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El negocio del dolor y medio millón de muertos

Entrevista a Patrick Radden Keefe

En El imperio del dolor el periodista denuncia los engaños de la industria farmacéutica y la corrupción del Estado en la comercialización de los opioides. Una historia de codicia con mortales consecuencias protagonizada por la multimillonaria familia Sackler y su producto estrella, el OxyContin.

Periodista en plantilla de The New Yorker y aplaudido autor de no ficción, Patrick Radden Keefe (Bruselas, 44 años) ha visitado España para promocionar su último libro, El imperio del dolor: la historia secreta de la dinastía que reinó en la industria farmacéutica (Reservoir Book, 2021). Ganador de prestigiosos premios con No digas nada (Reservoir Book, 2020), para muchos la historia mejor contada sobre el conflicto de Irlanda del Norte, Patrick Radden Keefe encarna hoy la mejor tradición del periodismo narrativo. Aunando investigación exhaustiva con eficacia literaria consigue que, por compleja que sea la realidad que trate, sus textos resulten apasionantes.

En las seiscientas páginas de El imperio del dolor se desgrana la historia de la familia Sackler, afamados filántropos que hicieron su fortuna empleando estrategias comerciales abusivas en la promoción de fármacos cuyos efectos secundarios más graves eran silenciados. La saga comienza con el patriarca Arthur Sackler ideando la exitosa estrategia comercial del Valium, “la penicilina de la tristeza”, destinada especialmente a seducir al estamento médico, hasta conseguir en 1963 que fuera el primer fármaco en generar los cien millones de dólares de ingresos, con más de sesenta millones de recetas expedidas. Más tarde, la adquisición de la farmacéutica Purdue por parte de la familia consigue hacerla beneficiaria del hallazgo de un envoltorio que permite convertir la morfina en pastillas de liberación continuada (MS Contin).

Sin embargo, el mercado de la morfina estaba destinado a dolores oncológicos, y sobre la sustancia pesaba el estigma de la muerte, como último recurso para despedir este mundo sin dolor. Así que cuando estaba próxima la expiración de la patente, aplicaron la tecnología del recubrimiento para la liberación controlada a la oxicodona, alumbrando el OxyContin, cuya agresiva y fraudulenta promoción comercial consigue que se recete, no solo para enfermos de cánceres terminales o para dolores crónicos insoportables, sino, y aquí el gran negocio, para dolores menores como los de la artritis, la fibromialgia o los de cuello o espalda.

La literatura creada para vender el OxyContin indicaba una amplia gama de posibles usos, ocultando su potencia –como si fuera un opioide más suave que la morfina, cuando, en realidad, es el doble de activo– y quitando toda importancia a la dependencia que genera, afirmando, sin ninguna base científica, que menos del uno por ciento de los pacientes que lo toman desarrollan adicción. La investigación de Patrick Radden Keefe prueba que este marketing fraudulento aplicado a popularizar el OxyContin entre el estamento médico desencadenó la actual crisis de los opioides en Estados Unidos, que en dos décadas suma ya más de medio millón de muertos, noventa y tres mil solo el año pasado, y una nutrida legión de adictos.

El comercio descontrolado de la salud

La historia de la familia Sackler retrata muy bien el poder del dinero y de la publicidad engañosa, cómo se confunde sin escrúpulo la medicina y el comercio en un área como la salud. ¿En qué medida la actuación fraudulenta de Purdue ejemplifica el modus operandi de la industria farmacéutica en su conjunto?

Este es un caso extremo, pero no único. Hay muchos ejemplos de otras empresas farmacéuticas que también se comportan de forma inadecuada e incluso de forma totalmente ilegal. Son muchos los casos y las demandas contra otras empresas farmacéuticas que también han participado en esta crisis de los opioides. He querido centrarme en Purdue porque desempeña un papel especial. No son los únicos, ni mucho menos, pero creo que fueron los primeros, la empresa que cambió el panorama de los opioides. Tras ellos, otras muchas empresas participaron. También me interesaba el hecho de que hubiera una saga familiar. A mí me interesan mucho las familias; no quería que el libro tratase únicamente de una empresa y sus negocios, quería escribir la historia de una saga familiar.

