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Ajo, drogas y justicia micropoética

Ajo, drogas y justicia micropoética
Fotos: Céline Beslu

Ajo, la Grandísima Micropoetisa, una de las poetas más leídas –más de 40.000 ejemplares ha vendido de sus libros–, nació hace casi sesenta años en Saldaña (Palencia) y vino, como ella dice, a decrecer a Madrid. En la entrevista que sigue, Ajo responde por su vida y su relación con las palabras y las drogas, lanzando con elegancia y humor sus flechas micropoéticas contra la realidad.

Agitadora contracultural, cirujana emocional del presente, practicante convulsa de la dispersión o una máquina de hacer poco dinero, a la hora de definir a Ajo todas las etiquetas se le quedan pequeñas. O grandes. Quizás lo más definitivo sea llamarla como ella misma se bautizó profesionalmente: micropoetisa. Ajo, la Grandísima Micropoetisa, una de las poetas más leídas –más de 40.000 ejemplares ha vendido de sus libros–, nació hace casi sesenta años en Saldaña (Palencia) y vino, como ella dice, a decrecer a Madrid. 

Allá por los noventa cantó con Mil Dolores Pequeños uno de los himnos antiprohibicionistas más memorables, “De la piel pa’ dentro”, y desde el comienzo del milenio se la puede ver ofreciendo su poético show por los escenarios, en busca de su centro de brevedad permanente y armada con dos maracas de opio, en compañía de Mastretta, Judith Farrés, Javier Colis o Julieta Venegas.

Nómada involuntaria, el año pasado unos fondos buitre compraron el edificio en el que vivía y echaron a todos los vecinos a la calle: “Es lo peor que me ha pasado nunca, primero la muerte de la perrina y luego esto”. En la entrevista que sigue, Ajo responde por su vida y su relación con las palabras y las drogas, lanzando con elegancia y humor sus flechas micropoéticas contra la realidad.

¿Dices tu edad o eres como otras que se la reservan?

Sí, sí, nací en mil novecientos y pico (risas). Creo que fue en 1963. Hago pronto 59. Ya soy un vejestorio de cerca de sesenta y me han caído todos los años, porque yo me manejaba antes de la pandemia en una edad entre los 35 y los 45 años, que todavía tienes todo por hacer, y en cuanto ha venido la pandemia se me ha venido encima toda esta vejestoritud que tengo. Una vez le escuché a Escohotado que decía “Quienes tenemos ya cerca de setenta años…” y tenía 58, el tío. Pues yo ya tengo sesenta, porque me falta uno, pero es que me aterra porque me parece muchísimo, no me había dado cuenta de que ya, de que ya soy una persona mayor.

Cuando piensas en tu infancia, ¿reconoces algunas señales que anunciaran tu condición de micropoetisa?

Como no sean las pipas Facundo, que tenían un micropoema que decía “Siento dejar este mundo sin probar pipas Facundo”. Sí que participaba en todos los eventos del colegio: hacía de flor o de no sé qué gaitas… También escribí, ahora que me acuerdo, una obra de teatro en verso con las amigas, una versión de caperucita roja, con un lobo gay. Tendría 13 años, en los setenta.

Llegas a Madrid en el año 82, ¿cómo era aquel Madrid?

Estábamos en plena apertura, cuando empezaba la Movida, con toda esa exhibición de la juventud, que se nos dejaba hacer de todo, con Tierno Galván en el Ayuntamiento. Para mí era una fiesta. Yo venía de un pueblo bastante pequeño, si alguna vez pasaba algo en algún sitio no era allí, y me vine a Madrid donde todo el rato estaban pasando cosas. La disculpa que traje para que me dejara venir mi tía –yo he vivido en Saldaña siempre con mis tías– fueron unas oposiciones para Caja Madrid. Estuve estudiando las mierdas esas de Cálculo Mercantil, Contabilidad… No me interesaban nada.

¿Pero llegaste a Madrid con la idea de ser artista?

No, no. La única idea que tenía era irme de Saldaña. Una vez fuera, ya vería. Muy mal se te tiene que dar con 17 años no encontrar algo que hacer. Fui a vivir a casa de Petri, una mujer que era de Saldaña y cuyo hijo era Carlos Sánchez, el director del festival Caballo de Bastos, lo que es hoy el Festival de Otoño. Empecé a trabajar poniendo carteles, vendiendo revistas… Carlos Sánchez fue después director del teatro Alfil, donde trabajé de taquillera muchos años. Empecé a relacionarme con lo que me interesaba. Vi al circo Aligre, que eran unos bestias, unos franceses que usaban caballos y ratas en sus espectáculos, de las cosas que más me han impresionado en mi vida. Yo venía de un pueblo pequeño y aquello me flipó.

