Si alguien recorre las callejuelas de ladrillos pardos que cruzan el casco histórico barcelonés hasta la calle Ample, probablemente vea algo de amplitud en dicha calle. Las perspectivas cambian con el tiempo. Lo que hoy en día es una de las calles más angostas de la capital catalana en su día debió parecer una auténtica avenida. De ahí que sus habitantes bautizarán con dicho nombre una de las vías más señoriales de la ciudad, donde la nobleza catalana erigió varios de sus palacios.
La perspectiva no es lo único que cambia con el tiempo, y hoy a la nobleza la han sustituido los bares de copas, las tiendas de ropa alternativa y las de alquileres de bicis. En el número 35 de la calle Ample encontramos la metáfora de esas dos caras que conviven en el Gótico barcelonés: el Hash Marihuana & Hemp Museum. El museo dedicado al cannabis más grande del mundo se ubica en una de las joyas del modernismo catalán, el Palau Mornau, edificado en el siglo xv por la familia Santcliment y remodelado al estilo modernista en el siglo xix por el arquitecto Manuel Joaquim Raspall i Mayol para la familia Nadal.
En el 2002, tras años de abandono, este edificio que hoy es uno de los puntos de la ruta del modernismo de Barcelona fue recuperado por el magnate del cáñamo Ben Dronkers. “Me enamoré de la ciudad en una de las visitas que le hice a mi hija cuando estudiaba aquí”, cuenta el empresario. Durante diez años, la fortuna que amasó gracias a las semillas de cannabis transformó un edificio decadente en novecientos metros cuadrados de patrimonio cultural restaurado, donde el trencadís convive con vidrieras redecoradas con hojas de marihuana.
Los viajes por todo el mundo de Dronkers no solo le llevaron a crear uno de los bancos de semillas más completos, el Sensi Seed Bank, sino que de ellos también regresó con una de las colecciones de artículos relacionados con el cannabis más exuberantes. “A medida que iba aprendiendo sobre la planta, me daba cuenta de que estaba coleccionado todo un mundo de objetos que me ayudaban a difundir luego ese conocimiento cuando regresaba”, reflexiona Dronkers.
Las más de 6.500 piezas que llenan las estanterías, vitrinas y paredes del museo comenzaron llegando con cuentagotas en el petate de Dronkers hace cuarenta años; hoy son plataformas como eBay o los propios visitantes los que aportan nuevas incorporaciones.
El 11 de mayo de 2012, Ben Dronkers inauguraba el que sería su segundo museo dedicado al cáñamo en la por algunos conocida, probablemente por esos susurros que acompañan a los paseantes de las Ramblas prometiendo marihuana, como la “Ámsterdam del sur”. El primero, la Hemp Gallery, tiene algo más de historia –lleva desde 1985–, y fue auténticamente pionero haciendo pedagogía sobre qué es el cannabis y cuáles son sus usos desde la “Ámsterdam del norte”.
Tras subir la escalera neomedieval del patio, cubierto por una claraboya con vidrios de colores, el museo propone al visitante un viaje progresivo al universo del cannabis a través de sus ochos salas, cada una con una temática propia. Manuscritos medicinales del siglo xix originarios de Alemania, Francia, Holanda y Estados Unidos y linotipias de las diferentes familias de la Cannabaceae introducen a los neófitos en cuestiones como saber diferenciar una índica de una sativa.
De la planta pasamos a la parte más mediática, el consumo. Pinturas barrocas holandesas del siglo xvi –algunas hechas del marco al óleo enteramente de cáñamo– explican desde las paredes todo el proceso que va de una fase a la otra, mientras que las vitrinas exhiben todo tipo de pipas. Una muestra de cuando Occidente comenzó a mirar con ojos románticos al resto del mundo y de allí llegaron objetos tan exóticos como una pipa de quince quilos, que en su día perteneció a un rey del continente africano.
Los primeros viajes de Ben Dronkers en los que comenzó a gestarse el Hemp Museum de Barcelona no fueron estrictamente para buscar semillas, sino para explorar las posibilidades textiles del cáñamo. En países como Turquía, Afganistán y Pakistán, Dronkers se familiarizó de las ventajas y posibilidades de este material, de la misma manera que la tercera sala pretende hacerlo con los visitantes del museo. En ella podemos ver desde réplicas de las velas de las carabelas con las que Cristóbal Colón llegó a América hasta zapatos Gucci, pasando por piezas de automóviles BMW. “La gente alucina cuando descubre lo presente que está este material en nuestro día a día”, comenta Ferenz Jacobs, uno de los responsables del museo.
