Primero llegaron los muñecos. Recuerdo el día con absoluta nitidez. Hemos ido de excursión familiar al Pryca de El Prat de Llobregat –que es como decir a Disneylandia–, y, mientras mis padres compran lo suficiente como para sobrevivir al Apocalipsis en un búnker subterráneo, yo me escapo al pasillo de los juguetes. Y allí, como figuritas votivas talladas en PVC, las veo relucir en el altar del expositor. Un jabalí punki. Un samurái raro con rayadores de queso en los antebrazos. Una buenorra vestida de amarillo. Una rata con un arco… Y cuatro tortugas con bruxismo, las venas de los bíceps como butifarras y armadas igual que en las pelis de chinos. La del antifaz púrpura llama mi atención todavía más poderosamente que las demás. La cojo. Se llama Donatello, pone. ¿De dónde narices sale? La respuesta, en espera de que la serie de dibujos, los tebeos, las recreativas, los cromos y la tortugamanía en general invada el país, se encuentra historietada en el reverso de la caja: un niño patoso compra unas tortuguitas en una tienda de mascotas, y por el camino se le caen por la rejilla del alcantarillado. El azar quiere que vayan a dar contra la cabeza de un gran maestro ninja que, por lo que sea, vive en las cloacas. Acto seguido, el samurái de los rayadores vierte un líquido radioactivo por el sumidero y… al instante los pequeños reptiles con caparazón se convierten en Tortugas Ninja Mutantes Adolescentes(y el gran maestro, por lo que sea, en una rata gigante con kimono). La explosión de mi tierna mente infantil puede oírse por todo el Baix Llobregat.
Pues vale. Ahora imaginemos que me compran esa figura articulada, armada con un palo y que responde por Donatello, y que el carrito del súper con una absurda montaña de productos que arrastran mis padres tiene algún sentido, pues llevan razón y efectivamente llega el Armagedón. Tras largas décadas escondido bajo tierra, finalmente salgo a la superficie para comprobar que ya no existe el mundo tal y como lo conocemos (por lo pronto, ahora el Pryca se llama Carrefour). Solo quedan la telebasura, las revistas de porno gay y las patatas. Yo ya soy un viejo y corro a esconderme en el bosque, junto al río, donde “haré el roma” con niños y sobreviviré a base de “sopas de mofa”. Por el camino, qué lastima, pierdo a mi muñeco de Donatello, que cae en manos de una familia de fanáticos religiosos y es adoptado y venerado como el auténtico Dios. Una deidad a cuyo favor se accede por la vía de trabajarse bien los músculos, “porque solo los hombres fitt llegarán al reino de Donatello”. Bueno, pues de esto (más o menos) trata Dinosaurio (Colectivo Bruxista, 2024), la nueva novela del escritor valenciano David Pascual (aka Perfumme). Una fábula distópica, violenta, bizarra, rabiosamente pop y tangencialmente tierna que se ha convertido en la sensación literaria del año. Tortugas ninja, telebasura, saurios pedófilos, burpees, teologías del Apocalipsis… Hablamos con el padre de la criatura:
“La epidemia del jaco fue especialmente dura aquí, y los políticos valencianos se metieron durante muchos años cocaína suficiente como para hacer una pista de esquí en la Malvarrosa. Siempre que he ido fuera la gente alucina del consumo que había en Valencia. Ahora nos recordarán por nuestros gimnasios.”
Flipa, estaba buscando algún pretexto para colarle al editor de una revista como Cáñamo una entrevista al autor de un libro como Dinosaurio, y mira lo que he descubierto: resulta que Steve Barron, el director de la peli de Las tortugas ninja (1990), hace años que abandonó Hollywood para hacerse una granja sostenible en Inglaterra íntegramente construida con cáñamo (y en cuyos campos cultiva esta planta).
¡Ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja! A ver, dirigió una película sobre tortugas ninja adolescentes mutantes que se alimentan de pizza; que es básicamente como hacer una película sobre gente que fuma porros, pero sin que aparezcan porros. No hay un solo detalle en esa película que no sea fruto del consumo de drogas. Por otro lado, es una película tan delirante y tan noventera que es muy fácil revisarla desde un punto de vista posmoderno. No es muy diferente ver la película de las Tortugas Ninja de leer a Pinchon o a Foster Wallace. Por cierto, Steve Barron también dirigió Los Caraconos (1993), otro icono de la filmografía drogata. Cowabunga.
Psicoactivos a parte, existe otro enlace inopinado entre Steve Barron y tu novela: antes de dirigir a Donatello, Michelangelo y compañía para la gran pantalla, Barron –tras estrenarse con videoclips para grupos mod revival como Secret Affair o The Jam– se hizo famoso cuando Michael Jackson en persona le pidió que dirigiese “Billie Jean”. Y Michael Jackson comparte ciertas inclinaciones con Dinosario, el personaje que da título al libro.
