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Las enseñanzas de los indígenas

Una conversación con Riccardo Vitale

Preguntado por qué consejo le daría al nuevo presidente en materia de drogas, Riccardo Vitale (Roma, Italia) contestó tajante: “Que viaje a la Amazonia para hacer unas tomas de yagé para que los taitas puedan curar y fortalecer su pensamiento y prepararlo a servir a la colectividad”. Una respuesta que muestra a las claras el ideario de este antropólogo italiano que lleva más de la mitad de su vida afincado en América Latina.

Preguntado por qué consejo le daría al nuevo presidente en materia de drogas, Riccardo Vitale (Roma, Italia) contestó tajante: “Que viaje a la Amazonia para hacer unas tomas de yagé para que los taitas puedan curar y fortalecer su pensamiento y prepararlo a servir a la colectividad”. Una respuesta que muestra a las claras el ideario de este antropólogo italiano que lleva más de la mitad de su vida afincado en América Latina.

En 1994 Vitale llegó de California a Chiapas, México, para un trabajo voluntario como observador de derechos humanos en comunidades indígenas. Aterrizó unos meses después del levantamiento Zapatista, y aquello cambió el rumbo de su vida. “Fue en la Selva Lacandona de Chiapas donde empezó el proceso de subversión de la conciencia de un promitente antropólogo”, dice medio en broma medio en serio. Un poco antes, en la universidad de California donde estudiaba, participó en el movimiento estudiantil contra las medidas antiinmigración, una toma de conciencia que le hizo dejar la biología en favor de la antropología social con un enfoque económico y político. En 1996 saltó a Cambridge, Inglaterra, pero no perdió el vínculo con los zapatistas y el movimiento indígena, convirtiéndolos en el objeto de su tesis doctoral. Sus trabajos de campo en México le brindaron experiencias y una perspectiva menos individualista, en sus propias palabras: “Algo importante que experimenté en Chiapas y que cambió mi forma de ser fue ver la vida desde la perspectiva de una comunidad más que de un individuo. Cada mujer y cada hombre actuando y pensando como parte de una colectividad donde la reciprocidad y la solidaridad eran los valores primarios”. Hoy piensa y defiende la utilidad de esa perspectiva comunitaria: “Si los gobiernos buscan realmente construir economías y sociedades sostenibles, es urgente y necesario integrar las perspectivas de los pueblos indígenas a todos los modelos de desarrollo”.

El pasado septiembre tuve la oportunidad de participar en la sesión del Consejo de Derechos Humanos y en el examen periódico universal al Estado Colombiano del Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de las Naciones Unidas. Yo formaba parte de la delegación conjunta de la Fundación ICEERS, a la que pertenezco, y la UMIYAC (Unión de Médicos Yageceros de la Amazonía Colombiana), en la que estaba Riccardo en calidad de asesor. Una de las mejores cosas que me pasó durante aquella estancia en Ginebra fue conocerlo en aquel contexto tan contradictorio como la realidad colombiana: si durante la sesión del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, un alto mando del ejército colombiano recibía un premio por la paz de manos del ex Secretario General Kofi Annan, unas salas más allá, casi a la misma hora pero con mucha menos atención mediática, las organizaciones rurales e indígenas de Colombia daban cuenta de los numerosos abusos que han sufrido y todavía sufren y, escuchándoles, no parecía que estuvieran hablando del mismo país. 

Conversamos con Riccardo sobre su trayectoria como antropólogo y su implicación en las reivindicaciones indígenas, sobre las relaciones entre la comunidad y el individuo y sobre cómo el yagé ayuda a superar los traumas de tantas décadas de violencia y a tender puentes entre los orígenes y la globalización.

Río Mocoa, en Putumayo, Colombia
Río Mocoa, en Putumayo, Colombia

¿Cuándo llegaste a Colombia para trabajar con comunidades indígenas?

