Keanu Reeves retoma el icónico personaje de Baba Yaga en la ya cuarta entrega de una saga de acción que desde su estreno hace casi 10 años ha renovado la manera de entender el género. John Wick 4 llega a salas comerciales el 24 de marzo de 2023.
El origen de la saga John Wick está en Matrix. Para los seguidores de las distopías de acción dirigidas por las hermanas Wachowski no hay duda de que todo está en Matrix, pero, para el resto de los espectadores, el vínculo entre esa franquicia y la saga que sigue a Baba Yaga, Keanu Reeves en el rol de un asesino a sueldo retirado que vuelve a la carga cuando matan a su perro, no es tan evidente, más allá de compartir actor protagonista. Aparte del hierático rostro de Reeves y de su estupenda forma física, el otro elemento clave de ambas producciones es el tándem formado por David Leitch y Chad Stahelski, en su momento responsables de las magníficas escenas de acción de Matrix y, ahora, gracias a John Wick, erigidos en renovadores de este exigente género cinematográfico.
Cuando se cumple casi una década del estreno de su primera entrega, que llegó a las salas estadounidenses en octubre de 2014, Keanu Reeves vuelve a asumir el papel del lacónico Wick en un capítulo que podría ser, o no, el final de la saga. Por el momento, Reeves y Chad Stahelski se han mostrado muy cautelosos en las entrevistas de promoción de la película, pero si la actual producción arrasa como hizo la anterior (John Wick 3 - Parabellum (2019) recaudó 321 millones de dólares en todo el mundo), poca duda cabe de que el cara a cara de Wick con los gerifaltes de la Alta Mesa, la jerárquica organización que controla el submundo criminal global y contra la que se enfrenta el protagonista, expandirá esta historia de venganza hacia nuevos derroteros.
Pero, ¿quién es en verdad John Wick? Nacido de la mente del guionista Derek Kolstad y llevado a la gran pantalla por un Reeves que para 2013 no estaba en su mejor momento como intérprete y por los debutantes Stahelski y Leitch, John Wick es un temido asesino retirado del submundo criminal que se ve obligado a regresar a la acción cuando unos tipos asaltan su casa y matan a su cachorro, una perra Beagle que le dejó como legado su difunta mujer, fallecida por cáncer. No cabe añadir que la fórmula cuajó con unos resultados sorprendentes, a pesar de que nadie apostaba por una película con semejante sinopsis y con un plantel creativo tan rocambolesco como la ecuación asesino y perrete. Por fortuna, y como contaba Kolstad en USA Today con motivo del éxito de aquella película, el estudio aceptó que Stahelski y Leitch mantuvieran al can en la historia, pese a que no acababa de estar convencido de la idea de incluir la muerte del perro como el motivo que lleva a John Wick a dejar un reguero de sangre. “El asesinato del perro de Wick siempre había sido parte del guion, pero con el tiempo se convirtió en un momento tan importante que el estudio temió que el público no encajara bien la escena”, decía el guionista. “Pero para los creadores de la película, la muerte del perro era un aspecto esencial del viaje personal de Wick en el transcurso de la película... Chad y Dave lucharon por ello, lo entendieron y tenían razón. Lo han hecho bastante bien, tienen mucho talento”.
El ‘hard boiled’ del siglo XXI
“La fórmula cuajó con unos resultados sorprendentes, a pesar de que nadie apostaba por una película con semejante sinopsis y con un plantel creativo tan rocambolesco como la ecuación asesino y perrete”
Los enternecedores ojos de un cachorro Beagle no fueron la única causa del éxito global de John Wick, sino que esa gran aceptación por parte del público se debió a una manera de entender el cine de acción como pocas veces se había visto recientemente, de una violencia más que explícita y a la vez espléndidamente coreografiada.
Curtidos en el sector del doblaje de acción y coreógrafos de las grandes cintas del género de principios de siglo, de la citada Matrix a 300, V de Vendetta, La jungla 4.0, Speed Racer, Iron Man o Los juegos del hambre, entre muchas otras, Stahelski y Leitch conocían el material que tenían entre manos y sabían cómo exprimirlo al máximo. “Nos gusta el cine de Hong Kong, el cine coreano, los viejos Spaghetti Westerns y las películas de Kurosawa. Todas son duras, están clasificadas para mayores de 18 años y es difícil hacer una película como ésta y que no esté clasificada así […]”, contaban en la web The Action Elite. “Sabías que [John Wick] tenía que ser ‘hard boiled’ o, por el contrario, dejaría de molar. Keanu aporta esa sensibilidad de tipo duro y sensible y John Wick tiene un lado más blando, por lo que no puedes ser blando con el personaje y también blando con la violencia de la película”, añadían.
