Rafael Burrial fue mi profesor de química en el IES Ponts (Lleida) a finales de los noventa. Poseía un aura que basculaba entre la de profesor duro –no en vano su mote era el de Coco– y la de profesor con un talante abierto y tolerante. Siempre estuvo entre los profes más valorados de mi generación.
Sus enseñanzas iban más allá de lo meramente académico; por ejemplo, debido a mi pasión por la música, me recomendó hacer una versión rock del “Soy minero” de Antonio Molina (un copla de los cincuenta). No me lo tomé en serio. Poco después vino el Chaval de la Peca, hizo la citada versión y lo petó. Esto no quiere decir que si le hubiera hecho caso hubiese triunfado en los escenarios –¡qué va!, mis habilidades musicales son pésimas–, pero ilustra su capacidad para leer la realidad social mucho más allá de los apuntes de química. Profesor singular que acompañó a multitud de quintas en su excursión de final de curso, solo él sabe lo que vio y aguantó en semejantes incursiones etílicas adolescentes.
Cuando ya vivía en Barcelona, a principios de siglo xxi, un día mi compañero de la Guarida se presentó con el Cannabis Alquimicum de Rafael. Me dijo: “Mira, el Coco ha sacado un libro sobre extracciones de cannabis” (o algo por el estilo). Me lo miré. No entendí nada. ¿Para qué hacer todo ese tinglado con lo fácil que es fumar? El colega me explicó que era para aprovechar los restos y mejorar la calidad. Me quedé igual. Desconozco si mi amigo se decidió a hacer extracciones, pero durante años el libro de Rafael estuvo en la biblioteca de la Guarida. Años después, y ya siendo profesional en este asunto de las drogas, he visto cómo el Cannabis Alquimicum estaba presente en multitud de grow shops y clubes sociales de cannabis. A la vista de cómo ha cambiado el escenario del cannabis en estos pocos más de quince años desde su publicación, podemos decir sin atisbo de duda que es todo un clásico de la literatura cannábica en castellano. Hablemos con su visionario autor.
Rafael, tu libro Cannabis Alquimicum fue pionero en hablar sobre las extracciones de cannabinoides, a finales de los noventa, cuando el apaleao marroquí campaba a sus anchas por España. ¿Qué te impulsó a escribirlo?
Todo viene de mi militancia en ARSEC. En aquel entonces, Felipe Borrallo quería editar al español el Cannabis Alchemy, de D. Gold. Me ofrecí para traducirlo, pero los dueños del copyright pedían demasiado dinero. Para superar este contratiempo, le dije que podía escribir un libro mejorado, más genuino, y de paso liberarnos de la lógica americana del libro de Gold. Al tiempo, le pasé a Felipe un primer esbozo de unas veinte páginas, y este me dijo que adelante con el libro. A finales de los noventa, ARSEC había sacado el Manual para el autocultivo, este debía ser el segundo libro, pero los de Hacienda se pusieron por medio y, cómo no, pedían también mucha pasta. Esto nos hizo aparcar momentáneamente el proyecto. Llegados ya al siglo xxi, el infatigable Felipe resucitó la editorial Phantastica, y fue en el 2001 cuando publicamos Cannabis Alquimicum, con una primera edición de cuatro mil ejemplares. Por aquel entonces murió el distribuidor, y quedaron los ejemplares en el almacén. Hasta que no arreglamos todos los papeles pasó cerca de un año. Entonces por fin salió el libro y se vendió bien. Los restos de la primera edición fueron a parar a Cáñamo Ediciones, que hizo la segunda edición en el 2011. Primero querían hacer una reimpresión, pero les propuse hacer una segunda edición revisada y aumentada. Esta segunda edición es la que ahora podéis encontrar en las librerías.
¿En esos momentos había demanda de extracciones en España?
La cuestión no era la demanda, la cuestión era mejorar la calidad del producto. Hace unas décadas la marihuana era flojita, nada que ver con las concentraciones de THC de las marías actuales. Los extractos aparecieron como un modo para aprovechar los restos o la maría enmohecida, cosas de este tipo. Los cogollos se fumaban tal cual, aunque en aquella época había más cañamones que flor; las variedades sinsemilla no existían. Eran otros tiempos… Yo ya había probado algún sistema de extracción, inicialmente con alcohol, luego mientras preparaba el libro probé extracciones con éter de petróleo, cloroformo y también otros disolventes. Lo del butano se me ocurrió porque la gasolina y los demás hidrocarburos solubilizan los cannabinoides pero apenas solubilizan las clorofilas, con lo cual los extractos ya salen directamente mucho mejor. El butano inicialmente lo probé de forma casera: metí en un vaso la mitad de maría y vacié la bombona de butano encima. Hice pruebas con diferentes tipos de butano, verifiqué la cantidad necesaria de butano y afiné los diferentes factores hasta que tuve la extracción perfilada. Hay otra forma de extracción que la gente desconoce: con agua y sosa; los cannabinoides son solubles en medio básico y, cuando vuelves a pasarlos a medio ácido, obtienes los ácidos cannábicos. Yo lo he probado, el sistema funciona, pero no veo que la gente esté por la labor de explorarlo.
