“¿Seguro que fue en París?”, inquiría Fabio McNamara desde las profundidades de “Ultraceñidas”. Arrogantemente seguros de nuestra certeza, podemos responderle al hoy pío iconógrafo sacro que sí, que fue allí y no en otro sitio. Fue en París, y por extensión en el resto del Hexágono y especialmente en Perpiñán, que por algo Dalí declaraba centro del universo a su estación ferroviaria, donde antes de que congelaran vivas a maricas españolas, hordas de españoles de pelo en pecho pero también en huevos, muy y mucho españoles, como diría cierto registrador de la propiedad travestido de mandatario, saciaban su sed de erotismo en raudos blitzkriegs de ida y vuelta a los cines X gabachos. Como quien iba a Andorra para luego colar de estraperlo si podía cartones de tabaco, aspirinas y quesos de bola; solo que en lugar de esos efectos exentos de fisco, contrabandeando erecciones y materia prima para ulteriores pajillas.
Lo verde, o para el caso el conocimiento, empezaba en los Pirineos, decía aquella película en la que José Luis López Vázquez se curaba un complejo represivo –el pobre diablo visualizaba a todas las mujeres atractivas con barba– atracándose de programas triples picantones allende la frontera. Y es que mientras sotto palio religioso la España una, grande y libre cultivaba el subdesarrollismo y la burricie genética auspiciada por el cerrojo nacionalcatólico, alérgica a la liberación sexual y a muchas otras libertades, en la Quinta República se afanaban en nutrir aquel dualismo gnóstico por el que Bataille señalaba que el placer llevado hasta la extenuación proporciona la certeza de la presencia absoluta de Dios. ¡Ah, qué divino, l’abrutissement!
No solo placeres carnales se fomentaban en el país vecino. Protagonista de su pequeño pedazo de épica contracultural, Mayo del 68, Francia se constituía en los cincuenta en el primer laboratorio con el que tras la segunda guerra Estados Unidos atraía hacia su órbita de nouveau regime capitalista a esa vetusta entelequia llamada Europa. Junto a leche en polvo, disturbios universitarios y rock, también recibía la France la bendición de las nuevas ebriedades, aunque lo cierto es que desde tiempos pretéritos ya era esa nación experta en tal negociado y en el noble arte del crapulismo. Antecedentes como los sembrados por el cannabis que se trajeron de vuelta las tropas napoleónicas de sus campañas en Siria y Egipto, el culto al hachís y otros paraísos artificiales de Baudelaire y demás simbolistas, o los laboratorios de heroína que en la década de los treinta del siglo xx patrocinaba en Córcega el mafioso Paul Carbone, origen de la French Connection marsellesa, ilustran holgadamente una tradición, la de embriagarse, que en los años sesenta del pasado siglo quedó profusamente plasmada en el pop galo.
Galvanizada por el influyente programa de radio y luego publicación Salut les copains, dicha industria devengaría una poderosa y prodigiosa escena que marcó tendencias en el resto de Europa, Iberia incluida. Cándido e inocente en apariencia, el pop francés, comprendido el postyeyé, no tuvo problemas para osmotizarse con lo que aquí se denominaba “música ligera”, pues levantaba mínimas sospechas, al contrario que el r&r y el beat británico melenudo. Su influencia en España sería imbatible casi hasta finales de los sesenta, lo cual no impidió que quedaran retenidas en la aduana numerosas canciones que se desviaban de la casta senda de la probidad adolescente. Para otro día dejamos las encubiertas marranadas que Gainsbourg ponía en boca de desprevenidas ninfas y demás ordalías sexuales de refinada depravación franchute. Hoy, ya decimos, toca entonarse con otros vicios y otro verdor, el de la yerba. De hecho, nos aguarda toda una borrachera de policromáticas sustancias.