En el 2004, al terminar el doctorado y después de unas temporadas de trabajo en Medio Oriente, llegué por primera vez a Colombia. Había conseguido un trabajo con una ONG internacional de derechos humanos. Hacíamos acompañamiento a comunidades, organizaciones y lideresas y líderes sociales amenazadas y amenazados por el paramilitarismo. El concepto era sencillo. Homicidios y ejecuciones extrajudiciales con fines políticos son producto de cálculos de costos y beneficios. Dando visibilidad internacional al trabajo de algunas de las personas amenazadas, nuestra ONG aumentaba el costo político de atentar contra la vida de los activistas. Funcionaba, y varias exponentes del movimiento por la paz bajo amenaza y con medidas cautelares de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, preferían vivir acompañadas por un internacional con chaleco y evitar la escolta armada asignada por el Ministerio del Interior y por el nefasto y ahora suprimido Departamento Administrativo de Seguridad; instituciones en las cuales nadie confiaba. Empecé a recorrer las regiones mas conflictivas del país y a conocer hombres y mujeres que enfrentaban pruebas extremadamente difíciles con increíble dignidad y hasta sentido del humor. También, fuimos testigos del lado mas oscuro del ser humano: injusticias, dolor, lagrimas, sangre y violencia. Son experiencias indelebles y difíciles de procesar que marcan la vida del individuo, de la colectividad y de las generaciones.

Llevas 15 años trabajando como consultor para agencias humanitarias y de desarrollo lo que te ha hecho conocer bien el movimiento indígena colombiano, ¿cómo lo definirías?

De acuerdo a la Organización Nacional Indígena de Colombia, en el país viven 102 pueblos originarios. No es fácil caracterizar y generalizar un universo tan diverso como este pero podríamos decir que hay tres epicentros de pensamiento y acción. Están los pueblos del norte de Colombia, que incluye la región caribe y la Sierra Nevada de Santa Marta. Son pueblos filósofos y místicos, conocedores de los astros y de los equilibrios que dominan la biosfera. Contundente e importante para toda la humanidad, es su lucha para la protección de los sitios sagrados y el poderoso veto a todos los proyectos mineros en la Sierra Nevada de Santa Marta. Después, bajando hacía el occidente encontramos las fuertísimas organizaciones de los pueblos del Cauca y aquí no se puede no mencionar el Consejo Regional Indígena del Cauca, CRIC, fundado en el 1971. Son el ala dura de la realpolitik indígena, presentes en todas las arenas de lucha, desde los bloqueos de la carretera panamericana a la política parlamentaria, en el Senado y en el Congreso. Es ahí, en el Cauca, donde es muy activo el Movimiento de Liberación de la Madre Tierra. Finalmente, desplazándonos más hacia el sur, encontramos a los pueblos amazónicos, estos son los herederos y los protectores de la ciencia ancestral y de los secretos bioespirituales de toda la vegetación. 

¿Podrías decirme algo más sobre el Movimiento de Liberación de la Madre Tierra?

El año pasado, en el contexto de un trabajo de investigación sobre cambio climático, tuve la oportunidad de entrevistar al dirigente indigena Nasa, Gerson Acosta, gobernador del territorio Kite Kiwe. Gerson era muy activo en el Movimiento de Liberación de la Madre Tierra y fue asesinado poco después, el 19 de abril del 2017. La lucha en su región es por territorios disputados por grandes ingenios azucareros. Si por un lado la firma de los acuerdos de paz ha significado una transformación de época importante para las poblaciones rurales, al mismo tiempo estamos viviendo un recrudecimiento de la violencia contra líderes y lideresas sociales y de derechos humanos, reminiscente de los peores momentos del paramilitarismo. Este no es un problema local sobre tenencia de tierra. No se trata de reforma agraria o de recuperación de precios, como era el caso de los movimientos campesinos de los años 90, por ejemplo el Sem Terra en Brasil. Los movimientos indígenas para la liberación de la madre tierra, quieren liberar los territorios, o sea, la biosfera, de productos contaminantes, fertilizantes tóxicos y mercurio producto de la minería, por mencionar algunos. La extracción de hidrocarburos –gases, petróleo, carbón–, así como los monocultivos, por ejemplo palma y soya, violan los equilibrios ancestrales de los territorios, envenenan los cuerpos, minan la soberanía alimentaria y atentan contra la armonía espiritual, poniendo en fuerte riesgo la pervivencia de los pueblos. Así que, el Movimiento de Liberación de la Madre Tierra, como yo lo entiendo, en sus diversas manifestaciones, propone la armonización –por usar un concepto propio de las cosmologías locales–, de las relaciones entre todos los elementos bióticos y abióticos que constituyen este ser vivo que es el territorio. Por supuesto, esta visión intrínsecamente sostenible no se reconcilia fácilmente con modelos económicos basados en la extracción y la cosificación de los recursos naturales. 