Ajo, drogas y justicia micropoética

Ventanas a otros mundos

“No sé por qué la gente no solo no quiere drogarse, sino que no te drogues tú. Yo soy más de ‘venga, que pase lo que tenga que pasar’, que todo el mundo haga lo que quiera, pero para eso tienes que estar informado. Yo he practicado mucho la sobria ebriedad, me ha interesado enterarme antes de cómo funcionan las cosas, he sido precavida. Una mezcla de curiosidad y precaución”

Y ese primer piso en el que aterrizas en Madrid tenía una pequeña ventana desde la que se veía el piso vecino, en el que por aquel entonces vivía Alberto García-Alix.

Eso fue genial. Era un piso en el que estaban García-Alix, Luis Bailón, Ceesepe… Tenían sus fotos, ponían música, había unas chicas guapísimas. Yo miraba furtivamente por esa ventana, nunca interactué con ellos, pero me dije “esto es lo mío, esta es la movida que yo quiero”. Tuve la suerte de tener una ventana que me mostró un mundo que hasta entonces no sabía que era el que quería. Yo ya veía que lo de Caja Madrid me servía para estar en Madrid y nada más. Así que decidí irme a Londres para aprender inglés, estuve un año y medio haciendo de au pair y mierdas de esas. Tenía un novio haciendo la mili en Canarias y cuando lo destinaron a Madrid, dejé Londres y me vine de nuevo a Madrid a enredar.

¿Este novio era Javier Corcobado?

Yes. Tenía entonces un grupo buenísimo que se llamaba 429 engaños.

En alguna ocasión has dicho que eres “una máquina de hacer poco dinero”.

Sí, eso es lo que peor llevo, la verdad.

Has hecho mil trabajos. Has llevado un bar, has fregado casas… ¿Cómo se ve el mundo con una bayeta en la mano o desde una barra de bar?

De todo se aprende. Aprendes de ti mismo a través de lo que aprendes de los demás. Para mí esos trabajos han sido como un escaparate para relacionarme con diferentes mundos y personas. He hecho muchísimas cosas, una vez le corté medio centímetro de ancho a un kilómetro de largo de tela. Siempre he dicho que sí a todo. Estuve también de secretaria pasando a máquina autopsias en el hospital clínico de Madrid durante unos meses, hasta que me pasaron con vivos. Si con los muertos era duro con los vivos fue mucho peor, y lo dejé. Recuerdo que me dijeron que si renunciaba no podría volver a trabajar en el Clínico. Entonces no me preocupó, ahora me gustaría volver a trabajar allí, la verdad (risas). Y en un bar aprendes mucho de la gente, aprendes a intuirlos antes de que te propongan lo que sea, lo ves llegar y ya sabes, “Mira, un pesado”, aunque esté a dos metros. Eso también me lo ha dado la taquilla, toda esta gente con la que interactúas durante unos minutos te dan muchísima información que se va organizando de alguna manera y así, al final, puedo decir que yo de lo que más sé es de otros humanos.

¿Y cómo fue lo de limpiar casas?

Lo mejor de limpiar casas es que tienes la cabeza libre, puedes pensar lo que quieras mientras vas limpiando. Limpiaba casas de amigos, que eran profesores, era muy cómodo, era gente limpísima. Un amigo que no era profesor llegaba del aeropuerto a las ocho de la mañana y de ocho a nueve y media, que era cuando yo llegaba, limpiaba la casa todo lo que podía para tomarnos un café. Igual nos tirábamos una hora y pico hablando y fumando un canuto. Son los curros que tienes cuando no tienes nada, y a mí entonces me salvaron.

¿Y de taquillera? En tu libro de fotografías Bello público retratas a numerosos aficionados al teatro y también a diferentes sustancias, ¿cómo eran aquellas noches en la taquilla?

No podré contar todo porque todavía no habrá prescrito, pero, vamos… La taquilla del Alfil era increíble, era una ventana a un universo que era la calle Pez, y Bello público es un retrato colectivo del cambio de siglo. Hay muchísimos personajes, ahora voy poniendo cruces a cada uno que se muere. Una de mis fotos preferidas de la colección era la de Haro Teglen sonriendo, era muy difícil verlo sonreír.