La ‘coco’, y no Chanel precisamente
Maestros de la degeneración –recordemos en lo literario tan solo a Sade, Huysmans y Lorrain–, los francos siempre han sabido vivir y cantar la vida y las francachelas que la hacen más soportable. Unos pocos ejemplos ancestrales, para empezar. Predecesora de Édith Piaf, Marguerite Boulch, de nombre artístico Fréhel, disfrutó de enorme popularidad en el periodo de entreguerras, tanto por sus canciones y películas como por su licenciosa conducta, digna de una rock star avant la lettre. Tanto es así, que Étienne Daho y otros artistas le dedicarían un álbum tributo titulado Ma grand-mère est une rockeuse. Protagonista de una desastrosa existencia, adicta a las tabernas y a la cocaína, en 1931 le consagraba a esta última “Le coco”. La protagonista, abandonada por su chulo-amante, ahoga las penas trotando por Montmartre, copa de champán en ristre. Como el espumoso no le basta, lo mezcla con morfina, “me pone divertida”, y para asegurarse la jugada añade farlopa a la mezcla: “Me meto la coca / que me trastorna el cerebro / el espíritu se eleva / y siento mi corazón / lleno de dicha / hasta volverme loca”.
También lacerada por un desengaño amoroso, Jeanne Daflon, Nitta-Jô sobre los escenarios, acudía a idéntico remedio en “Cocaïne” (1932): “Ah, dejadme esnifar / este polvo encantador / cuyo poder emborracha / de una intoxicación romántica / una sola toma / y se apodera de mi carne / vivo unos instantes dulces, tan dulces / todo mi cuerpo se estremece de locos deseos / sucumbo / cocaína / eres tú quien me tomas / cocaína / te tengo en la sangre / me minas / eres más fuerte que yo / cocaína / solo te amo a ti / de mi amante solo veo sus ojos / más profundos y más amorosos / más llenos de misterio / oh, el hermoso sueño / quiero prolongarlo / dejadme tomar mi veneno / quiero olvidar sus traiciones / sus vanas mentiras / cocaína / me quemas la sangre / me arruinas / tu violento veneno / me asesina”.
Como Fréhel referente de la Piaf, Marie Dubas, otra cariacontecida chansonier bohemia, atravesaba la misma peripecia en “Le tango stupéfiant” (1936), pero a diferencia de sus colegas, el cuerpo, y los recuerdos que rehusaban evaporarse, le pedía más, mucho más. Un caso el suyo de politoxicomanía galopante. No le basta con morfina y pericoco, así que añade a la lista un surtido que ni Hunter Thompson: fuma cigarrillos de eucalipto “como una locomotora”, esnifa pegamento, se introduce bolas de naftalina por la napia y termina por pincharse lejía. Más económico les habría resultado a todas ellas sumergir el spleen directamente en morapio, pues según cantaba Borias Vian en “Je bois” (1955), todo lo cura, incluido el absurdo existencial, si sabemos administrarlo a manos llenas: “Bebo / sistemáticamente / para olvidar a los amigos de mi mujer / bebo / sistemáticamente / para olvidar todos mis líos / bebo / da igual qué, jaja / siempre que tenga sus doce grados y medio / bebo / el peor de los vinos peleones / es asqueroso, pero me hace pasar el rato / ¿Es la vida realmente divertida? / ¿está la vida realmente viva? / hago esas dos preguntas / la vida, ¿merece la pena ser vivida? / ¿vale la pena el amor como para que seamos unos cornudos? / hago esas dos preguntas / a las cuales no responde nadie... y / bebo / sistemáticamente / para olvidar el próximo día del plazo / bebo / sistemáticamente / para olvidar que ya no tengo veinte años / bebo / desde que tengo tiempo libre / para estar borracho, para no verme más el careto / bebo / sin que ello me dé placer / para no tener que decirme que esto debería acabarse”.
Sobredosis de cresoxipropaneidol
De la misma escuela de pensamiento que Vian era otro ilustre dinamitero de la lengua de Molière, Serge Gainsbourg, que en “Intoxicated man” (1962) atajaba directamente hasta el delirium tremens sobre un jazzístico y ahumado groove de Hammond: “Bebo en grandes dosis / veo elefantes rosas / y arañas sobre la pechera de mi esmoquin / y murciélagos en el techo / de la sala de estar”. Mick Harvey, adlátere de Nick Cave en Birthday Party y Bad Seeds, grababa una versión de ese tema en 1995. Precursores de la estética glam que vestían de satén rosa y llevaban el cabello teñido del mismo color, Les Excentriques, originarios del Quebec francófono, lanzaban en 1965 su primer single, una versión en francés de “Fun, fun, fun” de los Beach Boys. Retitulada “Fume, fume, fume”, la transmutaban en oda a la nicotina que desautorizaba a Vian y Gainsbourg, postulando el tabaco como solución a todos los males, fueran estos problemas de socialización con el sexo opuesto, interminables guardias en garitas castrenses o habladurías infundadas. A la porra con todo: “Fuma, fuma, fuma, saca humo”.
