No el que vence a miles
de enemigos en la batalla,
sino aquel que
se vence a sí mismo
es el auténtico guerrero.
Buda, Dhammapada
La relación de la CIA y del ejército estadunidense con los psiquedélicos tiene una larga historia, por contradictorio que resulte. Desde la búsqueda de una utilidad como arma de guerra, hasta su redescubrimiento actual como arma de paz, los psiquedélicos están teniendo un papel importante en el cambio de paradigma hacia un mundo menos violento y unas vidas menos conflictivas. Hacemos un repaso de esta historia de soldados que se aventuran por la senda de la experiencia psiquedélica y desertan del pensamiento bélico.
En el año 1927, Robert Gordon Wasson se mostró horrorizado cuando su esposa, Valentina Pavlovna, en su luna de miel, recogió entusiasmada diversos hongos para cocinarlos posteriormente. Aunque parezca ridículo, la diferencia de actitud de ambos ante las setas fue lo que llevó a Gordon Wasson a dedicar su vida a las investigaciones etnomicológicas.
En el año 1952, el poeta Robert Graves, a la sazón ya instalado en Mallorca, envió a Wasson un artículo que citaba al etnobotánico Richard Evans Schultes, que hablaba de ciertos rituales del siglo xvi, en Mesoamérica, en los que se utilizaban hongos. Dichos rituales fueron observados en la época actual por la antropóloga americana Jean Basset Johnson, en el año 1938, en Huautla de Jiménez, en la sierra Mazateca.
A partir 1953, Robert Gordon Wasson realizó diversos viajes a México, hasta que finalmente, acompañado por el fotógrafo Allan Richardson, participó en una velada dirigida por la chamana María Sabina (que en el famoso artículo de Wasson para la revista Life pasó a llamarse Eva Méndez, lo que no impidió que el turismo psiquedélico le arruinara la vida).
Albert Hofmann sintetizó la psilocibina a partir de las muestras de hongos que Wasson proporcionó al micólogo Roger J. Heim. Se cuenta que Hofmann llevó la psilocibina sintética a María Sabina. La mítica chamana hizo una velada con ella y al principio se quejó de que no “funcionaba”, pero más tarde “despegó” totalmente y dijo a Albert Hofmann, agradecida, que a partir de ahora no tendría que esperar a la temporada de lluvias. María Sabina estaría orgullosa de los trabajos que están haciendo en la actualidad Bill Richards y Ronald Griffiths sobre experiencias místicas utilizando psilocibina en la Universidad Johns Hopkins. Una extraña combinación entre los cantos chamánicos y los escáneres de imaginería cerebral. Veladas tecnológicas del siglo veintiuno.
Robert Gordon Wasson publicó en la revista Life, que tenía millones de lectores, en el año 1957, un texto acompañado de fotografías describiendo su experiencia, el cual tuvo un gran eco (hoy diríamos que fue viral). El resto es historia.
¿Hombres de la CIA?
Una parte más oscura de esta historia fue saber que el fotógrafo que acompañó a Gordon Wasson en su segunda expedición a México era un miembro de la CIA. Siempre se dijo que Wasson no tenía conocimiento de esta circunstancia, pero ahora están apareciendo algunos documentos desclasificados que hacen que algunos conspiracionistas afirmen rotundamente que el propio Robert Gordon Wasson era un hombre de la CIA.
La CIA se interesó desde un principio por los psiquedélicos y financiaron la mayoría de los estudios llevados a cabo en distintas universidades y hospitales americanos en los sesenta
Según Jan Irvin, mientras investigaba ciertos documentos preparando la reedición del mítico libro de John M. Allegro, especialista en los Manuscritos del Mar Muerto, The Sacred Mushroom and The Cross, tuvo acceso a cartas de Robert Gordon Wasson, acérrimo enemigo de las tesis de Allegro, depositadas en diversos archivos de las universidades de Princeton, Columbia o Yale. Ahí encontró documentos y cartas que demostraban, siempre según Irvin, que Robert Gordon Wasson trabajaba para la CIA.
Este tipo de afirmaciones se parecen a las que insinúan que Albert Hofmann, descubridor del LSD, trabajaba también para la CIA y que participó en la supuesta contaminación con LSD de los depósitos de agua de la aldea de Pont Saint Esprit a cargo de la Agencia de Inteligencia, donde se dice que murieron cinco personas. Esto, al parecer, llevó al famoso asesinato del agente de la CIA Frank Olson, quien por lo visto iba a hacer públicos los hechos.
