Pasar al contenido principal

El solo de trompeta de Pablo Carbonell

El cómico cuenta su vida en ‘El mundo de la tarántula’

El talento de Pablo Carbonell es cambiar el ánimo de la gente, sacarla de su área de confort neurótico y hacerla reír. Aquí nos cuenta su vida y sus experiencias con las drogas.

Antes de quedar con él me he leído sus memorias, un relato inspirado que te contagia, como Pablo en persona, una alegría de vivir: la impresión de que el mundo es un desastre, que todos somos un desastre, y que pese a ello la vida merece mucho la pena. De todo lo que ha hecho Carbonell, su mejor obra ha sido su propia vida, su forma de estar en el mundo. Por eso lo segundo mejor son estas memorias que acaba de sacar con Blackie Books; unas memorias donde las imperfecciones y descuidos conspiran a su favor, porque lo importante en el género es tener una voz creíble, y la de Pablo Carbonell por escrito suena muy convincente, a lo mejor de sí mismo: divertido, inteligente, ligero y profundo, cercano y a su rollo.

Ha sido un artista que no ha parado desde que abandonó los estudios en segundo de Bachillerato para entregarse al teatro. Enseguida le llegó el éxito con Los Toreros Muertos; luego fueron cuatro discos en solitario; cine a un lado y al otro de la cámara; telerreportero impertinente y adorado en Caiga Quien Caiga. Y ahora estas memorias, de las que ya prepara su adaptación dramática para el otoño.

Pablo Carbonell lleva décadas (al menos tres) haciéndonos reír. Ese es el poder que explica que haya sobrevivido con holgura a una biografía densa, que haya cumplido feliz los cincuentaitrés años con El mundo de la tarántula en todas las librerías de España y que la gente no pare de demostrarle el cariño que le tiene: “Antes la gente me quería, pero ese aprecio se transformaba en pedirme unas gafas o que le diera más caña a los políticos. Lo que es cariño, eso ha sido con el libro. La gente que lee el libro me lo agradece, me felicita, quiere ser amiga mía. Y yo no me lo esperaba”.

Me ha citado en La Huerta de Lucas, un espacio de plantas, superalimentos y desayunos con pan integral y leche de soja. Llega veinticinco minutos tarde y acompaña esta conversación matutina sobre sexo, drogas, escritura y pop iconoclasta bebiendo a pequeños sorbos un té “armonizante”.

*

Pablo Carbonell

Ahora que has ordenado tu vida en tus memorias, ¿cómo la resumirías?

Toda mi vida he hecho lo que me ha dado la gana. Soy un modelo para cualquier tipo que quiera ser silvestre. ¿Se puede hacer siempre lo que te salga de los huevos? Sí, pero, claro, se paga un precio. Yo, por ejemplo, todos los días trabajo, por raro que parezca. Todos los días estoy detrás de una canción, fustigándome con lo mal guitarrista que soy, intentando hacerme entender con mis socios de Los Toreros Muertos sobre los pasos que creo que deberíamos dar...

“El arte es ese oficio ideal para los vagos que quieren trabajar a todas horas”, dices en tus memorias.

No soporto el aliento de un jefe en la nuca. Sé que esto de trabajar en lo que me gusta debe producir una envidia terrible. Aunque a mí me gusta casi todo. Cocinar me gusta, e incluso lavar los platos no me desagrada: me refresco las manitas, me resulta distraído. Tengo la suerte de que a mí casi todo me gusta.

“No he estudiado nada y me atrevo con todo, o sea, soy un impostor. En cuanto cometo mi fechoría cambio de disciplina”

Quizás por eso, viendo en perspectiva tu trayectoria vital, da la impresión de que aún estás buscando un oficio. ¿Cómo te definirías profesionalmente?

