Rototom 2016
Más allá de Jamaica
La 23ª edición del mayor festival mundial del género ha vuelto a demostrar la buena salud del reggae. Aunque no falta quien señala que en la actual producción musical de la isla se han perdido matices y hondura en favor de la pose y el volumen, yo soy más optimista en vista de lo ocurrido en este certamen.
La 23ª edición del mayor festival mundial del género ha vuelto a demostrar la buena salud del reggae. Aunque no falta quien señala que en la actual producción musical de la isla se han perdido matices y hondura en favor de la pose y el volumen, yo soy más optimista en vista de lo ocurrido en este certamen. No solo por la vigorosa oferta musical, de Jamaica y más allá, sino también por el ya famoso espacio cultural del Rototom, en gran parte responsable de que este año se haya repetido la cifra mágica de los 250.000 asistentes.
No envidio a los programadores del Rototom: tienen que montar un cartel atractivo y equilibrado para un evento de ocho noches con un estilo cuyos artistas clásicos superan con creces los sesenta y las nuevas estrellas son en gran parte desconocidas para las masas, sin olvidar las exigencias de los puristas, que recelan de la inclusión de cebos heterodoxos, como Manu Chao o Macaco en esta cita. Con este telón de fondo, me descubro el sombrero ante el resultado, tanto por los conciertos históricos que dieron los veteranos (Marcia Griffiths, Pablo Moses, Max Romeo, Beres Hammond, The Congos) como por la energía que mostró la savia más reciente de Jamaica, entre ellos Damian Marley, Jah9, Tarrus Riley, Kabaka Pyramid o Randy Valentine.
La organización acertó, además, en seguir mirando más allá de Jamaica, tanto geográficamente –muchas de las aventuras más excitantes del reggae vienen hoy de Europa, de Latinoamérica, de África–, como estilísticamente. Yo les animaría, si acaso, a reforzar más aun esta faceta con músicas más o menos emparentadas con Jamaica (soul, jazz, highlife, hip hop, cumbia) que pueden ampliar la visión más allá del mundo del reggae, tan endogámico a veces. Les pongo la medalla, eso sí, por el espectacular escaparate que dan al creciente tirón de los sound-systems de dub, un sonido que abandonó hace tiempo Jamaica pero que en Europa está muy vivo, como se vio en esta edición con grandes nombres de Reino Unido, Francia y España.
Donde no creo que tenga tantas dudas la organización es en la cada vez más atractiva oferta de las áreas culturales –debates, circo, talleres, arte, yoga, capoeira, exposiciones–, que atraen a mucha gente con poco interés por la música jamaicana y más motivada por los valores positivos que promueve el Rototom, que con el lema “Reggae for Freedom” ofreció este año debates sobre la guerra siria, el cambio climático, el drama de los refugiados o la búsqueda de un nuevo modelo educativo, con representantes de la contracultura como el italiano Bifo o de las nuevas políticas como Podemos.
Lo exitoso de esta fórmula de festival alternativo se ve tanto en la enriquecedora mezcla, en la que hay más carritos de bebé que franceses con rastas, como en los números: público de 80 países, 18.000 menores de 13 años, 9.800 mayores de 65 y 8.800 con discapacidad. El día de Manu Chao se agotaron, por primera vez en la historia del Rototom, las entradas. Los habrá que discutan la importancia de las cifras, pero yo, en cualquier caso, he vuelto a vivir momentos muy especiales en el Rototom. En varios casos, por grandes conciertos de reggae.
Trenes de bajos
¿Os acordáis de los libros de Elige tu propia aventura, en los que las decisiones que tomabas en la lectura definían el relato? Así es como veo el Rototom, la oferta es tan abrumadora que la aventura festivalera de mi hija Alaska –sinopsis: talleres de malabares y espectáculos de payasos– y la de mi amigo Jesús –sobredosis de graves en la Dub Academy y bailoteo en las carpas– poco se parecen, más allá de las mañanas en la playa. En mi caso, el recorrido del primer día da poco de sí antes de los conciertos, aparte de la batucada de bienvenida. En el escenario principal el inicio es arrasador, con el primer aviso de que la generación veterana resiste. Marcia Griffiths, la que fuera corista de Marley (y muchas otras cosas antes y después) nos puso a bailar con una tromba de hits como Could You Be Loved? del propio Bob o You Don't Love Me de Dawn Penn. De hecho, escuché críticas por abusar de catálogo ajeno, pero ¿quién puede quejarse con ese Redemption Song a capella o la despedida apoteósica enganchando Feel Like Jumping (propia) con el 54-46 de los Maytals? En el menú de la noche también estuvieron el barcelonés Macaco, que trajo mucho público joven con su mestizaje rumbero, y el roots de Michael Rose, quien conectó sobre todo con temas de su época en Black Uhuru como Guess Who's Coming to Dinner.