Llegasteis a tener tertulias, aquello era un imán del talento y la ebriedad, ¿no?

Sí, nos juntábamos una cantidad de gente terrible. Venía mucho Leopoldo Alas, había veces que yo todavía no había llegado y ya me estaba esperando. Se quedaba el turno entero de cuatro horas, echábamos las cartitas del tarot que yo le echaba a los actores. Calamaro venía muchísimo, porque vivía en la calle Pez y era buen amigo. También venía la que se desnudaba, la musa de Alain Tanner, Myriam Mézières. Igual estaba Big Toxic o este que ahora se ha vuelto tan facha, Sánchez Dragó, venía y hablaba mucho conmigo, tengo una foto de él fumándose un porro. También venía, que me encantaba, José Luis Sampedro. Iba al teatro, pero hablaba mucho conmigo y, si hacía frío, yo le dejaba pasar para que no se quedara esperando en la calle. Era muy majo. Le envié Bello público y me contestó con una carta preciosísima, poco antes de morir. Conocía a todos estos señores que me gustaban. Y después, los actores, todos los que ves ahora en la tele han crecido en mis pechos.

De la piel pa´ dentro

Ajo, drogas y justicia micropoética

Antes de lanzarse a recorrer teatros y cafés cantantes recitando sus micropoemas con Mastretta, antes incluso de ser taquillera del teatro Alfil, Ajo estuvo dedicada a la música, al frente de un sello discográfico, Por Caridad Producciones, y cantando en el grupo Mil Dolores Pequeños. En la música, en realidad, había empezado a mediados de los ochenta con un grupo punk femenino que se llamó Espérame Fuera, No Tengo Fuego, pero será en los noventa con Mil Dolores Pequeños, junto a Javier Colis y en clave de rock experimental, con los que, en afectado acento andaluz, entone Ajo el famoso himno antiprohibicionista: “De la piel pa’ dentro comienza mi exclusiva jurisdicción. Elijo yo aquello que puede o no cruzar esa frontera. Soy un estado soberano, y las lindes de mi piel me resultan mucho más sagradas que los confines políticos de cualquier país”. Eso fue en 1994, en un disco que se vendió con una pequeña china de hachís incluida y se promocionó con un videoclip en el que hasta Antonio Escohotado aparecía desnudo. El filósofo a partir de ahí quedará vinculado a esas palabras cantadas por Mil Dolores Pequeños, cuando, en realidad, se trata de un fragmento tomado de la carta de un admirador de Alexander Shulgin, que este había reproducido en su libro PiHKAL, una historia química de amor.

“De la piel pa’ dentro” ha quedado en la memoria colectiva como una cita de Escohotado, aunque en los créditos del disco de Mil Dolores Pequeños la atribuíais justamente a un “anónimo contemporáneo”. ¿Cómo fue la composición de ese tema?

Yo encontré ese texto en El libro de los venenos y decidimos hacer la canción. Llamé a Escohotado para pedirle permiso y de paso le adjudicamos la autoría, a pesar de que era de un “anónimo contemporáneo”. A Escohotado le pareció bien porque era muy “ávido dolar”.

Sí, es verdad que era muy “ávido dólar”.

Uf, madre mía. Pero, bueno, me parece normal, se había inventado ya tres familias, tenía no sé cuantísimos hijos… Yo ahora también sería así, ¿no hay viruta? Pues a tomar por culo. Antes me costaba más entenderlo, pero ahora lo entiendo perfectísimamente. Es lo que tiene la perspectiva de los años.

Tu relación con las drogas empieza cuando llegas a Madrid, ¿no?

