Las Navidades del año 2017 fueron las últimas que Simón Pérez y Silvia Charro celebraron con normalidad. Por esa época la pareja era un dragón de dos cabezas que hundía sus narices en una montaña de cocaína para aguantar noches enteras sin dormir frente al ordenador. Buscando hacerse un lugar en la selva financiera, la vida se les iba entre reuniones con inversionistas y presentaciones de PowerPoint.
Simón era medianamente conocido entre colegas, tras la publicación de un libro y algunas apariciones tanto en radio como en televisión. También daba clases en la Escuela Internacional de Administración y Finanzas. Había estudiado Dirección de empresas en la Universidad Abad Oliva, y hacía unos diez años que se dedicaba a la asesoría financiera. Simón ganaba unos siete mil euros mensuales y con poco más de treinta años su carrera recién comenzaba. Silvia se especializó en las inversiones inmobiliarias y juntos eran un equipo imparable. Hasta que un día los conoció toda España, cuando Simón y Silvia se volvieron virales por un vídeo que hoy ya acumula casi cinco millones y medio de reproducciones en YouTube. El salto a la fama no se debió a las ventajas sobre las hipotecas a tipo fijo que recomendaron en un informe en Periodista Digital –una recomendación, por cierto, a la que el tiempo dio la razón–. Fueron la burla de un país entero que se rio a carcajadas de un par de economistas que iban hasta arriba de cocaína.
El hecho es conocido, pero lo que pocos saben es lo que pasó con Simón y Silvia después del día en que se volvieron virales. Solo tuvieron que pasar unas horas para que lo perdieran todo. Los echaron de sus trabajos y de la casa en la que vivían. Sus familias estaban avergonzadas y, como mucho, permitían que sus hijos pasaran alguna noche o dos con ellos. En la calle, los perseguían para lograr una foto con la pareja del momento o los interceptaban con los coches como paparazis. Huyeron de Barcelona y se refugiaron en un pequeño pueblo de Galicia, donde pudieran pasar más desapercibidos. El dragón se metió en la cueva y no paró de esnifar y beber, a ver si así podía arrancarse el dolor del vuelco total en sus vidas. “Nos queríamos morir cada mañana”, confían en diálogo con Cáñamo.
Lo que tampoco se ha contado sobre ellos es el camino de recuperación en su salud mental, que continúa a día de hoy. Ellos aceptaron humillarse en desafíos virales de redes sociales para tener algún ingreso económico, porque todas las empresas rechazaban las solicitudes de empleo al enterarse de que eran los célebres protagonistas del tipo fijo. “En Galicia nos pagaron ciento ochenta euros por bañarnos en una fuente a las doce de la noche durante el invierno”, recuerda Simón. “Nos atormentaba porque nos jodíamos la imagen. Pero entramos en una espiral que, si no teníamos espectadores, no había pasta”, agrega Silvia.
Pasaron algunos años hasta que pudieron volver a confiar en sí mismos. Y, paradójicamente, fue a través de YouTube. La misma red social que había sido el escenario de la condena social a Simón y Silvia, ahora les daba una oportunidad. Gracias a su canal de YouTube SS Conexión, con más de cincuenta y cuatro mil suscriptores, consiguieron inversionistas para crear una empresa de servicios financieros. Además, hace poco más de dos años se metieron de lleno en la industria del cannabis. Simón y Silvia montaron Green Capital, una compañía que tiene licencia para producir derivados de la planta dedicados a la industria medicinal en Macedonia del Norte, donde ya cosecharon una tonelada de flores. Para poner en funcionamiento la firma, sumaron alrededor de noventa socios, que aportaron más de un millón de euros en total a través de la red social. Hoy, nos dicen, están dedicados a tiempo completo para trasladar las operaciones de cultivo a España y volver a los negocios de su país por la puerta grande. Para ellos, el cannabis fue la puerta de salida del pozo más profundo de sus vidas. Aunque la pareja asegura que más importante fue que el dragón no separó sus cabezas en esta historia de amor, drogas y redes sociales.
