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Contar los muertos

Entrevista a Patricia Evangelista, autora de "Que alguien los mate. Crónica de la violencia en mi país"

 Entrevista con Patricia Evangelista.

Patricia Evangelista, periodista del trauma, fumando en una terraza con Manila al fondo. Foto: Mark Nicdao.

/ Mark Nicdao

La reportera filipina Patricia Evangelista convirtió en crónica la violencia de la guerra contra las drogas de Rodrigo Duterte, un mandato que dejó entre 6.000 y 30.000 muertos entre 2016 y 2022. Su libro recoge el testimonio de una “periodista del trauma” que desafió la versión oficial, puso rostro a las víctimas y documentó los abusos de un régimen populista hoy juzgado en La Haya.

A la periodista Patricia Evangelista (Manila, 40 años) le ha tocado escribir el gran libro con la historia de la guerra contra las drogas en Filipinas durante la presidencia de Rodrigo Duterte. Las cifras no están claras, pero en los seis años que duró el mandato de Duterte, de 2016 a 2022, se estima que entre 6.000 y 30.000 personas fueron asesinadas por la policía y por escuadrones de la muerte animados por el presidente. “Desde los inicios de la era Duterte –dice Patricia Evangelista–, mi labor consistió en registrar estas muertes. Como corresponsal de la empresa periodística Rappler en Manila, era una de las reporteras que cubrían los efectos de la promesa realizada por el presidente de destruir a cualquiera, sin cargos ni juicios, que él mismo, la policía o un número indeterminado de justicieros sospecharan que consumía o vendía drogas”.

 Que alguien los mate. Crónica de la violencia en mi país  (Reservoir Books, 2025), de Patricia Evangelista, 416 páginas, PVP: 22,71 €

Que alguien los mate. Crónica de la violencia en mi país (Reservoir Books, 2025), de Patricia Evangelista, 416 páginas, PVP: 22,71 €

Que alguien los mate. Crónica de la violencia en mi país (Reservoir Books, 2025) es el testimonio de esta “periodista del trauma” que permite entender la realidad de la barbarie filipina, cómo la democracia se pervierte en manos de un demagogo populista que cuenta con la complicidad de sus votantes, y cómo el restablecimiento de la justicia pasa por iluminar la verdad y ponerle rostro a los caídos en esta guerra absurda y criminal contra las drogas. La crónica de Patricia Evangelista es también la aventura apasionante de una periodista que se rebela contra la cultura de la impunidad y acude una y otra vez al lugar del crimen, a los lugares de los muchos crímenes, para dar constancia de lo ocurrido, para desmentir la versión oficial, para contar los muertos y contar la historia de aquellos que a nadie importan, para humanizar a los que han sido identificados como enemigos por el simple hecho de consumir drogas que no son legales.

Mientras en países como Canadá o Uruguay regulaban la marihuana para uso tanto medicinal como recreativo, en Filipinas te podían matar si te sorprendían fumando un porro. Hoy Rodrigo Duterte, tras ser detenido en marzo por la Interpol, está siendo juzgado por sus crímenes en la Corte Penal Internacional de La Haya; y eso ha sido posible en gran parte porque hay periodistas valientes y defensores de los derechos humanos que han levantado la voz contra los abusos del poder. Las cosas siguen siendo difíciles allí, como demuestra que la hija de Duterte sea hoy la vicepresidenta del Gobierno y que el mismo Duterte haya sido elegido de nuevo alcalde de Dávao.

Patricia Evangelista sigue viviendo en Manila, aunque estos meses está como residente en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), dando charlas sobre periodismo y respondiendo entrevistas como esta, realizada a finales de junio, durante su breve estancia en un Madrid azotado por un calor sofocante.

Ahora que lo habitual es que el periodista no se mueva de su escritorio, en su libro se muestra como una periodista en acción: haciendo la ronda nocturna en primera línea de fuego, regalando cajas de donuts para conquistar a sus fuentes, recorriendo cientos de kilómetros para investigar un asesinato... En tiempos de redes sociales y de eso que algunos llaman periodismo ciudadano, ¿tiene sentido hacer un trabajo de calle?