Aunque el concepto de payaso no me desagrada, a mí me gustaría que ahora me trataran como un escritor. Que cuando vaya a un programa de televisión no tenga que contar fragmentos del libro para divertir a la audiencia. O sea, me gustaría hablar de literatura, lo que pasa que a lo mejor tampoco estoy muy puesto.

Te has pasado casi toda tu vida actuando de una manera o de otra. Y tu libro a su modo también se puede leer como un manual de interpretación, como una defensa de la verdad escénica.

No sé cuál es el mecanismo, pero actuar me ha hecho sincero. Los que nos dedicamos a la interpretación captamos muy rápidamente la mentira, y cuando estamos en el escenario y decimos las cosas de verdad el tiempo y nuestros dolores desaparecen. La verdad es supersanadora: te alivia, te da alas. Cuando dices una frase y sabes que se te han caído las palabras de la boca te sientes tan mal...

Has sido actor, presentador impertinente de Caiga Quien Caiga, director de cine, cantante de masas y cantautor, y sin embargo, en tu vida sobrevive más el artista que la obra. La gente aprecia más tu manera de estar en el mundo que tus obras concretas.

Es posible. Yo voy por el mundo disimulando: no he estudiado canto, ni escritura, ni dirección de cine. ¡No he estudiado nada! Y me atrevo con todo, o sea, soy un impostor, y en cuanto cometo mi fechoría cambio de disciplina.

Cortázar decía: “La solemnidad es el refugio de los mediocres”. Tu vida en perspectiva parece una cruzada humorística contra la solemnidad. ¿Cómo defines tu posición cómica frente al mundo?

El sentido del humor lo uso con una intención claramente demoledora. Pero lo puedo hacer porque en realidad tengo una personalidad constructiva. No soy una persona negativa, soy optimista. Hay mucho en mí de ingenuo. Creo que la gente básicamente es buena. La gente mala suelen ser personas poco cultivadas, que no tienen otra manera de expresarse que con la maldad. Yo intento contener a mi bestia. En mi obra intento, aparte de chotearme de lo que me choteo, o como dices tú de quitarle solemnidad, que sea algo también digno. Tengo mi propia conciencia y como observador del mundo artístico sé cuándo un tipo me la quiere colar y cuándo no. Sé distinguir un buen cuadro de uno malo. Y una buena escultura de una mala. Como persona que le debe mucho al arte debo mejorar mi poesía, mi música. Podía haber estudiado mucho más y ahora me arrepiento. Afortunadamente, no tengo mucha petulancia, porque si hubiera querido escribir un libro literario hubiera fracasado, y la única manera de escribir algo con cierto interés era escribirlo de corazón, porque carezco del oficio del escritor.
        
Creo que, después de tu vida, tu mejor obra son estas memorias. Tienes cincuentaitrés años y eres famoso; no era una tarea fácil dar con una voz que resultara natural. Y lo consigues: cuentas sin pudor lo que quieres contar y funciona, en la alegría y en la tristeza. Porque los capítulos dedicados a la muerte de tu hermana y el final en el que te despides de tu amigo Pedro Reyes y de tu maestro Javier Krahe, son un ejemplo de delicadeza y profundidad.

Cuando vi el libro me dije, ¿de dónde me han sacado esto? Lo escribí en poco tiempo, en mis ratos libres, casi sin darme cuenta, y cuando el editor me lo quitó de las manos y lo leyó me dijo que le había flipado porque no parecía que lo hubiese escrito una persona famosa. Y es que en realidad lo he escrito como si estuviera hablando con un amigo o se lo estuviera contando a un psicólogo. Lo de mi pretensión de que me traten como escritor es en buena parte una broma. Porque mi libro no tiene literatura. Yo quería contar las anécdotas que han perfilado mi personalidad artística, cosas que pueden ayudar a los que quieran seguir mis pasos. Pero ese pretendido libro de autoayuda artística enseguida derivó en otras cosas. Algunas tienen que ver con el mundo del arte, y otras intentan decir “el show debe continuar” a pesar de los dramas. Es en parte ese solo de trompeta que hace el payaso y que no me había permitido hasta ahora. Porque pocas veces he mostrado mis heridas como aquí; estar escribiéndolo, por ejemplo, me vino muy bien para verter las lágrimas por la muerte de mi hermana; el simple hecho de narrar el luto en tiempo real me ayudó mucho. Respecto a si el libro será lo mejor que he hecho, desde luego que nunca he conseguido una aceptación, una sonrisa, una dinamitación de la distancia con la gente como la que he conseguido ahora.