Las increíbles peleas y audaces persecuciones son, de hecho, las protagonistas absolutas de esta cinta de mimbres narrativos prácticamente inexistentes. Desnudarse de pretextos para disfrutar de la acción fue el gran acierto de la primera película cuyo buen hacer en la taquilla global (80 millones de dólares recaudados frente a los 20/30 millones de financiación) abrieron la puerta a una segunda entrega que, como la primera, supo ofrecer al público lo que para entonces ya quería: una historia.
El peor huésped del Continental
John Wick: Pacto de sangre (2017) llegó a España vía catálogo de Netflix (actualmente las tres primeras cintas de la saga están disponibles en HBO Max), pero en Estados Unidos convenció de sobras en las salas de cine gracias a la expansión narrativa del universo Wick. La propuesta es de nuevo un exquisito baile de artes marciales, pero aquí nos encontramos con una obra con una mitología narrativa propia, donde se explican los pormenores de la Alta Mesa, la organización criminal a la que perteneció Wick y a la que ha puesto en su contra, y donde se presenta uno de los mejores escenarios de la saga, el Continental, la franquicia hotelera que funciona de centro de intercomunicación de los asesinos profesionales y cuyo emplazamiento neoyorquino está localizado en el elegante edificio Beaver de Manhattan, un rascacielos de 1902 y de quince plantas además de uno de los doce edificios con forma de flatiron de la ciudad.
Si la segunda entrega de John Wick finalizaba con un clímax tremendo en las catacumbas romanas, John Wick 3, otra vez con Stahelski solo a los mandos, nos descubre localizaciones internacionales más ambiciosas, del mismo modo que sucede con su reparto. La primera película había contado con Willem Dafoe como némesis del protagonista y Pacto de sangre había incorporado a su historia personajes tan magnéticos como el Rey del Bowery, un sintecho con más de un as en la manga y encarnado por Laurence Fishburne, en lo que puede entenderse como un nuevo guiño a Matrix. En su tercer capítulo, por tanto, el plantel de estrellas tenía que ampliarse y sumó a los habituales rostros de la saga (Lance Reddick y Ian McShane) cameos tan brutales como el de Angelica Huston, Asia Kate Dillon y Halle Berry con el fin de explicar parte del pasado que Wick pretende dejar atrás y abrir una nueva puerta al cuarto episodio de la franquicia.
Así las cosas, y sin ánimo de spoilear a los lectores, se espera que el cuarto capítulo de la franquicia ofrezca un relato de tipo conclusivo, aunque la trama de la película sigue siendo un misterio. Se sabe que los actores Donnie Yen y Bill Skarsgård son los encargados de darle la réplica al personaje de Keanu Reeves, de nuevo malherido pero superviviente de las mil afrentas que tuvo que superar en la anterior entrega, y que Natalia Tena interpreta a la hermanastra del protagonista. De París a Japón, tal vez estemos ante el duelo final de un personaje que ha marcado el género de acción. Quizá, por fin, tras casi diez años de peleas sin descanso, pueda despedirse de su difunta mujer y de su difunto perro.
David Leitch, también firmante de la primera película de John Wick, se alejó (amistosamente) de la franquicia en su momento para probar fortuna en solitario en una apuesta que solo ha supuesto buenas noticias para el género en Hollywood.
Entre los trabajos más destacados de Leitch se encuentran Deadpool 2 y Fast & Furious Presents: Hobbs & Shaw, pero sin duda han sido Atomic Blonde, con Charlize Theron, y Bullet Train, con Brad Pritt, las dos películas con una impronta más personal. En la primera, "un thriller de espías punk rock", según Leitch, con las mejores escenas de acción de la década pasada, Theron interpretaba a una espía británica que investiga el asesinato de un colega hasta que su identidad y lealtad se ven comprometidas; mientras que la segunda, estrenada en verano de 2022, adapta la disparatada novela de Kotaro Isaka con un plantel de lujo: a Pitt se le suma Joey King y Aaron Taylor-Johnson como varios asesinos que se suben a un tren de alta velocidad, todos con diferentes motivos.
Pitt, cuya presencia en las recientes producciones de Hollywood suele ser sinónimo de, al menos, cierto riesgo narrativo, conoce a Leitch desde hace bastante tiempo, de hecho. Ambos coincidieron en el plató de El club de la lucha, de David Fincher, y si Pitt interpretaba a Tyler Durden, Leitch era su doble de acción. “Me entrenó para las peleas, y funcionó tan bien que hicimos varias películas más, como Troya”, cuenta Pitt en la serie de vídeos Around the Table de Entertainment Weekly. Para el actor y productor, Bullet Train supone haber cerrado el círculo de esa colaboración que arrancó hace más de 20 años: “[Leitch] Se ha convertido en un director con su propia jerga, su propio lenguaje, y es muy divertido verlo”, explica Pitt. "Podía haber sido algo humillante para mí que me rechazara como director”, decía Leitch. Pero sucedió lo contrario y “ese momento de círculo completo ha sido bastante especial".