Sí, sin duda, y no solamente como periodista. Todos los periodistas deberían gastar la suela de sus zapatos, ¿no?, hacer ese periodismo en el que vas, sales, llamas a las puertas. ¡No es divertido saber lo que pasa a través de un teléfono! Pero el periodismo es caro: tienes que salir a la calle, eso es caro; volar a otro país es caro… Creo que el desafío más grande para el periodismo es poder investigar sobre el terreno. Y esos periodistas ciudadanos, pues, bueno, también están bien: siempre es bueno contar historias.

¿Qué les diría a periodistas que empiezan a trabajar y piensan que todo está en internet?

Les diría que lo más importante es ir directamente a las personas afectadas y preguntarles qué es lo que realmente está pasando. No hay nada que sustituya la información de primera mano. Yo estoy en Barcelona ahora mismo como residente en el CCCB, pero la razón por la que estoy ahí es para poder hablar, trabajar y honrar lo que hizo Orwell. George Orwell decía que es fácil hablar de asesinatos, si para ti asesinar es solo una palabra. Es muy importante prestar atención a las experiencias de otras personas.

Se define o la definen como periodista del trauma, ¿en qué consiste esa distinción?

Hay periodistas culturales, corresponsales de guerra, reporteros… Es más fácil decir que soy periodista del trauma porque yo cubro conflictos, pero también la guerra de las drogas, desastres naturales, las consecuencias de un accidente. Lo similar de mis reportajes es que se centran en personas que han atravesado un trauma. El trauma no es solamente un suceso grande con miles de muertos. También puedes estar traumatizado por tu aborto o por un accidente. Se trata de cubrir a las personas que han experimentado algo que les ha puesto su vida patas arriba. Y eso es lo que llevo haciendo más de quince años.

Arriesgar la vida por contar una historia

Entrevista a Patricia Evangelista

Una madre abraza a su hijo asesinado por fuerzas parapoliciales en la guerra contra las drogas de Duterte.

En su libro, reconoce haber sentido miedo. También cuenta que, cuando iba a publicar alguna exclusiva en la que se denunciaba con nombres y apellidos las acciones de grupos parapoliciales, compraba un billete de avión para irse fuera del país. ¿Tuvo en algún momento que exiliarse durante el gobierno de Rodrigo Duterte?

“Declarar una guerra a las drogas cuyo propósito sea eliminar a personas sospechosas de utilizar o vender drogas nunca va a tener éxito. Sí que fue útil para Duterte, porque significó que él mantenía el poder, todo autócrata necesita un enemigo y las drogas eran el enemigo para Duterte. Y creó un monstruo tan grande que parecía inevitable tener que matarlo”

No, estuve en Filipinas casi todo el tiempo que duró esta guerra contra las drogas. Filipinas no es el sitio más seguro para los periodistas. Hay periodistas que mueren después de contar una historia. Y mientras yo asumo riesgos haciendo mi trabajo, no creo que merezca la pena arriesgar la vida por cualquier historia. Entonces, cuando estaba a punto de publicar el libro, y justo después, mi editorial Random House y mis asesores me aconsejaron que era conveniente para mí no estar en el país en ese momento. Me fui antes de la publicación, cuatro o cinco meses para hacer las diligencias debidas con las que verificar los datos del libro, lo que implicaba enviar a políticos y senadores cartas con preguntas. Por ejemplo, al presidente Rodrigo Duterte le envié una carta donde le preguntaba “¿Cuántas personas mataste?”, “¿Crees que tuvo éxito la guerra de las drogas?”. En el momento en el que mandé esas cartas significaba que todo el mundo sabía ya lo que estaba haciendo, y yo quería estar viva para la publicación de mi libro. No es que estuviera segura de cuáles eran los riesgos, porque nunca puedes saberlo de antemano. Los riesgos se evalúan a posteriori. Tal vez fuera algún tipo de problema legal o quizás un hombre con una pistola al que no le gustaba lo que yo estaba haciendo, o un policía que tal vez estuviese en su puesto y que sabía que su nombre aparecería en el libro. Entonces tomamos una serie de precauciones. Pero, aun así, sigo viviendo en Manila. Con excepción de estos tres meses que estoy aquí, sigo viviendo en Manila, sigo allí.