El segundo día, con más tiempo para explorar las ofertas culturales, escucho un cuento camerunés entre los niños y me paso por una charla en el Foro Social, donde Miguel Urbán (Podemos) dice que el Brexit y el auge de Le Pen son una advertencia de que “la extrema derecha está ocupando el espacio de la socialdemocracia” y la polarización política empieza a recordar los años 30. Miedito. Musicalmente, la revelación llega en el escenario chico, donde los hipermilitantes rastas caboverdianos Rubera Roots Band me envuelven en una atmósfera hipnótica, de rítmica circular, que invita a indagar más en el reggae africano. La anécdota de la noche la ponen Israel Vibration, un grupo jamaicano de armonías vocales que no trae a uno de sus dos componentes por el extravío de su pasaporte, aunque el acompañamiento musical de la legendaria banda Roots Radics compensa con creces la ausencia.
Da gusto ver a un artista que se expresa en un foro con la misma fluidez que sobre el escenario. El lunes el jamaicano Pablo Moses conecta en la Reggae University la rebeldía rasta con la de otras luchas de todo el planeta, demostrando que el Black Power caribeño tiene el potencial de trascender los movimientos identitarios: “Luchamos contra la opresión, da igual que seas negro o blanco, se trata de igualdad y justicia. El imperialismo es otra cara del capitalismo”. Valores parecidos los pone después en escena Kabaka Pyramid, con un concierto vibrante que prueba que el reggae revival jamaicano –el espíritu del viejo reggae con nuevos sonidos– no está reñido con el moderno dancehall o el rap. Después, Meta & The Cornerstones (Senegal-EE.UU.) brindan un sonido muy Marley con amagos de rock, y también alucino en la zona dancehall con el talento al micro del francés Mr Aya, que suelta palabras como una metralleta, pero esta noche el gran momento lo vivo en la Dub Academy, el rincón del reggae abstracto y los adoradores de los graves, para muchos el corazón del festival. “Yo escuchaba dub clásico en casa y me gustaba, pero cuando sentí en el estómago la vibración de una torre de bafles aluciné”, me dice Guillermo, que trabaja en un puesto benéfico del festival. Aquí la atención no se la llevan tanto los pinchas ni los dotados MCs como las torres de altavoces, frente a las cuales se congregan los fieles en busca de terapia sonora para cuerpo y mente. Esta noche toca el combativo sound-system madrileño Echo Chamber Roots HiFi, magníficos representantes de la creciente escena dub española. “La voz de la gente, la voz de los de abajo”, dice al micro el Subcomandante Castro, uno de sus miembros. Voy a las casetas de los baños que hay al lado y reparo en que, con el retumbante traqueteo de los graves, casi no haría falta sacudírsela al acabar.
Ocho días con sus ocho noches requieren dosificarse y el martes llega el primer bajón físico, pero el cartel de la noche invita a aguantar. Además del mencionado Pablo Moses, que pone en marcha un tren de bajos y colores al que me subo sin dudarlo, le toca el turno a Jah9, para muchos lo mejor del certamen. La poeta y profesora de yoga sale como una cuchilla andante, con una potencia que casi asusta, pero abriendo al mismo tiempo paisajes vaporosos de jazz y dub que me dejan impaciente por ver la dirección de su nuevo disco. Menos arriesgado pero igual de efectivo es lo de Damian “Jr Gong” Marley, que, con lleno casi total, repasa sus éxitos con una energía abrasiva, mientras a su lado un acompañante ondea sin descanso la bandera rasta. Caen sus superventas Road to Zion o Welcome to Jamrock, pero también algún hit global de su padre, en un concierto que emocionó a ratos.
