Fortaleza de mujer, motor de cine
En la película deben aparecer al menos dos mujeres, en algún momento deben hablar entre ellas y la conversación no debe girar en torno a un hombre.
En la película deben aparecer al menos dos mujeres, en algún momento deben hablar entre ellas y la conversación no debe girar en torno a un hombre. Estas sencillas reglas, que la historietista Alison Bechdel estableció en 1985 en su serie Dos lesbianas de cuidado para identificar si una película es o no machista, no siempre son pertinentes, porque cualquier film que describa un entorno eminentemente masculino o transcurra en él las infringirá, con independencia del enfoque y las intenciones de sus autores.
Pero pasar por el denominado test de Bechdel a los grandes clásicos convierte en inapelable lo ya evidente: que el peso reservado a la mujer delante y detrás de las cámaras ha sido secularmente subsidiario. Aunque siempre haya habido mujeres cineastas, desde la francesa Alice Guy, contemporánea de los Lumière, directora de 400 cortometrajes, o la norteamericana Lois Weber, primera en dirigir un largo, ya en 1914, pioneras en un mundo de hombres. Afortunadamente, ha habido avances, aunque sean al trote cochinero. Aquí va una breve pero jugosa selección de películas recientes protagonizadas y dirigidas por mujeres que acreditan que algo está cambiando y también que se puede esquivar el androcentrismo imperante en la ficción sin necesidad de quedarse en el panfleto ni prescindir de ninguno de los mecanismos narrativos que hacen que un relato nos llegue, nos conmueva, nos sacuda, con independencia de su eventual militancia.
‘Janis: Little Girl Blue’
(Amy Berg, 2015)
Títulos como Deliver us from evil y West of Memphis han hecho de Amy Berg uno de los nombres imprescindibles de la última generación de documentalistas. Su última película es –como Amy, el documental de Asif Kapadia– la crónica del velocísimo ciclo de auge y caída de una estrella brillante y fugaz, de una joven con un talento descomunal y la fragilidad de la porcelana, vencida por el vértigo de la fama, devorada por el maelstrom de un éxito súbito e inabarcable. En este caso, con la heroína reservándose, como tantas veces, su rol favorito, el de verdugo. Pero Janis es también la historia de una batalla, también íntima, contra lo establecido, lo ya dictado de antemano, una batalla planteada no desde la reivindicación, sino desde la pura acción: a Janis Joplin la echaron del coro del colegio por no seguir las instrucciones y triunfó sin seguir ninguna, sin adaptarse a ningún molde, fijando ella, desde su talento, las nuevas normas. También a la hora de abrirse camino en un mundo, el del rock, que era todavía un mundo de hombres. Su opción la sintetiza ella misma de forma cristalina: “Eres lo que te conformas con ser. Si alguien se conforma con ser el lavavajillas de alguien, es su puto problema. Si no te conformas con eso, serás lo que te propongas”.
‘Meek’s Cutoff’
(Kelly Reichardt, 2010)
Tarantino aparte, hay en la última hornada de westerns una vocación feminizadora que alcanza incluso a esa modélica pieza del género en clave futurista que es Mad Max: Fury road. Es una dinámica presente en Slow West, en La venganza de Jane y, sobre todo, en Deuda de honor, y arrancó en el 2010 con Valor de ley y también con Meek’s Cutoff, de Kelly Reichardt, cineasta indie a la que conviene seguir la pista. Su film puede lucir la medalla de ser el primer western (hecha la salvedad de que pueda haber alguno ignoto e irrelevante) dirigido por una mujer. Un western inhóspito, desolador, que confronta el mito con una mirada historicista. La película sigue a una caravana de tres familias que hacen el camino hacia Oregón acompañados por un experimentado tipo duro contratado para guiarles, una historia que Hollywood ha contado docenas de veces, pero nunca así. Este no es un relato de aventuras, sino de terror: el de un grupo vagando sin rumbo, ya desde el principio perdido en medio de la nada. El guía que les ha extraviado, el Meek del título, cuyo aspecto recuerda a Wild Bill Hickok, no es más que un fantoche sentencioso que encadena batallitas y frases lapidarias, pero que nunca da la sensación de saber lo que está haciendo. A típico macho alfa del género, reducido aquí a caricatura, reserva Reichardt el papel de diseminador de la leyenda de la conquista del Oeste, la que, masculina y cachazuda, hemos oído siempre, contada siempre por hombres. Que el personaje más fuerte y sensato del grupo, y el único que en una escena llegue a hacer frente a cara de perro al bocazas jactancioso, sea una de las mujeres de la expedición no deja lugar a dudas sobre las intenciones de Reichardt.