El libro es una historia de la violencia de su país centrada en la guerra de Duterte contra las drogas. ¿Sirvió para algo la cruzada de Duterte y sus secuaces?

Ninguna guerra contra las drogas ha tenido éxito en ningún sitio del mundo. Cada vez más personas razonables entienden que la adicción a las drogas es una enfermedad que necesita una rehabilitación, una gestión, todas estas cosas. Declarar una guerra a las drogas cuyo propósito sea eliminar a personas sospechosas de utilizar o vender drogas nunca va a tener éxito. Sí que fue útil para Duterte, porque significó que él mantenía el poder, todo autócrata necesita un enemigo y las drogas eran el enemigo para Duterte. Y creó un monstruo tan grande que parecía inevitable tener que matarlo.

Es muy crítica con los votantes que auparon a Rodrigo Duterte a la presidencia. Asusta la gran popularidad que lo respaldó, cuando en la campaña electoral ya anunciaba que su presidencia iba a ser sangrienta, que pensaba matar a los traficantes y a los drogadictos. Además de, según algunos testimonios, haber sido el promotor de los escuadrones de la muerte, mientras fue alcalde de Dávao. También era conocido por las barbaridades que decía, como que una chica que había sufrido una violación grupal era tan guapa que él mismo, como alcalde, tendría que haber sido el primero en violarla. ¿Qué piensa del pueblo filipino y del apoyo mayoritario que dio a Duterte? ¿En qué medida un pueblo es responsable de sus gobernantes?

Creo que todos somos responsables de las decisiones que tomamos. De todas formas, los filipinos votaron en un contexto, un contexto de una vulnerabilidad enorme, de una enorme desesperación. Y quizás, a la vez que votaban a un presidente que creía en la muerte, también votaron con la esperanza de que las cosas cambiarían, de que sus vidas mejorarían. No estoy de acuerdo con votar a Duterte, pero entiendo las razones por las cuales le votaron y no hay una razón sola, cada persona vota por algo. No creo que aquellos que votaron a Duterte fueran asesinos o partidarios de una dictadura. Votaron a Duterte sin tomarse en serio que iba a asesinar. Algunos votarían por él porque habrían sufrido situaciones en las cuales drogadictos les habrían hecho la vida difícil. La gente tenía hambre y Duterte les prometía una vida mejor. Es difícil generalizar en esa situación. Y Filipinas no es especial, hay muchos otros países en el mundo en el que también, desde la desesperación y la esperanza, los votantes han elegido a autócratas.

Entrevista a Patricia Evangelista

Dos ajusticiados en la guerra contra las drogas de Rodrigo Duterte. Los fotógrafos de prensa, como Alecs Ongcal, autor de esta foto, han sido fundamentales para visibilizar la violencia de estos años en Filipinas

La cruzada de Duterte contra las drogas, ¿no crees que sedujo a los votantes por el relato moral que ya existe, un relato que estigmatiza a los consumidores de drogas ilegales?

Rodrigo Duterte ganó la presidencia porque contó una historia. Cogió cada miedo, cada dolor alimentado por décadas de expectativas rotas y les dio un enemigo. Y lo llamó la lucha contra las drogas ilegales, y dijo que iba a matar a estas personas. Duterte presenta un enemigo enorme, poderoso, sin piedad, que hace que las cosas sucedan. Y no solamente contó esa historia, sino que él era parte de la historia. Él era esa historia. Decía: “Yo soy uno de vosotros, no soy especial”. Decía: “Solamente soy un asesino normal y corriente”. Tal vez, la palabra seducción no sea la adecuada. Lo que sé que hizo fue convencer al país de que esta historia era verdad, de que el fantasma de las drogas ilegales es enorme, y que había que justificar todos los medios para acabar con él. Muchos creyeron la historia y, cuando empezaron los muertos, como no los conocían, acababan pensado que los muertos no eran humanos.

¿No es en parte labor de los periodistas cambiar esas narrativas que criminalizan y deshumanizan a los usuarios de drogas?