Río Orinoco, en la frontera entre Colombia y Venezuela
Río Orinoco, en la frontera entre Colombia y Venezuela

¿Y cómo llegaste a la región amazónica y a la Unión de Médicos Indígenas Yageceros de la Amazonía Colombiana? 

Gracias a una serie de serendipias. En el 2016 la UMIYAC tuvo un cambio de dirigentes y el nuevo presidente, un seguidor de la medicina del yagé del pueblo Inga, muy preparado y comprometido, me invitó a participar en la organización como asesor. Decidimos empezar el trabajo con una estrategia de incidencia y creación de redes a nivel nacional e internacional, lo que nos ha llevado a participar en congresos, conferencias y eventos como la 36º sesión del Consejo de Derechos Humanos en Ginebra, con el valioso apoyo de ICEERS y del equipo de la ONG Colombiano-Suiza, Maloca Internationale. 

¿Cuál es la misión de esta organización de médicos yageceros y mujeres sabedoras?

La UMIYAC es una organización de autoridades espirituales y médicos tradicionales indígenas que abarca cinco pueblos amazónicos: Inga, Cofán, Siona, Kamentsá y Coreguaje. Sus integrantes son médicos tradicionales, conocidos en Colombia con el termino de taitas, seguidores de la medicina del yagé y mujeres sabedoras y conocedoras de plantas. Los médicos, o taitas, son expertos en el uso del brebaje psicotrópico del yagé, conocido afuera de Colombia como ayahuasca, por sus fines espirituales y curativos, en contexto de ceremonias colectivas. La misión de la UMIYAC, resaltada en la hoja de ruta que se aprobó en el ultimo congreso, está en línea con las plataformas de lucha de otras organizaciones indígenas del país, pero con un enfoque hacia la preservación de los conocimientos y las practicas de medicina ancestral. La UMIYAC lucha para defender los territorios amazónico y la autonomía política de los pueblos indígenas y para consolidar sus practicas culturales. Primariamente, esta labor se basa en el manejo de las plantas guiado por conocimientos ancestrales y destinado al fortalecimiento de buenas prácticas espirituales. Mantener viva la espiritualidad en los territorios es el elemento esencial para generar sistemas de vidas y ecosistemas sostenibles. 

¿Hay una continuidad entre esta experiencia y tu trabajo con las comunidades zapatistas en los años 90?

Gracias a los largos cuentos orales de sabedores y sabedoras alrededor de las fogatas nocturnas, gracias a las ceremonias de yagé, aprendemos algo sobre ecología ancestral y sobre este territorio que es un organismo viviente o sistema de vida, hecho de poderosas energías espirituales y también de horribles demonios. Para sintonizarnos con las luchas indígenas del siglo XXI, retomando por un momento el tema de los movimientos de liberación de la madre tierra, pienso que es importante modular la noción de la tierra entendida como bien hacia una idea del territorio-ser. ¿Que es el territorio? El territorio es un ser vivo, es la identidad individual y colectiva de los pueblos, es la conexión vital y energética entre todas las especies vegetales y animales y los ríos, las rocas, las montañas, los duendes y los espíritus que habitan toda la selva en sus múltiples formas y manifestaciones. ¿Cómo reacciona la economía campesina de pequeña escala cuando el precio del maíz o del café lo dicta el mercado global? ¿Quién se beneficia de la modificación transgénica de las semillas? ¿Qué es una guerra de baja intensidad? ¿Qué estrategias usan las empresas y los Estados para intentar silenciar el campo? Estas son algunas de las preguntas que aquellos que participamos en los movimientos antagonistas al pensamiento único en los años 90 intentamos responder. 

Territorio Nasa, Avirama, Tierradentro, Paez, en el Cauca colombiano
Territorio Nasa, Avirama, Tierradentro, Paez, en el Cauca colombiano

Pero la realidad de hoy ya no es la de hace dos décadas, ¿no?

Hoy día estamos en otra fase. Los países discuten sobre macrofenómenos como el cambio climático y las emisiones de GEI, o gases de efecto invernadero. La tesis de que el modelo de desarrollo actual, las políticas energéticas y los patrones de consumos tienen un efecto en la biosfera ya no es una postura radical. En el Instituto de Resiliencia de Estocolmo, un importante centro de investigación de ecología, se ha adoptado la noción de Antropocene, como la era geológica contemporánea en la cual las actividades humanas generan un impacto significativo en la biosfera. Considerando estos presupuestos, pienso realmente que hay un fuerte potencial de diálogo entre la llamada ciencia moderna y el conocimiento ancestral patrimonio de los pueblos originarios. Ahora, y utilizando las palabras de un líder comunitario de la Orinoquia colombiana, “tenemos que crear una trenza de pensamientos” para fortalecernos como colectividad y generar cambios en el discurso y en la practica. 
 