Pablo Carbonell

Los Toreros Muertos y la lluvia dorada

Pablo acaba de regresar de México tras actuar con Los Toreros Muertos en el Vive Latino. Está contento. “En octubre volvemos. Ya nos han quitado el veto. Después de veinticinco años parece que se han dado cuenta de que no somos, como publicaron en su día: ‘una banda organizada de narcosatánicos que pretendía incitar a la juventud al consumo de drogas y realizar ceremonias satánicas que podían acabar en sacrificios humanos’. No es broma, son palabras textuales de lo que salió en la prensa mexicana”. Los Toreros Muertos volvieron a juntarse hace unos años y actúan de cuando en cuando por aquí y por allá, con bastante éxito en países como Colombia o México. ¿Quién hubiera dicho que llegaría tan lejos un grupo que irrumpió con “Mi agüita amarilla”, una meada infinita que empapaba a España entera?

La primera canción y la más exitosa de las que has compuesto es “Mi agüita amarilla”, un tema escatológico que han coreado con arrobo miles de personas.

Es que esta canción solo tiene sentido cuando la canta todo el mundo. He hecho un himno. Bueno, “Mi agüita amarilla” se ha hecho un himno porque la gente ha entendido su valor colectivo. Para cerrar bares o para denunciar la huella que dejan nuestros pasos en la Tierra. En ese sentido, la canción es ecologista o alarmista. Luego tiene un carácter lúdico, eso de la lluvia dorada... Empaparse en meado es liberador, un acto de entrega, algo que hace la gente para marcar terreno...

Una de las primeras cosas que aprendemos es a dar la espalda a los excrementos. Al niño lo primero que le enseñan es a gestionar sus propios excrementos, a tirar de la cisterna sin recrearse en el asunto. Y entonces llegas tú, te subes al escenario y meas con tu canción al respetable.

Bueno, a mí los excrementos me resultan un poco repelentes. No tengo tanto pudor con el pis. No soy un gran practicante de lluvias doradas. Quizá porque no he encontrado una pareja estable a la que le mole esta idea. Pero, vamos, es algo muy bonito, un acto de confianza y de entrega.

La máscara del cómico también pesa, supongo. En el libro cuentas el momento en el que, cansado de hacer canciones que eran burlas de otras canciones, decides reconvertirte en un cantautor serio.

Lo he intentado pero no me han dejado. Pensé en no seguir satirizando las canciones clásicas, contar todo lo que había descubierto, cómo era yo en realidad. Pero no lo he conseguido. El sentido del humor corre más que yo. Analizo mis discos en solitario y, joder, podían ser hijos perfectamente de Los Toreros Muertos. Nacen de la misma idea de un pop iconoclasta.

“Lamento mucho toda la época en que estuve con miedo a estar contagiado de sida, sin parar de emborracharme y drogarme a diario como un absoluto suicida. En aquella época vomitaba y cagaba petróleo... No entiendo cómo sobreviví”

Pablo Carbonell

La sexualidad del hedonista y el freno del sida

De tu iniciación sexual en el colectivo ácrata cannábico de Huelva, dices que se produjo con un “homosexual declarado que estaba deseando que se la metiera”...

Un poco bruta la frase, ¿no?