‘Persépolis’
Marjane Satrapi y Vincent Paronnaud, 2007
Pese a la falta de libertades propia de una dictadura de raíz islámica, el cine iraní lleva casi tres décadas cosechando elogios y premios en los festivales más prestigiosos del mundo. Es un cine sometido a la censura o que, para sortearla, debe hacerse fuera del país, y en el que proliferan voces femeninas. Marzieh Meshkini y sus hijas Hana y Samina Makhmalbaf (el padre, y esposo de Meshkini, es el también cineasta Mohsen Makhmalbaf), Shirin Neshat, Sepideh Farsi e Ida Panahandeh (de quien se acaba de estrenar en España su debut, la aplaudida Nahid) son algunas de las directoras que en los últimos años han aplicado su mirada humanista y crítica a la situación de su país y, muy en especial, a la de la mujer iraní, sojuzgada doblemente por el régimen. Una perspectiva distinta, más humorística pero no por ello más liviana, aplica la también historietista Marjane Satrapi en Persépolis, primero cómic y después la que posiblemente sea la película más popular que se ha filmado sobre Irán. Satrapi recurre a sus memorias familiares para contar el pasado y el presente de su país, y un asunto universal: la tragedia de la revolución. Con humor, emoción, rabia y una encomiable capacidad de síntesis, consigue hilvanar un tapiz en el que lo privado y lo público, lo particular y lo colectivo, se entrelazan de forma indisoluble. He ahí, además de lúcida denuncia, una impagable, también por inusual, lección de historia.
‘Hannah Arendt’
Margarethe von Trotta, 2012
Cuatro décadas lleva Margarethe von Trotta, gran dama del cine europeo, figura señera del Nuevo Cine Alemán que primero fue actriz, radiografiando a mujeres fuertes enfrentadas a situaciones límite. En Hannah Arendt se ocupa de la filósofa judía, otra pionera corajuda e insobornable, en su momento más delicado, aquel en el que acuñó el concepto de la banalidad del mal, y pagó por ello. La película, enriquecida con suculentas imágenes de archivo, documenta su cobertura para The New Yorker del juicio al nazi Eichmann y los reproches, públicos y privados, que le valieron sus conclusiones, que decían que el condenado no era un ser vil y maquiavélico sino apenas un gris funcionario, un tipo cumpliendo con sus órdenes sin cuestionárselas como se esperaba del disciplinado don nadie que nunca dejó de ser. Película de diálogos, también es un estudio de las razones, y las dudas, de Arendt; formidable Barbara Sukowa, que transmite sin ninguna interferencia la honestidad, la firmeza, la resistencia de la pensadora.
‘Una chica vuelve a casa sola de noche’
Ana Lily Amirpour, 2014
Cuando hablamos de la feminización del western podríamos añadir esta rareza. Al cabo, esta insólita película, que bebe mucho más del indie norteamericano que de los modelos persas, se promocionaba como “el primer western de vampiros iraní”. Es una incursión en el cine de género de una cinematografía poco dada a esos excursos, pero es que hay trampa. Su directora, la debutante Ana Lily Amirpour, es de origen iraní, aunque nacida en Gran Bretaña y residente en Florida. La película, aunque hablada en farsi, es de producción norteamericana, y aunque transcurre en una imaginaria ciudad suburbial iraní, está rodada en California. Poco importa. El argumento, mínimo, sigue el romance entre un chico sin suerte y encadenado a un padre yonqui y una vampira frágil solo de aspecto que, puesta a satisfacer su adicción a la sangre, opta por ejercer de justiciera, de manera que selecciona sus víctimas entre la fauna de la peor calaña, a menudo tipos que han maltratado a alguna mujer. Aunque lo que parece interesar más a Amirpour, cosas de la posmodernidad, es el ecléctico catálogo referencial, que va de Sergio Leone a Jim Jarmusch, la selección musical y la creación de imágenes hipnóticas. La más icónica, y renovadora, la de la vampira deslizándose entre las sombras no envuelta en una capa draculiana, sino bajo los rigores de un chador.
‘La noche más oscura’
Kathryn Bigelow, 2012
Kathryn Bigelow, que nunca ha hecho gala de feminista, también habla con la fuerza de los hechos. Primera mujer ganadora del Oscar a la mejor dirección, Bigelow, que también hizo una peli de vampiros –y también con trazas de western– ya en los ochenta (Los viajeros de la noche), también por aquel entonces presentó a una mujer policía en Acero azul. Y, tras el Oscar, se encargaría de la crónica cinematográfica de la busca y captura de Bin Laden, caza al hombre que se alargaría más de una década. Lo sorprendente es que la protagonista de La noche más oscura, la incansable perseguidora que no ceja hasta localizar al enemigo público número 1 de Occidente, sea una mujer. Más aún que Bigelow explicara que no se trata de un personaje real, sino que sintetiza rasgos de diversas personas que encabezaron la larga pesquisa, y que todas eran mujeres. La agente Maya (Jessica Chastain), perseverante hasta la obsesión como la Carrie Mathison de Homeland, con la que tantos rasgos comparte, es, como aquella Janis, una mujer que no pretende demostrar que puede hacer bien su trabajo en un mundo de hombres, sino que pretende hacer bien su trabajo, no preocuparse de demostrar nada, en un mundo de hombres.
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