¿Qué alegrías y disgustos te dio su publicación?
Las alegrías remiten a autosatisfacción. También tengo el regocijo de que, cuando voy a algún evento del mundo cannábico, me veo reconocido como un abuelito marchoso de pro. En términos económicos, como es habitual, me ha costado más dinero del que me ha dado. Disgustos como tal no me ha dado ninguno.
En su momento firmaste el Cannabis Alquimicum con las iniciales de tu nombre y primer apellido y solo el segundo apellido completo. ¿De qué o quién querías preservar tu identidad?
Era por mi trabajo. Al ser profesor de instituto no quería tener problemas. En un primer momento tenía la intención de firmar con un pseudónimo, pero Felipe me dijo que era mala idea porque si algún día había problemas con la propiedad intelectual, mediante la fórmula utilizada fácilmente podría demostrar que el autor era yo. En ese momento quería evitar líos en el trabajo. Esto no quita que más de una mamá me haya traído el libro para que lo firmase y regalárselo a su hijo en el momento de cumplir los dieciocho años. Y que casi todos los compañeros de claustro estuviesen más o menos al tanto de mi experiencia cannábica.
Tú que has sido profesor de química en secundaria, ¿cómo gestionaste la tensión entre el rol de alquimista del cannabis y la enseñanza pública?
El problema yace en cómo se enfoca la cuestión de las drogas en el sistema educativo. Mi actitud respecto a las drogas... Tú fuiste alumno mío, seguramente recordarás una frase que soltaba sobre el “radical etílico y su importancia en la vida cotidiana”. Habitualmente en cuarto de ESO en alguna clase explicaba las diferencias entre los alcoholes que bebe la gente, los resacones de los garrafones, y esto lo hacía con la idea de que la gente se informase. Y, hoy por hoy, tanto en los institutos, en la calle, como en los clubs de cannabis, no veo que el personal esté informado. Hay muchos fantasmas culturales que deberían eliminarse. Es jodido enfocar el tema de las drogas en secundaria, al menos por ahora, porque aún domina entre el cuerpo docente la mirada prohibicionista de que “la droga es mala”. Esto es lo que les han enseñado y esto es lo que reproducen sin capacidad crítica. ¿Cómo una monja puede explicar educación sexual? Esto vendría a ser lo mismo. En este tema hay mucha moral escondida.
¿Qué relación tenías con tus compañeros respecto a la cuestión de los porros?
Más de cuatro veces me consultaron. Era quien sabía algo sobre drogas de la casa. Recuerdo a un chaval que lo pillaron con un china de cinco o seis gramos ¿Qué hacemos? “Pues simplemente eliminas el material y punto, cuanto más hierro le pongas, peor”. Había algunos que proponían llamar a la policía. Es evidente que el instituto no es un sitio para fumar canutos, pero de aquí a tomar medidas de índole represiva, pues no vale la pena.
Como espectador del proceso de normalización del cannabis que protagonizó mi generación a finales de los noventa y durante el primer lustro del siglo xxi, ¿te dábamos pena tus alumnos y alumnas cuando nos veías fumar el apaleao y tu con aceite de cannabis en el bolsillo?
¡No! Pensaba: “ya aprenderán”. Yo fumo desde los dieciocho y tengo sesenta y dos. En todos los ámbitos pasamos por una serie de fases: primero eres más inexperto y luego vas dominando la situación. En el caso de los adolescentes, estos están descubriendo vivencias que tú ya tienes asumidas, y los adultos debemos respetar sus fases y sus tiempos.
¿Hiciste alguna obra de caridad cannábica con algún alumno, en el sentido de enseñar sus usos?
Muchas. Sobre todo de enseñar los procesos de cultivo. Gente que cultivaba para su autoconsumo me preguntaba cómo hacerlo. He dado multitud de consejos.
¿Cómo crees que debería educarse a la chavalería en la cuestión de las drogas?
Si las drogas estuviesen legalizadas se le quitaría mucha importancia a todo el asunto. En el ámbito escolar no le pondría tanta moralina, porque la moralina más que inútil es perniciosa. El adolescente, por un proceso normal de maduración, se rebota contra las normas de los adultos, y por eso en muchos casos empiezan a consumir. Con la legalización no se daría este proceso de rebote.
¿Algún mensaje que quieras dar a tus exalumnos?
Que se informen. Pero ¡ojo con internet!, que hay mucho mangante. Necesitamos información fidedigna, no la información barata que circula por internet.
¿Y a tus excompañeros?
También, que se informen sobre las drogas.
Volviendo a las extracciones, cuando escuchas en las noticias que ha volado un piso por explosión de gas cuando sus inquilinos realizaban extracciones de cannabis, ¿pones un cirio a la Virgen para que no encuentren entre los escombros el Cannabis Alquimicum?