El Hash Marihuana & Hemp Museum no representa solo la historia del cannabis, sino que es parte activa en su presente en Cataluña. Su cuarta sala, la dedicada a la cultura, ha acogido momentos clave del activismo cannábico catalán, como la presentación de Som el que Cultivem, la plataforma conjunta de las federaciones CatFAC y FEDCAC para luchar por los derechos de los consumidores. Y también del activismo internacional: desde el mismo año de la apertura del museo con la entrega de los Cannabis Culture Awards, como con la presentación de la película Mr. Nice a cargo de Howard Marks o el preestreno de Barcelonnabis que hicieron Marc y Jodie Emery.
“Es un punto de encuentro crucial”, comenta Eric Asensio, portavoz de CatFAC, además de desempeñar “un papel muy importante de cara a la opinión pública, tanto catalana como para los turistas”. “Una herramienta muy pedagógica”, coincide Albert Tió, presidente de FEDCAC, que también considera que aporta un alto valor cultural a la ciudad como museo. “A veces es algo que perdemos de vista por el hecho de que esté dedicado al cannabis”, reflexiona Tió.
De la pedagogía al activismo, de la historia antigua a la reciente; el museo también repasa en sus posteriores salas la presencia del cannabis en la cultura pop –pósteres desde Popeye “El Marino” hasta Jimi Hendrix o Snoop Dog–, la posterior ola de prohibicionismo y los últimos avances en los procesos de regularización en todo el mundo. “Aunque echamos en falta algo de la historia concreta de Cataluña, sobre todo en el momento tan intenso que estamos viviendo”, comentan los portavoces de ambas federaciones.
Ravi Spaarenberg, actual CEO de Sensi Seeds, coincide. “Es algo en lo que estamos pensando de cara a reorganizar el museo”, comenta mientras le da una calada a un porro, sentado en una de las sillas del patio azul, un despliegue modernista de azulejos de estilo andaluz. “También me gustaría exhibir un hemp car”, un coche fabricado en su mayor parte a base de cáñamo. En Ámsterdam tenemos una hemp moto”, explica entusiasmado.
Mientras Ravi habla sobre futuros museos que Sensi Seeds pretende abrir como colaborador en ciudades como Denver o Las Vegas, aprovechando el ciclo aperturista de Estados Unidos en materia de cannabis, un joven turista que ha olido lo que tiene entre manos Ravi se acerca a preguntarle si en este espacio se puede fumar. El actual CEO de Sensi Seeds sonríe y, educadamente, le responde que no, que es parte de las licencias de estar siendo entrevistado. “Esto es lo que quiero conseguir en un futuro no muy lejano. Convertir parte del museo en una sala para fumar, reunirse y conversar. Que más que un museo esto sea un punto de reunión espontánea de los consumidores de cannabis de la ciudad, donde cultura y ocio convivan”, afirma.
Cinco años después de su apertura, por el Hash & Hemp Museum de Barcelona han pasado 75.000 visitantes. Algunos nombres propios, tanto a nivel internacional, el empresario y activista Steve DeAngelo o el divulgador Ed Rosenthal, como históricos del panorama nacional, como Fernanda de la Figuera. La mayoría son como el joven turista al que le hubiera gustado fumarse un porro mientras seguía el recorrido por las ocho salas del museo, aunque hay otro perfil al que este museo lleva cinco años ampliándole las perspectivas.
Son vecinos enamorados del arte modernista catalán y ya de cierta edad que difícilmente entrarían en un museo dedicado al cáñamo si este no se encontrara en uno de los palacios mejor conservados de la ciudad. Aunque vienen por el arte que internacionalizó Gaudí, muchos acaban fascinados por el otro atractivo que se exhibe. “Algunos incluso vuelven con sus nietos y muchos preguntan por su potencial y aplicación medicinal”, cuentan desde el museo.
Un museo que ha conseguido a lo largo de sus más de dos mil días abierto, mostrando sus 6.500 piezas a los miles de visitantes que han pasado por él, ensanchar las perspectivas de una sociedad que, en parte, ya no ve el cannabis de la misma manera que lo hacía cuando el Palau Mornau solo era una vieja gloria más entre las callejuelas de adoquines pardos del Gótico de Barcelona.