“El marketing sobre el OxyContin que se puso en marcha en los noventa puede ser incluso la causa, al menos en cierto grado, de las sobredosis provocadas hoy en día por el fentanilo y la heroína”

Una empresa farmacéutica engaña a sabiendas para vender el máximo de su producto al máximo precio mientras dura la patente, provocando legiones de adictos. Pero, hasta llegar al consumidor final, hay toda una cadena bien engrasada de comerciales sin escrúpulos, médicos poco rigurosos, farmacias que venden sin mucho control, por no hablar de la Agencia Reguladora de Medicamentos de Estados Unidos (FDA), cuya actuación repetida con los Sackler es de una “negligente permisividad”. Son faltas que aisladas pueden parecer hechos puntuales, pero vistas en conjunto retratan un sistema corrupto lleno de abusos. ¿Es la historia de los Sackler una anomalía o una prueba de que un sistema de salud privado no cumple con su cometido sanitario?

Totalmente lo segundo. Es decir, por un lado, tenemos la historia de una familia, pero al mismo tiempo la familia no pudo hacer lo que hizo sin un sistema que se lo permitiera, que le permitiera hacer lo que hicieron en cada paso del proyecto. Me interesaba Arthur Sackler porque la historia se remonta con él hasta 1940. Él quería combinar la medicina y el comercio, quería que la medicina y los negocios estuvieran interrelacionados en todas y cada una de las fases. Pero no estaba solo al hacerlo. Y así llegamos hasta la situación que tenemos hoy, en la que el comercio y la medicina no pueden desligarse. Todas las personas en Estados Unidos que forman parte del negocio sanitario están influidos por el dinero, de modo que, bajo mi punto de vista, son muy peligrosos. Eso pasa en el sistema de salud y también en el sistema de justicia, donde tenemos todo el aparato regulatorio. Todas esas instituciones creo que han sido corroídas por el dinero.

Aquí en España, tras la crisis de la heroína en los ochenta, el estigma que pesaba sobre los opiáceos hizo que la misma Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes (JIFE) alertara sobre lo poco que se recetaban, lo cual indicaba que probablemente se estuviera tratando mal el dolor crónico. En los últimos años se ha incrementado exponencialmente el uso de opioides con receta legal en España y, sin embargo, no se ha producido crisis alguna. Digamos que los controles de un sistema público de salud se demuestran eficaces frente a un sistema privado como el norteamericano, en el que el paciente a menudo es considerado antes como un cliente. En su libro aparecen médicos expendedores de recetas de OxyContin sin control, haciendo dinero fácil. Pero más allá de los delitos individuales, ¿no cree que el sistema privado de salud es en sí mismo una perversión de lo que debe ser la asistencia sanitaria?, ¿cree que es legítimo comerciar con la salud?

Creo que los opioides tienen su función, su utilidad, creo que a veces es la terapia adecuada para tratar el dolor. No estoy en contra de los opioides, incluso el OxyContin en su momento puede ayudar a la gente. Donde realmente están los riesgos es en la forma en que se prescriben y en la falta de honestidad a la hora de comercializarlos. Creo que en algunos lugares y para algunas situaciones pueden no haberse prescrito suficientemente los opioides y no me sorprende que aquí se haya dado un aumento de su prescripción sin que se haya producido una crisis. Además del hecho de existir un sistema público, es posible que España haya aprendido de la experiencia negativa de crisis anteriores. También en Estados Unidos en la década de los noventa había quien decía que no se estaba tratando bien el dolor y que no se prescribía suficientemente; y luego vino una reacción exagerada que generó esta crisis de los opioides.

En repetidas ocasiones a lo largo del libro se dice que la prescripción incontrolada del OxyContin encendió la mecha de la crisis de los opioides. Quizás el dato más fiable que respalde esta afirmación sea que en los cinco estados en los que se contaba con programas de “triplicado” [una política que duró hasta el 2004 y que exigía a los médicos cumplimentar las recetas de analgésicos narcóticos de la lista II de fiscalización en un impreso por triplicado, una de cuyas copias era para el estado, que podía así controlar que no hubiera irregularidades] tuvieron menor presión promocional por parte de los comerciales, se distribuyó la mitad del medicamento y finalmente sufrieron muchas menos sobredosis que en el resto de los estados. ¿Sigue siendo así? ¿California, Idaho, Illinois, Texas y Nueva York siguen siendo estados menos castigados que el resto en la crisis de opioides?

Sí, efectivamente. Lo importante aquí no es solo que entonces hubiera menos sobredosis de OxyContin, sino que incluso hoy, en estos estados, hay menos sobredosis de fentanilo o heroína y se consume en menor grado. Hay algunos que dicen que no existe tal crisis de opioides, que la crisis es de fentanilo o de heroína, y que no hay por tanto que echarle la culpa al OxyContin. La causalidad es siempre difícil de probar, pero para mí esto pone de manifiesto que el marketing sobre el OxyContin que se puso en marcha en los noventa puede ser incluso la causa, al menos en cierto grado, de las sobredosis provocadas hoy en día por el fentanilo y la heroína.