No, yo ya había fumado porros en Saldaña. Había un bar que se llamaba El Auténtico que lo llevaban unos jipis estudiantes, gente de Madrid. Ahí di mis primeros pasos fumando porros de vez en cuando. Sería el año 80. Yo soy muy acelerada, a veces pienso muy deprisa muy deprisa y hay algo en el hachís y en la maría que me ralentiza un poco y me viene muy bien. Yo si hubiera nacido en estos días a lo mejor estaría en terapia o con alguna movida de esta de hiperactividad, pero como no, aquí estamos. El hachís ha sido la sustancia que más me ha durado. La otra que también me ha gustado muchísimo es el opio. La heroína no me ha sentado bien, vomito mucho, me mareo, no me da un pedo chulo. He tomado tres veces solo. Una vez me la piqué y es como estar fenomenal y de pronto ponerte a vomitar y fatal. Tardé muchísimos años en fumarme un chino, no me gustaba, no me parecía agradable. En cambio, con el opio, sí. El viejo Escohotado me dijo que se machacaba y se metía por el ano y así no te ulceraba el estómago. Me tomaba muy poquitín, estuve tres años y lo dejé con veinte gramos en el cajón, porque la idea era dejarlo no porque no tuviera sino porque no quería. Y así lo dejé, con veinte gramos de los que después me deshice. Y cuando lo volví a tomar, con Josele Santiago, ya no me gustó. Era como si toda la sabiduría de la sustancia la hubiera adquirido en el tiempo en que la tomé regularmente, después ya no me ofrecía nada más, nada más que picores y no cagar. Nunca más la he tomado. Con la cocaína he tenido una relación muy corta y no me gusta, yo creo que la cocaína lo mejor es venderla. Venderla sin consumirla. Yo fui camello de cocaína, pero no la tocaba. También era camello de hachís, pero las ganancias me las pulía. Con la cocaína no, y durante una temporada estuve vendiendo porque teníamos una productora discográfica y solo sacábamos cosas que no se vendían nada, te lo juro. A veces nos llamaban los de la fábrica y nos decían “oye, creo que el master está estropeado” y le teníamos que decir, que no, que es que era así. No vendíamos absolutamente nada. Era la época preinternet. A lo mejor con internet habría sido diferente. Adelantarse no sirve de nada, solo para…

¿Presumir de pioneros?

Ni siquiera. Hay que estar en el momento del presente.

Y tú que eres fumadora desde hace décadas, ¿encuentras diferencia entre el hachís y la marihuana?

Yo estaría fumando marihuana constantemente. Dejé de fumar marihuana por eso, fumaba uno y otro y otro y no podía. Y el porro de hachís me dura más tiempo, lo apago, lo enciendo, lo dilato de otra manera; supongo que también estaré atada al tabaco. Pero la maría me encanta, me da más tos, eso sí. Tampoco he tenido maña para plantar. A principios de los ochenta teníamos plantas en el balcón y antes de que salieran los cogollos ya estábamos metiendo las hojas al horno, hacíamos tropelías cuando no sabíamos nada.

Se habla mucho del estímulo creativo de ciertas drogas, en tu vida creativa, ¿qué papel han tenido las drogas?

Para escribir, para soltar, a mí me venía bien el alcohol. Yo he bebido muy poco, cuando más he bebido ha sido en los últimos años que encontré el mezcal y me flipé. Ahora bebo poco. Me hice una cura de ayahuasca y me quité de todas las putas mierdas, sobre todo de las pastillas de dormir, que es la droga más asquerosa que existe y que además acaba con la memoria, es una vergüenza, ahora si no me duermo pues no duermo y ya está. ¿Qué me habías preguntado?

Sobre la relación de las drogas y la creación.

Ah, sí. Por ejemplo, el opio es maravilloso para la creación, porque lo ralentiza todo tanto que tienes la capacidad de ver en detalle y te permite concentrarte sin que el tiempo corra. Era buenísimo para escribir y para leer, en cantidades pequeñas. Yo tomaba muy poco porque tenía que irme a trabajar, y cuando tomas poco te euforiza muchísimo, como si te tomaras una raya. Hay yonquis que están desnucados, pero otros, cuando toman poco, no paran de hablar. El opio yo creo que es mi droga favorita.

Pero solo la tomaste durante tres años.

Sí, porque ya absorbí sus enseñanzas. Me lo traían unos punkis que lo robaban en plantaciones de farmacéuticas en Córdoba. Se metían en el campo durante dos o tres días y se lo llevaban a Italia a venderlo, pero al pasar por Madrid paraban y hacíamos la recolecta… Me gustaba muchísimo, la verdad, no sé por qué lo dejé, además es muy de micropoetisa, lo de ser opiómana.

Y al mezcal incluso le atribuyes el invento del amor en un micropoema.

Sí, “el futuro es un invento del amor, el amor es un invento del mezcal, el mezcal es un invento de Dios y Dios es un invento”. El mezcal me parece una bebida mágica. Todos los licores que se sacan de cactus tienen unas propiedades maravillosas, como están formados por polisacáridos el cuerpo los asimila mejor y no tienes cruda al día siguiente. El mezcal me estimula mucho la cabeza, en pequeñas cantidades, porque si bebes mucho es un coñazo.

