Las aventuras de Gato y su misión marimbera
Gato, alma y cara visible del proyecto Marimberos, cuenta su apasionante vida, una historia a ratos increíble en torno a la marihuana y el terrorismo cannábico.
Gato, alma y cara visible del proyecto Marimberos, cuenta su apasionante vida, una historia a ratos increíble en torno a la marihuana y el terrorismo cannábico.
La historia empieza con un humilde criador de gallos de pelea que llega a Medellín a probar suerte. “Picotazo”, así le empezaron a llamar, se apareció en la ciudad con un gallo debajo de cada brazo, convenció a cuatro ricos para que apostaran por él en el ring y tuvo suerte.
Sus gallos eran feroces y le brindaron la amistad de un señor que al poco le ofreció que se fuera a Miami para recibir la marihuana que enviaban desde Colombia. Mediaban los setenta y se vivía la gran bonanza marimbera: “Colombia producía en esos años más de la mitad de la producción mundial de hierba. En esa época nacen las leyendas de la Punto Rojo, la Mangobiche y la Colombian Golden o la Mona; era una hierba muy buena, sin semilla y cultivada al aire libre. Los campesinos colombianos se encargaban de la producción y los White Boys americanos, algunos pilotos excombatientes de Vietnam, controlaban el resto”.
‘Mala hierba’ y la familia marimbera
Estoy hablando con Alejandro (Medellín, 1978), conocido como “El Gato”, superviviente de aquella bonanza, cara visible y alma del banco de semillas Marimberos, una marca recién creada pero con una larga historia detrás; una película de acción con la marihuana como protagonista que tiene en la semilla que regala este mes Cáñamo su último episodio. Cuando le pregunto a Gato por aquella época de esplendor marihuanero, me habla de la novela del periodista Juan Gossaín Mala hierba. Esta novela, cuyo protagonista es el Cacique Miranda, un famoso marimbero que quiere vengar la muerte de su padre, tuvo mucho impacto en Colombia, al ser adaptada como telenovela un año después de su aparición en 1981, cuando aún duraba la bonanza marimbera, antes de que algunos norteamericanos se aplicaran ellos mismos al cultivo hidropónico y sus gobiernos intensificaran la guerra contra la droga y convirtieran el transporte de la voluminosa y olorosa hierba colombiana en un negocio demasiado arriesgado para las ganancias que daba, en comparación con la rentable cocaína.
"Las fiestas de los marimberos eran famosas, con mujeres tirando dinero al aire y sin parar de festejar durante cinco días"
El culebrón Mala hierba, la primera historia sobre un capo local que se pudo ver en la televisión colombiana, fue un gran éxito no exento de polémica: algunos quisieron acabar con las emisiones, entre otros, la Asociación Colombiana de Toxicología y Farmacodependencia, que puso la primera denuncia considerando “que el tema de la obra y la forma cruda como lo están presentando corrompen la higiene mental y pueden inducir a realizar actos criminales”. Gato entonces no necesitaba ver la tele para saber qué cosa era la marimba; acababa de cumplir cuatro años y su padre, Picotazo, y su madre, Nubia, formaban parte del negocio: “De hecho, mi primer apodo antes de Gato, muy niño, fue Julio Marimba, porque ya en mi primera entrada a Estados Unidos, con mi madre en una avioneta de contrabando, estábamos volando sobre las Bahamas y al ver el verdor de los bananos allí abajo les pregunté si aquello eran cultivos de marimba”.
“Mi madre era también de origen campesino y había llegado a Medellín para estudiar en un internado. Ella siguió a mi padre a Miami cuando se convirtió en caletero. En esa época se usaban las familias enteras porque eran menos sospechosas. El caletero se encargaba de tener una casa con cuatro cuartos, donde dos o tres de los cuartos están hasta el techo de marimba. Yo recuerdo mi casa de Miami así, con pacas de hierba hasta el techo”.