Me da curiosidad. Lleva usted desde el 2016 investigando y escribiendo sobre este asunto, ¿ha probado el OxyContin?

Nunca.

La crisis de los opioides y la guerra contra las drogas

Radden Keefe, tras la entrevista, posando en una calle del centro de Madrid
Radden Keefe, tras la entrevista, posando en una calle del centro de Madrid,

“Lo grave no es el invento del OxyContin, sino tratar de que el fármaco lo tomaran incluso personas que no lo necesitaban, personas con un dolor moderado, por ejemplo, y mentir respecto a los riesgos”

La discusión que sigue merece una explicación. El imperio del dolor es un gran libro, necesario, bien escrito y sustentado por una valiente y concienzuda investigación. Sin embargo, en la imagen general que se ofrece aquí de la crisis de opioides falta subrayar, a mi modo de ver, la importancia que tiene en la tragedia la prohibición de las drogas. Estamos hablando de más de medio millón de muertes por sobredosis desde que hace veinticinco años se lanzó el OxyContin, lo que convierte a las sobredosis en la principal causa de muerte accidental en Estados Unidos, por encima de los accidentes de tráfico y de las heridas producidas por armas de fuego. Son más los estadounidenses muertos por sobredosis que los estadounidenses muertos en las guerras libradas tras la segunda guerra mundial.

El origen de esta crisis de los opioides puede estar en la promoción descontrolada del OxyContin, pero la mayoría de sobredosis se producen con heroína y fentanilo,

 cuando al adicto al OxyContin se le niega la receta y se ve abocado al mercado negro, donde el desconocimiento de la pureza y adulteración impide un efectivo control de la dosis. Y esto es una consecuencia no de la avaricia de la familia Sackler sino de la guerra contra las drogas. Cualquier lector familiarizado con estas cuestiones sabrá inferir de la lectura de este libro que los opiáceos deberían estar regulados por el Estado, garantizando su acceso a toda persona adulta que así lo desee, proveyendo la información necesaria para su uso desde un enfoque de reducción de riesgos y asistiendo a todos aquellos que lo necesiten. Pero esta conclusión en ningún momento aparece en el texto y, dado que el lector medio suele tener ideas tópicas acerca de la adicción y el consumo de drogas –así como una visión estigmatizada de los opiáceos–, no explicarlo me parece una carencia de este, por otro lado, magnífico libro.

Patrick Radden Keefe ha escrito reportajes de investigación sobre la lucha de algunos estados por regular la marihuana recreativa o sobre la captura del Chapo Guzmán, y, por supuesto, no está a favor de la guerra contra las drogas y conoce bien sus peligros. Sin embargo, si hubiera dedicado algunas páginas de El imperio del dolor a aclarar la responsabilidad de la prohibición de las drogas en lo que está sucediendo, este sería el gran libro sobre la actual crisis de los opioides. Claro que el propósito del autor era contar la historia de esta dinastía que reinó con malas artes en la industria farmacéutica y, en ese sentido, su trabajo es impecable.

Echo en falta en su libro una visión más ponderada del valor de los opioides en general y del OxyContin en particular. Todas las alabanzas al OxyContin quedan en boca de los malos; sin embargo, tengo entendido que es un medicamento muy logrado, que ayuda a sobrellevar el dolor crónico con bastante efectividad. Por lo que cuenta usted, parece que se trata de un caramelo envenenado cuya ingestión conduce irremisiblemente hacia la adicción y la muerte. La visión que parece prevalecer es que los opiáceos son un invento diabólico.

No, no estoy de acuerdo. Yo no diría que hay que retirar el OxiContin del mercado, como sostienen muchos médicos, pero sí creo que este invento, que podía ser muy prometedor para algunos pacientes y que ha ayudado a muchos de ellos –lo sé de primera mano porque me escriben mucho–, se comercializó con mentiras. Desde mi punto de vista, el error no estaba en el fármaco en sí, sino en la forma en que se comercializó y las mentiras que se contaron. Hay medicamentos que pueden tener un gran valor terapéutico, pero a la vez efectos secundarios muy peligrosos, y esta empresa llegó a reconocer que fueron engañosos respecto a los efectos secundarios. Para mí lo grave aquí no es el invento del OxyContin, sino tratar de que el fármaco lo tomaran incluso personas que no lo necesitaban, personas con un dolor moderado, por ejemplo, y mentir respecto a los riesgos.