Una historia de amor
Simón y Silvia son viejos conocidos de la infancia. Ambos crecieron en las aceras de Vilanova, un pueblo costero a menos de diez kilómetros de distancia de Sitges. Pero no tenían relación. Él es casi cuatro años mayor que ella y en la adolescencia esto significa una diferencia abismal. Sus madres compartían grupos de costura y se cruzaban en el cine, y esa era toda la referencia que tenían el uno del otro. Por eso, Silvia ni siquiera notó que Simón se había ido a Barcelona para estudiar en la universidad. Volvió a acordarse de él cuando se lo cruzó en un bar de Vilanova, cuando tenía unos veinticinco años y trabajaba en el restaurant de su familia. Al reencontrarse, se saludaron y empezaron a contarse qué había sido de sus vidas. Nunca se habían prestado demasiada atención, pero ese día no podían dejar de conversar. Ya eran dos jóvenes adultos que tenían la música que se baila al pasar la veintena de veranos. Y entre ellos el ritmo se intensificaba. Terminaron de fiesta con otra gente y, al amanecer, Simón y Silvia seguían hablando. No podían parar y hasta se completaban las oraciones. La fascinación por esa simbiosis fue tal que los llevó directos a una casa de tatuajes para sellar con agujas en su piel las frases: Nada es para siempre y El tiempo pone todo en su lugar. El dibujo tenía un reloj de arena en el centro. “Esa fue nuestra primera noche juntos, que no dormimos. Desde ese entonces, en once años habremos estado separados unas doce noches”, cuenta Simón.
“Lo problemático vino después del vídeo. Ahí nos fuimos a la mierda. Nos queríamos morir cada mañana. Pensamos que nunca más íbamos a tener trabajo. Lo único que nos quedó fue hacer de payasos en YouTube. En plan, nos pagaban doscientos euros para que nos metiéramos en una fuente de Santiago de Compostela cuando llegaban los peregrinos”, dice Silvia
Entre todas las cosas que hablaron la noche del reencuentro y el tatuaje, Simón le contó a Silvia que tenía menos de un mes para entregar un libro de economía y que no había escrito ni siquiera una sola línea. “¡Pero ponte a escribir, tío!”, le animó ella. Simón cogió un bolígrafo y comenzó a escribir algunas frases en un trozo de papel sobre la barra del bar de Vilanova. En tres semanas le entregó a la editorial todas las páginas que pronosticaban que en el año 2017 terminaría la crisis financiera desatada en el 2008, porque la economía funciona por ciclos, y la noche oscura estaba por terminar. Cuando Simón recibió el primer ejemplar impreso, corrió a mostrárselo a Silvia porque quería que viera la última frase del libro: Nada es para siempre y el tiempo pone todo en su lugar.
Silvia se interesaba cada vez más en la economía y empezó a asistir a las clases que daba Simón. Hasta que hizo un curso de asesoramiento financiero. Se mudaron a la ciudad de Barcelona y se metieron hasta el fondo en el universo financiero. Junto a un compañero de la universidad, Simón había creado SLM, una compañía de asesoría financiera que tenía una gran cartera de clientes corporativos, mientras que Silvia trabajaba para una consultora inmobiliaria. Simón también hacía apariciones en radio y televisión, en donde realizaba análisis económicos. En algunas ocasiones lo hacía junto a su pareja.
Hasta el 2017, no pararon de crecer y parecía que no tenían un techo. Ganaban al mes diez veces más que un trabajador promedio de España. Y esnifaban gramos y gramos de cocaína perdiendo la noción del tiempo, de noche o de día, rayas para despertarse como para no dormir.
