Desde 1952 y cada diez años, la revista británica Sight & Sound convoca una votación internacional para elaborar una lista de las mejores películas de la historia. La última convocatoria tuvo lugar en el 2012 y supuso un pequeño gran terremoto en el canon cinematográfico: Ciudadano Kane (1941), de Orson Welles, cedía entonces el primer puesto de la lista a Vértigo (De entre los muertos) (1958), de Alfred Hitchcock. El movimiento no llamaría la atención si no fuera porque la cinta de Welles había sido considerada la mejor película de todos los tiempos en los últimos cincuenta años.
A pesar de ocupar ahora la segunda posición, y a la espera de saber qué sucederá en el 2022, cuando se realice la próxima votación de Sight & Sound, Ciudadano Kane continúa siendo una película importantísima en la historia del cine y de la industria de Hollywood. Y no solo por lo que cuenta o por sus imágenes, un prodigio de puesta en escena incluso para los paradigmas actuales, sino también por los vaivenes y sonados tira y afloja que fraguaron desde las bambalinas esta obra clave del Hollywood dorado pergeñada por un joven prodigio decidido a batirse con el sistema desde dentro. A pesar de que Orson Welles es una leyenda eterna, David Fincher debió de pensar que la historia de Ciudadano Kane desde la visión de este cineasta ya se ha contado en demasiadas ocasiones y de ahí que Mank, la nueva película del director de Se7en (1995) o Perdida (2014), ya disponible en Netflix, nos hable en realidad del otro genio de ese filme en la sombra: Herman J. Mankiewicz. Welles y Mankiewicz compartieron el óscar al mejor guion por aquel trabajo, pero con el paso del tiempo el segundo ha ido desvaneciéndose del gran relato sobre la película.
Pero ¿quién demonios era Herman J. Mankiewicz y por qué lo reivindica David Fincher? Comencemos con dos o tres datos que subrayan su importancia en el Hollywood de la época. El hermano mayor de Joseph L. Mankiewicz –guionista, director y productor de grandes melodramas como Eva al desnudo (1950), con Bette Davis, o La condesa descalza (1954), con Ava Gardner y Humphrey Bogart– se convirtió en uno de los más demandados guionistas durante la década en que la fábrica de sueños conoció el sonido. Sus comedias románticas de enredo, como Cena a las ocho (1933), de George Cukor, le condujeron a ser uno de los guionistas mejor pagados de la década de los treinta e incluso llegó a dirigir el departamento de guiones de la Paramount. También produjo las primeras películas de los hermanos Marx, Pistoleros de agua dulce (1931), Plumas de caballo (1932) y la mítica Sopa de ganso (1933), pero, tras su marcha a la Metro Goldwyn Mayer y a causa de sus problemas con el alcohol, su buena estrella cayó en picado. Welles lo rescató para Ciudadano Kane, y David Fincher nos cuenta los entresijos de esa relación laboral en Mank.
Una historia de periodistas; una película en familia
No debe extrañarnos que Fincher se haya interesado por la figura de Herman J. Mankiewicz y su rol menospreciado en Ciudadano Kane; un personaje y un conflicto que esconden, a la postre, el viejo debate sobre la autoría de una película: si pertenece al director o al guionista o si, por el contrario, es una creación colectiva. Parece obvio que para un director acostumbrado a compartir ese terruño con grandes guionistas como Aaron Sorkin, Andrew Kevin Walker y Eric Roth, ese debate ya no es tan central como lo fue en su día. Vale la pena recordar los ríos de tinta que corrieron al respecto cuando la crítica Pauline Kael publicó en 1971 el ensayo Raising Kane, defendiendo a Mankiewicz como autor frente a la totémica presencia de Welles, y que tuvo su réplica, por citar la más conocida, un año después en el artículo “The Kane Mutiny”, firmado por el también crítico y cineasta Peter Bogdanovich.
El respeto de Fincher por el trabajo del guionista posee en Mank, no obstante, un cariz muy personal, ya que la historia de la película la firma su progenitor, Jack Fincher, fallecido en el 2003. Escrita a finales de los años noventa, tampoco debería extrañarnos el interés de Fincher padre –reportero y jefe de redacción de la revista Life– por Mankiewicz, quien primero trabajó como plumilla en las filas del departamento de prensa de la Cruz Roja estadounidense y como corresponsal en Berlín del Chicago Tribune. Entre sus otros trabajos en el ámbito de la comunicación, Mankiewicz también hizo de agente de prensa de la bailarina Isadora Duncan, y su influencia creció de manera imparable cuando se convirtió en crítico teatral de The New Yorker. Vista así, Mank puede entenderse como una película sobre la deferencia de un hijo a su padre y, a su vez, sobre la admiración de un periodista por un maestro.
