorro de lúmenes. Juanita crecía como un cohete, con unas hojas anchas y gruesas que parecían más de lechuga que de maría. Los tomates, por fortuna, también crecieron rápido. Si hubiesen dado problemas se habría anulado el experimento y tras cortar las plantas y esterilizar el sustrato se hubieran sembrado nuevas hortalizas, pero ellos no habrían tenido otra semilla que plantar.
Paco y Manolo tenían claro desde que empezaron a planear su aventura que no iban a poder alterar el fotoperiodo del experimento para provocar la floración de la planta de cannabis; los tomates tenían prioridad para la Agencia Espacial, al fin y al cabo, ellos lo pagaban todo y no se podían enterar de nada. Se tuvieron que adaptar y llevar una semilla autofloreciente para que cogollase con cualquier fotoperiodo. A las tres semanas de la germinación, Juanita empezó a florecer. Por primera vez en la historia, una flor cannábica nacía en el espacio.
Cada día, cuando tomaban datos del crecimiento de las ocho tomateras y se inventaban los de la novena, miraban a Juanita florecer. Las primeras glándulas de resina empezaron a cubrir las flores y, por fin, apareció el aroma a marihuana que llevaban semanas esperando. Por suerte, aquel olor solo lo percibían ellos cuando trabajaban en el cultivo, los otros cuatro ocupantes de la Estación Espacial, dos chinos y dos canadienses, no se enteraron de nada.
El desarrollo de Juanita iba suave como la seda; quizás la planta crecía algo más larguirucha que en la Tierra, ya se sabe que los tallos en el espacio son más finos y débiles porque no necesitan aguantar peso, pero los cogollos engordaron perfectamente. A las seis semanas de floración, cuando solo faltaba una para la cosecha, bloquearon con un palillo de dientes el gotero de solución nutriente para impedir que la planta siguiese recibiendo fertilizantes. Los técnicos de Houston se volvieron locos intentando encontrar qué había fallado mientras Manolo y Paco siguieron regando a Juanita con parte de su ración diaria de agua.
La cosecha
Juanita tenía sesenta centímetros de altura el día de la cosecha. Era una variedad pequeña y muy rápida, capaz de madurar en diez semanas desde la germinación. La habían plantado a mediados de mayo y la cortaron a finales de julio. La producción no estuvo mal, teniendo en cuenta las condiciones: un magnífico cogollo principal y cuatro ramas secundarias con buenos cogollos en la punta, además de algunas ramas bajas menos desarrolladas. Claro que la planta había crecido más cerca del Sol y con más lúmenes disponibles que ninguna otra en la historia de la Tierra.
La cata
Lo que hubieran dado ambos por liar un canuto y fumárselo mirando por la escotilla, pero no se atrevieron. Demasiados instrumentos podían dañarse por un poco de ceniza, los detectores de humo se hubieran vuelto locos, incluso podría haber explotado toda la Estación Espacial. Tuvieron que conformarse con comerse el cogollo y esperar a que les hiciera efecto. Tardó mucho, como siempre pasa cuando se come cannabis. Habían pasado casi dos horas y estaban inmersos en otra larga serie de experimentos, en este caso cultivando algas en unos curiosos cilindros llenos de agua salada que flotaban en el espacio, cuando empezaron a sentir una agradable sensación. Hacía meses que no se colocaban, por lo que su tolerancia estaba por los suelos. En poco rato llevaban un colocón de cuidado. Desde Houston les tuvieron que llamar la atención varias veces por sus despistes, incluso se preguntaron si no habría un escape de gas en el interior del módulo que les estuviera afectando. Paco y Manolo aguantaron la risa y acabaron el trabajo antes de tomarse un descanso.
La Tierra se veía por la escotilla, tan redonda, tan azul, tan bonita. Amanecía en la península Ibérica y dos astronautas españoles colocados vigilaban desde las alturas. El efecto del THC era sensacional en el espacio, y todavía les quedaban muchos cogollos. Esta misión iba a ser la más divertida de la historia de la exploración espacial. “¡Tengo hambre! –dijo Paco–, ¿no habrá donuts por algún lado?”.