España, narcofrontera del hachís y la cocaína
Entrevista con Andros Lozano, autor de Costo
"Costo: Las leyes del Estrecho" (Libros del KO, 2023) del periodista Andros Lozano es una narración de no-ficción que cuenta el proceso de profesionalización de quienes decidieron dedicarse al tráfico de hachís en el Estrecho de Gibraltar desde finales de los 80.
Si hay una droga ilegal que pueda representar el grueso del narcotráfico en la historia de España esta es, sin duda alguna, el hachís. Aunque por la península han pasado y se han consumido grandes cantidades de derivados de la planta del cannabis y otras drogas, la que más décadas lleva imponiéndose en cuestión de kilos es el hachís. La cercanía geográfica con Marruecos, el principal país productor de hachís de todo el mundo, es la razón principal de esta relación. Desde los legionarios destinados en el protectorado de Marruecos, que traían a España la grifa y el kif ya en los años 40, hasta los jóvenes que en los años 70 y 80 decidían Bajarse al moro para volver con las mochilas o los intestinos cargados de hachís, España lleva ya casi un siglo aprovechando esta cercanía para consumir y traficar.
La última fase de esa histórica importación de hachís y otros derivados desde Marruecos a España ha sido recogida por el periodista Andros Lozano (Valencia, 1984) en el libro Costo: Las leyes del Estrecho (Libros del KO, 2023), una narración de no-ficción en la que se cuenta el proceso de profesionalización de quienes decidieron dedicarse al tráfico de hachís en el Estrecho de Gibraltar desde finales de los 80. La evolución de más de 30 años de pequeños, medianos y grandes traficantes que han trasladado el hachís empezando con pequeños botes de pesca y acabando con lanchas ultraligeras, drones, aviones y semisumergibles. La historia de un negocio aprendido del contrabando de tabaco y aplicado al hachís, un conocimiento que, en los últimos años, se ha utilizado para introducir cocaína por las mismas rutas.
Costo es un libro compuesto mayoritariamente en base a las crónicas periodísticas que Andros ha realizado en la última década, cubriendo en forma de narraciones lo que ha pasado en el Estrecho en relación con el narcotráfico: la evolución tecnológica, la aplicación de medidas de inteligencia policial, el desarrollo de una sofisticada contrainteligencia narco, el crecimiento y la complejización de las estructuras criminales, el aumento de la violencia; todo ello aderezado con las historias personales de traficantes ambiciosos y aguerridos, de policías corruptos, historias familiares, problemas de adicciones, mucha pobreza estructural y numerosas víctimas de una guerra compleja y a menudo invisible basada en la prohibición de una sustancia: el cannabis, un producto natural con una gran demanda social sobre el que se ha creado un mercado desregulado y muy lucrativo gracias a la prohibición.
El libro deja entrever cómo el narcotráfico y el contrabando también generan beneficios a los estados. Por ejemplo, Gibraltar sufraga el 26 % de su presupuesto anual gracias a los impuestos de una ingente venta de tabaco importado, la mayoría del cual acaba llegando a España como contrabando. Y en Marruecos el cultivo de cannabis, ilegal pero tolerado, da sustento a miles de agricultores, y un sobresueldo a algunos cuerpos policiales y militares a través de la corrupción. Aunque aquí también hay gente que vive de esa economía sumergida, ¿crees que España se lleva la peor parte de la actividad del narcotráfico en el Estrecho?
“En los últimos años se ha vivido un incremento de violencia que ha estado aparejada a que la zona del Campo de Gibraltar ya no es solo una vía de entrada de hachís, sino que ha entrado con mucha fuerza la cocaína”
Pues, probablemente, en ese triángulo el mayor perjudicado sea España, por lo menos criminalmente, porque al final es el que está en medio. Siempre digo que en esto de las drogas es importantísimo ver mapas. En el negocio del hachís, y cada vez más en el de la cocaína, España cumple el mismo papel que cumple México como intermediario entre los países productores y Estados Unidos como principal consumidor. Al final es una zona de tránsito, y es ahí donde se reúnen los cárteles. Aquí no son cárteles, pero sí organizaciones criminales cada vez más potentes, como hemos visto en los últimos años. Y eso conlleva violencia y que en ocasiones no haya posibilidad de dar una respuesta judicial al problema.