Una cosa que me gusta mucho es la visión de género en el trabajo de la UMIYAC, desde la utilización del lenguaje hasta los objetivos de las reivindicaciones. ¿Cómo ha sido el proceso de incluir esta visión igualitaria? ¿Hay resistencias? 

 

“El territorio es un ser vivo, es la identidad individual y colectiva de los pueblos, es la conexión vital y energética entre todas las especies vegetales y animales y los ríos, las rocas, las montañas, los duendes y los espíritus que habitan toda la selva en sus múltiples formas y manifestaciones”

Los movimientos y las organizaciones sociales reflejan las necesidades y los deseos de los contextos donde nacen, pero, al mismo tiempo, son laboratorios de discursos y de prácticas. Esto es importante para no confundir las realidades de las vidas diarias de las comunidades con el discurso, el imaginario y las prácticas de las activistas que representan a estas colectividades en el medio político. Las lideresas indígenas suelen decir que las mujeres pelean tres luchas: contra la pobreza, contra la discriminación racial y contra el machismo de la sociedad patriarcal. Y por supuesto, las organizaciones y los movimientos sociales no son espacios a idealizar, son campos complejos y contradictorios, escenarios de fuertes luchas internas. Reivindicar los derechos de las mujeres indígenas no suele ser un reflejo condicionado o producto de un automatismo. Ninguna transformación lo es, las metamorfosis sociales son rizomas que huyen de las codificaciones, por adoptar la imagen usada por Deleuze y Guattari. También tengo que decir que nunca he percibido como una singularidad la presencia de discursos y practicas de construcción de los derechos de las mujeres en el movimiento indígena. Al contrario. 

Cuéntame más…

Desde mis primeras experiencias de trabajo con comunidades indígenas en Chiapas en los años noventa pude observar que el tema de los derechos de las mujeres era un elemento prioritario en el interior del movimiento. Quiero decir que la visión y las reivindicaciones de las mujeres de las distintas etnias mayas que conformaban el zapatismo, tzeltal, tzotzil, cho’l y tojolab’al, moldearon tanto el ejercito zapatista como el movimiento social indígena que este generó desde sus fases mas incipientes. La ley seca, por ejemplo, es decir, la norma social interna de las comunidades zapatistas que vetaba el consumo de alcohol, fue un aporte de las mujeres. El alcohol, argumentaban, era al mismo tiempo un instrumento de control social y de empobrecimiento de las comunidades indígenas y un generador de violencia en las familias y en las comunidades. Por esta razón las mujeres maya pusieron la siguiente precondición: se vincularían al movimiento solo si el alcohol era vetado en todas las comunidades zapatistas: “Ya habíamos tenido que huirle a maridos borrachos armados de machete así que no nos pareció una buena idea tener que huirle a maridos borrachos armados de fusil”, argumentaban entonces las mujeres zapatistas. Un paso muy revolucionario si consideras que, por lo menos según la antropología funcionalista, el sostén de las cosmologías y de la identidad indígena mexicana eran las ubicuas fiestas comunitarias, caracterizadas justamente por el excesivo y generalizado consumo de bebidas alcohólicas. 

Riccardo Vitale en Suiza
Riccardo con Rubiela Mojomboy, lideresa del Pueblo Inga, en un descanso del 36o Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas, en Ginebra, Suiza.


¿Y en el caso de la UMIYAC?

Respecto de la UMIYAC, destacaría la integralidad del rol de las mujeres sabedoras, conocedoras de plantas medicinales, sobanderas, parteras con el rol de los médicos yageceros que, en las comunidades indígenas del Alto y Bajo Putumayo, tienden a ser hombres. 


Para alguien como yo, una politóloga materialista dialéctica, es difícil entender que los indígenas de UMIYAC tomen sus decisiones colectivas mediante las tomas de yagé, que la ‘sustancia’ se convierta en sujeto e instrumento para la decisión política. Y en una herramienta de resistencia. ¿Nos puedes contar algo más sobre cómo funciona este proceso?