Apartado A: no soy creyente. Apartado B: si te lees el libro, en la primera página explico que está escrito a modo de reflexión abstracta, no para uso real, aunque todas las recetas funcionan. A lo largo del libro señalo en diferentes puntos el potencial peligroso de ciertos procesos; a pesar de esto, siempre hay individuos que hacen caso omiso de ello. Recuerdo dos casos que, cuando los escuche, pensé: “puah, aquí detrás hay algo tuyo”. El primero, eran tres jóvenes que se encerraron en un baño para hacer extracciones con butano, y el más gilipollas enciende un canuto, entonces saltaron las ventanas: normal. El segundo, en una tienda en obras se pusieron a hacer extracciones y reventaron la puerta del almacén. No hubo heridos, por suerte. Hay gente que hace tonterías por falta de información.
En los últimos años hemos visto que el negocio de las extracciones, sobre todo en Estados Unidos, mueve auténticas fortunas. ¿Cómo valoras su difusión y la industria asociada a las extracciones?
El asunto americano lo veo muy diferente respecto al escenario español. Son americanos… Muchas extracciones se hacen de material sobrante de los dispensarios, que se han convertido en los árbitros de la situación americana. Las extracciones se hacen con dióxido de carbono supercrítico, un aparatito de esos vale una fortuna. Y la gente también se queja de que no tienen sabor. Estuve hablando con Steve DeAngelo y me comentaba que la gente no quería las extracciones porque no tenían sabor. Ya le expliqué que la solución era abrir una tienda de aromas al lado del dispensario, así la gente sale con el producto cannábico puro y lo aromatiza a su gusto.
Antes de la “revolución extractiva”, ¿te pasó por la cabeza patentar algún chisme para hacer extracciones y montarte en el dólar?
No. Precisamente porque el Cannabis Alchemy en la primera parte explica un par de sistemas caseros, pero en la segunda explica unos sistemas de tipo semiindustrial patentados que te obligaban a comprar el artilugio comercial. No hacen falta patentes para uso doméstico. Y aquí debo reivindicar los valores de ARSEC, yo reflexiono sobre los usos destinados al consumo propio, no sobre los usos encarados a la venta. ARSEC potenciaba el “hazlo tú mismo” para obtener substancia de calidad. A nivel industrial se tendrían que buscar los mecanismos adecuados. ¿Los clubes de cannabis son sistemas industriales? Voy a callar. Aunque, de momento, no.
Ahora que dejaste la vida de instituto, ¿tienes intenciones de convertirte en el próximo Rockefeller cannábico?
[Risas.] No. Las extracciones aquí siguen el sistema americano, empezando por los nombres: wax, ¿por qué no le llaman cera? El budder, que viene de un dispensario canadiense, todo teñido de una gran campaña de márquetin. No tengo ninguna intención de hacer pasta con el cannabis. Ni patentar nada por el estilo. Me remito a los valores de ARSEC, de autocultivar y hacértelo tu mismo, y los reivindico. Se trata de dar cultura a la gente, no de intentar vender cultura.
¿Qué les dirías a los chavales que quieren hacer pasta a través de las extracciones?
Que tienen a las multinacionales luchando contra ellos y no tienen nada que hacer. La industria va a estandarizar el producto y anulará la cultura del cannabis. No quieren personas culturizadas, quieren consumidores pendientes de la última moda.
¿Y cómo crees que podemos resistir a este escenario que se nos avecina?
No comprarles. Buscar alternativas para hacértelo tú mismo. Aunque debo reconocer que hace muchísimos años que planto para mí y estoy hasta los huevos. Me gustaría poder despreocuparme de todo el tema del cultivo y poder bajar a la tienda a comprar marihuana de calidad a un precio razonable.
Junto a esta entrevista podemos leer el “Manifiesto del jubilado feliz”. Ahora que estás jubilado, ¿en qué andas metido?
Yo más que jubilado estoy de vacaciones perpetuas, que es bastante distinto. Yo no me aburro. Fumo como siempre. En el “Manifiesto fundacional del abuelo feliz” lo digo bien claro: no descarto que en unos años me tire a alguna droga recreativa diferente.
Y, tal como reclamas en tu texto: ¿estás ejercitando duro la expansión de la consciencia?
No, directamente, no. He probado de todo y posiblemente drogas que la gente no sabe ni que existen, como la nuez moscada con ginebra, entre muchas otras cosas que mejor no decir para no dar ideas al personal. Las drogas clásicas lo son por algo, están muy probadas y son las que más garantías ofrecen. Las nuevas drogas no tienen seguimiento farmacológico. A mí me gustan las drogas clásicas, tomar LSD no lo vas a hacer cada día, aunque los buenos viajes creo que son para la gente joven.
Para acabar: ¿cómo quieres que recuerden las futuras generaciones a Rafael Burrial?
Como un gamberro. Un provocador. Siempre he intentado ser un provocador intelectual. Sacarle la punta a todo, girar los argumentos. Lo que se dice un provocador. En el fondo, este es el único camino para que la gente se dé cuenta de que el camino no es tan llano, y a partir de aquí que empiecen a pensar por ellos mismos.