Descendiente de marselleses con raíces catalanas, Ginette Garcin se extraía de la manga en la deliciosa bagatela “Cresoxipropaneidol en capsule” (1962) otro cortafuegos contra bajones anímicos y preguntas sin respuesta, este con prescripción. Básicamente, un descabellado cóctel de imaginarios fármacos y vitaminas cuya pronunciación planteaba todo un reto a nemotécnica y dicción: “A menudo, cuando las cosas van mal / cuando pierdo la moral / cuando siento mis nervios quebrarse / o cuando me pongo malita / conozco un buen remedio / en un vaso de agua azucarada / me tomo para sobreponerme / trisilicato anhídrido de magnesio / quadrisulfogaiacolate de potasio / glicerohidrato monoamoniacal / bicloridrato milenicofisidal / ortodioxibenzenotocoferol / cresoxipropanediol en ampolla / aminofenisulfonacofetamida / hexaclorociclohexanisculoside / acitalmina isopropil orbitúrica / etabenzil amoniocodifosfórico / acetilamenifenilarcinazol / cresoxipropaneidol en cápsula / y si todo esto no funciona / me tomo dos o tres aspirinas y un azucarillo”.
1967 y 1968 serán los años del cambio de paradigma en materia de ivresse pop. Durante el primero, Jean-Pierre Trochu, alias “Grégory Ken”, exguitarrista de France Gall, debutaba en solitario con el EP “LSD et Système D”. Himno aparentemente en honor de los efectos liberadores del ácido, decía así: “A nuestro alrededor la gente se alarma / adónde irá nuestra loca juventud / con la droga por brújula / cada uno escoge su libertad, LSD, LSD / en ruta hacia el gran viaje / con una píldora por equipaje / o un secante que se reparten / la sociedad les saluda, LSD, LSD”. Pero, helas, en el estribillo se retractaba en un proceso inverso al de las femmes fatales de los años treinta que hemos visto, drogándose el muy iluso con amor, como luego haría Bryan Ferry: “Pero yo no tengo necesidad de eso / porque tú estás aquí para mí / hey, tú eres mi LSD / mi flor de la verdad / mi sueño todo despierto, LSD, LSD”. Escolio llamativo, las notas biográficas de contraportada eran pioneras en la utilización del término rave, según precisaban verbo inglés que refería a un extravagante delirar: “Lenguaje espontáneo que utilizan los drogotas a lo largo de sus ‘viajes”. Volvía Gregory a ponerse metafóricamente lisérgico en una canción de su segundo EP, “De toutes les couleurs”, esta vez con sitares incluidos.
Aunque para prevenirlo con trágicas admoniciones, identificándolo con los excesos del rock, cuyos príncipes tentaban a potenciales groupies con esos secantes que Gregory rechazaba; precisamente la mencionada France Gall se rendía al psiquedelismo en su álbum 1968, aparecido también durante el 67. En él se incluía “Teenie Winnie Boppie”, composición de Gainsbourg: “Teenie Winnie Boppie / ha tomado LSD / un terrón de azúcar y hela aquí / al borde de la locura / Teenie Winnie Boppie / ha muerto esta noche / de qué, si no de haber tomado / una dosis de LSD”. No hay que perderse tampoco su delirante protovideoclip:
Papyvoredisazion
En su tercer EP, los corsos afincados en Marsella Les 5 Gentlemen se despachaban un tremendo freakbeat, trip chungo dedicado al temible ácido, “LSD 25 our les Métamorphoses de Margaret Steinway”. Otro grito de alarma, pues a la pobre Margaret algún desaprensivo le disolvía en su café un micropunto, y esta viajaba a las estrellas equivocadas, aterrizando en la Histerogalaxia. “Dr. Leary –sentenciaba lapidaria la canción en su tramo final–, ¿qué has hecho?”. Su riff principal era prácticamente idéntico al de “Un éléphant me regardé”, otro psych-rock, este obra de Anoine, peludo por excelencia del yeyé garajero, famoso por su canción protesta “Les elucubrations d’Antoine”, oráculo de lo que sería Mayo del 68 y motivo de discordia con Johnny Halliday, al que proponía encerrar en una jaula del Cirque Médrano por demodé. Sin aclararlo explícitamente, su paquidermo simbolizaba los sinestésicos efectos animalizadores de la lisérgida, como ilustraba un clip rodado en el zoo de Marsella: “El humo en los ojos / un elefante me mira / se me va la cabeza / el techo se comba, los muros se derrumban / los colores ya no sienten nada, el negro me ata las manos / y mi alondra verde ya no se volverá más azul”.