Creo que el trabajo no es ofrecer una contranarrativa, es ofrecer una verdad. Sea cual sea la narrativa, el trabajo es dar la verdad de lo que está sucediendo. Si hay una narrativa dada, entonces la comprobamos, la verificamos, vemos si es verdad o no, si los hechos dicen otra cosa. El trabajo es ofrecer la verdad de lo que está pasando en las calles, y la verdad es que las personas estaban siendo masacradas, y esa es la historia que conté.

Yo solo soy periodista

Entrevista a Patricia Evangelista

Después de los miles de asesinatos alentados por un presidente elegido democráticamente, ¿se ha producido algún tipo de arrepentimiento colectivo? ¿Cómo se enfrenta la gente en Filipinas a la memoria de una etapa tan sangrienta?

“Creo que en este caso a lo que nos estamos enfrentando no es a la ilegalidad, sino a los medios por los cuales se reforzó la ilegalidad en Filipinas. Estamos lejos de trabajar hacia la legalización de cualquier droga en Filipinas. O sea, estamos intentando, de momento, que no asesinen a nadie”

Hay personas que votaron a Duterte que se arrepienten de esa decisión. Ese arrepentimiento se manifiesta de distintas maneras, algunos se han convertido en activistas, algunos hablan, algunos hablan con periodistas como yo, otros se unen a manifestaciones, se convierten en periodistas ciudadanos, pero no todo el mundo se ha arrepentido de ese voto. Nuestra vicepresidenta es Sara Duterte que es la hija de Rodrigo Duterte. Y mientras el antiguo presidente está en La Haya esperando juicio, ha ganado como alcalde de su pueblo. La devoción hacía él y su familia no ha muerto, todavía es una dinastía enorme. ¿Cómo vamos a enfrentarnos a esto? Tenemos que reconocer la verdad, tenemos que recordar qué pasó y tenemos siempre que intentar ser justos.

Como ha contado antes, llegó a enviar una carta con preguntas al expresidente Duterte. Él nunca contestó. Fueron trece preguntas, la última de ellas era si consideraba un éxito su lucha contra las drogas. ¿Qué cree que le hubiera contestado? ¿Qué cree que pensaba Duterte sobre su cruzada contra las drogas?

No tengo ni idea. Es imposible predecir lo que diría.

Pero él está feliz con su labor. Él no ha hecho ninguna autocrítica.

No ha pedido perdón, pero cuando se presentó para las elecciones prometió que terminar con la lacra de las drogas le llevaría entre tres y seis meses; después de ese plazo, dijo que necesitaba otro año, y, al final de ese año, que necesitaba luchar hasta el final de su mandato, que son seis años. Luego dijo que la razón por la cual la guerra no había tenido éxito era que el monstruo de las drogas era más grande de lo que pensaba. O sea, que no era su culpa, que lo que había pasado era solo que no había entendido cómo de horrible era el problema.

Duterte ha sido un ejemplo extremo dentro de la guerra contra las drogas, pero la guerra contra las drogas es una tragedia mundial que corrompe estados, genera una enorme violencia, alimenta al crimen organizado, supone un enorme gasto de dinero público, provoca sobredosis y envenenamientos, multiplica la potencia de las sustancias prohibidas y produce nuevas sustancias más problemáticas. ¿No cree que la guerra contras las drogas ha sido un error desde la primera vez que se prohibió el acceso a una sustancia? 

Sí, sin duda. Por todo eso es que la guerra contra las drogas nunca ha tenido éxito. Cuando enfocas el problema con violencia, siempre va a haber más problemas. Incluso hay jefes de Estado que se han arrepentido por haber lanzado guerras contra las drogas. Así que no estoy de acuerdo con ningún país que tenga una guerra contra las drogas y diga que va a tener éxito o que sea útil.

Su libro me parece excelente y una investigación muy valiente y necesaria. Pero, como consumidor que soy de drogas ilegales, he echado de menos un cuestionamiento más radical de la prohibición de las drogas, ¿no crees que la prohibición, además de suponer un terrible error de salud pública, es un atentado contra las libertades individuales y los derechos humanos?