Corazones de ballenas
Si el domingo nos alertaban sobre los fantasmas que vuelven a recorrer la vieja Europa, el miércoles Franco “Bifo” Berardi nos recuerda que el problema es global: “Al escuchar a Trump, escuchamos las palabras del miedo del hombre blanco a desaparecer... ante esta agonía tenemos que reinventar el humanismo, pero un humanismo que no sea exclusivo y dominante (como el del macho blanco). Como dijo Bob Marley, emancipémonos de la esclavitud mental”. El difícil panorama que pinta el pensador y activista italiano se aligera mucho con la dosis de humor que reparte después Nando Caneca en el circo. Quizá es por el buen rollo que contagia este gran payaso, el caso es que la del miércoles me parece la noche más completa en el escenario principal. Para empezar, The Congos, de los que algún graciosillo escribió hace un par de años que estaban acabados. Los jamaicanos se marcan un monumental paseo por las mejores armonías vocales de los 70, coronadas por la voz de gata en celo de Cedric Myton, y hasta la luna sale a aplaudirlos cuando bailamos la escalofriante Fisherman. El difícil relevo lo toman Gentleman’s Dub Club, que nos recuerdan que en Reino Unido se saben al dedillo la historia musical jamaicana y nos ponen a botar con un dub de energía y atuendo muy Madness, aunque quizá lo que más se recordará son las carreras anti-Brexit de su cantante con una bandera gigantesca de la UE. Los clásicos Inner Circle montan una rotunda jukebox de los últimos 50 años de música jamaicana, sin olvidar pepinazos propios como Bad Boys. Por si faltara algo, cierran Dub Incorporation, que ponen de relieve que el reggae de Francia es otra liga y adelantan el gran futuro que apunta allí el mestizaje magrebí-subsahariano. Con unos juegos de voces preciosos –el rap ronco de Aurélien Zohou vs. el timbre bereber de Hakim Meridja– y grandes temas como My Freestyle, los de Saint-Étienne salen a hombros aupados por el multitudinario público francés.
Quizá sea por el contraste con la inmensa víspera, pero el cartel del jueves, que también promete, me sabe a menos. Reconozco que Tarrus Riley, al que me han recomendado no perderme, se me hace algo plano. Pero creo que es cosa mía, porque viéndolo otra vez en casa (podéis verlo en www.rototom.tv) entiendo su estatus en el reggae actual: grandes canciones, un estilo original que trasciende géneros (reggae, soul, pop), presencia... Me quedo con ganas de verlo en un recinto más pequeño. Tocar como entreacto parecía un regalo envenenado para el francés Biga Ranx, pero su desparpajo, entre el dancehall y el dub más digital, es lo que más me seduce de la noche. A continuación el recinto revienta ante la inminente salida de Manu Chao, que a mi juicio encaja a la perfección en el Rototom por su mensaje comprometido y su sonido mestizo, con más dosis jamaicana de la aparente. Con todo, tengo que decir que, a los que esperábamos su lado más cálido y latino, nos pilla a contrapié su versión más ska-punk pachanguero, donde cada tema parece un miniapocalipsis de verbena. Ojo, sin reproches. El señor Chao se deja la piel con el concierto más largo del festival –dos horas– y tiene momentazos: el arranque dedicado a Marley con Mr Bobby, la melancolía de La Vida Tómbola o el Clandestino dedicado al pueblo saharaui. Si acaso, le pediría un poco más de frenada y que nos diera más espacio a los que, más que brincar, queríamos bailar.
El viernes, cualquier penilla incipiente por el cercano fin se mitiga con el sarao que montan en el African Village los hermanos Thioune. Es uno de esos mágicos momentos colectivos y semi-improvisados que me entusiasman del Rototom. Mientras los tambores sincopados de los senegaleses hipnotizan a los presentes, dos mujeres entonan cánticos africanos y dos chavalillos negros, el más pequeño de cuatro o cinco años, se arrancan a danzar como posesos en el centro. Al principio los espectadores observan embelesados, pero atrapados por las percusiones se sueltan y bailan, como en trance, en un aquelarre multirracial. Sobre el escenario, destacaría de la jornada a los jamaicanos Wailing Souls con sus hits de antaño como Firehouse Rock, el deslumbrante dub-dancehall-reggae de Randy Valentine (Jamaica-UK) o el sólido nuevo roots de Junior Kelly (Jamaica). Y como plato final, la profundidad y contundencia soul de Beres Hammond, otra leyenda jamaicana en estado de gracia.
El sábado me acerco a la Sunbeach, el brazo playero del Rototom. Es una sensación única escuchar bajo el agua el retumbar de un sound-system, debe de ser lo más parecido a oír el corazón de una ballena. Llego en plena clase de baile dancehall y un tipo al micro arenga al sonriente público entre la bandera pirata y la rasta, mientras dos mangueras refrescan los cuerpos sudorosos. Africanos con tenderete en el paseo marítimo bailan con los festivaleros, mientras lateros y mojiteros ofrecen sus mercancías junto a las olas y neohippies tatuados con cresta punk lían porros como si no hubiera mañana al lado de familias de Benicàssim, que se lo toman como lo más normal del mundo. Disculpad que me ponga cursi, pero en la playa, bajo los nubarrones negros que amenazan la noche, se percibe ese vago ambiente de fraternidad que envuelve todo el festival.
