On the Road es un museo habitado por escritos disidentes que pocas librerías se permiten salvaguardar. Las estanterías de este espacio, ubicado en el corazón de Barcelona, se nutren de casi cuatro mil libros, donde las temáticas LGTBI+, feminismos y beat eclipsan lo mainstream. Su nombre se lo debe a una de las obras principales de la Beat Generation, En el camino (Viking Press, 1957), de Jack Kerouac, un movimiento del cual Ángel Tijerín Pérez (Lérida, 1983) es amante y experto. Por eso hace cinco años bautizó con dicho título a su “pequeña librería de barrio”, un espacio multidisciplinar en el cual organiza presentaciones, clubs de lectura, fiestas a puerta cerrada y donde no sería raro encontrarse en la caja registradora alguna pastillita conviviendo entre monedas con la cara del rey Juan Carlos I (que en Emiratos Árabes descanse).
La última ocurrencia de Ángel es invitar a los visitantes a reescribir a máquina En el camino, tal cual el autor lo escribió: “Treinta y seis metros de papel mecanografiado y sin cortes”. Para quien no lo sepa, esta autobiográfica e influyente novela recoge los viajes que Kerouac realizó a través de Estados Unidos y México. Durante estos fue tomando notas, pero el manuscrito original se materializó de un modo que ya es historia. Jack escribió en su máquina de escribir durante tres semanas sin parar: no utilizó márgenes ni párrafos diferenciados y mecanografió sobre un único rollo de papel de treinta y seis metros de longitud. No se sabe con certeza si se ayudó de cafeína y/o anfetas para expresar con frescura su prosa espontánea. El caso es que cuando Kerouac, en el 51, terminó el “rollo” –como él llamaba entonces a En el camino–, se presentaba en los despachos de los editores y les lanzaba sobre sus mesas su papiro de treinta y seis metros. En el 57 lo publicó, y a día de hoy el rollo original es propiedad de James Isray, propietario del equipo de fútbol americano Indianapolis Colts, el cual lo adquirió por Dios sabe cuánto.
Me acerco sin avisar a On the Road. Ángel está al fondo de su librería, en su mesa: en un lado una birra y en el otro la pila de libros que se tiene que leer este mes y algunas rarezas beat. Como si me estuviese esperando, tiene una silla vacía frente a él y una cerveza fresca aún sin abrir. Ángel es así, un ser sociable y extrovertido, un librero en peligro de extinción que hace barrio. Si Neal Cassady fue la piedra angular de la Beat Generation, Ángel Tijerín es el perverso corazón de la Barcelona no gentrificada. Ángel no esconde sus vicisitudes: “Casi siempre follo con popper”, “Leo con alcohol por respeto a los autores beat”, “Uno de mis mejores poemas fue de M” y “Ayer estuve en casa de unos mexicanos y...”. La entrevista se interrumpe en infinidad de ocasiones por una clienta que busca un libro en catalán, una chica que quiere saber cuál es el mejor título de Bukowski para regalar, un conocido que entra a pedir un condón y a preguntar a Ángel si en las orgías a las que él va también hay que desinfectarse las manos con gel hidroalcohólico antes de entrar...
Neo Beatnik
Lo que todos callamos (autoeditado, 2015) es tu primer poemario, ¿de qué etapa de tu vida trata?
Con veinte años, cuando paso de mi pueblo, Tárrega, a Barcelona, comienzo a tener una vida sexual muy potente y muy oscura. Durante tres o cuatros años tuve una, dos o tres relaciones sexuales diarias con personas desconocidas. Grinder total. O en saunas o en cuartos oscuros, puedo estar con siete o doce personas en una noche. Habré estado con unas mil quinientas personas. A veces estaba supercansado, me acababa de follar a dos, me escribía alguien para follar y yo me sentía con la obligación de quedar y follar con él. Adicto total. Para mí el sexo es una cosa muy especial y muy intensa; con cada tío que estoy el sexo es increible: lo beso, lo acaricio y no le preguntó ni el nombre ni de dónde es. Eso no quita que sea una conexión muy potente en ese momento. No me genera vacío. Yo creo que genera vacío un matrimonio si no hay buen rollo. Un sexo esporádico, si es esporádico, no genera vacío porque busco eso. Lo que todos callamos es el título del poemario porque me muevo en unos círculos de personas casadas, médicos, jueces…, y la infedelidad está ahí, el sexo está ahí, pero nadie lo dice.
¿Y qué recoge Vida (Inflamavle, 2018), tu segundo libro?
Es un poemario más amplio donde no solo está la parte más oscura de mí, más sexual e incorrecta, sino la parte más positiva. También recojo experiencias de otra gente y la vida de mi abuela, que sufrió alzhéimer. Es un poemario más sólido, que abarca catorce años de mi vida.
¿Cómo es tu relación con las drogas, el alcohol y la escritura?