“Hubo una avalancha de mucho dinero en una zona muy pobre del país, y ese dinero permeó todas las clases sociales. Las fiestas en las playas de los marimberos –y marimbero era todo aquel que entraba en contacto con la hierba, desde el cultivador, al traficante, pasando por el que se la fumaba– eran famosas, con mujeres tirando dinero al aire, y sin parar de festejar durante cinco días. Es verdad que también hubo violencia… Eran en muchos casos gente que no sabía leer ni escribir y sembraban una parcela y aparecía un gringo en su avioneta con un bulto de dinero. No había radares, el gobierno era corrupto…; en una noche podían entrar cuarenta barcos y cincuenta aviones. La gente veía las avionetas como si fueran palomas. Era salvaje. Mucha gente se enriqueció y, obvio, no solo fueron benefactores, también generó problemas, también dejó viudas. La gente recuerda más lo bueno, aquella prosperidad, pero también dejó historias tristes. Fueron casi dos décadas de bonanza marihuanera, hasta principios de los ochenta, cuando la coca llegó, y entonces sí que se cargó el negocio con una violencia mucho mayor. Los beneficios se multiplicaron, pues con la coca que cabía en una avioneta había mucha más ganancia que con la marimba, y eso involucró a mucha más gente: autoridades, dirigentes de más alto nivel, la guerrilla… Se convirtió en un fenómeno nacional y empezaron las guerras”.
La coca y la cultura ‘stoner’
En los ochenta, la familia de Gato regresó de Miami y se instalaron de nuevo en Medellín. Su padre, Picotazo, con todo el dinero que había hecho con la marimba compró fincas, ganadería y siguió con la pasión que le dio su apodo hasta llegar a reunir tres mil gallos: “Todos los mafiosos tenían rings de pelea en su finca. Era una cosa muy de testosterona, de irse a tomar alcohol con sus putas y medirse la polla con sus gallos a la noche”. Pero Picotazo no se quedó ahí, y aprovechó sus conocimientos de yankilandia para participar también de los negocios millonarios que trajo la cocaína: “Digamos que se volvió mafioso, era del círculo de Pablo Escobar, hasta que Pablo enloqueció y empezó a matar a todo dios. Mi padre estaba de su lado hasta el día en que mató a los hermanos Galeano, que eran sus mejores amigos: si los había matado a ellos podía matarnos a todos. Entonces mi papá empezó a huir y se debilitó económicamente, porque huir implica mover a tu familia”.
“A nosotros nos cambió la vida: pasamos de ser protegidos de Pablo Escobar a ser fugitivos. En el 91 nos fuimos a Estados Unidos. Mi padre decidió que íbamos a vivir un poco más recortados y más tranquilos. Pero nosotros ya estábamos malcriados por tanta opulencia y no podíamos parar el impulso. ‘Sí, no te preocupes, papá, vamos a estudiar y vamos a trabajar…’. Mentira: mis hermanos a traficar con coca y yo a aprender a sembrar hierba. Hubo una vez en que los cuatro estuvimos presos al mismo tiempo. En mi caso agradezco haberme ido aquellos años a Estados Unidos; me contaminó de la cultura stoner. Era el momento en el que empezó la fiebre del autocultivo, y yo al poco de llegar me involucro en este movimiento; en el 93 ya empecé a fumar mi propia hierba y en el 99 fui por primera vez a Holanda y aterricé directo en el Pollinator de Mila... Si me hubiese quedado en Colombia me hubieran gustado las armas y todas las cosas que les gustaban a mis amigos. Por haberme ido yo prefería gastarme quinientos dólares en una pipa que en una pistola. Me volví más stoner y empecé a ver que me follaba a una niña hermosa con una bolsita de weed y no con unos zapatos caros. Cuando tenía dieciocho años regresamos a Colombia; mi padre pensó que, muerto Pablo, la cosa cambiaba…”.
La muerte de la mitad de la familia
No fue tan fácil: hacía muchos años los paramilitares habían obligado a Picotazo a cederle una de sus fincas para instalar allí una estratégica base de operaciones desde la que llevaron a cabo muchas masacres, y la guerrilla nunca se lo perdonó. “Estaba leyendo el periódico afuera de uno de los almacenes que teníamos en Medellín y llegaron y lo mataron. Era el 97; nos fuimos de Colombia otra vez, muy aburridos, jurando no volver nunca más”.
Sin embargo, en el 2000 volvieron a instalarse en Medellín. Ya Gato era un experto cultivador de marihuana, que había aprendido las técnicas más avanzadas en Estados Unidos, y viajaba aportando genética y asesorando a grandes cultivos en distintas partes del mundo, mientras que con sus hermanos elaboraba la mejor hierba en Medellín: “Fuimos los primeros de Colombia; todo el mundo se reía de nosotros, porque el kilo de hierba vale solo diez euros y no es negocio. Se reían pero nosotros les acabamos enseñando la diferencia entre marihuana y supermarihuana. Diez años estuvimos tranquilos. Pero entonces llegaron los grupos armados y nos dijeron que nos fuéramos. Y nos marchamos de la ciudad”.