Sea como fuere, la creciente popularidad de Mankiewicz en la sociedad del momento le abrió las puertas de las élites financieras y culturales, accediendo a no pocos secretos de la clase pudiente. Entre ellos, uno relacionado con el magnate de la prensa William Randolph Hearst y su amante Marion Davies, cuya relación aparece plasmada en Ciudadano Kane, y que sigue siendo un enigma sin resolver cacareado en no pocos corrillos de entonces y de ahora.
Como recoge uno de los grandes cronistas de la vida secreta de la fábrica de sueños, Kenneth Anger, en su indispensable Hollywood Babilonia, Mankiewicz decidió vengarse del millonario incorporando a la historia de ficción el nombre secreto con el que Hearst llamaba al sexo de su querida. Así lo contaba Anger en su jugoso y divertidísimo libro: “El amoroso nombre secreto que Hearst daba al húmedo ‘cofrecito’ de su ‘niña’, el mote que ambos habían elegido para referirse a los genitales de Marion y a su hipersensible “botón del amor” –el clítoris de Marion– era el de Rosebud (‘pimpollo’), tan adorable como gráfico. Marion, desde luego, bebía (este era el único rasgo de su carácter que compartía con la Susan Alexander de la ficción), y alguien compartió esa confidencia apenas susurrada –¿habrá sido Louise Brooks?–. Bien, como suele suceder, el rumor fue de boca a oído hasta que la mente de Herman Mankiewicz, más infalible que una trampa de acero, tomó nota: Marion Davies=Rosebud”.
Fincher, en cinco títulos
‘Se7en’ (1995)
Cuando Se7en se estrenó, transformó por completo el género del thriller, creando escuela y no pocos malos imitadores. Los policíacos suelen centrarse en la búsqueda del asesino y en su malsana personalidad, pero aquí Fincher cedió espacio a las agrias reflexiones de sus protagonistas, un joven detective desencantado y un veterano con bastante aguante, en una historia de raigambre existencial, que deja sin aliento.
‘El club de la lucha’ (1999)
Chuck Palahniuk firmaba en El club de la lucha una de las grandes novelas de la Gen X, y Fincher la adaptó convirtiéndola en uno de los hitos del cine del fin del milenio. Un hombre (Edward Norton) y su doble (Brad Pitt) hinchados a golpes o a lo que sea con tal de sentirse vivos, fuera del redil capitalista. Tildada de situacionista facilona, reaccionaria o, por el contrario, visionaria, es sin duda un clásico contemporáneo.
‘Zodiac’ (2007)
Otra vuelta de tuerca genial al género del thriller por parte de Fincher. Un biopic sobre un asesino en serie a quien jamás cazaron le sirve al cineasta para diseccionar al completo la estructura del procedimental y lanzarnos al abismo de la obsesión, la neurosis y la locura. Lo que en un inicio parece ser una investigación fácil y rápida se dilata en el tiempo para desembocar en un puzle sin respuesta, en la nada más absoluta.
‘Perdida’ (2014)
Gillian Flynn trabajaba en la prestigiosa revista de cine Variety cuando la crisis del 2008 la dejó de patitas en la calle. No desaprovechó la mala racha, ya que de esos lodos nació la novela noir Perdida, la historia de una crisis matrimonial convertida en una pesadilla. Fincher la llevó a la gran pantalla con el mejor reparto posible (Ben Affleck y Rosamund Pike) y sin quitar ni una coma del texto original ni traicionar su particular estilo fílmico.
‘Mindhunter’ (2017-2019)
El pasado octubre, David Fincher confirmaba lo que nadie quería saber: que Mindhunter no tendría una tercera temporada. Con todo, la historia de los detectives Holden Ford (Jonathan Groff), Bill Tench (Holt McCallany) y Wendy Carr (Anna Torv) en su búsqueda por encontrar el paradigma psicológico del asesino en serie es uno de los títulos más importantes del catálogo de Netflix y una serie imprescindible.