Cuando se negocia, ¿se habla de las calidades del hachís? ¿Se adultera el producto?
Sí, se habla de calidades del hachís, del nivel de THC… Se paga más si es de muy buena calidad, si no es un hachís que lo hayan mezclado con algo. Es verdad que no oscila una barbaridad, pero igual que se adultera la cocaína, se adultera el hachís. Pero estos detalles quedan fuera del negocio de los narcos del sur de España, porque son los intermediarios. Lo que hacen es trasladar la mercancía que unos señores en Marruecos cultivan y producen, y que otros señores en Europa quieren distribuir por sus mercados. Aquí vienen bandas irlandesas, suecas, inglesas, alemanas, francesas, de todos sitios, a por su mercancía. Los de aquí ponen un precio por transportarla y cuanto menos tiempo esté en su mano mejor. Hay muy pocos narcos del sur de España que distribuyan su propia mercancía. Porque ya hay otros que lo distribuyen, españoles que tienen los cauces de distribución y europeos que los llevan a sus respectivos mercados. Lo que hacen los narcos del sur es una mera intermediación. Cobran por kilo transportado, o por viaje, o por tonelada. Les da igual lo que vayan a cobrar a los otros, ellos se dedican a garantizar el transporte.
En el libro hablas también de la entrada de cocaína por el Estrecho a través de la Ruta Africana. Como la cocaína mueve bastante más dinero que el hachís, ¿eso atrae a más actores criminales dispuestos a asumir más riesgos y mayor violencia?
La Ruta Africana era un secreto a voces, se sabía que se estaban utilizando las rutas del hachís para la cocaína, pero no se constató hasta finales de 2019, cuando se encontró una lancha de hachís que llevaba 1280 kilos de cocaína, y que había subido remontando toda la costa occidental de África. Sí, yo creo que en los últimos años se ha vivido un incremento de violencia que ha estado aparejada a que la zona del Campo Gibraltar ya no es solo una vía de entrada de hachís, sino que ha entrado con mucha fuerza la cocaína, porque además tiene el puerto de Algeciras que es uno de los cinco o diez puertos con mayor volumen de mercancía de toda Europa y una de las principales vías de entrada de cocaína. El Centro de Inteligencia contra el Terrorismo y el Crimen Organizado (CITCO) decía que toda organización criminal a nivel internacional, si quiere ser alguien en el ecosistema del crimen organizado tiene que tener presencia en la Costa del Sol. Porque no existe un lugar en el que entre tanta cocaína y a su vez sea la principal vía de entrada de hachís en Europa, porque tenemos abajo el mayor productor de hachís del mundo. Lo que sucede en el sur de España no sucede en ningún otro lugar del planeta. Hay un problema muy serio que creo que no se ha sabido ver en los últimos años. Y el riesgo está en que ese nivel de violencia siga elevándose, que parece que es la tendencia.
Reúnes en el libro testimonios policiales que apuntan que los narcos están asumiendo prácticas que van más allá de las de las bandas organizadas y empiezan a parecerse un poco a las mafias o los cárteles, y que su siguiente paso es dar el salto a las instituciones. ¿La integración de narcos en instituciones policiales y judiciales del sur es ya una realidad?
No, ahora mismo no. Cuando los narcotraficantes han intentado dar un paso a la política o han intentado negociar con la judicatura se les ha cortado. Habrá ovejas negras en todos sitios, seguro, pero no han llegado a controlar instituciones. Existe el riesgo, claro que sí, porque cada vez las organizaciones tienen más poder y eso se traduce en mayor capacidad de amedrentar y mayor capacidad para corromper. Cuando se juntan tantas cosas, pues están más cerca de ese proceso de cartelización o de controlar un territorio. Lo más cercano a esa cartelización ha sido el clan de Los Castañas, que tuvieron tal control sobre determinadas playas del campo de Gibraltar que llegaban a cobrar a otras organizaciones para que alijaran la droga en esas playas. Pero eso se cortó.