Los años en el pozo
“¡Hija de puta! ¡Hija de puta, me cago en todos tus muertos!”. La voz que no frenaba los gritos e insultos del otro lado del móvil era el jefe de Silvia. “¡Retrasada! ¡¿Eres tonta o qué te pasa!?”, seguía el hombre. Eran las doce de la noche y Silvia no entendía qué error tan grave podría haber cometido. Hasta que le dijo que había un vídeo viral de ella en el que estaba hasta arriba de cocaína. Fue despedida de su trabajo en ese mismo momento. Al día siguiente, Simón corrió la misma suerte.
¿Qué había sucedido? Simón y Silvia habían sido invitados por el medio Periodista Digital para explicar por qué eran convenientes las hipotecas a tipo fijo. En aquel entonces, los bancos solían recomendar los préstamos con una tasa variable y ofrecían unas cuotas extremadamente baratas. Sin embargo, la pareja decía que era un momento inigualable para endeudarse a tipo fijo: “Los intereses están en el mínimo de los últimos doscientos años. Los tipos están en negativo, ¿qué mejor que endeudarse a tipo fijo? Invertir en vivienda a tipo fijo hoy es ahorrar”, decía Silvia. “Si entendemos que una persona hace un depósito al dos por ciento y la inflación está en el tres por ciento, por lo que pierde un uno por ciento de rentabilidad real, todo eso que suena mal para un inversor, es bueno para alguien que pide dinero a crédito. Financiarse no es que salga gratis, sale positivo”, explicaba Simón. A pesar de lo razonable de sus consejos, los jadeos constantes, los ojos desorbitados y la mandíbula que les bailaba sin control desviaron inevitablemente la atención de los espectadores.
Simón tenía una nueva empresa de asesoría financiera que cotizaba a seiscientos mil euros y pasó a valer treinta mil. Todos sus clientes le retiraron los fondos y la firma quebró en cuestión de horas. Mientras el vídeo sumaba reproducciones, ellos se hundían cada vez más en el pozo. En menos de una semana estuvieron arruinados económicamente y no tenían dinero suficiente para pagar un alquiler en Barcelona. “Lo problemático vino después del vídeo. Ahí nos fuimos a la mierda. Nos queríamos morir cada mañana”, cuenta Silvia sobre su descenso en caída libre. “Nosotros empezamos a tener una decadencia infernal. Pensamos que nunca más íbamos a tener trabajo. Lo único que nos quedó fue hacer de payasos en YouTube. En plan, nos pagaban doscientos euros para que nos metiéramos en una fuente de Santiago de Compostela cuando llegaban los peregrinos”, agrega.
“Perdimos todo”, repite Simón. “Con la familia lo pasamos muy mal porque no nos querían dar casa”, dice respecto al momento en el que decidieron marcharse a un pueblo de Galicia. Por cien euros al mes podían vivir de alquiler y allí encauzarían sus vidas. Pero no podían huir del fantasma. Empezaron a consumir cocaína y alcohol como nunca lo habían hecho. En poco tiempo se encontraron en una situación de consumo problemático que profundizaba la depresión que arrastraban.
Simón y Silvia cuentan que antes no prestaban demasiada atención a las redes sociales. “Ni siquiera Instagram teníamos. Estábamos metidos todo el día en el curro”, dicen. Pero desde que se volvieron virales no pudieron dejar de estar en línea. Al no tener ingresos económicos porque nadie los contrataba, aceptaron capitalizar su fama a cambio de la humillación. “En Galicia fue chungo. El rollo era despertarnos para hacer el ridículo en internet y que te den dinero. Éramos un monstruo de circo. Muy denigrante”, recuerda Silvia. La comunidad de YouTube les pagó por verlos con actores porno como Jordi “el Niño Polla”, hacerse tatuajes y hasta incluso hubo grupos de jóvenes que los contrataban para irse de fiesta con ellos. “Entrabas en una espiral en la que, si no había espectadores, no había pasta. Era algo malo porque nos jodíamos la imagen”, dice Silvia. Si bien tenían un público que los aclamaba, también recibían agresiones por las redes sociales. “Había mucha gente que nos decía que nos iba a matar, que nos suicidáramos y cosas así”, cuenta.