Solemos tomar estas historias como algo fantasioso, pero es cierto que existen cartas de Robert Gordon Wasson dirigidas al jefe de la CIA, Allen Dulles, solicitando que el nefasto MK-ULTRA, de la Agencia de Inteligencia, financiara sus expediciones a México.
De lo que no hay duda es de que la CIA se interesó desde un principio por los psiquedélicos, y podemos afirmar que la mayoría de los estudios llevados a cabo en distintas universidades y hospitales americanos, en la década de los años sesenta, estuvieron financiados por la CIA mediante fundaciones tapadera, supuestamente dedicadas a la ecología o a estudios de etnobotánica. Esto incluye los famosos trabajos de Stanislav Grof en Maryland.
En busca de la droga de la verdad
En su día, la CIA intentó conseguir diez quilos de LSD, más de cien millones de dosis, cuando le comunicaron que solo se habían sintetizado diez gramos. Parte de este periodo se refleja con ironía en el libro Los hombres que miraban fijamente a las cabras, de Jon Ronson, del que se hizo, en el año 2009, una película con George Clooney y Jeff Bridges.
Entre 1956 y 1967, el ejército dio LSD a unas mil quinientas personas. Estas son cifras oficiales, que algunos dicen que se quedan cortas.
También es sabido que Robert Hunter, poeta y letrista de los Grateful Dead, junto al mítico Ken Kesey, autor de Alguien voló sobre el nido del cuco, probaron por primera vez el LSD en un hospital de California cuyos estudios financiaba la CIA. A partir de este tenue hilo se ha llegado a decir que la contracultura fue una creación de la CIA, algo cogido por los pelos. Como decía John Lennon: si fue así, les salió el tiro por la culata.
Lo que realmente queremos dejar claro es que tanto la CIA como el ejército americano estuvieron siempre, desde los inicios, muy interesados por los psiquedélicos, intentando utilizarlos como droga de la verdad en los interrogatorios o para confundir al enemigo en combate.
En el caso del ejército, hemos tenido la suerte de poder acceder en los últimos años al magnífico libro de James S. Ketchum Chemical Warfare Secrets Almost Forgotten (‘Secretos de la guerra química casi olvidados’), que lleva un prólogo del legendario Alexander Shulgin y que describe minuciosamente, y con toda suerte de documentos y fotografías, la relación del ejército americano con los psiquedélicos, recopilando con gran detalle todos los experimentos que se hicieron en su día. Un material realmente explosivo y, si se me permite, alucinante.
Ketchum, un tipo curioso
James S. Ketchum es un coronel del ejército, retirado, psiquiatra, profesor de Psiquiatría en UCLA. En la década de los años sesenta fue director de investigaciones del Centro Químico del Ejército en el Edgewood Arsenal, Maryland, en el que miles de reclutas sirvieron como “voluntarios” para experimentos secretos con psiquedélicos. El objetivo era desarrollar armas militares no letales, que podían ser utilizadas para dejar fuera de combate a las personas sin matarlas. A los soldados se les sometía a diversas pruebas para comprobar cómo podían manejarse bajo la influencia de las drogas. Pueden encontrarse algunos vídeos sobre el particular en YouTube.
El libro de Ketchum nos introduce en la paradoja de que algunas sustancias asociadas con la contracultura y el movimiento contra la guerra a la vez se estudiaban como armas de combate.
James S. Ketchum es un tipo curioso. En el año 1966 se tomó dos años sabáticos en el ejército para estudiar neuropsicología con el destacado neurocientífico Karl H. Pribram en la Universidad de Stanford. Mientras tanto, documentaba con filmaciones diversas la contracultura del área de la bahía y participó como voluntario en la Haight Ashbury Free Clinic en San Francisco, que trataba a hippies sin recursos.
Hemos pasado de la guerra contra las drogas, a las drogas para acabar con la guerra; las drogas para la paz
Sorprendentemente, apoyaba la investigación sobre el potencial terapéutico del cannabis y los psiquedélicos, y fue miembro de la Organización Nacional para la reforma de las Leyes sobre la Marihuana. Actualmente está activo en MAPS.
En su época en el ejército hizo un autoensayo con el LSD. Tomó una dosis moderada de ochenta micras que le sirvió para comprobar que todo el mundo podía salir indemne de la experiencia y que no era una droga tan peligrosa como se decía.