En todos estos años, cuando echas la vista atrás, has notado algún cambio en el uso y la percepción social de las drogas, ¿nos hemos vuelto más puritanos?

Yo creo que las drogas se siguen usando de la misma manera que antes, lo que pasa es que todas las informaciones y las políticas antidrogas que han hecho no han servido para ilustrarnos sino para confundirnos más. No entiendo, por ejemplo, que se estigmatice la heroína y la cocaína no. Se deberá a leyes comerciales que a mí se me escapan, pero no lo entiendo. Yo creo que la cocaína es una droga de derechas. No me gusta tampoco que esté manchada de sangre. Creo que nos hemos vuelto muy permisivos con la cocaína y me parece de las peores drogas que hay, y en cambio con el caballo… Fíjate, Escohotado estuvo tomando caballo hasta el final de sus días.

Se suele identificar al consumidor de heroína con el adicto, cuando la mayoría de consumidores son esporádicos.

Sí, totalmente. Es lo contrario de la cocaína además, la serenidad del caballo y la agitación de la coca. Y se mitifica mucho lo del mono y tampoco es para tanto, tengo amigos que han pasado el mono y yo me pasé un monazo al dejar el opio, pero, bueno, lo pasas. Son unos días jodidos, pero lo pasas y punto. Lo que lo tienes es que tener claro en la cabeza, voy a pasar este mono porque ya no quiero volver a consumir. A mí me encantó hacerlo, estar tanto tiempo tomando y decir “no, mañana ya no tomo más”.

Ponemos siempre el acento en la toma de sustancias y no en su abandono.

Sí, y el abandono de las sustancias tiene también muchas enseñanzas.

Tú dejaste las benzodiacepinas con ayuda de la ayahuasca, ¿no?

Sí, me obligó Albert Pla. Yo no estaba bien, tenía una medio depresión que intentaba ocultar tomando mezcal y pastillas para dormir. Un día Albert me dijo “vente para casa que vamos a hacer esto”. Fui con él y con una amiga suya y me hicieron el favor. Lo tomé tres veces durante un mes, me pareció brutal. No sé si lo volvería a tomar. Iba bastante intoxicada y vomite mogollón, allí donde se podía echar un liquidín lo echaba: lloraba, tosía, vomitaba... Fue una purificación absoluta. Después de la primera toma, Albert me pidió que le diera todas las pastillas, yo me resistí, “que no duermo”, y él me dijo “ya dormirás”. Yo tenía mucho miedo a no dormir y estaba muy enganchada. Me pasé cuatro días sin dormir, con unos sueños tremendos, sentía cómo se iba abriendo lo que la ayahuasca había hecho. Sin beber alcohol, comiendo de puta madre allí en la casa de Albert, así me quité de las putas pastillas, y es lo mejor que me ha pasado en la vida. A partir de ahí, gracias a la ayahuasca, los circuitos de la memoria se activaron de nuevo y me empecé a acordar de mogollón de cosas. ¡Qué buena sustancia!

¿Por qué esa manía que tienen algunos de prohibir?

No tengo ni idea, supongo que prohíben para controlar los precios de otras cosas. Y encima prohibir lleva h intercalada, es un verbo espeluznante, la verdad.

¿Qué les dirías tú a los que le han declarado la guerra a las drogas?

No sé por qué la gente no solo no quiere drogarse, sino que no te drogues tú. Tampoco me entra en la cabeza ser cura ni creer en esas movidas, supongo que venimos de ramas diferentes de la evolución y los circuitos mentales funcionan de otra manera. Yo soy más de “venga, que pase lo que tenga que pasar”, que todo el mundo haga lo que quiera, pero para eso tienes que estar informado. Yo he practicado mucho la sobria ebriedad, me ha interesado enterarme antes de cómo funcionan las cosas, he sido precavida. Una mezcla de curiosidad y precaución. Si todo el mundo lo hiciera así habría menos problemas. El hecho de que todo esté tan prohibido y estigmatizado hace que la edad de consumo baje mucho, y claro eres mucho más vulnerable si empiezas a tomar cosas con 14 o 15 años, eres más tonto, no sabes nada. Al viejo Escota le escuché decir una vez en una entrevista que la gente debería de empezar a drogarse a partir de los treinta y ya no dejarse de drogar jamás. Si las drogas fueran legales y tuviéramos libre acceso a las sustancias podríamos decidir con mucha más libertad y conocimiento. A alguien le interesará que estén prohibidas, gente que tiene ahí su negocio. No sé, las sociedades son difíciles de organizar, encima somos muchísimos. Menos mal que el Covid ha venido a poner un poco de orden, pero harían falta cuatro Covid, no tenemos planeta para tanta gente.