Los Castañas están siendo juzgados ahora en el mayor juicio contra el narcotráfico en España y su detención fue posible gracias a la creación del Organismo de Coordinación del Narcotráfico (OCON-Sur), que desde 2018 tuvo como objetivo coordinar la lucha policial en el Estrecho. A pesar de sus éxitos de incautaciones y de investigaciones contra el blanqueo, el organismo fue desmantelado hace unos meses. ¿Por qué se tomó esta decisión?
“Mientras haya consumo va a haber producción. Es de ilusos pensar que se puede acabar solo policialmente o judicialmente con el negocio del narco”
Supongo que por intereses políticos o porque sostener un equipo así cuesta mucho dinero. No se sabía cuándo, pero se sabía que iba a morir. Cuando se consigue que el riesgo de cartelización desaparezca, cuando los grandes narcos están juzgados, en proceso juicios o fugados, como el Messi del hachís, Abdellah, que está en Marruecos, entiendo que hay un interés político en reducir la inversión, porque ese nivel de presión policial también implica una mayor dotación de jueces y fiscales. El riesgo está en que, si no se mantiene esa presión policial, probablemente en unos años, no sé cuántos, vuelvan a crecer como crecieron en esos tiempos. Llegó a haber grandes organizaciones que disponían de toda la logística: lanchas, pilotos, alijadores, coches, puntos [vigilantes], guarderías, talleres, lo tenían todo. Hasta que el Ministerio del Interior se dio cuenta de que eso no podía sostenerse mucho más tiempo. Se estaba rozando un nivel de violencia que no era asumible: hubo algún Guardia Civil muerto, un policía local atropellado y muerto, durante los operativos había tiroteos… Es un país muy tranquilo y no estábamos acostumbrados a que en la Costa del Sol se mataran. Todo eso se frenó. Ahora lo que hacen es que cada organización va poniendo lo que puede y en ese ecosistema van estableciendo alianzas. Sigue existiendo, pero no con esa magnitud o intensidad que antes.
Hace un par de meses la Audiencia Nacional imputó al coronel que dirigió el OCON-Sur durante todo el tiempo que estuvo activo. En un artículo de El Mundo se recogía la sospecha de que pudiera ser el narco quien estuviera detrás de esta imputación ¿El narco tiene capacidad para conseguir la imputación de un alto cargo?
Para conseguirla, no, pero creo que para propiciarla de alguna forma, sí. Él ha jodido a mucha gente, y entre esa gente habrá abogados, y habrá de todo. A mí, a través de muchas fuentes, me llega que no es ni todo blanco ni todo negro, que hay grises, y en esos grises es donde creo que va a estar la clave de que esta persona siga imputada o que se la desimpute finalmente. Lo que sí que te puedo decir es que hay narcos que pueden propiciar, de alguna forma, que se le haya imputado. Ya el recorrido judicial que tenga la causa no lo puedo saber, porque no puedo poner la mano en el fuego por nadie, y además no es mi función. Pero sé que hay ciertos aspectos en esa causa que vienen motivados por voluntades de gente del narcotráfico. Eso te lo digo seguro, porque tengo constancia de ello. Que lo hayan sabido armar de una forma que no se sepa, o que al final logre tener recorrido judicial… eso puede ocurrir, porque tienen muchas herramientas. Pero yo he visto pruebas que evidencian que hay una voluntad por parte del crimen organizado de involucrar a esta persona.
En el análisis de la lucha contra el narcotráfico se utiliza el concepto de Efecto Globo para ilustrar el fenómeno de desplazamiento que ocurre cuando se aumenta la presión policial en una zona: un punto caliente de tráfico de drogas no desaparece, sino que se mueve a otras zonas cercanas con menor presión policial. Esto ocurre en otras zonas a nivel internacional, en la lucha contra el opio o contra los cultivos de coca.