¿Y ahora qué?
He plasmado con unas cuantas pinceladas la relación de la CIA y el ejército con los psiquedélicos para llegar al momento actual, en el que se ha producido un vuelco revolucionario. Es casi como haberle dado la vuelta a un calcetín. El ejército se ha convertido en antiprohibicionista y apoya totalmente la terapia psiquedélica que se está empezando a utilizar para el tratamiento del estrés postraumático. De hecho, ha creado una web, Veterans for Entheogenic Therapy, en defensa del uso de los enteógenos en terapia.
Estamos en un momento singular en que los psiquedélicos parece que volverán a ser lo que siempre tuvieron que ser: armas para la paz.
En la actualidad se dice que el número de veteranos de las guerras de Irak y Afganistán que se suicidan supera a las bajas que ha habido en combate. No olvidemos también lo que ocurrió en la guerra de Vietnam y la cantidad de adictos que invadieron Estados Unidos al final de la contienda.
Un ejemplo del cambio que se está produciendo es el libro Psychedelic Marine: A Transformation Journey From Afghanistan to the Amazon, de Alex Seymour, que desquiciado por el estrés sufrido tras servir en Afganistán viaja al Amazonas en busca de la salud y la paz. Se da cuenta de que la guerra es un pobre sustituto a la aventura psiquedélica profunda y, en cierto modo, en sus viajes con ayahuasca descubre también las raíces de la agresividad y la violencia, como ya hiciera Stanislav Grof en su día en su exploración de las matrices perinatales. Es consciente a su vez de la grandeza del lema hippie, haz el amor y no la guerra, y describe sus visiones profundas sobre la no dualidad y el reconocimiento de que todos somos uno con el universo. Una auténtica epifanía.
Sus conclusiones son que la paz es posible y los enemigos una quimera, o como decía aquel personaje de cómic: “Hemos descubierto al enemigo y somos nosotros mismos”.
Posiblemente pase bastante tiempo hasta que la humanidad pueda decir Adiós a las armas, o como lo expresó Robert Graves tras sus duras experiencias en la primera guerra mundial, Adiós a todo esto. Título del libro que escribió cuando se refugió en Mallorca en busca de una paz auténtica, asqueado de la humanidad, su violencia, su falta de empatía e ignorancia.
Como dice Alex Seymour: “La gente opera desde la fuerza (coerción, dominación) en lugar de desde el poder (empatía y cooperación). Tras llegar al Amazonas e iniciarme en la ayahuasca, empecé a comprender lo que realmente significaba el poder. En un corto espacio de tiempo, pasé de la fuerza al poder; tras dejar la desolación y la dureza del desierto de Afganistán, pasé a la abundancia y la belleza multicolor de la jungla amazónica”.
Seymour descubre que la vía de la ayahuasca revela el poder en un sentido espiritual, una inteligencia natural mayor que el individuo, la energía del universo, la red de la vida de la que todos formamos parte y de la que nunca nos podemos desconectar.
Se da cuenta de que se siente en comunicación con todas las cosas y que su ego disminuye hasta volverse una ligera sombra, y llega a la conclusión de que es la separación de los egos, el yo-mi-mío, la raíz de todas las guerras.
Durante las protestas contra la guerra del Vietnam recuerdo haber visto fotos de un general pacifista en primera línea y con uniforme, un auténtico pionero.
Recientemente, millones de ingleses han visto un programa de la BBC en el que un exmarine llamado Bruce Parry tiene una experiencia muy positiva en el Amazonas con chamanes ayahuasqueros.
Por fin se reconoce que los psiconautas son desertores, según un poeta, la palabra más bella del diccionario. Hablamos de psiconautas sin fronteras, infinitos en tiempo y espacio. La guerra no es realmente más que un pálido reflejo de la experiencia psiquedélica. Estamos ante el verdadero enfrentamiento, el auténtico combate, no con otros sino con uno mismo, que lleva a la trascendencia. La transformación del odio en amor. La compasión universal. Cristo dijo: “Ama al prójimo como a ti mismo”. Los psiconautas van más lejos y dicen: “Ama al prójimo porque es tú mismo”.
Hemos pasado de la guerra contra las drogas, a las drogas para acabar con la guerra; las drogas para la paz. Tal vez se acabe cumpliendo el dicho bíblico de que un día el lobo y el cordero dormirán juntos. Aunque, como decía Woody Allen, al principio el cordero quizás tenga insomnio.