A pesar de que se ha anunciado la fecha de caducidad del capitalismo en numerosas ocasiones, siempre encuentra inesperados vericuetos por los que reformular sus parámetros y regresar a la casilla de salida con las cuentas saneadas. Así al menos lo creen los hermanos Josh y Ben Safdie en Diamantes en bruto, quienes en el arranque de su ya cuarto largometraje conectan el expolio del continente africano con el colón de Howard Ratner, interpretado por Adam Sandler, a partir de las texturas macroscópicas y fluorescentes de un ópalo negro virgen. El vínculo que une la ambición neocolonialista y el interior del culo de un joyero neoyorquino, a la postre adicto al juego, es sin duda rebuscado, pero pocas veces una imagen, así de bruta y descarnada, ha definido con tanta claridad el mundo del siglo XXI. En efecto, para los Safdie nos ha tocado vivir en un mundo codicioso, cruel y sucio.
Con Diamantes en bruto, en Netflix desde el pasado 31 de enero de 2020, los hermanos Safdie han revolucionado no solo la escena del cine independiente estadounidense, sino la del género noir global. Mucho antes, no obstante, de que Robert Pattinson lo dejara todo para protagonizar su Good Time (2017) y mucho antes de que los ejecutivos de Hollywood se desvivieran por ficharlos o que el propio Martin Scorsese produjera su trabajo, los hermanos cineastas han estado realizando películas de muy bajo presupuesto en las calles de Nueva York, en busca de la ternura y de algunos destellos de belleza entre los ambientes más sórdidos de la Gran Manzana.
De hecho, los hermanos nacieron y crecieron entre Queens y Manhattan, y el cine les viene de familia: Alberto Safdie, su padre, sobrino de un afamado arquitecto y suerte de hippie trasnochado amante del séptimo arte, en palabras de los cineastas, les filmaba de manera compulsiva y les acabó regalando una cámara Hi-8. Desde entonces, su filosofía de tomar la cámara y filmar la calle y la vida, con un estilo rudo y taquicárdico, deudor de las primeras obras de Scorsese, ha ido afinándose pero sin perder ni un ápice de su esencia. Para la ocasión, repasamos cada uno de los cuatro largometrajes de su trayectoria conjunta para entender de dónde viene y hacia dónde va esta pareja de hermanos y su cine urgente y despiadado.
‘Go Get Some Rosemary’ (2009)
Aunque Josh Safdie ya debutó en el largo con The Pleasure of Being Robbed (2008) sobre una joven que no puede parar de robar, a medio camino entre John Cassavetes y Jim Jarmusch –y con su hermano Ben en las tareas de guion y producción–, Go Get Some Rosemary (2009), también conocida como Daddy Longlegs, es el primer largometraje que perpetraron conjuntamente y con el que deslumbraron en la Quincena de Realizadores de Cannes de ese año. La película, sin embargo, poco tiene que ver con las florituras autorales que se suelen asociar al gran festival de festivales, porque Go Get Some Rosemary es un nada complaciente retrato del Low Manhattan y de su fauna: cinéfilos sin horizonte, yonquis y otra calaña de perdedores con los rostros, entre otros, de Abel Ferrara o Lee Ranaldo, el otrora líder de Sonic Youth.
La película sigue a un tipo que trabaja de proyeccionista en una sala de cine neoyorquina cuando tiene que pasar un verano cuidando a sus dos hijos pequeños con menos éxito del esperado. Inspirada en sus recuerdos de niñez, Go Get Some Rosemary ya sienta las bases de lo que será el estilo cinematográfico de los Safdie: actores no profesionales (aquí el protagonista es Ronald Bronstein, coguionista y montador de sus películas); un Manhattan destartalado por donde pululan todo tipo de personajazos; y un retrato profundamente humanista y desbordante de picos de adrenalina con el fin de mostrar los claroscuros de sus protagonistas. De entre ellos, siempre sobresale un arquetipo muy concreto, el hombre (o mujer) de dudosa moral pero de buenas intenciones, que no conoce otro camino más que la huida hacia delante y al que vamos a ir viendo repetidamente en sus obras.
‘Heaven Knows That’ (2014)
Harley vive en la calle. Está enganchada a la heroína y a Ilya, otro yonqui que la maltrata, pero de quien no puede separarse. Esta es la premisa de Heaven Knows That, segundo largometraje de los Safdie y adaptación de las memorias Mad Love in New York City, de Arielle Holmes, la joven actriz –y extoxicómana– que se interpreta a sí misma en este film crudísimo que, de alguna manera, supuso la tabla de salvación de la chica.
La historia del making of de Heaven Knows That es tan fascinante como la propia película, probablemente porque esta ficción bebe de una realidad estremecedora: Josh y Ben Safdie conocieron a Holmes buscando localizaciones en Nueva York, cuando ella sobrevivía durmiendo –y pinchándose– por sus calles. Tras varios intentos infructuosos de quedar con ella, a causa de las caídas emocionales de la joven, que la llevaron a un intento de suicidio, con su apoyo lograron que Arielle se desenganchara de las drogas y creyeron que contando su historia sería más fácil que se sobrepusiera.
