“En todas las historias que cuento, las luchas de mis personajes son las luchas que tengo dentro de mí”, confesaba Paolo Sorrentino en una entrevista reciente a The Guardian con motivo del estreno de la segunda temporada de El joven papa, titulada El nuevo papa. Barroco, surrealista, excesivo y existencialista, el cineasta napolitano ha sabido romper las barreras entre cine comercial y cine de autor, entre la gran y la pequeña pantalla, con una sensibilidad artística que –dicen los críticos– se asemeja a la de Federico Fellini. Tal vez ese ánimo comparativo sea el motivo por el que muchos señalan Fue la mano de Dios, su última película, que llega este 15 de diciembre a Netflix, como su Amarcord particular, una obra de corte autobiográfico en la que las luchas de los personajes que circulan en pantalla fueron, en efecto, las suyas.
No es ningún secreto que Paolo Sorrentino adora el cine de Fellini, uno de los nombres indiscutibles del cine italiano y que, tal vez, mejor han definido su iconografía. Tampoco sorprenderemos al lector si recordamos la pasión de Sorrentino por el genial y malogrado Diego Armando Maradona. Cuando el napolitano recibió el óscar a la mejor película de habla no inglesa en marzo del 2014 por su icónica La gran belleza, dedicó las palabras de agradecimiento a sus ídolos: “Gracias a mis fuentes de inspiración: Federico Fellini, Talking Heads, Martin Scorsese y Diego Armando Maradona”.
Al genio y ángel caído del esférico le dedica justamente esta última película, nutrida de las experiencias formativas juveniles del propio Sorrentino en su Nápoles natal, que, por supuesto, rememora la llegada de Maradona a la capital del sur italiano en 1984, cuando fichó por el Napoli y el fútbol italiano orbitaba alrededor de su talento. El papel de Maradona en la vida de Sorrentino, no obstante, es mucho más crucial de lo que parece y va más allá del sentimiento exaltado del forofo.
Ángel del balón y ángel guardián
Fue la mano de Dios tiene como eje central de su historia el verano en el que sus padres fallecieron en un accidente doméstico, casa de veraneo que tenían en Roccaraso, en L’Aquila, en el centro de Italia. Ese fin de semana, el Napoli disputaba un encuentro en Empoli, Florencia, y el visto bueno de los padres a que Sorrentino viajara para ver a su ídolo jugar le salvó, en pocas palabras, la vida un mes después de haber cumplido diecisiete años. Cuando en la Mostra de Venecia del pasado septiembre del 2021 recogió el León de Plata a la mejor dirección, habló de dos “escenas” que no están en la película: “Un sueño que no tuve, un hombre de 1,60 metros de altura en un campo de fútbol que te da las gracias, Maradona. Y luego, del día del funeral de mis padres, cuando el director solo envió una representación de cuatro compañeros. Me decepcionó. Hoy toda la clase sois vosotros”.
El título de la película, por otra parte, tampoco deja lugar a dudas sobre la importancia del Pelusa en esa película y en la vida del cineasta. Sorrentino se aferró a la fascinación por Diego Armando Maradona para sobrevivir al trauma de haberse quedado huérfano, y siempre se ha sentido deudor con el astro del balón. Al argentino, sin embargo, esa pleitesía no le pareció del todo bien cuando se enteró de que iba a rodarse una película titulada de este modo, una clara referencia al gol en la Copa Mundial de la FIFA de 1986 contra Inglaterra, conocido también como “el gol del siglo”. Poco después de anunciarse el proyecto, el abogado del futbolista declaró que se estaban estudiando posibles acciones legales contra la película porque no se había autorizado el uso de la imagen del futbolista y, sobre todo, por su título.
Maradona murió apenas un mes después de finalizar el rodaje de la cinta, antes de que Sorrentino tuviera la oportunidad de ponerse en contacto con él y hablar de la película y la influencia que había tenido en su vida. “Siento mucho su muerte”, comentaba el cineasta en IndieWire: “Una de las razones por las que hice la película fue para poder mostrarle, por fin, el significado que tuvo para mí en mi vida y para tanta gente en Nápoles”.
Una obra de madurez
"Fue la mano de Dios tiene como eje central el verano en el que los padres de Sorrentino fallecieron en un accidente doméstico. Ese fin de semana, el Napoli disputaba un encuentro en Empoli y el visto bueno de sus padres a que viajara para ver a su ídolo le salvó la vida. Sorrentino se aferró a la fascinación por Maradona para sobrevivir al trauma de haberse quedado huérfano"
“Tal vez he hecho ahora esta película porque tengo la edad adecuada. Pensaba que era lo suficientemente mayor y maduro para afrontar una película tan personal”, confesaba a la prensa Sorrentino en Venecia, en la presentación mundial de la película. “Un amigo muy querido me dijo que nunca hago cosas que sean muy personales, y pensé que era un reto que tenía que asumir”.