Los narcotraficantes del Estrecho, si tienen dificultades para alijar en el campo de Gibraltar, miran hacia el este y miran hacia el oeste. Y en el oeste encuentran una zona muy parecida a la de Cádiz, que es la provincia de Huelva, con grandes playas y zonas muy despobladas, y luego la desembocadura del Guadalquivir, donde ya hay una tradición muy grande del narcotráfico con Sanlúcar como un epicentro. Entonces, si por un sitio tienen mucha presión, se van hacia otro. Una vía que estaba más tranquila, aunque se usaba, ahora se ha vuelto a reactivar y ahora mismo seguramente de todo el litoral andaluz o de toda la geografía andaluza, el punto más caliente de entrada de hachís sea el tramo entre la desembocadura del Guadalquivir, en Sanlúcar de Barrameda, y los últimos kilómetros de su desembocadura entre Sevilla y Sanlúcar. Y luego todo el tramo litoral que hay hacia Huelva, e incluso están yendo a Portugal, donde cada vez hay más incautaciones. Entonces, si se les impide la entrada por un sitio, establecen rutas por otros que son más costosos y complicados, y en los que tienen que tejer alianzas con los narcos de allí, porque necesitan esas vías de canalización.
Parece que es una guerra para la que no hay final. Conforme pasan los años las tecnologías y las estrategias se van sofisticando a ambos lados. También actualizan las zonas geográficas, y ya llegan hasta Tarragona ¿Crees que se logrará algún día el objetivo de acabar con el tráfico de drogas?
“Muchas veces las organizaciones criminales llevan víveres en las lanchas, e incluso sombrillas, y hay lanchas de apoyo logístico, que les llevan combustible, comida. Incluso llegaron a crear una especie de puertos francos en mitad del mar, en las Islas Chafarinas”
Yo creo que mientras haya consumo va a haber producción. Es de ilusos pensar que se puede acabar solo policialmente o judicialmente con el negocio del narco. Mientras Estados Unidos sea el principal consumidor de cocaína, México será un sitio de tránsito y Colombia lo seguirá produciendo. Y si en Europa también se consume, los cárteles colombianos se establecerán contactando con la gente de Europa. Así con el opio y con todo tipo de drogas. Si Marruecos produce unas 40.000 toneladas de hachís al año, es porque se consumen principalmente en Europa. Creo que como sociedad tenemos que asumir que vamos a seguir conviviendo durante muchos años con el negocio del narcotráfico, y a partir de ahí establecer herramientas para conducirlo de alguna forma. La respuesta creo que tiene que ser la que decidamos entre todos, o a quienes votemos, o quienes estén en el Congreso, o quienes estén dirigiendo la Unión Europea, o entre la colaboración de países.
Un informe interno de los Mossos d'Esquadra filtrado por TV3 en 2021 contemplaba la opción de legalizar el cannabis como una nueva estrategia para hacer frente al crecimiento de las mafias del narco que se han asentado en Cataluña aumentando la violencia armada. ¿Crees que la apuesta por la legalización del cannabis tiene adeptos dentro de las instituciones policiales y judiciales en el sur de España?
Algún policía te dice que a lo mejor ciertas drogas convendría legalizarlas, o por lo menos abrir el debate. Pero es que esto nadie se atreve a hacerlo. Igual te lo dice alguien en privado. Algún político te puede decir, “yo estaría a favor”. Pero es que, si su partido lo escucha, probablemente le corten las alas. Quizá con ciertas drogas estamos capacitados para abrir un debate tranquilo y con tiempo, pero no sé si ahora estamos en el contexto político en el que se pueda abrir por ningún lado ningún tipo de debate parecido. Si tú te planteas ahora mismo que Vox se vaya a sentar con Más Madrid, con CIU o con ERC… que esta gente se va a sentar a debatir con otro partido algo en serio sobre cualquier aspecto es una ilusión. A nivel privado hay gente, no digo que sea algo unánime, de la lucha policial, de la lucha judicial, de la clase política, que de alguna forma impulsaría ese debate. Pero yo creo que es impensable que se dé el contexto propicio a nivel público. No estamos en una sociedad que esté capacitada para debatir seriamente, se pondría en cuestión hasta el informe médico de un experto, todo se tergiversaría, a esa persona se le diría que es parcial, que su análisis no es riguroso, todo estaría viciado. Yo creo que no estamos en la situación de poder abrir un debate sobre la legalización de las drogas en Europa ni en España.