Mira, hay un documental que salió hace unos años sobre el tema de los abusos a menores de Michael Jackson, y, para mí, lo más bestia emocionalmente del documental es que, cuando los niños –ahora adultos– hablan de lo que ocurrió, se nota en el propio lenguaje que ha habido un proceso terapéutico en el que han aprendido cómo lidiar con lo que pasó, cómo llamarlo, para poder procesarlo. Pero de vez en cuando, cuando narran de memoria momentos concretos, es muy loco porque olvidan ese lenguaje terapéutico y, sin querer, hablan como si hablasen de una relación de pareja. Es muy impactante verlo, porque ahí, creo yo, se esconde mucho de lo que no hemos visto, de cómo funcionaba esa relación de abuso, y son mecanismos muy complejos. Si uno ve ahora las imágenes de la época, resultan muy locas, pero hay que pensar que, para las familias de los menores, tener a Michael Jackson tomándose una Coca-Cola en su salón era como tener a Kennedy o a Mickey Mouse.
El reino de Donatello
Dinosaurio, el personaje que da nombre al libro, es algo así como el amante del niño protagonista. Es el personaje más misterioso y problemático, porque, a priori, lo único que sabemos de él es que es un adulto que se folla a un niño (aunque no sabemos exactamente si lo que cuenta el niño es fiable), pero, por otro lado, es el único personaje que cuida de él y casi podríamos decir que el único personaje positivo. Si creemos al niño, lógicamente, esto es problemático.
Pues volvamos a algo menos problemático. ¿Qué papel juegan las Tortugas Ninja mutantes adolescentes –o una de ellas– en tu novela?
Donatello, en el libro, además de una broma, es un objeto que, cuando de repente descubres lo que es, te explica muchas cosas de la historia. Hasta ese momento solo tienes a una familia de gente muy religiosa. ¡¿Cómo?! ¡¿Le rezan a un muñeco de las Tortugas Ninja?! Ya, bueno, pues no es tan diferente a ponerle un euro al San Pancracio, o de creer en una diosa con cuatro brazos… Por eso en el libro, también, esa idea del pensamiento mágico tiene mucha relación con el rollo del culto al cuerpo: gastarte mil euros en ver vídeos de Amadeo Llados, absolutamente vacíos de contenido, en los que asegura que puede cambiarte la vida, ¿es diferente a creer en cualquier tipo de religión o meterte en una secta en la que la líder dice hablar con el espíritu de Robin Williams?… No, es pensamiento mágico. Y no lo digo desde el juicio y la crítica, el pensamiento mágico es un asidero cuando el mundo real no nos da nada razonable para pensar que las cosas nos van a ir mejor. No es tan diferente rezarle a una tortuga ninja que ver vídeos de Llados o creer en Jesucristo.
“Solo los hombres fitt llegarán al reino de Donatello”.
“Valencia y las drogas tienen una relación muy especial y de muchí simo tiempo. En la Ruta, las drogas y el consumo que se hacía de ellas fueron cambiando tan rápido como la música y los consumidores. La escena rave valenciana no es tan conocida, pero los que la vivimos sa bemos que fue algo muy muy especial. Cementeras, antiguos cuarteles, todo espacio era raveable y se raveaba. Fueron años divertidísimos”
La idea nace de una forma muy intuitiva. Siempre me ha interesado el mundo de la musculación y el culturismo, pero, y recogiendo la idea anterior, es evidente que vivimos un momento en el que también esto se ha convertido en una religión. Vuelvo a lo mismo: lo que te vende Amadeo Llados es: tu vida es una mierda, eres pobre, no tienes capacidad para cambiar nada… pero si crees en mí y te levantas a las cinco de la mañana para hacer burpees, te va a ir bien. Es fe. Una fe que pasa de ser colectivista a ultra individualista, pero es fe, religión. Las drogas muchas veces funcionan de una forma muy parecida.
Te cuento un recuerdo infantil. Haciendo novillos del colegio (en 6º o 7º de EGB), con la mochila entre los pies, estaba echando unas partidas con los amigos a la máquina de las Tortugas Ninja (en la que podían jugar hasta 4 jugadores) en la sala de recreativos de enfrente del colegio. De repente oímos acercarse sirenas de policía (las redadas eran habituales, pues, además de sala de futbolines y máquinas, aquello era un sabido supermercado de la droga). Entonces los mayores, ante nuestro pasmo infantil, comenzaron a esconder piezas de costo y bolsas de pastillas detrás de nuestra máquina. Finalmente las sirenas pasaron de largo, pero quizá ese cortocircuito fuera el detonante de mi curiosidad por las drogas. En fin, más allá de regresiones personales, ¿existe relación entre Donatello (el de tu libro) y las sustancias psicoactivas? ¿Es el culto al cuerpo la droga de la chavalada de hoy?