Esas nubes descargan después durante los conciertos, entre chirimiri y chaparrón, pero no se atreven con el gran Max Romeo. Cuando significas para el reggae lo que este jamaicano de 71 años y abres con One Step Forward, te puedes permitir el lujo de sacar a tu hijo e hija para que canten tres canciones cada uno. Pero es que además Azizzi y Xana Romeo desvelan dos voces prodigiosas que habrá que tener en cuenta, hasta que el padre regresa para estremecernos con temas históricos como Valley of Jehosaphat, Sipple Out Deh o Chase the Devil, coreada a grito pelado por el público. Con el martiniqués Yaniss Odua la lluvia no tiene tanto reparo, pero su dancehall juguetón me acaba de convencer de la energía del reggae en français. Como la cosa iba de familias, después salen Freddie McGregor y sus hijos Chino y Stephen Di Genius, que repasan dignamente el pasado y presente de los sonidos jamaicanos, aunque quedan eclipsados por el punto y aparte de Tiken Jah Fakoly. El marfileño sale como un rugido, ataviado con poncho y cayado, con un aura entre griot africano y mesías revolucionario que pone la piel de gallina. Gran parte del concierto se inclina por un show a la occidental, con versiones de clásicos jamaicanos de su Racines (2015), pero en el tramo final vuelve a la veta africana, con maravillas como Plus Rien Ne M'Étonne. “Ya lo llevo viendo desde hace tiempo, el futuro del reggae no está en Jamaica, está fuera, en Francia, en África”, me comenta Corcho, de Gravity Sound System. Qué gran acierto la elección de Fakoly para cerrar el Rototom. Justo después de que anunciaran, además, que el año que viene estará dedicado a África, una decisión valiente para un festival que ojalá no deje de abrirse y mirar más allá de Jamaica. Con nostalgia, quizá, pero sin miedo.
Rototom 2016
Charlando con Francisco, del estudio jurídico BROTSANBERT, le comento que lo que me fascina del festival es, independientemente de los puestos y actividades dedicados a la reivindicación del cáñamo, la normalización con respecto a su visibilidad en un entorno tan familiar. Porque en el Rototom se fuma, y mucho, en un ambiente en el que no es raro ver a una madre liando un peta junto a su hijo zampándose una crêpe de chocolate. Aunque el brazo de la ley no ignora lo que aquí se cuece –los amigos del Castelló Cannabis Club y FAC Levante me dicen que no son extrañas las multas en los aledaños y que en el interior hay secretas buscando traficantes–, dentro del recinto impera la fragancia a marihuana.
El perfil de consumo de estupefacientes difiere del de otros festivales, como me cuenta Berta de la Vega, responsable de la intervención de Energy Control en Rototom: “El consumo de sustancias sintéticas en el festival no está tan extendido como el de cannabis y alcohol, y por otro lado, el propio ambiente es más relajado en cuanto a consumo se refiere. Se ve otro tipo de público, con un amplio rango de edades y muchas familias con niños”. En el Rototom, dice Berta, “los asesoramientos son más amplios, la gente pregunta más cosas porque está más interesada en conocer. En otros eventos el interés va más dirigido simplemente a saber si lo pueden consumir o no. En el Rototom se habla mucho de respeto (a los iguales, a la tierra, etc.), y lo hemos notado en la acogida de nuestra actividad por su parte. La gente agradece que se les trate con respeto y más en un tema tan delicado como es el consumo de drogas”.
Obviamente en el escenario no faltaron las conocidas conexiones jamaicanas con la hierba: la abuela Marcia Griffiths invitó al personal a liarse un porro; Damian Marley simuló que estaba rulándoselo, Jah9 cantó “Amamos la ganja, una gota de aceite de ganja al día te ahorra ir al médico, tres gotas al día mantienen a raya el cáncer”; y Tarrus Riley pidió su legalización, pero recomendando beberla o comerla en lugar de mezclarla con tabaco.
Por cierto, y aquí que cada uno saque sus conclusiones, en todo el recinto no se pueden adquirir dos de las drogas legales más peligrosas: ni hay cajeros que proporcionen dinero ni se vende tabaco.
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