Otro excelente clásico del freakbeat francés sería “Le Papyvore”, cortesía de Les Papyvores: “Soy LSDeico y paranoico / es psicodélico / no es nada chic impedirme / decir no importa qué / veo tubos pequeños y grandes, rosas y dorados / como tubos, sueño con tubos / y además amo a una chica / la he descuadriculado / vaselinizado / acartonado / paco-rabannéizado / la he pachulizado / tubulado / lookizado / beatlelizado / canulado / haschisizado / psiquedelizado”. Aconsejable también darse un garbeo por otro de sus singles más psicoactivos: “Le Psychedelique Badge”.
En la sección fumeta de 1967 encontramos a otro canadiense con cierto eco en la Europa francoparlante, Jacques Michel, pionero en esas latitudes de la chanson prolegalización con “Fume ta marijuana”, dylaniano canto a la tolerancia: “Fuma, fuma, fuma tu marihuana / fuma, fuma, fuma, nada diré / fuma, fuma, fuma tu marihuana, porque eso te hace bien / debo aceptar que buscas en otras partes / si con los alucinógenos / te olvidas de todo lo que te molesta / no puedo reprocharte / que quieras reencontrar tu trayecto / fuma, fuma, fuma tu marihuana / es antidemocrático prohibir esa práctica”.
Menos permisivo se mostraba el belga Art Sullivan con “Haschish Faction”, una desvergonzada imitación de Antoine, con bongos, falsos sitares y onomatopeyas arábigas, incluida en su LP Le Pays ses Merveilles: “Has cambiado pasado el tiempo en que todo te sonreía / el tiempo en que todas las chicas te adoraban / no entiendo qué puede haberte hecho cambiar tanto / tu mirada es extraña, un tanto flotante / dime / dime por qué / por qué te engañas con tu hachís / explícame qué satisfacción puedes encontrar / en las volutas azules de ese humo / dices que el azul suena y que la música es de color rojo sangre / pero tienes los ojos glaucos y los dedos te tiemblan / dime por qué esos combinados en los que opio y cocaína riman / cuando tus sueños se van / no eres más que una ruina / ves elefantes en tus paraísos, y dices que es normal / pero la que te atiende, llora en su rincón”.
El saldo de 1967 también arrojaba otra drogodemonización, con poso eclesiástico, para más inri. La monja dominica belga Soeur Sourire, Sor Sonrisa, obtenía un éxito mundial con su incordiante canción “Dominique” (1963), número uno en el Billboard estadounidense, abandonando posteriormente su orden pero no la chanson. Sus temáticas serían controvertidas, abarcando desde apologías de la píldora anticonceptiva, “La pilule d’or”, hasta condenas de entre otros asuntos la violencia machista, el conservadurismo católico y naturalmente la toxicomanía, caso de “Les drogues!”: “Se evaden de la existencia / muertos vivientes alucinados / se van hacia la inconsciencia / plan de suicidio organizado / paraíso de las dichas fáciles / donde albergarán sus miedos / hacen abortar la vida / teniéndole miedo al saber / renuncian al genio / al conocimiento y a la invención / reniegan de la poesía / del sol y de las estaciones / si regresan de su viaje / de su coma enfebrecido / descubren el naufragio de su personalidad / renuncian a sobrevivir”. Paradójicamente, se aplicaba el cuento suicidándose junto a su compañera sentimental, adictas ambas a fármacos y alcohol.