Poco después a su hermano Mao le tendieron una trampa, le dijeron que podía cultivar marimba en un terreno, que estaba todo arreglado, y no fue así: “Él empezó a sembrar, y un día estaba con su carro, lo abalearon y lo mataron”. Eso fue en el 2010, y en el 2011 murió Caliche, otro de sus hermanos, a manos de la misma gente. “La muerte de mi segundo hermano fue tan chocante que mi familia y yo entendimos automáticamente que la palabra violencia había que eliminarla de nuestro diccionario. Fue mi hija Nicole la que me hizo repensarlo todo. Me dijo: ‘Yo no me quiero quedar sin papá como mis primitas. Tú tienes un arte muy bonito con las plantas; no te equivocaste de carrera, te equivocaste de país. Vete a Europa o donde tengas que ir’. Ella tenía diez años y nos hizo ver a todos que tenía razón. Entonces decidimos irnos de Colombia para cortar el mal de raíz. Y nunca más mirar atrás, ni pensar en violencia ni en venganza”.
"La muerte de mi segundo hermano fue tan chocante que entendimos automáticamente que la palabra violencia había que eliminarla de nuestro diccionario"
“Ahora ya solo me queda un hermano, que está en Sudamérica, y mi madre, que me la he traído conmigo a Europa. Costó mucho digerir ese trago tan amargo, aceptar que perdí y que quizás si trataba de vengarme iba a perder más. Eso duele, pero lo acepté, y tuve mucho apoyo y muchos amigos que me ayudaron. Yo soy la cara de Marimberos, el dueño de la historia, el que ha cargado el peso, el que se ha llevado los golpes… Pero no estoy solo”.
La cárcel, el terrorismo cannábico y segunda bonanza marimbera
Nueve veces estuvo Gato en la cárcel, siempre por tema de posesión o cultivo de marimba. La primera vez en el 98 y la última en el 2007. Siempre en Colombia. En dos ocasiones fueron condenas de un año, en el resto semanas: “Cuando caen varios, uno se hace cargo para que los demás puedan salir. Y cuando te interrogan los fiscales, sobornas para que te ayuden con el informe: si tenía 9.000 plantas ponen 100 o 99. Casi siempre que me cogieron plantas lo pude arreglar. Solo dos veces fue que pagué un año. La última, en el 2007, porque había policías implicados y la fiscal se enamoró de mí y lo cogió así, y me quiso follar. Y la otra por otra fiscal, una hija de puta muy amargada: solo me pilló raíces, porque el mayordomo alcanzó a quemar las plantas. Yo sabía que si se hacía una prueba de cromatografía de gas en columna, que era lo que mi abogado pedía, yo me salía limpio porque las raíces no tienen THC. Tenía libros y material en el ordenador para alegar que estaba estudiando el cáñamo para introducirlo en nuestro país. Pero la hija de puta fue muy astuta e hizo una prueba con un reactivo genérico que si es cannabis sativa da una reacción en color. Y solo con una ramita me cagó. Y me cayó un año. Esta fue la cuarta vez, a finales del 2000”.
"Lo mío es terrorismo cannábico; el hecho de que el gobierno diga que es malo a mí me la suda"
Gato no se arrepiente de nada: a él lo mueve una misión marimbera de llevar y expandir por el mundo la buena nueva del cannabis. “En mi mente y en mi familia siempre fue legal. Además, aunque aportara la genética y diera consultoría en cultivos muy grandes que sacaban toneladas de hierba, no eran mis cultivos; mi labor consistía solo en aportar las semillas y cambiar algunas prácticas para optimizar los resultados. Yo lo veo como terrorismo cannábico; el hecho de que el gobierno diga que es malo a mí me la suda. Desde muy temprana edad, los diez u once años, yo fumé la primera vez y entendí que la hierba es muchísimo mejor que el alcohol y otras cosas”.
La biografía de Gato es rica en aventuras, y en los últimos tiempos también en reconocimiento: estuvo de consultor trabajando con el gobierno de Uruguay y con la Asociación de Estudios del Cannabis del Uruguay (AECU) en el proceso de regulación de este país. Para Gato, Marimberos es el proyecto donde reunir lo aprendido y seguir aprendiendo en compañía de todos los que vienen acompañándolo en su misión marimbera. Un proyecto que va más allá de un banco de semillas y aspira, entre otros objetivos, a crear el primer wellness cannábico libre de humos, con laboratorio de I+D incluido. “Marimberos es una forma de dignificar el mundo del que venimos, darle otro enfoque. Estamos ahora en la segunda bonanza marimbera, y se trata de la cosecha de lo bueno, porque después de tantas batallas y tantos años de lucha y de muertos, hemos ganado la guerra”.
Fotos de Marimberos