Claro, es lo que te decía antes. Creo que es bastante evidente, además, que antes nos drogábamos y ahora los adolescentes se mazan. Yo estoy intentando mazarme, pero exige muchísimo compromiso y tiempo. Por cada nueva droga que aparece en el mercado, decenas, puede que cientos de adolescentes se apuntan a un gimnasio. Y la mayoría, ahora, ni siquiera se pone esteroides, con lo que la droga está desapareciendo incluso de uno de sus hábitats naturales: el fisioculturismo –no tanto, porque no paran de morir culturistas de veintipico o treinta años–. Han estrenado hace poco una película, Love Lies Bleeding (Rose Glass, 2024), en la que dos lesbianas, una culturista, otra la dueña de un gimnasio, se enamoran, y lo primero que hace la segunda es regalarle esteroides a la primera como acto de amor. Me encantó esa escena. Por cierto, hay una cosa muy interesante a la que yo llamo “la paradoja del cacahuet y el culturista”, que consiste, y esto es cierto, en que cuantos más esteroides te metes, más cacahuet se te queda la polla. Generando que te veas muy bien por fuera, muy macho, muy coche tocho de estos norteamericanos que no me acuerdo cómo se llaman; pero tu polla cada vez más intimista, más minimal. Pero los culturistas saben sobrellevarlo con buena gestión emocional. Y músculos.
En tus textos anteriores las drogas juegan un papel importante, ¿tiene relación con el hecho de que seas valenciano?
Valencia y las drogas tienen una relación muy especial y de muchísimo tiempo. No voy a remontarme muy lejos, pero la gente suele pensar en la Ruta cuando se habla de esta relación, aunque esa es solo una parte muy pequeña. En la Ruta, las drogas y el consumo que se hacía de ellas fueron cambiando tan rápido como la música y los consumidores. La escena rave valenciana no es tan conocida, pero los que la vivimos sabemos que fue algo muy muy especial. Cementeras, antiguos cuarteles, todo espacio era raveable y se raveaba. Fueron años divertidísimos. La epidemia del jaco fue especialmente dura aquí, y los políticos valencianos se metieron durante muchos años cocaína suficiente como para hacer una pista de esquí en la Malvarrosa. Siempre que he ido fuera la gente alucina del consumo que había en Valencia. Ahora nos recordarán por nuestros gimnasios. En cuanto a mis libros, se ha hablado mucho de drogas, es verdad. También he hablado mucho de cáncer, de amor o de Power Rangers. En general es porque son temas que me parecen bonitos. Creo que siempre desde un enfoque no moral, porque el consumo de drogas no es moral. Tiene cosas buenas, cosas malas y cosas horribles. Pero hay algo que es una verdad irrefutable: hay cosas que solo pueden experimentarse desde el consumo y no existen mecanismos para imitarlos de otra manera. Y creo que ese es uno de los factores que inciden en las adicciones, además de los obviamente orgánicos. La imposibilidad de la imitación.
La droga del fitness, en la novela, tiene relación con una cierta adicción del protagonista a la violencia.
Sí, en el libro hay violencia, pero es que el mundo es terriblemente violento. Me gusta pensar que también hay cierta esperanza y que hay cierta ternura en esta historia. Yo quiero al niño protagonista y quiero a Dinosaurio y entiendo que, aunque a veces no se comporten bien, o aunque hagan cosas terribles, hacen lo que pueden. Y eso ya es mucho, a veces. También es interesante remarcar que yo creo que en el libro no hay una violencia muy explícita, lo que hay es una historia horrible. Pero imagina ser una tortuga y que te caiga un liquido verde y tus músculos y tus huesos comiencen a crecer y a romperse y a resquebrajarse, a rajarse presas de la tensión de una transformación antinatural. Imagina tu cerebro creciendo dentro de tu cráneo mientras piensas que te va a explotar la cabeza, tus bíceps, tus tríceps estirándose hasta romper nervios, desgarrar piel y tejidos. Imagínate temblando en el suelo presa de un dolor que ni siquiera sabías que podía sentirse. Una tortuga nueva, antropomorfa, ninja. Y dime que el mundo no es cruel.
¿Habrá Dinosaurio 2?
Contra todo pronóstico y pese a lo mala idea que parece, debo decir que estoy escribiendo Dinosaurio 2.