A todas luces, Fue la mano de Dios es la película más personal de Sorrentino y, curiosamente, la más contenida, como si, para hablar de su propia biografía, del amor por su familia y por su ciudad natal, necesitara ser también cristalino empleando los recursos plásticos del cine. En pantalla, Sorrentino transmite, sobre todo, ternura y cariño. Por supuesto, la película no está carente de diversión y voluptuosidad, pero el estilo barroco tan característico en obras como La gran belleza (2014), La juventud (2015) y Silvio y los demás (2018) queda rebajado a favor de un planteamiento visual más directo, menos artificioso.
Las películas y series de televisión de Sorrentino muestran una gran variedad de personajes únicos, como músicos, políticos, deportistas, gánsteres, sacerdotes, directores de cine, actores y estrellas de rock, pero en Fue la mano de Dios ha optado por dejar de mirarse en los disfraces de los hombres del poder y buscar en su historia personal un material ya de por sí novelesco, cinematográfico. La jugada, aunque de poso ciertamente amargo, le ha salido a Sorrentino casi tan genial como ese gol que condujo a la gloria a Maradona y llevó la felicidad, aunque desapareciera con las resacas de las celebraciones, al Nápoles más popular, entregado en gritos, lágrimas, risas y abrazos a una pasión más grande que la vida.
Sorrentino en cinco obras
‘Las consecuencias del amor’ (2004)
Aunque el debut de Sorrentino, El hombre de más (2001), supuso asimismo su primera colaboración con Toni Servillo, su segundo largometraje fue la obra que catapultó al napolitano. De nuevo con Servillo liderando el reparto, la película seguía a Titta di Girolamo, un misterioso hombre de unos cincuenta años que lleva ocho viviendo en un hotel de Suiza sin nada más que hacer que ir a un bar, observar el trajín diario y a su hermosa y voluptuosa camarera. Por supuesto, nuestro hombre oculta una vida repleta de secretos: su estrecho vínculo con la mafia y su dilatada relación con la heroína.
‘Il divo’ (2008)
El biopic de Giulio Andreotti en manos de Sorrentino podría haberse titulado “Hay un hombre en Italia que lo hace todo”, porque la visión del napolitano del que fuera presidente del Consejo de Ministros del estado transalpino y líder de la Democracia Cristiana es la de un hombre que controla todos y cada uno de los asuntos del país, incluidos los mafiosos. Galardonada en Cannes, la película impresionó de tal manera a Sean Penn, miembro del jurado, que estrechó una amistad materializada en la película This Must Be the Place (2011), la primera película en inglés de Sorrentino y una marcianada con Penn como sosias de Robert Smith, el líder de The Cure.
‘La gran belleza’ (2013)
Jep Gambardella es, sin lugar a duda, el personaje que mejor encapsula el cine de Sorrentino. Melancólico, nostálgico, carismático pero misterioso, exuberante pero prudente, el protagonista actualiza al encarnado por Marcello Mastroianni en La dolce vita, de Fellini, trasladándolo a la Italia contemporánea, rendida a su propia decadencia. “Llevan años preguntándome por qué no escribo otra novela –dice en un momento del filme nuestro personaje–. Pero mira esta gente. Esta vida salvaje. Esta es mi vida y no es nada”. Una declaración de intenciones en toda regla sobre la futilidad de la obra de arte y sobre el nihilismo que nos gobierna.
‘La juventud’ (2015)
“La tragedia de la vejez no es que uno sea viejo, sino que uno es joven”, dejó por escrito Oscar Wilde. Sobre esa hermosa y dolorosa sentencia gira la historia de La juventud, en la que Sorrentino reúne en un balneario en los Alpes suizos a dos tótems como Michael Caine y Harvey Keitel para hablar, justamente, del crepúsculo vital al que, inevitablemente, estamos abocados. Vejez y juventud, presente y futuro, sosiego y exuberancia, la alta cultura y las imágenes vulgares… Todos esos contrastes tienen cabida en esta celebrada película que, según el propio cineasta, busca “exorcizar el tiempo”.
‘El joven papa’ y ‘El nuevo papa’ (2016-2020)
En El joven papa, Sorretino hizo lo que muy pocos creadores europeos habían logrado hasta entonces: desarrollar un personaje a la manera de los turbios antihéroes que pueblan las ficciones de pago estadounidenses. Y de manera más osada, ya que nuestro protagonista es el papa Pío XIII, nacido Lenny Belardo, ambicioso, heterodoxo y llamado a hacer historia. Tras una primera temporada de éxito, al cabo de cuatro años nació El nuevo papa. Entre medio, Sorrentino siguió el exceso de poder de la élite en Silvio y los demás (2018), pensada en dos partes pero que en España acabó estrenándose en salas en una versión reducida.