En 1975, Tom Wolfe publicó el que sigue siendo su libro más popular. Lo tituló El Nuevo Periodismo, que es la denominación que escogió para definir lo que desde una década atrás hacían un puñado de periodistas, entre los que se contaba, que habían rechazado cualquier ortodoxia de la escritura periodística para disparar las ambiciones literarias de cualquier crónica. En aquel volumen, Wolfe recopilaba una veintena larga de textos de sendos autores, representantes de esa era considerada dorada, pero también equívoca y controvertida, del periodismo norteamericano. La selección incluía a autores que abordaban sus crónicas con estrategias muy distintas, a veces, incluso antitéticas. Pero todos tenían en común su heterodoxia, cimentada en una escritura furiosamente personal y carismática que en muchos casos les convirtió prácticamente en estrellas de la era pop. Así que no es de extrañar que la inmensa mayoría de ellos hiciera sus pinitos en el cine. Conocida hasta la saciedad su obra literaria, y a modo de homenaje al recientemente fallecido Wolfe, repasamos la relación de los más notorios de aquellos nuevos periodistas con la gran pantalla.
Truman Capote
Con A sangre fría, su “novela de no ficción” –en su propia y artera denominación– sobre el asesinato de una familia durante el asalto de unos ladrones a su casa, Truman Capote se convirtió en el más popular cultivador del Nuevo Periodismo, y probablemente también en el más tramposo, a base de saltarse unas cuantas normas básicas del oficio; la primera, la de no inventarse nada. La adaptación al cine fue inmediata, pero, como en el caso de la adaptación de Desayuno con diamantes (Blake Edwards; 1961), Capote no participó en el guion. Fue Richard Brooks quien escribió y dirigió A sangre fría, la película, en 1967, consiguiendo una seca muestra de cine negro de textura casi documental, más abrupta que el propio libro. Truman Capote (Bennet Miller; 2005) e Historia de un crimen (Douglas McGrath; 2006), en las que, con la finezza marca de la casa, Philip Seymour Hoffman y Toby Jones encarnan respectivamente al escritor, documentan con afán didáctico –y con considerable y oportuna mala uva en el primer caso– algunos de los inconfesables tejemanejes de Capote durante los preparativos del libro que más marcó su carrera.
Tom Wolfe
Dos de los libros capitales de Wolfe, Lo que hay que tener y La hoguera de las vanidades, fueron llevados al cine. Ninguna de las dos películas funcionó, y ninguna le gustó al escritor. Eso sí, Elegidos para la gloria (Philip Kauffman; 1981) fue un fracaso honorabilísimo. A la hora de llevar a la pantalla la monumental reconstrucción que Wolfe había hecho de la carrera espacial norteamericana, Kauffman supo insuflarle aliento épico, casi de western, sin renunciar a una escrupulosidad narrativa que aún hoy sostiene el film fresco y rotundo. Otra historia es la desnortada versión que Brian de Palma perpetró de la novela más importante del hombre que vestía de blanco. La hoguera de las vanidades, el film (1989), tras un rodaje caótico en el que de Palma tuvo que lidiar con un inadecuadísimo reparto de estrellas (Bruce Willis, Tom Hanks, Melanie Griffith), resultó en un indigesto coctel tan ampuloso como hueco.
Hunter S. Thompson
Pensar en Hunter S. Thompson en el cine es pensar en Miedo y asco en Las Vegas (1998), en la que el ex Monty Python Terry Gilliam desplegó todo su arsenal de arabescos para trasladar en imágenes la psicoactiva prosa del mayor hit del gran reportero gonzo. Pero mucho antes de que Johnny Depp se fundiera con Thompson, Bill Murray ya le había encarnado en When te buffalo roam (Art Linson; 1980) un simpático mix, nunca estrenado en España, de algunos de sus artículos aderezados con pasajes biográficos. Murray hizo buenas migas con el periodista, aunque sin llegar a las cotas de fascinación de Depp, que volvió a encarnar a otro de sus alter ego en la mucho más convencional Los diarios del ron (Bruce Robinson; 2011), y que además aportó su voz para leer pasajes de la obra del escritor en Gonzo: Vida y hazañas del Dr. Hunter S. Thompson, el ya canónico documental que le dedicó Alex Gibney en 2008.
Terry Southern
Wolfe situó como texto fundacional de su Nuevo Periodismo el reportaje que Terry Sothern publicó sobre la vida en el campus de la Universidad de Mississipi a principios de 1963 en Esquire. Poco después, empezó una prolífica carrera como guionista cinematográfico. Lo hizo ni más ni menos que de la mano de Stanley Kubrick, que le llamó para que le ayudara a retocar el libreto de ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú (1964). Southern, con mano para la sátira pero cuya participación en el guion del film de Kubrick fue exagerada por un error de la promoción de la película, adaptaría después a Evelyn Waugh en Los seres queridos (Tony Richardson; 1965) y participaría en los guiones de films de culto como El rey del juego (Norman Jewison; 1965), Barbarella (Roger Vadim; 1968) o, sobre todo, ese canto generacional que fue Easy Rider (Dennis Hopper; 1969). Pero las adaptaciones de sus propias novelas no pasaron de inanes. Ni Candy (Christian Marquand; 1968), en la que no participó, ni The magic christian (Joseph McGrath; 1969), concebida para el lucimiento de Peter Sellers.