En Lo que todos callamos apenas hay droga ni alcohol ni en los poemas ni en las experiencias. Hay mucho exceso de lujuria y de sexo, que es muy heavy. Es verdad que yo soy una persona que con la droga y el alcohol a nivel sexual no funciono. En cambio en Vida, que es un resumen de muchos más años, ya estoy afincando en Barcelona, conozco a mucha más gente, me siento más cómodo y ahí sí que entra más la droga. Incluso uno de los últimos poemas es M, que tiene una historia muy potente. Fue una de esas tantas noches que acabamos en casa de alguien a quien no conocemos, nos drogamos muchísimo con MDMA y yo recité un poema y una chica lo apuntó en cuatro servilletas. Una semana más tarde nos juntamos de nuevo y esta chica recitó un poema y, tras leerlo, me dijo que era mío, que se lo había dictado yo una semana atrás bajo los efectos del MDMA. A mí no me sonaba ni un verso; es uno de los pocos poemas que he escrito bajo los efectos de las drogas. Es un poema que habla del amor: amor a la vida. Yo utilizo la droga para divertirme y para conectar con mi gente. Así como Huxley o los beat la utilizaban para crear, yo no utilizaba la droga para escribir.
¿Y te gusta leer bajo los efectos de alguna sustancia?
Tengo una regla un poco tonta: todos los libros que tienen que ver con la generación beat o con lo perverso o con el alcohol, tengo que leerlos con una cerveza [abre una lata de birra], es una cuestión de respeto. Igual que el Marqués de Sade, ¿qué te vas a leer el Marqués de Sade con un té? Lo tienes que leer viendo porno o haciéndote una paja o algo. Ahora es el cien aniversario del nacimiento de Bukowski y Anagrama me ha pedido hacer entrevistas con escritores y libreros de México. He tenido que beber, de nuevo, muchas obras de Bukowski.
¿Ahora estás escribiendo algo?
Sí, mi primera novela, pero no voy a contar nada más.
Beat Generation
Cuéntanos cómo te abrió la cabeza tu libro fetiche.
Buscando generaciones de escritores llegué a la generación beat, y ahí En la carretera, de Jack Kerouac, me pareció algo extraordinario, de una belleza oxidada, radial. Sonaba a jazz y a whisky barato, a una revolución auténtica. Tenía veintidós años, y a partir de ahí mi vida cambió. Su libro era un homenaje a la gente que lee, a los que creen en una revolución individual, y a poner en un libro las preocupaciones, miedos y formas de ser más auténticas de uno mismo. Nos habló de lo que se supone ser incorrecto en un mundo que defiende una actitud correcta irreal.
¿Cómo crees que eran los beat?
Jack Kerouac creo que era oscuro, un tipo que no te miraba a la cara, un perdido. Alllen Gingsberg y William Bourrougs eran diferentes: eran inteligentes, familia rica, educación... Creo que era un tipo que no encajaba en la sociedad, como Silvia Plath y Virginia Woolf, y cuando no encajas… Una mujer como Woolf en aquella época en la que tenía que luchar contra los hombres y contra las mujeres. O Fátima, una de mis mejores amigas, que es de Marruecos: tiene que luchar contra los occidentales, contra los hombres árabes y contra las mujeres árabes. Ella a veces confiesa que está harta. Fátima moderó aquí el club de lectura de El extranjero, de Camus, y nos dio una lección brutal a los occidentales y muchos no la entendieron. En El extranjero se mata a un árabe y nadie habla de eso. Fátima nos giró el club hacia el árabe y nos enseñó un libro que habla sobre cómo el hermano del árabe ejecutado va a recoger el cuerpo de su hermano en la playa. Se titula Meursault, caso revisado, lo firma Kamel Daoud.
Como sabes, en julio falleció ruth weiss. Durante muchos años a España han llegado solo los protagonistas masculinos de la generación beat. Por suerte, Annalisa Mari Pegrum, en su imprescindible Beat Attitude (Bartleby, 2015), seleccionó y tradujo a muchas de las mujeres relegadas de este movimiento, ¿qué escritoras beat te erizan el pelo?
Elise Cowen, Joanne Kyger (gran referente poético a día de hoy), Lenore Kandel (conoció a Jack Kerouac, su primer libro fue confiscado de las librerías por considerarse obsceno), Diane di Prima (una de las más activas de las poetas beat), Denise Levertov (fue una de las pocas mujeres incluidas en The New American Poetry, antología que unía a poetas beat), ruth weiss, Janine Pommy Vega, Hettie Jones, Anne Waldman y Mary Norbert Körte. Parecen muchas y me dejo a casi todas.
¿Sientes que actualmente existe algún movimiento literario similar?
No. Creo que los movimientos literarios se dan en un contexto determinado, juntándose unas personas concretas y haciendo algo que no se había hecho. Por ello creo que es muy difícil que se repitan, y por eso son tan atrayentes.
¿Ángel Tijerín vive como un beatnik?
Sí, y quien no lo crea que venga con whisky a mi librería…
Y fuera de este movimiento, ¿cuáles son tus escritores y escritoras referentes?