No es mi trabajo como periodista hacer lobby o ser activista por las drogas. No tengo que dar soluciones. Yo no soy la resistencia, yo solo soy periodista. Creo que en este caso a lo que nos estamos enfrentando no es a la ilegalidad, sino a los medios por los cuales se reforzó la ilegalidad en Filipinas. Estamos lejos de trabajar hacia la legalización de cualquier droga en Filipinas. O sea, estamos intentando, de momento, que no asesinen a nadie. Cuando no hablamos de rehabilitación como un elemento legítimo que debería abordarse de manera seria, creo que estamos muy lejos de debatir qué tipo de drogas deberían ser legales o no. No formo parte de la oposición a la legalización de las drogas, simplemente no es mi campo de trabajo.

¿Qué le diría, qué le diría Patricia Evangelista, a Duterte si se encontrara frente a frente con él? 

Espero que leas mi libro.

Una filipina en Barcelona

Entrevista a Patricia Evangelista

Patricia Evangelista fotografiada por Mark Nicdao.

Becada como está en el CCCB, le pregunto a Evangelista si en alguno de sus paseos ha conocido los famosos Cannabis Social Clubs. Del millar que hay en España, unos 300 están en Barcelona, una ciudad que todavía hoy es una de las protagonistas de la revolución cannábica. De hecho, este modelo de asociación –que nació fruto de la militancia y de la astucia jurídica y que, tras años de normal funcionamiento, su legalidad está cuestionada en España–, ha sido copiado por Uruguay, Alemania o Malta como ejes de la regulación del cannabis que se ha llevado a cabo en estos países. Antes de contestar me pregunta si son legales estos clubs, le cuento que ya no, que el Tribunal Supremo dictaminó que no podían garantizar que no hubiera venta a terceros, pero que siguen abiertos, como un ejemplo de desobediencia civil, de autogestión social frente al sinsentido institucional de la guerra contra las drogas. “No sé lo suficiente sobre estos clubes para dar una opinión informada”, me responde con prudencia.

Leyendo en tu libro sobre el asesinato de Djastin López Baccay, el chico epiléptico que de adolescente fuma marihuana, no pude evitar pensar en que, si Djastin hubiera nacido en un estado con el cannabis medicinal regulado, le habrían dado marihuana cuando era niño para tratar sus ataques epilépticos. Vivimos en mundos tan diferentes…

Sí, muy muy diferentes. Así que no puedo responder a las preguntas en tu contexto. En mi país, si consumes marihuana, incluso con fines médicos, te podrían matar. Si se hubiese dado marihuana a Djastin, por ejemplo, en ese momento hubiese ido a la cárcel y hubiese muerto. No puedo dar una opinión donde las repercusiones pueden significar la muerte.

Lo entiendo. Las diferencias entre unos países y otros respecto a las drogas son sangrantes, que en un sitio estén prohibidas, y puedan matarte por consumirlas, mientras que en otros lugares estén en proceso de legalización es terrible. No solo pasa con la marihuana sino también con otras sustancias. Por ejemplo, el MDMA ya se usa legalmente en terapia en Australia, y en Estados Unidos será aprobado en breve como medicamento para el Síndrome de Estrés Postraumático. En un futuro no muy lejano, puede llegar a darse la ironía de que algunos filipinos acaben tratándose el trauma provocado por la guerra contra las drogas de Duterte, con algunas de las drogas que hoy se persiguen. La pregunta sería, ¿crees que existe un uso razonable de las drogas que hoy están prohibidas?

No sé lo suficiente sobre esto para tener una opinión, especialmente si estás englobando juntas algunas drogas que pueden ser muy diferentes. Algunas drogas pueden ser opio, heroína o el Ozempic. Tengo que tener mucho cuidado con lo que respondo. No quiero que me llamen bocazas por decir algo de lo que no estoy informada.

Lo comprendo perfectamente. ¿En qué está trabajando ahora?

Este último año he estado trabajando en una historia de agresión sexual que todavía no se ha publicado. Y planeo seguir cubriendo esta guerra contra las drogas en Filipinas.

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