Michael Herr
Despachos de guerra, la recopilación de resonantes crónicas que publicó en 1977 fruto de sus 18 meses como corresponsal de Esquire en Vietnam, convirtió a Michael Herr en el referente periodístico ineludible sobre aquel conflicto que traumatizó hasta el tuétano a la sociedad norteamericana. Así que Francis Ford Coppola lo reclutó para que le ayudara con los monólogos interiores del coronel Willard de su mastodóntica Apocalypse Now (1979). Casi una década después, sería otro gigante, Kubrick, quien llamaría a Herr, para escribir junto a él y el autor de la novela original, Gustav Hasford, la que sería otra de las películas imprescindibles sobre Vietnam: La chaqueta metálica (1987). Herr aún volvería a hacer un par de pinitos más en el cine, uno de ellos, de la mano de Coppola, al que también ayudó con Legítima defensa (1997).
George Plimpton
Si Hunter S. Thompson popularizó el periodismo gonzo, George Plimpton ensayó una variante del mismo que él llamaba “periodismo participativo”. Así, llegó a tocar con la orquesta filarmónica de Nueva York y a competir en distintos deportes, para luego escribir sobre sus experiencias y mundos a cuyas entrañas había tenido un acceso que no habría conseguido de otra manera. En 1963, hizo la pretemporada con el equipo de fútbol americano de los Detroit Lions como quarterback suplente y llegó incluso a jugar en algún amistoso. Lo contaría en su libro de más éxito, Paper Lion, que en el cine dio pie a una olvidada comedia deportiva, León de Papel (Alex March; 1968), en la que le interpretaba Alan Alda. Más recomendable, y menos difícil de ver, es Plimpton! Starring George Plimpton as himself (Tom Bean y Luke Poling; 2012), amable documental que repasa con agilidad las aventuras de un tipo que convirtió el amateurismo en su profesión.
Norman Mailer
Poco quedó en Los desnudos y los muertos (Raoul Walsh; 1958), por otro lado buena muestra del vigor de Walsh para el cine bélico, de la primera novela de Norman Mailer, escrita tras servir en Filipinas durante la Segunda Guerra Mundial. Habría que esperar aún un cuarto de siglo para que una adaptación le hiciera justicia al inabarcable Mailer. Fue La canción del verdugo, que Lawrence Schiller dirigió para la televisión en 1982, esta vez con guion del propio escritor, que fue nominado al Emmy, y con Tommy Lee Jones como Gary Gilmore, un condenado por dos asesinatos que en los años 70 no paró hasta conseguir su propia ejecución. Mailer dirigiría después Los hombres duros no bailan (1987), apagada adaptación de su propia novela con la que volvía a ponerse tras la cámara tras los pinitos que había hecho a finales de los 60 con el cine experimental.
Joan Didion y John Gregory Dunne
El matrimonio formado por Joan Didion y John Gregory Dunne siempre trabajó a cuatro manos para el cine, ya fuera adaptando libros ajenos, como en Pánico en Needle Park (Jerry Schatzberg; 1971), la descarnada crónica heroinómana que dio a conocer a Al Pacino; remakeando un clásico en Ha nacido una estrella (Frank Pierson; 1976), o adaptando novelas de alguno de ellos dos, como en Confesiones verdaderas (Ulu Grosbald; 1981). Su sobrino, Griffin Dunne, le ha dedicado recientemente a Didion, leyenda viva del periodismo y la literatura norteamericanos, Joan Didion: el centro cederá (2017), un documental tan didáctico como plano.
Joe Eszterhas
Ningún otro de los nuevos periodistas tuvo una carrera como guionista tan fructífera como Joe Eszterhas, que en los 90 llegó a ser el escritor mejor pagado de Hollywood. Mucho antes, fue reportero de Rolling Stone, pero a mediados de los 70, cambio el reporterismo por el cine. Su primer guión fue el de Símbolo de fuerza (Norman Jewison; 1978), en la que Sylvester Stallone interpretaba a un trasunto del líder sindical Jimmy Hoffa. Después, escribiría éxitos como Flashdance (Adrian Lyne; 1983) o el thriller de Costa-Gavras La caja de música (1989), pero con la que rompió el molde fue con Instinto básico (1992), el estilizadísimo thriller hitchcockiano con el que él y Paul Verhoeven, cruce de piernas de Sharon Stone mediante, se hicieron de oro a base de añadirle dosis de sexo convencionales para cualquier film europeo, pero que en Hollywood se vendieron como el no va más del erotismo en la gran pantalla. Eszterhas trató de repetir la jugada, de nuevo con Verhoeven y una graduación sexual solo escandalosa para los pacatos estándares de Hollywood en Showgirls (1995). Pero claro, no era lo mismo.
Gay Talese
Como Joe McGinnis y algunos otros de sus colegas de generación compilados por Wolfe en El Nuevo Periodismo, Gay Talese, el único que podría disputarle al autor de Ponche de ácido lisérgico el título de rey de la sastrería, no ha conseguido nunca que sus textos den el salto al cine. Solo uno de ellos, la crónica mafiosa Honrarás a tu padre, se convirtió en un telefilm, Honor thy father (Paul Wendklos; 1973). Curiosamente, ha sido su último libro, El motel del voyeur, considerado también el peor, el único que ha propiciado una película reseñable. Eso sí, Voyeur (Miles Kane y Josh Koury; 2017) es un documental y no está basado en el libro, sino que recoge el making of del mismo, para desgracia de Talese, cuya leyenda de puntilloso y preciso como nadie queda en entredicho como nunca. Cuando el libro se publicó, ya trascendió que el anciano periodista no había comprobado puntos sustanciales de la historia, basada en gran parte en una sola fuente, el propietario de un motel que afirma haber espiado a sus clientes durante décadas. Pero la película acredita además que era consciente de numerosas fallas en la veracidad del relato del voyeur que prefirió pasar por alto, aunque en ningún caso fueron detectadas por él.