En México y en el Estados Unidos latino existe un género de películas sobre narcotraficantes underground, el llamado videohome. Cada película tiene un presupuesto de cinco mil a veinte mil dólares, se filman en una semana y no tienen pretensiones de estrenarse en un cine comercial ni de competir por un óscar. Desde finales de la década de los ochenta, las cintas se hacen directamente para distribuirse en vídeo (y ahora en DVD o internet). Su calidad es en general lamentable: se escuchan mal, las actuaciones dejan bastante que desear y abunda el humor involuntario. Sin embargo, gozan de una enorme popularidad entre las clases populares. Actores como Ana Jiménez, “La Potranca Fina”, o Carlitos y sus Estrellas son desconocidos para la clase media mexicana pero superestrellas en el circuito de narcocine de serie B.
“Sé que muchos llaman a nuestras películas narcofilms, pero a mí me gusta más la definición de cine de compadres”, explica Luis López, de la productora Loz Brotherz, uno de los gigantes del sector. Con sede en Tijuana, en un reportaje para Vice explica una de las claves del éxito del género: hacer películas de los narcocorridos más populares. “Claro, los temas son las balaceras, las peleas entre bandas o policías, explosiones y matanzas. Pero ¿cuál es la diferencia con las películas de acción de Hollywood? Los presupuestos y el idioma”, afirma López. La mayoría de los que consumen este tipo de películas son mexicanos que viven en Estados Unidos desde hace años. Si les gusta el género, según López, es “porque les da nostalgia: quieren ver historias que hablen de lugares conocidos, que son familiares, habladas en español, que hagan ver los valores y los defectos de los mexicanos”.
En México, los narcocorridos y las películas que hacen apología del crimen organizado están prohibidos. De hecho, las series de Netflix sobre El Chapo o Narcos bordean lo delictivo con el Código penal mexicano en la mano. Evidentemente, hay un enorme mercado para estas cintas en México en el comercio informal (que suele controlar el crimen organizado), sobre todo en las ciudades de la frontera norte. Todos los días se venden miles de estas películas de forma ilegal, situación que contrasta con lo que sucede en Estados Unidos, donde están al alcance de cualquiera que visite un Walmart. Algunos de los títulos, como Soy Cholo y me la pelan, Gripe colombiana o La cabrona, llegan a vender ochenta mil copias.
Un capo que está despuntando puede mandar a hacer una película sobre sus gestas para exhibirla solo entre sus más allegados. "La Barbie" invirtió doscientos mil dólares en una película sobre su vida.
Mario Almada fue una de las estrellas del videhome más prolíficas. Realizó más de trescientas películas comerciales (que se estrenaron en cines), y perdió la cuenta de los narcofilms en los que participó, pero estimaba que rondarían los mil. ¿Invierte el narco en estas producciones? Los productores del sector aseguran que no tienen nada que ver con el dinero de la droga. Almada, por su parte, no tenía problema en reconocer: “Sí hubo muchos narcos que metieron dinero al cine, y salían muy buenas películas, porque era mucho dinero”. Entre otras cosas, Almada contó que era frecuente que las novias de los capos fueran fichadas como actrices, pero cuando lo hacían muy mal –algo difícil para la media del sector– les cortaban el papel. “¡Bendita edición!”, reflexionaba el actor, que murió a los noventa y cuatro años, en octubre del 2016.
Una de las peculiaridades de este género es que muchos de los actores pagan por participar: cien dólares por un papel secundario y hasta mil dólares por ser uno de los protagonistas. Cualquiera puede salir en una de estas producciones, hasta un periodista de Vice que hacía un reportaje sobre el mundo del videohome y, por la indisposición de uno de los actores (que tenía que ir a recoger a su hija al colegio), tuvo que ponerse delante de las cámaras para hacer de guardaespaldas. Cuando preguntó detalles de la trama, si él era uno de los buenos, le respondieron: “Pues igual somos mafiosos, pero los otros son más cabrones”. Evidentemente, las estrellas de este género sí cobran por salir en las películas. Como recordaba Almada: “Los narquitos decían: ‘hazme mi película’. Yo quiero salir de galán, yo quiero matar a Mario Almada. ¡Nomás que Mario Almada les cobra por ese tipo de muerte, les cobra el doble!”.
Aunque en ocasiones los capos financian producciones, en otras los directores se inspiran en lo que aparece en las noticias –especialmente, en la sección de sucesos– para rodar sus películas en una semana. “Los narcos son los personajes ideales: son violentos, usan armas, tienen camionetas y mujeres”, afirma Miguel Marte, director de ciento cincuenta videohome, a la BBC. La película El Pozolero, por ejemplo, se basaba en la historia de un sicario de Tijuana que al ser detenido declaró que había disuelto trescientos cuerpos en bidones con cal viva.
Vanidad
Además del circuito de serie B, existe un género todavía más underground: el cine por encargo de narcos. Un capo que está despuntando puede mandar a hacer una película sobre sus gestas, pero que no llega al circuito mainstream de los tianguis de comercio informal. La exhiben solo entre sus más allegados. A los narcos les gusta el cine, como prueba la captura definitiva del Chapo Guzmán, cuyas ansias de hacer una película de su vida con Kate del Castillo y Sean Penn condujeron a las autoridades mexicanas a capturarlo y deportarlo a Estados Unidos. Hay incontables videhome sobre su vida, una serie en Netflix, el documental de Kate del Castillo y, por si fuera poco, Sony y Fox preparan películas sobre el jefe del cártel de Sinaloa.
No todos los narcos con anhelos cinematográficos tienen contactos en Hollywood, pero aprovechan para ir a las empresas que producen videohome para inmortalizar sus gestas. Edgar Valdez Villareal, “La Barbie”, un terrible sicario al servicio de los Beltrán Leyva, confesó cuando lo detuvieron que había invertido doscientos mil dólares en una película sobre su vida. “Me dio por mandarla a hacer”, explicó a los policías que lo interrogaron, y detalló que había revisado el guion, visto los avances del largometraje y participado en diversos momentos de la producción. No está claro si se llegó a completar; desde luego no se consigue en ningún Walmart ni en ningún tianguis de Tijuana.
Tras el tirón comercial de series como Narcos, de Netflix, los grandes estudios han mostrado su interés en las historias de narcotraficantes, como muestra el reciente estreno de una película en la que Bardem hace de Pablo Escobar. Preparándose para el porvenir, Rafael Caro Quintero ha tomado precauciones. En enero pasado registró su nombre como marca registrada ante el Instituto Mexicano de la Propiedad Intelectual. No está claro si es para evitar que se rueden películas sobre él o si tiene planes de producir una cinta. Ha tenido una vida de película, fue uno de los capos más importantes de la década de los ochenta, pasó veinticuatro años preso acusado del asesinato de un agente de la DEA. En agosto del 2013, un juez lo dejó en libertad sorpresivamente, y desde entonces está prófugo. No sería la primera ficción que inspira; existe un videohome sobre su vida titulado Operación mariguana.