Según los informes anuales que publica la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, solo el trece por ciento del total de quienes utilizan drogas sufren trastornos por su consumo. Respecto a la heroína, he escuchado en alguna ocasión elevar ese porcentaje hasta el veintitrés por ciento de usuarios, una minoría, en cualquier caso. Es decir que solo una mínima parte de los que usan heroína son adictos problemáticos, la mayoría son consumidores esporádicos. En su libro parece que solo se contempla el uso abusivo. ¿No cree que es posible un uso razonable de las drogas tanto legales como ilegales, con receta o sin receta?

Sí, claro.

Escribe sobre la liberalidad de la industria y el estamento médico para recetar OxyContin para casi cualquier dolencia y, sin embargo, no cita la posibilidad de recetarla precisamente para la adicción. Antes de la prohibición, y todavía hoy en ensayos punteros en reducción de riesgos, era habitual tratar a los adictos con la misma sustancia para librarse de su dependencia o para sobrellevarla de la manera menos dañina posible. En el libro no hay ni una sola mención al problema que supone tratar la adicción desde la óptica de la abstinencia, con lo que eso implica: entregar al adicto al mercado negro.

Sí que lo menciono.

No se menciona, se habla brevemente de la posibilidad de acabar con la adicción mediante unas pautas cada vez más reducidas de la sustancia, pero no…

¿Alguna vez has hablado con alguien que tiene adicción al OxyContin?

He conocido a heroinómanos y también a algún adicto a los opioides con receta. Algunos lo llevan mejor y otros peor.

Vamos a ver, cualquier persona que sea adicta al OxyContin o a cualquier otro opioide, personas que tienen una dependencia física, que pueden estar bajo tratamiento por dolor crónico o que si lo dejan van a ponerse enfermos, alguna de estas personas lo que dicen es: “Yo no tengo adicción, lo que tengo sencillamente es dependencia”. Yo he hablado con muchos usuarios de OxyContin que dicen que ellos no tienen problemas mientras puedan seguir consumiendo el fármaco. Muchos lo que temen es que el péndulo ahora vaya en la otra dirección y, de repente, los médicos no quieran prescribirles, pierdan el acceso al OxyContin y tengan que acudir al mercado negro. Yo todo esto lo menciono en el libro. Si entiendo bien la pregunta, lo que quiere decir es que quizás lo que hay que garantizar es el acceso para resolver el problema, y no estoy en contra necesariamente de lo que dice. Y respecto a las estadísticas de Naciones Unidas que cita, ese veinte por ciento es una minoría, de acuerdo, pero sigue siendo una minoría bastante grande. He visto a mucha gente que tiene problemas de adicción al OxyContin y sus vidas han quedado totalmente destruidas. Esas personas que luchan contra la adicción, que han perdido sus puestos de trabajo, que no son capaces de trabajar, que han perdido sus casas, es gente que está poseída por este fármaco –esto también se puede decir de la heroína–. Entonces la solución creo que sería encontrar una forma de salir del tratamiento y poder vivir sin este fármaco. No soy prohibicionista con las drogas y lo digo en el libro, pero también creo que si hay una situación en la que un químico muy potente te afecta de una forma enorme y te hace perder el control de tu vida, lo razonable es encontrar una forma humana de salir de esa dependencia.

Aunque en las páginas finales aclara que su libro es la historia de una dinastía familiar, es inevitable que se lea como una explicación a la crisis de opioides que asola Estados Unidos. En este sentido, echo de menos dos cosas que creo podrían haber ayudado a comprender mejor la crisis: ir un poco más allá de la idea popular de adicción (entendida únicamente como una sujeción química a una sustancia, sin atender a la persona usuaria y al contexto) y, en segundo lugar, explicar un poco en qué medida la prohibición de las drogas determina la realidad de lo que estamos hablando. Igual que usted en una de las páginas del libro reprocha a la cineasta de los Sackler abordar el problema del racismo en las cárceles soslayando la guerra contra las drogas, ¿no cree que también usted debería haber comentado, aunque fuera brevemente, el asunto de la fallida guerra contra las drogas?

¿Pero has leído el libro?

Entero.

Lo que yo digo precisamente es que hay encarcelamientos en masa debido a la guerra contra las drogas, porque la guerra contra las drogas no ha funcionado.

Creo que con la traducción se ha producido un pequeño malentendido. Yo me refiero a cuando se comenta la reformulación del OxyContin o cuando a un adicto se le niega la receta, con lo que pasa a consumir heroína comprada en el mercado negro. Lo que digo es que se omite que una gran parte de las sobredosis mortales de heroína se producen por estar adulterada con otra sustancia más letal o por desconocimiento de su potencia; digo que apenas se habla de este asunto en el libro. ¿No cree que si la heroína estuviese regulada por el estado se evitarían gran parte de estas muertes? ¿No es mejor que estas sustancias las regule el Estado en lugar de que queden en manos del mercado negro?