‘Toujours le voyage’
Productor y realizador cinematográfico, Jean-Pierre Rawson quiso sacar tajada de la moda hippy transformando a la banda Les Bourgeois de Calais en Les Fleurs du Pavot, autores de un único álbum de exploitation psicodélico grabado en una sola noche. Las canciones las escribían Jean-Claude Vannier, icono del pop francés, arreglista y compositor luego con discografía propia, y el actor y también músico Sébastien Poitrenaud. Entre ellas se encontraba “A Degager (Le LSD)”, fruslería de contagioso groove beat cuyo protagonista se entretiene drogando subrepticiamente al personal con LSD. Así, un funcionario de Hacienda entra con su coche por una boca de metro, un vecino se presenta al trabajo en kimono y la portera de su edificio le paga el alquiler al lisérgico corruptor: “El LSD / que he puesto en sus cafés y cigarrillos / ha hecho estragos / y les ha flipado”.
Sophie Makhno empezaba su carrera como secretaria de la dama de la chanson Barbara, ascendiendo luego a directora artística de CBS, donde emprendía su propia carrera musical. Cantada a dúo con Colien Verdier, “Obsession 68” es un pequeño y delicioso hito de la chanson psych-pop plagado de deseos prohibidos: “Lo que quiero es algo cósmico / sensaciones supersónicas / lo que quiero es lo inexplorado”, dice él. A lo que ella responde: “Ven a mi cuaderno de bitácora / ven a comprobar si no tienes miedo / poseo medios de transporte / unos son en blanco y negro y otros en color”. Propuesta también de turismo lisérgico para la temporada de 1968, la de los canadienses Le Clan 91 transcribía un viaje de ácido en “Le Voyage”, destilado de Yardbirds y Love donde el narrador se toma un tripi en un extraño caserón de Francia, viendo “elefantes que hacen equilibrios sobre flores / cocodrilos que lloran / parquímetros que discuten / Venus besando a un profeta impotente / y a monsieur Hendrix”.
En funciones de arreglista y/o director orquestal, Jacques Denjean trabajaba con Johnny Hallyday y Françoise Hardy entre muchos otros, labrándose una profusa carrera personal, de la que el single “Nevrose” (‘Neurosis’), y su cara b “Psychomaniac”, constituye uno de los más destacados ejemplos de psych-french instrumental, con una guitarra solista que es puro Jimmy Page, reverberación a espuertas y otros elegantes efectos de desintegración neurosensorial. Aunque de origen alemán, la actriz Uta Taeger vivía los mejores momentos de su carrera en la Nouvelle Vague francesa, trabajando también a las órdenes de Rohmer y Lelouch. En 1969 probaba fortuna en la canción con un single en cuya cara b, “Baudelaire”, una potente base de rock ácido, concebida por Pierre Groscolas, músico de estudio para Eddy Mitchell y muchos otros, ponía fondo al sensual recitado de “Recueillement”, soneto que acabaría incluido en Las flores del mal.
Alegoría sobre la adicción televisiva a ritmo de funk-rock con efectos electrónicos, “Intox”, obra del cantautor protesta comunista Jean Ferrat, de la misma generación que Brel y Brassens, equiparaba los efectos de la caja alienante a los de las drogas: “Me tomo mi heroína con Tele-Soir / veo ratones calvos y rosas / me aseguro de tener mi dosis / intox, intox, intoxicado / opio, opio televisado / si no tengo vena, tengo nariz / cuando cambio de cadena, es el kif / me meto chutes de economía / con esas cifras tan barbitúricas / pero llego al final de mi rollo / cuando el presidente toma el micrófono / despego de mi sofá / y comulgo como con LSD / veo la vida en rosa / me he debido de pasar de dosis”.
¿Quien creó los paraísos artificiales?
1969 dejaría oír más voces discrepantes, como la del belga Jacques Hustin, cantante bregado en cabarets y festivales, incluido el de Eurovisión. Formalmente en la más tópica tradición chansonier, su single “La marijuana” cargaba contra la estupefaciente indolencia adolescente: “Marihuana, marihuana / has dejado tu juventud / en el fondo de una comisaría / has conocido la ternura / en los brazos de los polis de la alegría / con tu cabeza quemada / tu corazón en el mismo estado / desperdicias tus días / en las prisiones de papá”. En la cara b del single “Ay, si no fueras un pasma”, por lo visto el único que se le conoce, Cecile Sarla edificaba una aparatosa y melodramática sobredosis de chanson orquestal explícitamente disuasoria, “La drogue te tue”: “La droga te asesina lentamente, para crearte falsos paraísos / tú que te crees inteligente / caes víctima de la morbidez / tú que todo lo malgastas para pagar tus flaquezas / eres un claro reflejo / de que la droga te mata”.
