El magnicidio de John F. Kennedy el 22 de noviembre de 1963 es a todas luces el asesinato mejor documentado de la historia y, sin embargo, también es el más enigmático de todos cuantos han sucedido, tal vez el crimen que mejor se ha prestado a las teorías de la conspiración. Quizá jamás sepamos si Lee Harvey Oswald fue el único responsable del tiro mortal contra el presidente o si hubo dos tiradores, como tampoco si la teoría de la bala mágica, que recorrió tanto el cuerpo de Kennedy como el del gobernador de Texas John Connally, es tan disparatada como parece; pero, sea como fuere, de lo que no cabe duda es del empeño de Oliver Stone por señalar las incongruencias de un caso que sacudió los cimientos de la historia política estadounidense y mundial.
Treinta años después de JFK: Caso abierto, y en el marco del BCN Film Festival, el director americano presentó el pasado abril JFK: Caso revisado; un documental que, a lo largo de sus dos horas de duración, desmonta la versión oficial del asesinato de Kennedy a partir de los documentos que se han ido desclasificando durante las tres décadas que separan este trabajo del anterior. “El rodaje de JFK: Caso abierto fue muy complicado, con muchos diálogos”, contaba Oliver Stone en la presentación del filme en Barcelona. “Pensé que esa película sería un fracaso, pero me sorprendió el éxito que tuvo, no solo en Estados Unidos sino en todo el mundo. La gente estaba interesada en el caso porque seguían interesados en Kennedy”, comentaba.
A diferencia de su primer acercamiento al asesinato de Kennedy, una ficción que ahonda en los hechos previos y al subsiguiente encubrimiento de la verdad con Kevin Costner en el papel del exfiscal de distrito de Nueva Orleans Jim Garrison, JFK: Caso revisado es un documental en el sentido más estricto del formato. Tras un arrollador montaje con imágenes de archivo que nos vuelve a presentar los hechos de aquel fatídico día de noviembre y los inmediatos que se sucedieron, JFK: Caso revisado se ajusta a los materiales y códigos del documental reportajeado: entrevistas, material de archivo y una voz en off (Donald Sutherland y Whoopi Goldberg en su versión original) recorren la cronología de acontecimientos, desde el tiro mortal a Kennedy a la investigación de la comisión Warren, para concluir con la investigación de 1975, realizada por la House Select Committee on Assassinations, y las nuevas pesquisas acometidas a partir de 1992, cuando se desclasificaron numerosos documentos a raíz de la polémica que generó la primera película.
Su apuesta por el documental más rígido no deja lugar a dudas, porque a Stone le sirve para indicarnos que su investigación no es fruto de la especulación creativa, algo por lo que fue atacado muy severamente con la primera película. La polémica es conocida. En la primavera de 1991, George Lardner Jr., corresponsal de seguridad nacional del Washington Post, recibió un borrador filtrado del guion de JFK: Caso abierto y se acercó al set de rodaje en Dallas en busca de información. Como resultado, Lardner Jr. publicó un artículo mordaz que abrió la puerta a otros tantos editoriales contra el cineasta, casi todos por tomarse ciertas libertades con unos hechos históricos de una magnitud considerable. “En mi país me encontré una tremenda oposición”, recordaba escuetamente el cineasta en su encuentro con los medios.
Manipulación, ocultación y mentiras
Prueba a prueba, testimonio a testimonio, JFK: Caso revisado vuelve a señalar sin titubeos a la CIA como responsable del magnicidio y, por tanto, de boicotear el proceso de investigación. Varios de los historiadores que accedieron a los documentos desclasificados a partir de 1992 explican en la película las numerosas contradicciones que se dieron, especialmente en la comisión Warren, encargada de esclarecer el asesinato de Kennedy y el de Oswald.