En las crónicas que componen el libro se refleja la falta de oportunidades laborales y la pobreza que hay en el Estrecho español, sobre todo en el Campo de Gibraltar. Aparecen un par de personajes que ponen nombre a esas carencias: un profesor que reclama educación en las aulas para evitar que las nuevas generaciones reproduzcan la cultura narco, y un consumidor de cocaína y heroína que explica que, aunque dejase de consumir, no lograría cambiar su situación porque no tiene ninguna oportunidad laboral y hay una absoluta falta de recursos sociales. ¿Crees que la falta de inversión pública en esas zonas agrava el problema del narcotráfico?
La falta de desarrollo socioeconómico tiene influencia sobre todo a la hora de captar a gente que pueda trabajar para el narco. No hay forma de medirlo, pero creo que es una de las causas sustanciales de que el gran narco disponga de gente para delinquir, es decir, para poder nutrirse de personal en esa industria que existe y que ya está muy profesionalizada y organizada. Incluso las propias organizaciones criminales necesitan que se potencie esa desigualdad en cierta medida, que existan guetos o zonas pobres de donde poder tirar a la hora de conseguir gente, comprar lealtades… Ha habido ocasiones en que el narco se ha nutrido de gente que estaba viviendo en la calle: les daban una casa y les decían “yo te doy esta casa, pero va a ser la guardería de la droga, o sea, el lugar donde voy a esconder la mercancía durante horas”. Pero también pienso que si en el campo Gibraltar hubiera un 1 % de paro, igualmente habría gente que estaría dispuesta a traficar con drogas por la proximidad a Marruecos. Eso va a existir siempre. Pero también hay mucha gente en La Línea de la Concepción, en Algeciras o en Sanlúcar de Barrameda que no tiene trabajo y no se lanza a traficar con drogas.
El libro acaba con tu experiencia embarcándote en un viaje de ida y vuelta desde España a Marruecos con unos narcos que van a recoger hachís en una lancha semirrígida. Todo salió bien: ellos lograron introducir el hachís en España y tú pudiste contarlo. Pero, ¿cuántas cosas podrían haber salido mal esa noche para su objetivo y para la integridad física de los que ibais en la lancha?
Todo salió bien y no pasó nada, y el viaje fue tan sorprendente como lo cuento. Mi integridad física iba ligada a que para ellos todo saliera bien. Yo tenía nervios, claro que los tenía, pero sobre todo tenía miedo de dos cosas. Lo primero es que hubiera una persecución policial. Imagínate, si el helicóptero de vigilancia aduanera sale a por nosotros y al piloto de la lancha se le va la cabeza puede haber un accidente por mala mar o por una maniobra arriesgada. Y segundo, que, al llegar a tierra, en el momento del alijo, hubiera un intento de robo. Ese era el gran miedo, porque ahí sí que hay violencia, hay tiroteos, secuestros, de todo. En un contexto de violencia, si tienes suerte, sales bien, y si no, pues no.
Según cuentas en el libro, también es frecuente que por una persecución o por la imposibilidad de llegar a la costa española esquivando la policía, los narcos decidan huir a aguas internacionales…
Claro, esa es otra opción. Muchas veces las organizaciones criminales llevan víveres. Hay algunas organizaciones que saben que van a estar más tiempo fuera y que llevan incluso sombrillas. Y hay lanchas de apoyo logístico, que les llevan combustible, comida. A veces se relevan los tripulantes y llegaron a crear incluso una especie de puertos francos en mitad del mar, en las Islas Chafarinas. Todo eso pasa, pero esa noche no pasó. En 3 o 4 horas fuimos y volvimos. Y en Marruecos fue sencillísimo, porque lo tienen todo absolutamente controlado. Aparte también estaba la parte judicial, pero eso era el mal menor. Yo pensaba que, si nos descubrían, si el piloto frenaba y nos detenían, pues ya me explicaría delante de un juez y ya vería si me ponía una fianza, si me enviaba dos semanas a prisión, si me dejaba en libertad con cargo o sin cargos… e intentaría salir de la mejor forma posible. Eso lo tenía asumido. Los riesgos eran otros, en el viaje de vuelta y al llegar a tierra.