Imposible no volver a tropezarse con Serge Gainsbourg, omnipresente referente del mejor pop francés de esa década y la siguiente. Junto a su compañera Jane Birkin, fue protagonista en 1970 del largometraje Cannabis, coproducción franco-ítalo-germana y segunda de las colaboraciones de Gainsbourg con el realizador Pierre Koralnik. Nada tenía que ver el argumento con la planta del título, salvo por la aparición de la mafia de la droga, no obstante, se desprendía de esa película una magnífica banda sonora, de los más sofisticados trabajos de Gainsbourg, con tres versiones del estrupador tema “Cannabis”: “La muerte tiene para mí el rostro de una niña / transparente a la mirada / su cuerpo hábil en los refinamientos del amor / me tomará para siempre / ella me llama por mi nombre / cuando a menudo yo pierdo la razón / ¿es esto un maleficio / o el sutil efecto del cannabis?”.
Otra de las numerosas bandas sonoras en las que intervino Gainsbourg fue la de La Horse, también de 1970, thriller igualmente en el que un alijo de heroína perdido desencadena la tragedia. De nuevo en colaboración con el ya mencionado Jean-Claude Vannier, Gainsbourg realizaba con ese film otra majestuosa y refinada banda sonora, encabezada por el sublime tema central “La Horse” (‘El jaco’). En una banda sonora también, la de Le temps fou, de Marcel Camus, se encontraba “La drogue”, obra del activo tándem Messieurs Richard De Bordeaux y Daniel Beretta: “¿Dónde está mi droga, mi hachís? / ¿dónde está mi opio, mi kif? / cuando te tomo, me encuentro en una burbuja blanca / cuando te tomo, soy como un mono en las ramas / cuando te tomo, soy un submarino verde / cuando te tomo, te telefoneo al revés”. Hay quien también ha creído detectar referencias a alucinaciones inducidas en otro de sus temas, “Papa (Psychose)”.
El enorme Nino Ferrer daba cuenta por esas mismas fechas de su particular visión del mundo y de la necesidad de evadirse de dicha cloaca. Lo hacía con el single “Cannabis”, en abstracto y espoleado por una burbujeante base R&B: “La suciedad y el vacío / la boca y la ansiedad / la guerra a los extranjeros / negros, judíos o perros / qué importa / Cannabis indica / cáñamo y María Juana / opio, hachís / blanca nieve / kif, trip y porro / hierba y viaje / al final del ácido lisérgico de dietilamida / y la noche / carne con hormonas / el mar lleno de mierda / el mundo de plástico / la estructuración / el metro”.
Hija de Charles Aznavour, Seda Aznavour lanzaba en 1972 “Les Champignons Hallucinogènes”, rimbombante canción escrita por su padre que parecía una réplica al escapismo psicoactivo propuesto por Ferrer: “Dices que eres solidario con el mundo al que perteneces / eres hijo de la Tierra y este universo es el tuyo / puedes pisotear el sistema y lanzar las banderas por las ventanas / pero no puedes escapar de tus problemas, sería cobarde y desastroso / dices que los champiñones alucinógenos son champiñones venenosos / los estupefacientes, de la clase que sean, son peligrosas y falsas escapatorias / los paraísos artificiales no han sido creados por Dios / por todas partes rugen las armas / hay miseria y pobreza / el hambre, la belleza, sí / que cubren la mitad del mundo / tú vives en la otra mitad / vives en el clan de los dichosos / pero eso no es razón / para destruirte poco a poco”.
Otras razones, de espacio, nos obligan a poner fin ya a este recorrido, dejando en el tintero “Le Poisson Vert”, de Gérard Gray; “Je Ne Suis Pas An Schizophrene”, de Patrick Cany, y otros olvidados residuos del drogopop hexagonal. Concluyamos, pues, pero que sea al aceitoso y exuberante ritmo ácido-afrofunk de “Drug Song”, instrumental de 1974 facturado por Janko Nilovic, compositor y arreglista montenegrino afincado en Francia, especializado en música de librería.