Cuanto más nos acercamos a la fecha de su centenario, más parece ponerse de moda la figura de Carlos Edmundo de Ory (1923-2010), circunstancia que le divertiría precisamente por no haber estado nunca interesado en la publicidad de su persona, sino en algo más ambicioso: convertirse en leyenda. Aparte de que sus brillantes aerolitos —nombre con el que bautizó unos aforismos equidistantes del delirio mediterráneo y la serenidad budista— le garanticen una modesta pero uniforme dosis de posteridad, hay que celebrar la reciente aparición de una espléndida biografía (Prender con keroseno el pasado, de García Gil) y la excelente trayectoria de la fundación gaditana que lleva su nombre, una excepción en el decaído panorama de las instituciones encargadas de custodiar el legado de tantos artistas y escritores españoles. En honor de Ory, seleccionamos un puñado de Aerolitos (1962-2005) y otro de fragmentos procedentes del primer volumen de su Diario (1944-2000), una de las obras maestras secretas de la literatura española contemporánea.

Maldito de moda
Este artículo se publicó originalmente en el número 251 de la revista Cáñamo España
Relacionados
Femeninamente (II)
En las páginas de su Filosofía en los días críticos, Chantal Maillard declara: “Pienso sintiendo; pensando siento”. Cruce de filosofía y poesía, el aforismo parece adaptase de manera óptima a esa contigüidad de intelecto y sensibilidad que constituye...
Los que corren están muertos
El título de la presente entrega, reproducción de un proverbio marroquí, alude sutilmente al tema más inquietante del siglo XXI: la aceleración. Si bien los inicios de la misma corren paralelos a los primeros pasos de nuestra cultura, su ritmo de...
Republicanas
Frente a la oposición de sus colegas al nombramiento de Emilia Pardo Bazán como catedrática de Literatura de la Universidad Central de Madrid, Julio Burell, ministro de Instrucción Pública, tuvo el coraje de afirmar: «¡Nadie de los aquí presentes es...
Juegos de lenguaje
Dieciséis variaciones sobre un mismo tema, el de la lengua: esa "unidad de dos caras, la material, el sonido, y la espiritual, el sentido", como señalaba Jakobson en 1942, cuyo rasgo decisivo estriba en "hacer un uso infinito de medios finitos"...