Woolf, porque vivió en una época en la que ni hombres ni mujeres la comprendían y marcó a nivel de feminismo, género y literaturas unas ideas clave para entender la vida; Flaubert, porque soy un romántico y está mal visto que una mujer se rebele contra un entorno que no le gusta ni le favorece; Wilde, porque con Dorian Gray nos da una lección sobre la vida increíble, y por tratar la homosexualidad de una forma exquisita y directa a la piel; Gloria Fuertes, por su valentía, versos críticos y saber amar sin fronteras de género; Bukowski, porque soy como él, siempre bebiendo, con libros y follando.
Librería On the Road
¿Por qué librería On the Road?
Es un homenaje a la forma de entender la vida de los que conformaron la generación beat, los golpeados y olvidadas de los años cincuenta, en un entorno capitalista donde parecía que toda la gente era feliz. También porque todos en la vida seguimos varios caminos, rutas que nos hacen decidir, renunciar a cosas y ganar otras… Y también porque es un punto de encuentro de personas de todo el mundo que encuentran en el territorio de la librería un punto de conexión con muchas formas de pensar y entender la vida.
Mediante tus redes sociales has creado una iniciativa titulada #librosquehayqueleerantesdemorir, en la que recomiendas trescientas lecturas internacionales indispensables.
La gente está superenganchada. Me vienen con la foto y me dicen: “Quiero el ciento veinte”, “Quiero el ochenta”. Antes era una lista privada; mis amigos me lo pidieron y con su ayuda la publiqué, y está siendo un éxito. Aún sigo trabajando en la selección.
¿Cuál es tu objetivo?
Quiero convertirme en el primer influencer de libros de España. Los instagramer de mierda son famosos por colgar una foto con un verso diciendo: “Salía del parque y me encontré tus ojos”, y veinte mil me gusta; eso es una mierda. Yo quiero hacerme famoso por recomendar Últimas tardes con Teresa, de Juan Marsé; por recomendar un libro de Bukowsky con una botella de whisky al lado... Quiero que la gente nos siga; tenemos quince mil seguidores, somos una librería de barrio. Quiero que la gente venga y me pida recomendarles a Oscar Wilde o Aldous Huxley.
Háblanos sobre los clubs de lectura que organizáis en tu librería.
Ahora no tenemos club de lectura por todo esto de la COVID. Hacíamos uno a la semana; teníamos programado La espuma de los días, de Boris Vian; El guardián entre el centeno, de Salinger; Manifiesto contrasexual, de Paul B. Preciado; Frankenstein, de Mary Shelley; Alejandra Pizarnik; Sylvia Plath... El club de lectura de Siddartha, de Hermann Hesse, lo realizamos en la playa tras una clase de yoga con un profesor. El último que pudimos hacer fue sobre Los asquerosos, de Santiago Lorenzo; éramos cuarenta y dos personas en los veintinueve metros cuadrados que tengo de librería. Obviamente, todos los clubs de lectura no los modero yo.
¿Qué personas te apoyan?
Cuento con El Comité, que son quince personas del barrio, entre ellas Flavita Banana, que me ayudan con muchas cosas: me cubren cuando tengo muchos pedidos o voy al médico. Ayer mismo vinieron a ayudarme a mover esa estantería y pintar la pared. Cuando el ayuntamiento se metió conmigo porque decían que yo tenía que tener las puertas cerradas, que no tenía derecho a tener en la calle un banco, una planta, banderas… La arquitecta Itziar González fue una de las personas que más me ayudó. Pongo banderas nuevas todos los meses.
¿Cómo es la vida de un librero en esta distopía?
El otro día vino un editor a reponerme unas cosas y me dijo: “Te veo como muy animado”. Yo quiero sobrevivir, vender libros y hacer mi trabajo bien. El tema del libro ha sido terrible. Todo lo que ha salido desde el confinamiento no ha petado nada. Ha salido Almudena Grandes, se ha vendido, pero necesitamos algo que pete.
¿Y cómo fue Sant Jordi?
Mi librería es un poco rara; es una de las pocas en Barcelona que preserva el fondo. Normalmente, las novedades que no se venden en tres meses se devuelven. En Sant Jordi hubo puestos que vendieron cuarenta ejemplares del libro de Puigdemont; yo de él no vendía ni uno, pero vendí unos veinte ejemplares de Las malas, de Camila Sosa Villada, un buen libro. Cada librería tiene su rollo. Por ejemplo, ahora acaba de llevarse una chica un estudio de Nietzsche y otro de Proust.
Para terminar, danos una pequeña dosis de libros que recomiendas leer antes de morir.
- Por tratar el amor: El banquete, de Platón; El arte de amar, de Erich Fromm, y Pensamiento monógamo, terror poliamoroso, de Brigitte Vasallo.
- Por su feminismo: Teoría King Kong, de Despentes; Mujeres, raza y clase, de Angela Davis; Archivos cósmicos, de Flavita Banana.
- Por mostrar la maldad humana: La voz dormida, de Dulce Chacón; El Señor de las Moscas, de Golding; El inmoralista, de André Gide.