“Estábamos muertos en vida. Es que dolía muchísimo”, recuerda Silvia. “Sigue doliendo todavía. No lo soporto, de verdad. No puedo con la carga moral que tengo en la espalda. Es una puta mierda”, agrega Simón.
Una historia de redes sociales
El psicólogo Jordi Bernabeu-Farrús trabaja en el servicio de salud mental de la Fundació Althaia y es docente en la Universidad Central de Cataluña. Es una de las personas que más ha estudiado los daños mentales que se relacionan con el uso de las redes sociales e internet. En diálogo con Cáñamo, lo primero que Bernabeu-Farrús dice es que existen tres variables no controladas cuando una persona recibe acoso por su sobreexposición en el mundo digital: “La rapidez de la exposición es la primera variable. Después, la importancia que cogen algunos mensajes. Y la última es la exponencialidad, es decir, la cantidad de personas a las que les llega el mensaje”, dice el psicólogo. Estas tres variables fueron las que afectaron a Simón y Silvia.
Si bien Bernabeu-Farrús dice que en España nadie puede ser despedido alegando trastorno de salud mental, el caso de Simón y Silvia es particular. Ellos eran autónomos y al convertirse en virales dejaron de llamarlos, a pesar de que su trabajo lo habían hecho bien. Ellos tenían razón sobre las oportunidades del tipo fijo. El problema fue la imagen que habían dado.
Antes de la viralización del vídeo, a Simón y Silvia ya les habían recomendado acompañamiento psicológico. Pero no prestaron atención. “Estábamos en un plan muy destroyer. No escuchábamos a nadie. Nosotros fuimos nuestro peor enemigo”, cuenta Silvia. “Yo me alegro de que no matáramos a nadie o de que no estemos en la cárcel por haberle jodido la vida a alguien”, dice Simón por el estado en el cual conducían. “Tenía que pasar algo para que se acabara de raíz y consiguiéramos ser personas nuevas. Tal vez tuvo que ser el vídeo”, opina Silvia.
El lado B de la historia
A principios del 2017, la pareja se mudó a Madrid. Tenían algunas oportunidades de negocios y les parecía una buena ciudad para criar al niño que deseaban tener. Silvia estaba embarazada de seis meses cuando los médicos le dieron un pronóstico desolador. El feto tenía un problema en el corazón y, si llegaba a nacer, tendrían que hacerle un trasplante en la primera semana de vida y la operación debía repetirse a los siete años. Simón y Silvia decidieron abortar.
“Nos volvimos a Barcelona porque yo quería estar cerca de mi familia. Me decían que fuera a terapia. Pero, bueno, yo quería enfocarme en mi carrera profesional”, dice Silvia sobre el momento en el que puso todo su tiempo en el trabajo. Simón no se despegó de su lado y juntos se potenciaron una vez más en una dinámica que no tenía descanso.
“Periodista Digital nos llama a ver si queremos hacer un informe sobre la oportunidad en el inmueble. Hacemos un vídeo y nos vamos con el tío a comer algo, hasta las tres de la madrugada, con whisky y tal”, recuerda Silvia. “Al otro día yo arrancaba con reuniones a las ocho de la mañana y a la noche tenía una cena con la empresa en la que yo trabajaba. Imagínate”, cuenta la mujer. En medio de la fiesta, se entera de que hay que repetir el vídeo. “Yo le comento al tío que cómo voy a hacer una entrevista así. Y él me dice que vaya. Para ellos es publicidad gratis”, asegura.
“En plena recuperación de su estado de salud mental, la marihuana fue una compañía que les redujo la ansiedad y el estrés postraumático por lo sucedido tras su viralización"
Desde la fiesta, la pareja va directa a la redacción de Periodista Digital en un taxi. Al abrir la puerta del coche, Silvia se desplomó en el suelo. Simón le dijo que no podía andar así y que mejor se tomara una raya para levantar un poco el ánimo. Silvia necesitó varias rayas. Grabaron un nuevo vídeo, aunque en esta segunda versión el periodista ya no se ubicaba en el centro de la imagen ni conversaba con los entrevistados. En cambio, dejó que los especialistas se explayaran solos ante la cámara.