Hablas también de las virtudes del coito anal y dices que sin haberte acostado con ninguna mujer te declaras bisexual. Al final por cómo lo escribes parece que la homosexualidad es un consuelo al que resignarse.

Sí, de eso saben mucho los presidiarios.

Pero luego has seguido acostándote con hombres. Hay un momento en el que la relación con la madre de tu hija se va al garete porque te sorprende con un hombre en la cama.

Ya, pero yo ya me había separado de ella. O sea, no sé qué hacia esa mujer en mi casa. He sido una persona muy curiosa. Soy un hedonista: me gusta el placer, es lo que más me gusta. Yo tengo muchos dolores, y también mi conciencia es un poco puñetera; así que siempre que no le haga daño a los demás, no me voy a privar de ningún gozo. Esa parte del libro ocupa una porción muy mínima y lo he contado sin ninguna cortapisa, y eso que me costaba porque nunca lo he hablado. Mi grupo de Los Toreros Muertos no tenían ni puta idea de esto; mi señora, el año pasado inconscientemente me dio el “sí, quiero” sin tener ni puta idea de con quién se estaba casando, es más, le horripila mi libro, por cierto. Pero, bueno, tengo el beneplácito de mi suegra. Ella sí se lo ha leído, así que la opinión de mi esposa es un poquito secundaria...

Y además de tu grupo, tu mujer y tu suegra, ¿qué otras reacciones has notado al revelar tus escarceos homosexuales?

Muchos no le han dado importancia y la mayoría me mira con gratitud por ser tan desprejuiciado con un tema que la gente lleva oculto. Por otro lado, muchos hombres me miran con coquetería. Antes no me pasaba. Al sacar el libro tuve la sensación incómoda de ir desnudo por la calle. Pero enseguida me ha proporcionado una aceptación de mis particularidades, lo cual me ha liberado muchísimo. También está el cariño de la gente que lleva la losa de la vergüenza que yo no tengo, gente que me mira con gratitud, reconocimiento y amistad. Creo que nos queda mucho que aprender en tolerancia. Yo que, por ejemplo, no soy homosexual, o sí, o no, o me da igual, revelando ahora mis experiencias homosexuales comprendo mejor a un homosexual, pienso lo normal y lo anormal que ha podido sentirse hasta que se ha aceptado.

¿Crees que el sida fue el freno a toda esa libertad sexual de los ochenta?

Sí. Hay gente que ha leído mi biografía y me ha dicho que estaba leyendo la suya. Y he llegado a la conclusión de que eso es en parte porque todo el mundo estuvimos acojonados cuando apareció el sida. No todos lo contaban. De hecho, nadie lo contaba. Íbamos todos con cara de preocupación pensando “tú lo tienes”,
“tú no lo tienes”, “ella lo tiene”...

Pero tardaste mucho en hacerte las pruebas, ¿no? Fuiste capaz de soportar durante años la incertidumbre.

Ya, pero es que si me salía positivo me suicidaba inmediatamente. Lo tenía clarísimo. No está bonito suicidarse teniendo a tus padres vivos, pero no hubiera podido soportarlo. En el libro me lamento mucho de toda la época en que estuve con miedo a estar contagiado de sida, sin parar de emborracharme y drogarme a diario como un absoluto suicida. En aquella época vomitaba y cagaba petróleo... No entiendo cómo sobreviví. Y, claro, para mí es muy triste, joder, porque la vida es más corta de lo que siempre pensamos y tirar aquella cantidad de días fue una verdadera lástima.

Pablo Carbonell

Drogas, drogas...