Es un discurso amplio y con muchas vertientes. Las tomas de yagé son una componente importante, intrínseca en la vida comunitaria de algunas etnias amazónicas. Son parte fundamental de sus cosmologías, es decir, de su manera de interpretar los ciclos de la vida, los ecosistemas, el trabajo agrícola, el mundo de los espíritus, la función de los astros, y mucho más. Las ceremonias de ambiwaska, como la llaman algunas comunidades del alta Amazonía, tienen lugar en la noche, pueden participar mujeres, hombres, niños. Alrededor de la fogata, las personas hablan, abren sus corazones, confiesan debilidades, errores, piden perdón, ejercen la compasión. Se discuten los problemas y se toman decisiones. En la madrugada, si hay pacientes, los médicos tradicionales curan enfermedades recurriendo a sus conocimientos y ciencia ancestral. Todo esto forja comunidad, crea colectividad, fortalece el sentido de unión entre familias y fortalece las relaciones entre personas y el ecosistema del cual somos parte.

Casa ginecológica tradicional, Colombia
Casa ginecológica tradicional, en territorio Piapoco, Brazo Amanavén, Vichada, Colombia.

¿En qué sentido se fortalecen esos vínculos entre el individuo y el ecosistema’ 

 

“Las tomas de yagé son parte fundamental de las cosmologías de las etnias amazónicas, son su manera de interpretar los ciclos de la vida, los ecosistemas, el trabajo agrícola, el mundo de los espíritus, la función de los astros, y mucho más”

En la noche los espíritus de las plantas comunican, el territorio se deja sentir, la naturaleza se manifiesta como ser vivo y también expresa sus necesidades. Cuando estos canales están activos el individuo es mas receptivo a las necesidades del territorio y de la colectividad y esto genera sostenibilidad. Como puedes imaginar estos procesos que son individuales, espirituales y colectivos son clave para comunidades que necesitan unidad para enfrentar presiones históricas enormes. Hablo por ejemplo de las exigencias de las multinacionales de hidrocarburos y minería de expandir constantemente la explotación de recursos, de las necesidades de la industria maderera de cortar bosques, de la necesidad de los grandes terratenientes de implementar monocultivos para los mercados internacionales. Y, de la necesidad de los narcotraficantes de mantener o expandir las plantaciones de hoja de coca destinadas a la producción multibillonaria de clorhidrato de cocaína. Estos procesos extractivos comprometen los delicados equilibrios de la selva amazónica e interfieren, a veces indeleblemente, en la soberanía alimentaria y la sostenibilidad de las comunidades indígenas y campesinas de Colombia. Mantener la tradición espiritual de la medicina del yagé, como ves, es una componente clave para coadyuvar los procesos de resistencia colectiva de las comunidades indígenas de las regiones amazónicas. Porque las ceremonias de yagé mantienen a las comunidades unidas internamente, entre ellas y con el territorio.

Sin duda…

Y hay más. A pesar del acuerdo de paz entre la FARC-EP y el gobierno, Colombia vive un conflicto armado muy violento que en cincuenta años ha generado más de seis millones de desplazados internos, refugiados, masacres, violencia sexual y miles de casos de desapariciones y ejecuciones extrajudiciales perpetradas por grupos armados ilegales y por el Estado, como demuestran numerosas sentencias. Las causas del conflicto tienen mucho que ver con la tenencia y el uso de un bien muy precioso como es la tierra, y por esta razón las victimas el conflicto han sido y siguen siendo comunidades rurales mestizas, afrodescendientes e indígenas. Está claro que los conflictos son también causa de traumas y daños emocionales que pueden afectar a las victimas como a los victimarios. Y aquí encontramos otra conexión con las practicas ceremoniales de la medicina del yagé. Las ceremonias son procesos de curación psíquica y espiritual, de carácter personal, cuando un paciente recurre individualmente a un medico sanador, como de carácter interpersonal en el caso de las tomas colectivas, donde la comunidad analiza, siente, procesa, sufre, vuelve a vivir y eventualmente logra superar los traumas inflictos por la violencia de la guerra. Es también por esta razón que organizaciones como ICEERS y la UMIYAC llevan acabo una labor de fortalecimiento de la medicina ancestral tanto a un nivel comunitario en la Amazonía Colombiana, como en espacios internacionales jurídicos y de derechos humanos. 

Teleférico entre La Paz y El Alto
Teleférico entre La Paz y El Alto, la población de ambas ciudades bolivianas es predominantemente indígena Aymara.

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #247

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