La pareja se tomó unos días de vacaciones y se olvidaron de la colaboración del análisis inmobiliario. Hasta que tres semanas más tarde el medio lo publicó. La pareja ni se enteró en el momento. Se habían quedado sin batería en el móvil y recién lo pusieron a cargar cuando volvieron de un bingo, hacia las doce de la noche. Cuando Silvia encendió su teléfono vio que tenía veinte llamadas perdidas de su jefe y comenzó a temblar. Antes de que reaccionara, el hombre la volvió a llamar y el teléfono vibró en sus manos: “¡Hija de puta! ¡Hija de puta, me cago en tus muertos!”.
El camino del héroe
Durante los primeros dos años desde que se volvieron virales, Simón y Silvia eran unos de los tantos personajes que habitan las redes sociales y su vida la mantienen con la constante exposición. Crearon un canal de YouTube en el que empezaron a publicar vídeos. Con el tiempo, recobraron su pasión por las finanzas y volvieron a dar consejos económicos cuando notaron que su predicción sobre el tipo fijo se correspondía con la realidad. Algunos de sus seguidores comenzaron a pedirles tips y, a cambio, cobraban una contribución de cinco euros. Otros incluso les pedían un acompañamiento más personal y les daban una cantidad de dinero más grande.
En el 2019, la pareja creó una compañía de asesoramiento financiero invitando a los seguidores de YouTube a que fueran sus socios. “Montamos Neotecalia, una sociedad con la que captamos diez mil euros. Buscamos una oficina en Barcelona y nos pusimos a trabajar. Las acciones crecieron y vendimos el veinticinco por ciento. Ese momento fue el clic que tuvimos en nuestras cabezas. Nos dimos cuenta de que podíamos trabajar. Así que también fuimos al médico para pedir ayuda”, cuenta Silvia sobre la decisión de asistir a un centro de salud público para recuperarse de su adicción. “Teníamos atención psicológica, psiquiátrica, medicación y un asistente social”, agrega Simón, quien recién hace poco tiempo puede “pararse a pensar que estaba atravesando una depresión. Antes no te podías poner a pensar en ello”, dice.
El éxito de la empresa financiera fue un resurgir para la pareja y la victoria que necesitaban para volver a entusiasmarse. Estaban confiados nuevamente y con toda la atención puesta en recomponer sus carreras. Por eso no dudaron cuando tuvieron la oportunidad de apostar en la industria del cannabis. “Un italiano que conocíamos nos invita a ser inversores en una empresa. Apareció un proyecto en Portugal para cultivar en exterior. Teníamos que pagar ciento cincuenta mil euros de alquiler al año por un campo de cinco hectáreas y dejarles el treinta por ciento de las ventas. Estábamos a punto de firmar y apareció otro proyecto en Macedonia. Eran quinientos mil euros de alquiler por cinco años, en un invernadero tecnificado de seis salas y cámaras de guardado”, cuenta Simón.
Antes de empezar el proyecto, el italiano tuvo problemas económicos y no reunió el capital necesario para iniciarlo. La pareja se propuso reemplazarlo y hacerse cargo de la iniciativa. Para ello, debían reunir un millón cien mil euros: quinientos mil para firmar el contrato de alquiler y otros seiscientos mil para la producción, entre la compra de semillas, trabajadores y gestión en general. Volvieron a conseguir la inversión gracias a los seguidores de YouTube.