Entre las negligencias que señalan, la adulteración de las principales pruebas del crimen, desde la cadena de custodia de las balas que supuestamente mataron al presidente a la huella digital de Oswald en el rifle identificado como el arma del delito, o las irregularidades cometidas durante la autopsia de Kennedy, entre las cuales llama la atención la manipulación del cerebro de Kennedy para demostrar que la bala mortal le alcanzó por detrás y no por delante. “Esas evidencias no aguantarían hoy ante un juez. Es criminal todo lo que se hizo”, reflexionaba Stone. Por supuesto, JFK: Caso revisado dedica buena parte de su metraje a poner en duda la teoría de la bala mágica, cuestionando el hecho de que ese proyectil siguiera intacto, a pesar del recorrido que hizo por dos cuerpos.
La aportación más destacada del documental, sin embargo, es el retrato que elabora Stone de Oswald; un tipo que resultaba perfecto como asesino, dadas sus conexiones con los servicios de inteligencia y sus viajes a Rusia en los primeros años de la Guerra Fría. Carne de cañón de la Agencia, la figura de Oswald le sirve al cineasta para exponer que la CIA había planeado dos atentados más en Chicago y Tampa, Florida. El objetivo, frenar la política de relaciones pacíficas que había iniciado Kennedy en el arranque de su mandato, afirma Stone. En esos años, la oficina de espionaje operaba libremente sin la supervisión del presidente y Kennedy quiso acabar con esa situación. Entre las misiones de la CIA “fallidas”, un supuesto golpe de Estado contra el presidente De Gaulle, cuyos roces con Allen Dulles, el capo de la agencia, eran conocidas en el círculo diplomático.
El problema de Vietnam fue otro de los motivos del asesinato de Kennedy, defiende Stone, ya que e presidente pretendía sacar a Estados Unidos de aquella guerra. “John F. Kennedy defendió que los vietnamitas debían ser libres para elegir su futuro, mantuvo buenas relaciones con el presidente egipcio Nasser y estuvo preocupado por la suerte del primer ministro congoleño Patrice Lumumba, asesinado por la CIA”, explicaba. En la película se expone la frustración de Kennedy al no sentirse seguro de ser capaz de dirigir todo el país, en referencia a la independencia y deslealtad de la CIA en materia de política exterior.
El teatro de la política
“La política es un buen drama. Vietnam, Wall Street, el asesinato de Kennedy, son todos temas complejos y dramáticos”, dice Oliver Stone. Ya desde el inicio de su trayectoria, el estadounidense se ha interesado en el complejo tablero de la política internacional, al que ha dedicado buena parte de su filmografía. Se estrenó con dos cintas de terror –De infarto (1974) y La mano (1981)– y desde Salvador, en la que James Woods interpretaba a un fotoperiodista inmerso en una revolución popular en un país de Centroamérica, no ha cesado en su empeño por reflejar la destructiva hegemonía de Estados Unidos en la política global. Platoon (1986); Nacido el cuatro de julio (1989); JFK: Caso abierto; Nixon (1995); los documentales sobre Fidel Castro Comandante (2002), Looking for Fidel (2003) y Castro in Winter (2012); World Trade Center (2006); Mi amigo Hugo (2014), sobre la controvertida figura de Hugo Chávez; Snowden (2016) y la serie La historia no contada de los Estados Unidos (2012) dan cuenta del compromiso del cineasta por esquivar los relatos oficiales históricos y proponer otra perspectiva desde la cual contar cómo es su país. Hay quien acusa a Stone, no obstante, de antiamericano. También de haber introducido al público mayoritario en el rebuscado universo de las teorías de la conspiración y de justificar a líderes políticos cuyos actos no deberían vanagloriarse. Su nómina de entrevistados a buen seguro que se asemeja al listado de políticos del eje del mal, pero a Stone no parece preocuparle todo esto. Sin ir más lejos, sigue defendiendo a Vladimir Putin, a quien entrevistó en numerosas ocasiones para una miniserie de 2017. “La prensa lo pinta como un irresponsable, como un loco, y lo comparan con Hitler o Stalin”, cuenta. “Pero el hombre que yo conocí era muy racional, muy tranquilo y reflexivo”.