Sí, claro. Incluso personas que consumen estas drogas saben que el problema es el fentanilo. No estoy en contra de lo que dices. Este libro no habla de la guerra contra las drogas ni de la legalización, ese libro, si quieres, escríbelo tú. No defiendo la prohibición de las drogas, ahí te equivocas.

En un pasaje del libro se critica como una desvergonzada pretensión que los Sackler en el juicio ofrezcan su farmacéutica para compensar el daño cometido por el OxyContin. Se critica que los Sackler quieran que la fabricación y venta de OxyContin quede en manos del Estado. Al margen del cinismo de la familia Sackler, no se me ocurre mejor noticia: que una sustancia, delicada por su peligrosidad, esté en manos del Estado y no en manos de una empresa con ánimo de lucro.

Sí, pero en la práctica nadie sabía cómo iba a ser. La familia Sackler ya no tiene la empresa, habrá nuevos directivos farmacéuticos que la van a dirigir. ¿Y quiénes serán? Porque evidentemente tú quieres a alguien que haga bien su trabajo, pero quizás la nueva dirección esté conectada con otros sectores de la industria y busque beneficiar a determinados intereses. Todo el acuerdo al que se llegó desde mi punto de vista peca de cinismo, pero, para dejar las cosas perfectamente claras, y así lo digo en el libro, creo que el OxyContin no tendría que prohibirse, que hay gente a la que le puede hacer bien, que el problema es el marketing que se ha hecho. Después de que en el 2017 publicase mi artículo en el New Yorker denunciando las prácticas de la empresa Purdue, ese marketing dejó de hacerse. Pero estamos hablando de un fármaco que precipitó la crisis de los opioides, y que sea precisamente este fármaco el que se use para aminorar los daños yo creo que es, en el mejor de los casos, un tanto irónico.

Patrick Radden Keefe  El negocio del dolor y medio millón de muertos
Foto: Joan Morejón, Edicions del Periscopi

El dolor, el placer y la interpretación lectora

Hay otra cuestión que se da por sobrentendida y sobre la que no sé si usted ha pensado. Se habla del dolor, pero hay siempre un cierto reproche implícito cuando se habla del placer; me refiero en este caso al placer que reporta a determinadas personas el Oxy. ¿No hay un problema moral de base cuando censuramos el uso lúdico de medicamentos o de drogas? Ver la salud únicamente como ausencia de dolor, impide calibrar los saludables beneficios del placer. ¿No cree?

Sí, y lo que dicen los Sackler es que la mayor parte del abuso del medicamento no procede de aquellos que quieren mitigar el dolor, sino de los que quieren obtener placer de su consumo. Hay mucha gente que ha empezado su consumo de OxyContin en una fiesta. En el libro se dice, hay una línea que lo comenta.

Sí, lo que me llama la atención es que siempre que hay un comentario en el libro sobre el placer que pueda reportar, hay un cierto aire de reproche moral, como si estuviera mal.

¿Pero reproche por parte de quién?

Por parte del narrador, es algo que se da por sobreentendido.

Creo que estás interpretando cosas que no están en el libro.

Es posible, sí… Cambiando de tema, el acuerdo judicial, tan beneficioso para la familia Sackler, se cierra poco antes de las últimas elecciones, ¿cree que con la administración Biden la resolución habría sido distinta?

Ah, buena pregunta. No lo sé. Creo que los abogados de Purdue pensaban que tenían una oportunidad de salir mejor parados con la administración Trump, y realmente consiguieron un acuerdo fantástico. Ahora hay una parte de la administración Biden que la semana pasada apeló contra el acuerdo de bancarrota, pero no es toda la administración. Yo tengo una actitud cínica con respecto a los políticos, al apelar una parte, pero no toda, de la nueva administración, están queriendo mandar el mensaje de que si nosotros hubiéramos estado ahí lo hubiéramos hecho de otra forma. Pero es que incluso ahora si quisieran hacer las cosas de otra forma lo podrían hacer porque tienen ese poder. A toro pasado siempre es más fácil, ¿no?

Como autor, ¿se despide con la publicación de este libro del asunto o si se reabre se vería obligado a continuar con la investigación?

Hay gente especialista que pasa toda su carrera escribiendo sobre el mismo tema. Yo no podría dejar de hacer lo que hago. Admiro a estos especialistas, pero personalmente yo llego a un tema, absorbo todo lo que puedo y luego paso a lo siguiente. Llegue lo que llegue, haga lo que haga, no será sobre este tema.

¿En qué está trabajando ahora?

En un artículo para The New Yorker que se titula "El chivato".

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #287

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