El libro está lleno de anécdotas de drogas. Su iniciación porrera y psicodélica en Huelva no tiene desperdicio, y el capítulo en el que narra un delirio a cuenta de la datura en el pueblo de Jabugo resulta inolvidable. “En esos años –escribe sobre sus años mozos– estábamos convencidos de que alterando nuestro estado de conocimiento íbamos a mejorar la sociedad que nos asfixiaba. Sintetizando: la mejor manera de cambiar el mundo es cambiarte a ti mismo, y para ello el sistema ideal es darte la vuelta a través de las drogas”. Luego, cuando el éxito de Los Toreros Muertos le lleve de gira por Colombia, llegará incluso a ser contratado para cantar en un sarao de los Ochoa, concierto que será interrumpido por la amenaza del ejército. La cocaína y el opio aparecen por las páginas de estas memorias, y el LSD cumple una función transformadora, inspirándole entre otras la canción “Ay, qué gustito pa’ mis orejas”, un canto fundacional sobre un cunnilingus lisérgico con el que Pablo Carbonell intentó reconvertirse en un compositor serio.

¿Qué me dices de las drogas?

A mí me gustan. No soy un gran consumidor. De hecho, no tengo el teléfono de ningún dealer. Soy un drogadicto pero hago igual que con el tabaco: nunca compro, me tienen que invitar. Dejé de comprar tabaco hace veinticinco años. Me dicen: “¿Has dejado de fumar?”. Digo: “no”. Es cojonudo. Fumo siempre de gorra, y con la droga me pasa lo mismo. Alcohol sí que compro, pago cervezas y gin tonics. Pero ¿comprar cocaína? Buf... Hace que no compro coca... Ni me acuerdo.

¿Y has seguido fumando porros como en tu juventud anarcocannábica?

De vez en cuando fumo, pero es que yo tengo propensión natural al empanamiento. Es una droga que me empana. Por otro lado, mi cabeza se dispara a una velocidad espectacular. No para de hacer cosas. La marihuana no me relaja, me excita muchísimo. Pero el aspecto exterior es el de alguien que no puede coordinar una sola palabra. Se me amontonan las imágenes en el tarro. No me resulta social: la cerveza, sí; el cannabis, no. La farlopa, pues tiene que ser que quiera seguir de pie a las tres de la madrugada y me diga: “con esto me puedo quedar media hora más”. Entonces me meto una raya. Pero vamos, me meto una raya como el que se toma dos cafés, que no sé qué es peor. Hay que avisar que la cocaína tiene unos efectos que te pueden ir dañando tu capacidad de concentración y que también te puede provocar un ictus: en una décima de segundo, ¡paf!, y te quedas tolai, así de rápido. Hay que avisarle a la gente que tenga hipertensión de que la cocaína no es su droga. Pero no se informa de eso, se prefiere reprimir. Esta persecución de la droga es algo que interesa al gobierno, y hay una hipocresía espectacular en la represión. Entrevisté a uno de los jueces que luchó contra la droga en Galicia, donde el tráfico de cocaína se estaba llevando a mucha gente por delante. El juez que fue a por el narco gallego, ahora mismo creo que trabaja en Reus de juez de paz, casando gente y dedicado a cuestiones menores. Yo pensé que a ese tío lo habían echado de Galicia los narcos, porque estaba amenazado de muerte. Pero no. Después de asegurarse de que no tuviera ningún micro encima, me dijo: “A mí me ha prohibido el Ministerio de Asuntos Exteriores español que siguiese la persecución del narco porque los norteamericanos hacen la lucha contra la guerrilla con dinero sacado de la cocaína. Entonces si yo interrumpo el tráfico estoy entrometiéndome en los asuntos mundiales de Estados Unidos. Si yo entro y apreso un cargamento de hachís estoy impidiendo que Mohamed VI tenga un ejército para que el integrismo no entre en Marruecos”. Esto es así, lo que pasa que si eres un desgraciado que estas trapicheando vas al maco, pero si vas con toneladas aquí te ponen alfombra roja e incluso nuestro antiguo rey te considera ahijado suyo, como a Mohamed VI. Esta hipocresía la paga el pobre pringao que no llega a fin de mes con la familia muerta de hambre en una zona deprimida de España, como Cádiz, que es presa de muchas injusticias y donde muchos amigos míos han acabado en la cárcel por, como dicen ellos: “Haberse encontrado un paquete en la playa”. Por otro lado, cada vez que dan un parte de un alijo de drogas nos frotan por los morros el precio que hubiese adquirido en el mercado negro. No hay un mercado blanco porque no les sale de los cojones al gobierno; a saber qué intereses tienen en ello.