“Decidimos irnos a vivir a Macedonia y quedarnos allí hasta que consiguiéramos el dinero. Hacíamos directos todos los días”, cuenta Simón. En unas semanas reunieron unos iniciales ciento ochenta mil euros, que fueron suficientes para que el cultivo se pusiera en marcha. Tenían otro mes de plazo para llegar a los quinientos mil y lo lograron con creces. Esto sucedió en el 2020, al inicio de la pandemia del coronavirus. Al año, tenían una cosecha de una tonelada de flores de cannabis con alto contenido tanto de CBD como de THC.
Desde la cosecha, Simón y Silvia tienen guardadas las flores en una cámara de conservación en las instalaciones de Macedonia. “Al acabar el segundo cultivo, hemos decidido que no haremos un tercero hasta no vender lo que tenemos. Los recursos están centrados en las ventas”, dice Simón, quien apunta a la industria medicinal, ya que cuenta con certificaciones GACP y GMP. “La tonelada podemos venderla a tres mil euros el kilo. Con lograr unos mil quinientos euros el kilo, sería un ingreso de un millón y medio de euros. Recuperaríamos la inversión y tendríamos cuatrocientos mil de ganancias. Además, tenemos otra tonelada que no pudieron vender los macedonios cuando crearon un anterior proyecto en las mismas instalaciones, y tenemos un cargo de venta del treinta por ciento”, cuenta Silvia. “Estimamos una rentabilidad entre el cuarenta y el cien por cien”, aseguran.
En cuanto a la incorporación de socios, la pareja afirma que tienen un modelo muy diferente al de otras experiencias que terminaron en causas judiciales por estafas, como el caso de Juicy Fields. “Nosotros reunimos a las personas que quieran ser socias y les vendemos las acciones de la compañía ante un notario. Es otra seguridad”, dice Simón sobre Green Capital, que tiene un total de noventa y dos socios. “Hacemos reuniones cada dos meses y les contamos los avances. También debatimos sobre el futuro de la empresa, si reinvertimos o se reparten los dividendos. Siempre buscamos el consenso”, detalla Silvia.
Al comenzar su cultivo en los Balcanes, la pareja aprendió sobre la planta y las complejidades de la industria. Aunque también se dieron cuenta de que, ante al avance de diferentes regulaciones que permiten los usos del cannabis, empiezan a crearse iniciativas productivas que no llegan ni a mitad del camino por falta de capital. Entonces, la idea que tienen ahora es que la compañía sea un fondo de inversiones que pueda volverse socia de proyectos emergentes.
“Sería un fondo de capital riesgo regulado por la Comisión Nacional del Mercado de Valores”, explica Simón. Sin embargo, el primer objetivo a cumplir es vender la cosecha de Macedonia, por lo que vienen teniendo negociaciones con diferentes compañías de Alemania, República Checa, Israel y Reino Unido. Una vez que Green Capital recupere la inversión y obtenga las ganancias, el siguiente paso será trasladar las operaciones de cultivo a España. Si cumplen las expectativas destinarán el dinero para solicitar una licencia productiva en la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios y arrendarán un terreno.
“Cultivar en España sería nuestro sueño”, dice Silvia. Porque para la pareja la planta no solo fue una puerta de salida del pozo en el que estuvieron enterrados. En plena recuperación de su estado de salud mental, la marihuana fue una compañía que les redujo la ansiedad y el estrés postraumático por lo sucedido tras su viralización. Además, la oportunidad económica de la industria del cannabis les devolvió el entusiasmo. Aunque ellos creen que lo más importante fue que nunca se separaron.
A siete años del día en que sus vidas cambiaron para siempre, a Simón y Silvia aún les pesa haberse vuelto virales. Pero también ganaron. “Algo bueno del vídeo es que nuestra relación se vio reforzada”, opina Simón. “Podríamos estar debajo de un puente, pero hubiésemos estado juntos pensando en cómo resolverlo”, dice Silvia, y hace un silencio: “Juntos, eso sí que no nos lo pueden sacar”. “Estamos vivos porque estamos juntos”, cierra la pareja, que finalmente tenía razón: Nada es para siempre y el tiempo lo pone todo en su lugar.