Por el tribunal de Brooklyn desfilaron cincuenta y seis testigos, entre los cuales había catorce trabajadores del cártel de Sinaloa “arrepentidos”. En doce de esos casos, el testimonio obedeció a un pacto con la Fiscalía para reducir sus condenas. El próximo 25 de junio se celebrará la vista para dictar la sentencia. El Chapo no puede ser condenado a muerte (una condición imprescindible para que México accediese a su extradición), y al haber sido declarado culpable de las diez causas tiene garantizada la cadena perpetua. El Chapo, en ningún caso, podrá reducir su condena a cambio de colaborar con las autoridades.
El hacker
Christian Rodríguez es un informático colombiano de treinta y dos años a quien el FBI pilló en Bogotá. Sabían que trabajaba para el Chapo y le exigieron colaborar o, de lo contrario, “tendría un problema muy serio”, según declaró en el juicio contra su expatrón. Rodríguez empezó a trabajar para el cártel de Sinaloa cuando tenía veintiún años. El Chapo le contactó porque quería poder enviar mensajes de texto y de voz sin ser detectado por las fuerzas de seguridad. Rodríguez construyó una red cifrada de cien teléfonos (fundamentalmente, Nokia y Blackberry, que eran los más fáciles de tunear) para que los miembros del cártel se pudieran comunicar en secreto y para que el Chapo pudiera hablar con su familia con total tranquilidad.
Rodríguez aceptó la oferta del FBI. Durante los siguientes dos años ayudó a la agencia estadounidense a escuchar las conversaciones del cártel. Durante el juicio, el informático reveló que su jefe le exigía pinchar los teléfonos que distribuía; quería escuchar lo que los miembros del cártel decían de él. También quería asegurarse de que sus esposas y amantes le eran fieles. Una de las anécdotas que contó el informático del cártel es que, cuando el Chapo terminaba una llamada telefónica, solía conectarse al micrófono de su interlocutor para escuchar lo que decía de él. En ocasiones hacía llamadas en las que daba instrucciones extrañas e imprecisas y luego pegaba la oreja para ver si le criticaban. “Se convirtió en su juguete personal –relató Rodríguez– le gustaba mucho”.
Los amoríos
Emma Coronel, la esposa del Chapo Guzmán y el único integrante de su familia que pudo acudir al juicio, se convirtió en un personaje central de la trama, a pesar de que la Fiscalía no la llamó a testificar. Coronel conoció al Chapo en el concurso de belleza de la Feria del Café en Canelas, Durango, a la que ella se presentó. Tenía diecisiete años y su futuro esposo se acababa de fugar de la cárcel y ya era una leyenda. Hija de narcotraficante, en señal de respeto, el Chapo esperó a que la niña cumpliera dieciocho años para casarse por todo lo alto. Coronel se ha mantenido a su lado desde entonces, aguantó estoica en el juzgado, por el que se ventilaron algunas de las múltiples infidelidades de su marido. Tuvo que aguantar el testimonio de Lucero Sánchez, una diputada del Congreso de Sinaloa con la que Guzmán mantuvo una intensa relación durante años.
La esposa del Chapo se convirtió en un personaje central. Aguantó estoica en el juzgado, por el que se ventilaron algunas de las múltiples infidelidades de su marido
La “Chapodiputada”, como denomina la prensa a Sánchez, mantuvo su relación con el capo en secreto por temor. Sus problemas empezaron en el 2015, cuando su amado –preso– le mandó una carta insistiéndole para que lo fuera a visitar a la cárcel. Aunque ella no quería –dado su cargo público– terminó cediendo. Lo visitó con una identidad falsa, pero el encuentro trascendió a los medios (su fotografía en la zona de visitas del penal). Allí acabó su carrera política, el Congreso del Estado la destituyó poco después y empezaron sus problemas con la justicia. Sánchez también trabajaba para el Chapo, enviando cargamentos de marihuana desde la sierra de Durango. Solía marcarlos con un corazón y el número 4 (el día de su cumpleaños) para llamar la atención de su amado.
En el día que testificó Sánchez, según las crónicas periodísticas, Coronel y el Chapo llevaban una chaqueta a juego. Guzmán miraba para otro lado cada vez que su amante desmenuzaba los pormenores de su relación. Su testimonio fue respaldado por más de doscientos mensajes de texto entre ambos, en las que el Chapo la llamaba “amor” y ella dice que pensaba que tenían una relación estable (entre los mensajes hablan de un posible hijo en común al que llaman “Rubencito”).
Las fugas
Dámaso López, “el Licenciado”, fue la mano derecha del Chapo durante más de una década. Se conocieron al final del milenio en la cárcel de Puente Grande, donde el Licenciado era el encargado de seguridad del penal de máxima seguridad. Empezó a trabajar para el Chapo e ideó su primera fuga de la cárcel. Cuando el gobierno empezó a investigar la fuga del narcotraficante, López tuvo que huir y se puso a las órdenes del Chapo. Fue ascendiendo dentro de la organización hasta convertirse en uno de los líderes del cártel y en el encargado del transporte de droga a Estados Unidos.
El Licenciado fue detenido en mayo del 2017 y condenado a cadena perpetua. Relató que la segunda fuga del Chapo (a través de un túnel que embocaba en su celda) se fraguó gracias a la colaboración de Emma Coronel, la esposa del Chapo, que se encargaba de hacer de mensajera con su marido durante las visitas penitenciarias. Narró varias reuniones con la esposa y los hijos de Guzmán. Relató que los planes para construir el túnel empezaron en el verano del 2015 y que en seis meses estaba terminado (el Chapo se fugó el 11 de julio de ese año). Le dieron al Chapo un reloj con GPS para tener su ubicación exacta y poder culminar el túnel. La obra tuvo muchos problemas al llegar a la celda de Guzmán. “El cemento estaba muy duro –narró el Licenciado–, ocasionaba tantas molestias que el resto de reclusos se quejaban”.
Tras la última captura del Chapo, en el 2016, Coronel volvió a contactar al Licenciado para intentar otra fuga. El testigo reveló que entregaron dos millones de dólares al director del sistema penitenciario para que devolviera al Chapo a la cárcel del Almoloya (de la que se fugó por el túnel), pero no pudo hacer nada, dado que ya lo habían trasladado a un penal de Ciudad Juárez, desde el que lo extraditaron a Estados Unidos. El Licenciado empezó una guerra con los hijos del Chapo (conocidos por la prensa como “los Chapitos”) por controlar el cártel. Cuando el licenciado y el Chapo se vieron en el juzgado, este se llevó los brazos al pecho para saludarlo. “Es un gesto de afecto porque le quiero –explicó cuando le preguntó uno de los abogados de su expatrón–. Estoy aquí porque los hijos de mi compadre me pusieron en este lugar y por las cosas que hice para él. Hice cosas malas”.
Una jaula para el Chapo