El amor y la reencarnación de una pájara

Ajo, drogas y justicia micropoética
“Yo estaría fumando marihuana constantemente. Dejé de fumar marihuana por eso, fumaba uno y otro y otro y no podía. Y el porro de hachís me dura más tiempo, lo apago, lo enciendo, lo dilato de otra manera”, dice Ajo, posando para el reportaje en Robledo de Chavela (Madrid).

El tema principal de tu micropoesía es el amor y sus variantes, ¿qué es para ti el amor?

Ahora mismo para mí el amor es una complicación terrible. Ahora soy yo el amor de mi vida, no me quiero compartir con nadie. Se me acerca un tío y echo a correr. El amor es de las cosas que más me han interesado y que menos me interesa ahora. Entonces, ahora, cuando digo los micropoemas, los digo ya casi cínicamente. Como algo ajeno, de una que ya no soy yo. Estoy haciendo nuevos y hablo de otras cosas: la soledad, las mujeres…

Como has reflexionado sobre ello en tu micropoesía, permíteme que me atreva a preguntarte por el final, ¿cómo te gustaría morir?

Hostia, ¿quieres decir si en un incendio o de un ataque al corazón? No lo sé. La muerte me interesa ahora muchísimo porque entras en una edad en la vas a más entierros que a bautizos y bodas. Se han muerto muchísimos amigos en los últimos tiempos y es un tema que me inquieta y me tiene pensando. ¿Cómo quiero morir? Joder, es que no me quiero morir todavía. No tengo ni idea de cómo, pero que no sea de una enfermedad, prefiero un ataque al corazón, lo que mejor me vendría sería un ataque al corazón estando dormida.

Lo que sí tienes escrito ya es tu epitafio.

Tengo uno muy corto que es “Otra cosa que tengo hecha”. Podría haber copiado el de Gloria Fuertes, “Ya no toso”, que me gusta también y es más corto. Si tuviéramos una mejor relación con la muerte habría mejores epitafios. Nadie pondría “Con cariño”, que está bien, pero… Necesitamos pensar mejor en nuestros epitafios. Como dice Eduard Escoffet, hay más gente muerta que viva, por algo será. Igual mola.

Creo que desde hace unos años somos más los vivos que los muertos. Lo cual crea un problema con la reencarnación. No hay almas para tantos vivos.

A mí no me gustaría reencarnarme. He tenido bastante con una vida, ¡a tomar por culo! Se me está haciendo larguísimo. No, en realidad, no sé me está haciendo largo, es una manera de defenderme de la muerte, que me da mucho miedo.

Y de reencarnarte, ¿en qué te gustaría reencarnarte?

En un árbol, que es lo que más dura y si no, en un pájaro. Me encanta el roble, la higuera –lo bien que huele–, el tilo es una puta maravilla, o el magnolio, cualquiera de esos. En un árbol me gustaría reencarnarme, ser una árbola.

¿Y si fueras un pájaro?

Pues es que ahora estoy escribiendo un documental sobre los flamencos. No tenía ni idea y me encantan. Estoy leyendo mucho sobre pájaros y son los más inteligentes de la tierra, pero siempre se les ha tratado de tontos porque se supone que dependen del tamaño de su cerebro. Los pájaros son gente muy organizada. Los flamencos, por ejemplo, se llevan volando diez mil kilómetros, van al mismo sitio donde quieren ir, se buscan la vida y si se tienen que ir a otro sitio se van. Tienen también una especie de guardería donde uno de ellos enseña a volar a los pequeños. Una organización increíble. Me gustan mucho otros pájaros, cuyos nombres no conozco. Menos una gallina o un avestruz. Aunque ahora estoy leyendo sobre las gallinas y me han caído bien. Pero prefiero para reencarnarme que sea en un pájaro que vuele muchísimo. Reencarnarme en una buena pájara, que es lo que ya estoy hecha.