“La marihuana me empana. Cuando fumo mi cabeza se dispara a una velocidad espectacular, no me relaja, me excita muchísimo, pero mi aspecto exterior es el de alguien que no puede coordinar una sola palabra”

Y hablamos de España, que dentro de lo que cabe es un país tolerante y donde no hay muertos. Al menos no tantos como por ejemplo en México, donde en estos últimos años de guerra contra el narco ha habido más bajas que en Irak y Afganistán. Más de ciento sesenta mil personas fueron asesinadas en México entre el 2007 y el 2014; frente a las cien mil personas que murieron en Afganistán e Irak en ese mismo tiempo.

Y todo porque no se legaliza. Al que las quiera legalizar, los narcos se lo cargan. Seguramente el Gobierno es cautivo de los intereses de los narcos. No sé, yo abogo por la liberación de todas las drogas.

¿Qué ha supuesto para ti el LSD?

Yo disolví Los Toreros Muertos en una bajada de ácido. A mí los ácidos me han mostrado la profundidad que tiene la realidad. El alma de las cosas. Con un ácido una mesa como esta revela la vida del árbol que dio la madera. Con la hipersensibilidad que te provoca el ácido, puedes llegar a sentir el sufrimiento de la Tierra viendo cómo los hombres hemos hecho una mesa con esto. Para mí no es una droga porque no puedes tomarlos todo el rato, te quedas loco con esa fascinación agotadora que te produce. Es una droga que te hace mejor si eres capaz de retener lo que aprendes con ello, si eres capaz de aprovechar la revelación que supone. Ahora bien: ¿escuchas voces?, ¿tienes problemas para socializar? Pues no tomes ácido porque a lo mejor te quedas colgado en un paraguayo o ingresas en la academia de los que no dicen nada porque todo les parece que está dicho.

Y a tus hijas, ¿qué les dices? Porque supongo que a la mayor que ya tiene veinticinco años le has tenido que soltar el discurso sobre las drogas. ¿Qué le comentas?, ¿le trasladas tu vocación hedonista sobre la vida?

Mi hija se grabó metiéndose una raya. ¿Y sabes qué dijo mientras se hacía la raya? Dijo: “Como en las películas”. Así que yo no soy el modelo de mi hija, lo son algunas películas. Ella no sabe que yo lo sé, y yo no le he dicho nada porque en realidad creo que todo el mundo tiene un Pepito Grillo en la cabeza. No sé si debería haberte contado esto... Mi libro está lleno de droga, pero también queda claro que las drogas no me han ayudado prácticamente nada. Si uno pretende encontrarse a sí mismo, las drogas le van a ayudar muy poquito. Vuelvo a lo mismo, soy un hedonista y las drogas me pueden producir un placer o me pueden producir un infierno. Con la heroína, por ejemplo, me di cuenta muy rápido de que si seguía no iba a llegar a ningún lado. De repente mi cabeza que estaba llena de mariposas que querían hacer cosas perdieron el interés y se quedaron minúsculas en el océano de placer que eran los opiáceos. Y otra cosa de la que me di cuenta con muchísima velocidad fue que yo no iba a depender de una droga para trabajar: con lo que me gusta trabajar y lo que he trabajado no estaríamos hablando ahora.

Fotografías de Jorge Fuembuena

Extracto del libro

Te puede interesar...

¿Te ha gustado este artículo y quieres saber más?
Aquí te dejamos una cata selecta de nuestros mejores contenidos relacionados:

Suscríbete a Cáñamo