Sombrío ejercicio sobre la vida de un adicto, Heaven Knows That se apoya en una cámara inmersiva y en una banda sonora firmada por Isao Tomita para erigirse como una “ópera de la calle”, en palabras de Josh Safdie. Hiperrealismo brutal hasta rozar el terror psicodramático que, a diferencia de lo que reza el tópico, aquí el giro feliz tuvo lugar en la vida real y no en el cine: Holmes venció sus adicciones y, aparte de su debut con los Safdie, también ha participado en 2307: Winter’s Dream, de Joey Curtis, y en American Honey (2016), de Andrea Arnold.
‘Good Time’ (2017)
Good Time es literalmente una apisonadora. La penúltima película de Josh y Benny Safdie arrasó en el Festival de Cannes de hace algo más de dos años y abrió las puertas a que el público masivo conociera el desquiciante universo de los desposeídos por el capitalismo, los antihéroes que protagonizan, en suma, el universo fílmico de los hermanos cineastas.
Protagonizada por un Robert Pattinson en estado de gracia –que empeñó toda su carrera por filmar esta cinta con los Safdie–, Good Time se abre con una toma aérea sobre el downtown neoyorquino que va cerrándose en zoom hacia un edificio de despachos para pronto cambiar y enseñarnos un plano corto de los ojos de Nick (Ben Safdie), en mitad de una sesión de terapia psiquiátrica. Esa tensión entre los primerísimos planos y las tomas distantes sin profundidad de campo son la clave de estilo de una cinta que no da respiro alguno a lo largo de las 24 horas desesperadas que retrata. Porque en poco más de hora y media seguimos, con el corazón desbocado, a Connie Nikas (Pattinson) durante un día y su noche por todo Nueva York, tratando de dar con el dinero que logre sacar a su hermano de la cárcel, preso tras un atraco fallido. El desasosiego es tal que llega un momento en que al protagonista –y al espectador– lo único que le importa es salir de una vez de la pesadilla en se está metiendo, una odisea cada vez más sucia, sórdida y con pinta de callejón sin salida.
En Good Time resulta bastante obvia la influencia de Scorsese (Malas calles, Taxi Driver, ¡Jo, qué noche!) o John Cassavettes (Mikey and Nicky), pero este artefacto bastardo que escupe desesperación bebe de referentes mucho más populares, los docudramas y realities sobre policías y criminales que desde finales de los 80 han ocupado parte de la parrilla televisiva estadounidense, tal y como han reconocido los Safdie en más de una ocasión. El resultado, que está disponible en Netflix desde que la cinta se estrenase allí en enero de 2018, es un largometraje imprevisible y desconcertante, capaz de capturar el fatalismo abismal de los primeros compases de la era Trump.
‘Diamantes en bruto’ (2019)
La más ambiciosa e imponente de las películas de los Safdie, con Diamantes en bruto podríamos asegurar sin miedo a equivocarnos que los hermanos han tocado el cielo del séptimo arte. Diamantes en bruto es su filme más depurado y el más excesivo, casi dos horas y media de delirio en el que cabe de todo: el Diamond District –el tramo de la calle 47 de Nueva York que concentra casi todas las joyerías de arraigo judío–; la NBA; el r&b y The Weeknd; el estilo de Ferrara, Cassavetes y (otra vez) Scorsese; la crisis económica de la década pasada; bolsas de dinero en cash; la ludopatía; un ópalo negro sin tallar importado clandestinamente de Etiopía; el punteo musical desquiciante de Oneohtrix Point Never; los planos cortísimos rodados en 35mm por por Darius Khondji; y un Adam Sandler de órdago. ¿Alguien da más?
El arranque de Diamantes en bruto es una de esas genialidades difícilmente superables, pero lo que sigue a esa escena de podredumbre capitalista y lazos intestinales es aún más vertiginosa: Sandler es Howard Ratner, un joyero judío irritante y excesivo –el arquetipo protagonista del cine de los Safdie– que respira doblando apuestas y camelando a quien se pone enfrente, mujer, hijos, clientes o matones que le reclaman deudas. El objetivo es ganar tiempo; lo único, sin embargo, irrecuperable en esta vida.
Inspirada una vez más en la biografía de su progenitor, cuando este trabaja como recadero en el Diamond District, en Diamantes en bruto sobresale la portentosa interpretación de Sandler, al servicio de un relato asimismo volcado en un personaje a la carrera, sorteando no solo el reloj sino también un ruido de fondo cada vez más y más asfixiante. La crítica global se ha rendido a la interpretación del actor, conocido sobre todo por sus comedias escatológicas o románticas para toda la familia. Aquí resuenan, no obstante, todos esos papeles previos, como si fueran ensayos del entrañable y temerario ludópata que encarna con tanto magnetismo. Cuentan los Safdie que estuvieron detrás de Sandler durante los casi diez años de preparación del proyecto y que no fue hasta que Sandler vio Good Time que accedió a involucrarse en la película. El experimento cuajó en la pantalla y fuera de ella, porque el actor y la pareja de hermanos han reincidido en el cortometraje Golman V Silverman (2020), que cuenta el rifirrafe de dos estatuas humanas que trabajan por Times Square y pieza cómica, absurda y cruel. Como nuestras miserias cotidianas.