Maracas de opio

Ajo, drogas y justicia micropoética

Ajo sale al escenario armada con sus maracas y aclara que con ellas no marca el ritmo sino los puntos suspensivos. Las maracas de Ajo son dos varas secas de opio, en cuyas corolas las semillas se agitan deteniendo el tiempo y estableciendo las pausas de un espectáculo singular donde la palabra se concentra y se expande con inteligencia, humor y ternura. No recuerda de dónde salieron sus primeras maracas de opio, pero recuerda lo alucinada que se queda la gente en los aeropuertos cuando ella misma les dice que sí, que son de opio. De momento no se las han requisado, y eso que la micropoesía la ha llevado de turné por Berlín, México, Buenos Aires o Nueva York. Una vez fue a dar un taller de escritura a una cárcel de mujeres y una de las presas le pidió las maracas para plantar sus semillas en el patio. No se las dio, aunque hubiera sido sin duda un acto de justicia micropoética que florecieran amapolas en el interior de una cárcel. Las maracas de opio son frágiles y tiene que reponerlas cada tanto en tanto; las últimas se las vendió un floristero por dos euros y cumplen con su cometido a la perfección, le sirven a Ajo para entretener sus manos y marcar el tempo de su show.

Si tienen oportunidad de verla en directo, no se la pierdan. Además de retratar la particular vida y tribulaciones de una micropoetisa, acaba mostrando el temple sentimental de esta época de precariedad amorosa y existencial. Sobre drogas tiene algunos micropoemas meritorios, como ese que mezcla opio y monarquía: “Todo mi caballo / por un reino”. O ese otro de amor y drogas: “Hay mucha química / entre nosotros, / y no me refiero sólo / a la cantidad de sustancias / que compartimos”. Pero el abanico temático es amplio y sorprendente: “Ojalá todo lo que yo pierdo / lo encuentre siempre / la misma persona”; o, hablando de la pereza: “No sé si levantarme a por la sal / o llorar sobre la sopa”. De memoria me sé uno que se titula “Rima a largo plazo”, de tanto como me lo repetía una antigua novia: “Te adoraré siempre / y me importas un pimiento / todavía no riman / pero ya rimarán con el tiempo”. Aquel micropoema no tardó en demostrar su verdad, y entonces la que había dejado de ser mi novia me vino con “Reclamación”: “Devuélveme lo que te he querido. / No he quedado satisfecha”.

¿Qué es la micropoesía?

No tengo ni idea de lo que es. Es poesía urgente, de doble filo, con vocación de brevedad, que no siempre es tan breve como me gustaría. Es una forma de saber lo que pienso y lo que siento; cuando lo escribo lo voy reduciendo, reduciendo… Pascal, en una carta muy larga se disculpaba con una postdata: “Disculpen que me haya quedado una carta tan larga, no he tenido tiempo de hacerla más corta”. En realidad, quitar es un laborioso trabajo. Mi forma de pensar es un poco en plan micropoemas.

Pero ¿se te revelan o los alumbras con esfuerzo en el escritorio?

Unas veces se te revelan, otras escuchas algo a alguien. No tengo ni idea de cómo lo hago.

¿Sigues pensando titular tu autobiografía “¿Qué haces tú aquí?”?

Sí, esa es la frase que más me han dicho en mi vida, menos en mi cumpleaños. Siempre voy a sitios distintos. Mi lugar es estar fuera de lugar. Y las palabras que me gustan son las que no existen. Cuando al principio buscaba “micropoemas” en Google, me ponía: “Usted igual quiso decir micropenes”. ¡No me jodas!, me dije “tengo que cambiar la tendencia”. Ahora buscas “micropenes” y te dice “Usted anda buscando micropoemas”.

Eso es justicia poética.

Sí. Micropoetisa no existía como palabra y si la buscabas te decía “Usted anda buscando microporosa”. Y ahora pones “micropoetisa” y salgo yo la primera.

Micropoetisa es una invención tuya, ¿no?

Micropoemas existen desde hace mucho tiempo y en Hispanoamérica hay mucho micropoeta, pero micropoetisa, sí que es mío. Primero, porque nadie quiere llamarse poetisa, y micro es como una manera de reaccionar frente a finales del siglo XX y principios del XXI, cuando todo es mega y ultra y todo quiere parecer más grande de lo que realmente es. Yo me dije “me voy a buscar un sitio que no quiera ocupar nadie” y empecé a decir que era micropoetisa, una palabra chula, amable…

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #294

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